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Cronopiando

Europa no recibe

Fuentes: Rebelión

¡Qué extraña y triste mueca la de esa Europa sin memoria, la de ese común conglomerado de poses y apetitos, hoy empeñada en desandar su historia, en negarse hasta la náusea en aquella virtud en la que, si aún fuera generosa, debería asentar su razón y su respeto, cuando los horizontes se echaban a la […]

¡Qué extraña y triste mueca la de esa Europa sin memoria, la de ese común conglomerado de poses y apetitos, hoy empeñada en desandar su historia, en negarse hasta la náusea en aquella virtud en la que, si aún fuera generosa, debería asentar su razón y su respeto, cuando los horizontes se echaban a la espalda y la punta de la bota era el camino!

¡Que amargo y vano olvido el de esa Europa que, así fuera el hambre que empujara la mano o la ambición que sostuviera el puño, rompió amarras y puso rumbo al norte, siguió el curso del sol hasta encontrarse de nuevo con la noche, llamó a la noche el día, mientras fundaba el este y el oeste, y ya hastiada de andar, señora a veces, casi siempre golfa, termina anclando espantos y miserias en el mismo corazón de su virtud!

¡Qué sórdida palabra que no dice, que abrazo que no une, que beso que no besa!

Bien temprano hubo ingleses surcando las aguas del Caribe, en un trasiego armado de alborotos, acarreando esclavos y devengando haciendas, sires y piratas, desde el lago Ontario hasta la Patagonia, a lomos de elefantes en la India, de la mano del opio en el mar de la China, en los llanos de Australia, en el Africa austral, en la vecina Irlanda.

Eran franceses los que entraron en Quebec, se asomaron a Martinica, durmieron en Haití y despertaron en Guyana, los que hablaron francés en Mauritania y fumaron hachís en Marrakech, los mismos que entraron en Argel, en Chad, en Senegal, que volvieron a amar en Indochina y a quienes todavía recuerdan en Vietnam. Los mismos que, para defenderse, ni siquera les bastó la Polinesia y aún se empeñan en seguir viendo franceses cuando miran a un corso, a un vasco o a un bretón.

Y fueron españoles, entonces y después, los que hicieron Primada a La Española, ascendieron al Cuzco, bajaron a Santiago, nominaron Caracas, La Habana, Buenos Aires, recorrieron Centramérica y Colombia, cuando América valía un Potosí, y atravesaron las dunas del Sahara o cantaron nostalgias filipinas y se buscan sin verse en los imposibles Pirineos.

Y portugueses deambulando el negro meridiano, a vueltas por Angola, de Madagascar a Mozambique, de Mindanao a Singapur, de Sao Paulo al Amazonas.

Y holandeses, belgas, italianos, alemanes…europeos.

Pero esa Europa que nunca supo de puntos y de comas, que ha marcado su acento en todos los idiomas, la pertinaz viajera, la que avistó los polos y coronó todas las cumbres del Himalaya, y anda a vueltas, también, por el espacio…esa, hoy no recibe, hoy no quiere inmigrantes, hoy no quiere que nadie la moleste o la perturbe.

Hoy en Europa, sus Estados, se dan la mano con la misma y repetida cantaleta…más vigilancia, más muros, más candados.

Europa, esa que rezonga sus olvidos a condición de que nadie le vaya a recordar su historia, no nos quiere en su mesa.

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