Los paradigmas éticos y políticos globales provocan interpretaciones equívocas en las metrópolis y los países marginales. Tal el caso de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789, fruto de la Revolución francesa, según la cual «todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos». Lo mismo ocurre […]
Los paradigmas éticos y políticos globales provocan interpretaciones equívocas en las metrópolis y los países marginales. Tal el caso de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789, fruto de la Revolución francesa, según la cual «todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos». Lo mismo ocurre con la Declaración de Independencia de EEUU, de 1776, que puntualiza: «Sostenemos que… todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos derechos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad». ¿Cómo compatibilizar estas palabras con la prédica del «destino manifiesto» (que postula la superioridad de la raza blanca), los genocidios y el tráfico de esclavos posteriores a esos textos? Si bien se han sucedido matanzas y actos de barbarie en toda la faz de la tierra, la distancia entre las palabras y los hechos ha adquirido en Europa y EEUU dimensiones que asombran. La objetividad de las cifras es elocuente:
La población indígena de Norteamérica que, el año 1500, alcanzaba a 5 millones de personas, se redujo a menos de 250.000, en el año 1900 (1). «El año 1500, la población global llegaba a 400 millones, de los cuales 80 millones estaban en América. A mediados del Siglo XVI, de esos 80 millones quedaban 10. Si nos limitamos a México, en vísperas de la conquista su población era de 25 millones, la que se redujo a un millón, en el año 1600… Ninguna de las matanzas del Siglo XX puede compararse con semejante hecatombe» (2). Según Eric Hobsbawm, la cifra de esclavos africanos transportados a América bordeaba el millón en el Siglo XVI, tres millones en el XVII y 7 millones en el XVIII. El filósofo francés Christian Delacampagne califica de genocidio sólo la matanza de armenios por los turcos, en la primera guerra mundial, de los judíos europeos en la segunda, y de los tutsis por los hutus, en Ruanda, en 1994 (3). Las matanzas en las colonias y semicolonias sucedieron, al parecer, en otro planeta. Los engaños comienzan en el diccionario. El «Larousse» indica que «escalpar» es cortar la piel del cráneo. Luego añade: «Los pieles rojas escalpaban a sus víctimas». Se oculta que la realeza británica otorgaba premios pecuniarios a sus emigrantes por cueros cabelludos de los indios, especialmente de mujeres y niños, a fin de que su exterminio sea más rápido. Datos conservadores relativos a la»Trata Atlántica» de esclavos entre el año 1500 y mediados del Siglo XIX, indican:
EEUU/Norteamérica Británica 1.775.000 en el norte y 3.950.000 en las colonias del sur.
Portugal/Brasil 4.650.000
Gran Bretaña 2.600.000
España 1.600.000
Francia 1.250.000
Países Bajos 500.000
Dinamarca 50.000
Otros 50.000 (4)
Se trata de 17 millones de seres humanos, cifra que debe ser por lo menos duplicada por las matanzas que seguían a la persecución y captura, las muertes en los traslados a los puertos (la inenarrable crueldad de separar a las madres de sus hijos) y en las travesías marítimas, debido a las enfermedades, ya que era más barato reemplazar un esclavo que curarlo. Si bien la esclavitud tiene orígenes lejanos, en los inicios del Siglo XIX alcanzó su máxima intensidad. La exploración del interior de África por los europeos comenzó en el Siglo XIX (anteriormente, los esclavistas se limitaban a capturar esclavos mediante alianzan con pueblos aborígenes). Gracias a la violencia, las potencias dominaron el continente. Tras la conferencia de Berlín de 1885 (96 años después de la Revolución francesa), Francia ocupaba el Magreb, África occidental y ecuatorial, Madagascar, Comores y Yibuti; Inglaterra, se apoderó de Nigeria, Sierra Leona, Gambia, Costa de Oro (hoy Ghana) y en un arco que va desde Egipto hasta Sudáfrica; Alemania de Togo, Camerún, Namibia y de la región de los Grandes Lagos; Bélgica del Congo belga; España de Guinea ecuatorial y Río de Oro (Sahara occidental); Portugal de Angola, Mozambique, Guinea Bissau, Santo Tomé y Príncipe y Cabo Verde; Italia de Libia, Somalia y Eritrea… La derrota de Alemania en la primera guerra mundial desmanteló su imperio colonial, que se repartió entre Francia, Inglaterra y Bélgica (5).
