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Entrevista a la economista y activista social Carmen Castro

«Europa renuncia a valorar el trabajo doméstico pero sí incluye en el PIB actividades como la prostitución y el narcotráfico»

Fuentes: Público

La economista y activista social, Carmen Castro, aboga por un modelo económico que ponga en el centro de su actividad la sostenibilidad de la vida y las aportaciones que realizan las mujeres que hoy por hoy no se valoran, ni se visibilizan, pero que pueden suponer el 45% del Producto Interior Bruto los países. Esto […]

La economista y activista social, Carmen Castro, aboga por un modelo económico que ponga en el centro de su actividad la sostenibilidad de la vida y las aportaciones que realizan las mujeres que hoy por hoy no se valoran, ni se visibilizan, pero que pueden suponer el 45% del Producto Interior Bruto los países. Esto significa repensar las políticas públicas y la asignación de recursos económicos. Una economía feminista supone, afirma, replantear los comportamientos individuales, principalmente los que realizan o no realizan los hombres.

¿Cómo influye la economía tradicional, la que tenemos, en la vida de las mujeres?

La economía que tenemos, la ortodoxa o tradicional, está basada en una división sexual del trabajo que genera una asimetría jerárquica por cuestiones de género. Crea una sociedad jerarquizada, sesgada y androcéntrica que no tiene en cuenta las capacidades, las potencialidades ni las condiciones de vida de las mujeres. Esto quiere decir que el sistema productivo que conocemos es posible y se asiente fundamentalmente en un trabajo que es invisibilizado, no es reconocido ni valorizado y que fundamentalmente realizamos las mujeres en el ámbito del hogar y las relaciones sociales.

La economía tradicional parte de postulados como el de la mano invisible de Adam Smith, que dice que no hace falta que intervengas en el mercado porque ya la oferta y la demanda se encargarán de poner las cosas en funcionamiento. Pero el mejor ejemplo de esto es lo que hemos vivido en estos últimos ocho años. Cuando no se establecen regulaciones lo que ocurre es esta inercia de voracidad capitalista y depredadora de acumulación de beneficios.

Usted habla de la economía feminista. ¿En qué consiste?

Consiste en cambiar la mirada y aplicar una perspectiva feminista a cómo se organiza social y económicamente una sociedad y cuáles son las relaciones y los valores que la sustentan. Se trata de poner el foco en visibilizar y hacer emerger todos los desequilibrios y las múltiples desigualdades de género que provoca esta economía ortodoxa, ciega a todo lo que no sea una visión androcéntrica y occidentalizada. Una economía en la que el hombre es el centro de todo.

Supone también poner el centro de atención en las necesidades de sostenibilidad de la vida y las aportaciones que realizan las mujeres en el día a día, que es esa parte invisible del iceberg. Lo que no se ve.

El cambio fundamental de este enfoque consiste en poner los cuidados en el centro como una necesidad social, lo que significa repensar las políticas públicas y el sistema de distribución y asignación de los presupuestos. Pero supone también la necesidad de replantear los comportamientos individuales, principalmente los que realizan o no realizan los hombres.

¿Sería pues una economía que se centra más en las personas que en la generación de riqueza?

Sí. Se trata de poner los cuidados en el centro de las necesidades de las personas y en el centro de atención de las políticas económicas y que el sistema económico se reorganice de manera tal, que el objetivo fundamental sea satisfacer las necesidades para el desarrollo humano y no las necesidades de acumulación de beneficio monetario. Esto se dice muy rápido, pero genera cambios en la superficie y cambios en la estructura.

Gran parte del trabajo que realizan las mujeres, como los cuidados, no se reconoce económicamente. ¿Qué supone esto en términos de pérdida de riqueza?