NO LO DIGA EN VOZ ALTA
La investigadora norteamericana Susan Back-Morss cita estas palabras del padre del liberalismo moderno, el filósofo inglés John Locke, de su obra «Dos Tratados Sobre el Gobierno Civil», de 1690: «La esclavitud es un Estado del Hombre tan vil y miserable, tan directamente opuesto al generoso temple y coraje de nuestra Nación que apenas puede concebirse que un inglés, mucho menos un Gentleman, pueda estar a favor de ella». Sin embargo, el influyente pensador era Accionista de la Compañía Real Africana, involucrado en la política colonial en Carolina (América del Norte). Fue el autor de la Constitución Fundamental de Carolina, cuyo texto dice: «Todo hombre libre de Carolina tendrá poder y autoridad absoluta sobre sus esclavos negros» (6).
El historiador moderno más sobresaliente de Holanda, Simon Schama, autor de «The Embarrassment of Riches: An Interpretation of Duch Culture in the Golden Age» (Nueva York, 1987), sostiene que la formación de la conciencia nacional de los holandeses tuvo lugar en su lucha por la independencia nacional (1570 – 1609), contra España que los esclavizaba. Añade que los enormes ingresos del país hicieron que Holanda corriera el riesgo de caer en la «esclavitud del lujo» y de la «avaricia consumista». Felizmente, al centrar su atención no en el comercio, sino en la familia, se llegó a construir «la esencia de lo holandés». Schama silencia que Holanda fue, desde mediados del Siglo XVI hasta mediados del Siglo XVII, la primera potencia esclavista, después de desplazar a España y Portugal de ese vergonzoso sitial. Apenas se refiere a la Compañía Holandesa de la India Occidental, instrumento del tráfico de esclavos. No censura la esclavitud de africanos, pero reprocha a sus antecesores el haber perseguido a judíos, homosexuales, gitanos, vagabundos y prostitutas. Sus distorsiones alcanzan a la cultura visual, ya que su libro está ilustrado con pinturas del afamado artista holandés, Franz Hals, del que han sido eliminadas las reproducciones de cuadros en las que aparecen esclavos negros (7)
En marzo de 1685 (104 años antes de la revolución francesa), Luís XIV promulgó el «Código Negro», cuyo artículo 44 dice: «Declaramos que los esclavos son bienes muebles». Su preámbulo indica que se lo aprueba a fin de mantener la disciplina de la Iglesia Católica y socorrer con prontitud las necesidades de los esclavos (8). Entre 1751 y 1772, D’Alembert y Diderot publicaron, en 33 volúmenes, «La Enciclopedia», en la que se afirma que «todos los hombres son libres e iguales en virtud de un derecho natural, idéntico para todos». Se hablaba de un hombre universal, que no es ni mujer, ni indio, ni negro esclavo. Añade que Occidente violó este postulado de manera sistemática (9). Las contradicciones emergen aún en la misma persona. Montesquieu, quien condenó la esclavitud no porque esta no sea útil sino «porque quienes la defienden no quisieran sufrirla (10), manifestó luego lo siguiente: «El azúcar sería demasiado cara si no trabajaran los esclavos. Dichos esclavos son negros de los pies a la cabeza y tienen la nariz tan aplastada que es casi imposible tenerles lástima. Resulta impensable que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y sobre todo un alma buena, en un cuerpo enteramente negro» (11). Joseph Arthur de Gobineau sostuvo que «la belleza humana está encarnada en la raza blanca» (12), en tanto, Jorge Luís Leclerc, conde Buffon, había añadido que «el hombre primitivo fue blanco y todo cambio de color es una degeneración» (13). Estas contradictorias posiciones hicieron que la Escuela de Frankfurt, a través de Adorno y Horkheimer, sostuviera que el nazismo era una filial de la Ilustración y no una ruptura con esa corriente de pensamiento» (14). Ninguna encíclica papal ha condenado el tráfico de esclavos, pero el Nuevo Testamento admite la esclavitud (Epístola de San Pablo a Filemón) y la social democracia europea no destaca la contribución del tráfico de esclavos a la acumulación originaria del capitalismo, analizada en «El Capital», de Carlos Marx (15).