La mayor parte el trabajo que realizan las mujeres no se reconoce, no se valoriza y no se contabiliza. Como no se reconoce y no se pone en valor, no tiene valor económico, ni siquiera monetario. Esto por una parte. Por otra parte, las actividades económicas o el trabajo que realizan las mujeres de manera remunerada está reconocido con otra base, otro baremo que establece una valoración más baja que la de los trabajos que realizan la mayor parte de los hombres. Son las dos partes de la asimetría.

Las actividades que no se reconocen, no se valoran y no contabilizan son todas las que llamamos producción doméstica. Es decir, las actividades y servicios que se prestan dentro de las relaciones familiares, dentro de los hogares, pero también las que se realizan fuera de los hogares en el ámbito socio comunitario. Se estima que estas actividades suponen entre un 40 o 45% del PIB, lo que es una barbaridad. Esa es la riqueza que se pierde.

Desde algunos países e incluso desde algunas comunidades autónomas en España se empezó a hacer un esfuerzo de poner en valor y de hacer emerger esa contribución que no formaba parte de la economía fomal. Pero a partir del 2014 se abandona por completo esa actividad porque el mandato de la Unión Europea es incorporar en el PIB actividades de la economía que vamos a llamar (si no ilegal) si alegal, como son la prostitución y el narcotráfico. Esto es un indicador de la esquizofrenia política y de las sinergias patriarcales que están dentro del sistema político y económico. Europa ha abandonado el esfuerzo por medir el trabajo doméstico, pero en cambio ordena medir estas otras actividades.

Detrás de todo este movimiento hay un interés de maquillar las cuentas. Porque como los déficits públicos han ido subiendo, de lo que se trata es de buscar estimaciones económicas y monetarias que contribuyan a aumentar el PIB para reducir el porcentaje de déficit. Pero la inclusión de estos supuestos sólo ha supuesto para España entre un 2% a un 4% de incremento del PIB. Pero sólo se trata de una estimación. ¿Cómo vas a cuantificar realmente algo que forma parte de las actividades económica alegales?

La esquizofrenia es total cuando piensas que quién propone estas medidas es la misma institución que luego aprueba las estrategias marco para la igualdad de género. Nos estamos moviendo en ese ámbito de hipocresía cuando hablamos de derechos de las mujeres, porque detrás de estas medidas hay todo un sistema de explotación y de dominación sobre las mujeres y supone aceptar que todo es mercantilizable. Significa dar carta de naturaleza legal a la prostitución y a las redes de trata que hay detrás.

¿Cuáles son las propuesta para cambiar este sistema económico?

Lo que estamos proponiendo es establecer indicadores alternativos al PIB porque no incorpora toda una serie de actividades que generan riqueza y bienestar, como es el trabajo de los cuidados. Hablamos de indicadores de bienestar. Hay diferentes propuestas, como la que hizo Cristina Carrasco, para generar indicadores no androcéntricos que sean alternativos al PIB e incluso al sistema de medición de la EPA (Encuesta de Población Activa), que sigue contabilizando como población inactiva a la mayor parte de las mujeres que desarrollan su trabajo en las actividades domésticas y que debe ser que no existen. Hay otros indicadores que tienen que ver con la coherencia de las políticas públicas. Hay también una serie de indicadores que se llaman de la felicidad bruta, que intentan medir hasta qué punto el desarrollo de capacidades humanas y de funcionalidades genera bienestar individual y colectivo. Indicadores alternativos hay una buena colección.

Según un informe del Foro Económico Mundial, la brecha salarial se está agrandando y se estima que tardaremos 200 años en cerrarla. ¿Se puede cerrar realmente?

El problema es que cuando se habla de cerrar la brecha, se está hablando de cerrar el síntoma, porque esta brecha es un síntoma de que hay algo que no funciona. Y lo que no funciona es lo que está por debajo, es decir, son las bases del sistema. Un sistema que sigue funcionando con asimetría de género, un sistema en el que siguen funcionando los roles y estereotipos de género y en el que se asigna un menor valor al trabajo que realizamos las mujeres en general, tanto lo que está remunerado como lo que no lo está. Por ello no podremos reducir la brecha salarial hasta que no acabemos con estos roles y estereotipos.

Un factor indicativo es cómo va evolucionando el factor de tiempos y de trabajos. Cuando se intenta atajar el problema de la brecha salarial se suele hablar de incrementar la transparencia, lo que es necesario y está bien que se haga al menos vemos las discriminaciones. Pero esto no resuelve la causa que provoca el síntoma. Es decir, si no resuelves la infección que provoca la fiebre, puedes bajar momentáneamente la temperatura, pero en cualquier momento volverá a subir.

La única manera de acabar con la división sexual del trabajo y el desigual reparto de tiempos y responsabilidades es poner en marcha políticas que incidan en el cambio del comportamiento de los hombres y en el reparto de tiempos y de trabajo. Tanto de los remunerados como de los no remunerados. Mientras no atajemos esto no resolveremos la brecha salarial.

¿Cual sería el cambio principal para poner fin a esta asimetría?

Hay dos. No podemos generar un cambio que vaya a las causas si no generamos un cambio político. Es impensable que las mismas instituciones que son los brazos ejecutores del sistema de desequilibrios que tenemos en este momento van a ser las que propicien ese cambio. Eso no es creíble y no va a ocurrir. Hay que combinar acciones a corto y medio plazo.

A corto plazo habría que poner en marcha medidas que incidan en el cambio de comportamiento de los hombres y en el reparto de tiempos en el trabajo remunerado y en el no remunerado. En cuanto al trabajo remunerado hay dos acciones que se pueden implementar: reducción de la jornada laboral para todo el mundo, es decir, que no haya personas que trabajen ocho horas, otras 10 y otras dos. Hay experimentos como el que se hace en Suecia y en Finlandia en algunos sectores productivos. Y la creación de empleo, avalado desde el sector público, en actividades que tienen que ver con la sostenibilidad de la vida y que liberaría a las mujeres de ese tributo patriarcal que estamos asumiendo. Porque el hecho de que no haya servicios para atender las necesidades de cuidados, no quiere decir que estas necesidades desaparezcan.

También hay que hacer un reparto de tiempo de las actividades no remuneradas. Y aquí es fundamental la equiparación de los permisos por nacimientos que sean iguales, intransferibles y remunerados al 100%.

¿Y pensando a medio plazo?

A medio plazo hay que seguir trabajando e invertir en la educación para la igualdad para cambiar los valores y códigos culturales. Estos días estamos viendo cómo la cultura de la violación y de la discriminación está enraizada en nuestro sistema social y cómo se sigue reproduciendo.

A medio plazo también hay que repensar el sistema productivo para decidir qué vamos a seguir produciendo y cómo y evaluar qué efectos colaterales provoca el seguir produciendo con los sistemas que tenemos ahora, que provocan el agotamiento de nuestros los recursos naturales.

Los cambios en materia de género van lentos…

Sí. Van lentos porque requieren un cambio de educación y de socialización. Si no resulta muy difícil. Y esta es una inversión que dará sus frutos en el medio y largo plazo. Mirando en retrospectiva, hemos avanzado en cuotas de libertad aunque no son suficientes. Otro elemento positivo es que sabemos que cierta orientación de las políticas públicas pueden tener resultados que nos acerquen a ese cambio del modelo de sociedad.

En contra tenemos el peso de la inercia patriarcal y la beligerancia de las políticas neoliberales que son las que tenemos y que nos están comiendo. A nuestro favor lo que tenemos es la energía, el saber que sabemos hacia dónde queremos ir, el que vamos sumando esfuerzos y tenemos identificados que tipo de cambios, reformas e instrumentos para provocar ese cambio de modelo de sociedad.

Fuente: http://especiales.publico.es/es/25n-las-discriminaciones-ocultas/entrevista-carmen-castro