AFRICA HOY
La expoliación de las semi colonias en general y del Africa en particular continúa hasta el presente. El Banco Mundial, en años previos a la independencia de Zaire, ex Congo Belga (1971), donde las matanzas prosiguen con demencial violencia, desembolsó préstamos a compañías belgas, francesas y británicas que explotaban estaño, diamantes, oro, cobre y radio del país africano. La obligación contraída por las transnacionales fue transferida a la nueva República, cuya deuda externa creció de 1400 millones de dólares, en 1973, a 12.000 millones de dólares, cuatro años más tarde (16). En la década de los sesenta, África era un exportador neto de alimentos. El valor promedio de sus exportaciones fue de 1.3 millones de toneladas anuales entre 1966 y 1970. Hoy importa el 25 % de sus productos alimenticios. Las hambrunas se incrementan. Sólo en los tres últimos años, se han producido emergencias alimenticias en el Cuerno de África, el Sahel, Africa del sur y Africa central. El impacto negativo de los programas de ajuste se agravó con prácticas comerciales injustas por parte de la Unión Europea y EEUU. La producción de biocombustibles exacerbó aún más la crisis alimenticia de la región (17). Las hambrunas hicieron recrudecer las migraciones africanas a las metrópolis, lo que motivó que el presidente francés Nicolás Sarkpzy advirtiera que «Europa no puede recibir a toda la miseria del mundo» (18)
Hablar a los europeos de tráfico de esclavos (salvo excepciones), se asemeja a mencionar al hijo drogadicto en familias acomodadas. En tanto Europa, tan despierta para organizar ONG, oculte y tergiverse su participación en el tráfico de esclavos y en la actual succión de plusvalía de las periferias, las posibilidades de cambio serán escasas. Tal vez sea mucho pedir que los textos escolares y libros de historia europeos reconozcan la expoliación de naciones oprimidas por naciones opresoras, pero, por lo menos, que no prediquen las virtudes del Socialismo del Siglo XXI, basado en esa expoliación. A su vez, en las colonias y semicolonias tampoco habrá esperanza en tanto nuestros niños y jóvenes sigan aplaudiendo entusiasmados las antiguas películas en las que John Wayne derriba pieles rojas con singular puntería y Johnny Weiss Muller, el popular tarzán blanco, de dos metros y ojos azules, es mostrado como el único capaz de columpiarse en lianas y matar leones con cuchillo, mientras los negritos del lugar sólo sirven para tocar tambor.
CITAS BIBLIOGRAFICAS
1.- Sophie Bessis: «Occidente y los Otros». «Historia de una Supremacía» Alianza Editorial. Madrid-España, 2002. Página 27
2.- Tzvetan Todorov: «La Conquista de América. El problema del Otro». Siglo XXI Editores. México, 1994. Página 144.
3.- «La Esclavitud en la Antigüedad». WIKIPEDIA.ORG/wiki/esclavismo.
4.- Wikipedia.0rg/wiki/esclavismo
5.- Damián Millet: «Africa sin Deuda». Icaria Editorial. Barcelona-España, Noviembre 2002. Página 27.
6.- Susan Back-Morss: «Hegel y Haití». Editorial «Norma». Buenos Aires – Argentina. Febrero de 2005. Páginas 20 y 21.
7.- Susan Back-Morss (Ob. Cit.) Páginas 12 a 17.
8.- La versión completa del Código Negro está en www.latinchatnet.com/foros/archive/index.php/t-14656.html-63k.
9.- Sophie Bessis (Ob. Cit.). Páginas 36 a 39.
10.- Todorov (Ob. Cit.). Página 418
11.- «Clase contra Clase». Periódico 64. 15-II-04. Sección Internacional. La Rebelión en Haití.
12.- Todorov (Ob. Cit.). Página 286
13.- Todorov: «Nosotros y los Otros». Editores Siglo XXI. México. Primera edición en español, 1991. Página 130.
14.- Sophie Bessis (Ob. Cit.). Páginas 72 y 73
15.- Carlos Marx: «El Capital». Editorial «Pueblo y Educación» Cuarta reimpresión, 1983. La Habana-Cuba. Tomo I.- Capítulo XXIV: «La llamada acumulación originaria del capital». 6.- «Génesis del capitalista industrial». Páginas 687 a 697.
16.- PAT M. Congo Tribune: «La Deuda Externa de la República Democrática del Congo». Rebelión.org, 17-05-08.
17.- Walden Bello: «Destruyendo la agricultura africana». Rebelión.org, 24-06-08.
18.- Periódico «La Prensa». La Paz – Bolivia, 2-02-08.
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