«El Estado de Derecho puede, en la lucha contra el terrorismo, servirse de las informaciones obtenidas en una cárcel donde se practica la tortura. Esto no implica aprobar la tortura». (Joschka Fischer, ex ministro de Asuntos Exteriores de la RFA) En una época lejana, el siglo pasado, los Verdes alemanes se dividían entre fundis, puros, […]
«El Estado de Derecho puede, en la lucha contra el terrorismo, servirse de las informaciones obtenidas en una cárcel donde se practica la tortura. Esto no implica aprobar la tortura». (Joschka Fischer, ex ministro de Asuntos Exteriores de la RFA) En una época lejana, el siglo pasado, los Verdes alemanes se dividían entre fundis, puros, y realos, los pragmáticos. En sus recíprocas discusiones, ambos grupos disponían de buenos argumentos. Pero, como en otros casos, fue el tiempo el que terminó revelando ciertas verdades. Los realos han dado ahí es nada un ministro del Interior, Otto Schilly, y uno de exteriores, Joschka Fischer, antes de desaparecer aplastados por la Gran Coalición actualmente reinante. Ya lo dijo el poeta: «El moro ha hecho su trabajo, el moro puede irse». ¿Puede ser que un antiguo correligionario de Rudi Duschke, luego parlamentario en zapatillas deportivas, termine diciendo y haciendo cosas así? Aquí tenemos experiencia. Felipe González ya habló de las alcantarillas del Estado. La mierda, por lo visto, es algo natural; mientras que Felipe González debía de ser sobrenatural, pues no se manchaba, no olía a establo y sigue dando lecciones urbi et orbi desde el cielo de los grandes principios y la gran experiencia política. ¿Por qué, camarada Joschka, por qué? ¿Será que el terrorismo es una amenaza demasiado grande y nos obliga a ser tan criminales como él para resistirle? Pero esto no se confiesa, sino se insinúa insidiosamente en el discurso político. Se trata de que cerremos un poco los ojos. El terrorismo es el enemigo, por tanto con él no hay reglas, es decir, en la lucha «somos» iguales a él y nuestra legitimidad es la de la mayor violencia. ¿O es que la tortura es mejor que el asesinato? Cuando el Estado participa en el terror, el terror se hace total. Fischer, convertido al jesuitismo, se ejercita en la nueva tarea del político: vaciar la ética a base de hibridarla con «lo que hay». ¿Y qué es lo que hay? De esto no se habla, porque de algún lado saldrán esas cucarachas de la democracia que al parecer son imposibles de aplastar. Las películas del espacio nos tienen acostumbrados a esos terribles insectos invasores, que nos amenazan ya desde nuestro inconsciente. El terrorismo es, por lo visto, algo tan natural como el mal, sin más; contra él sólo caben armas de destrucción total. Y si no apoyamos a los Estados Unidos, ellos tampoco nos darán información sobre las amenazas terroristas que nos acechan. Cuestión de supervivencia, por tanto. ¿Será esto lo que ha convertido al antiguo ecologista? ¿O será que la cosa va más lejos? ¿Que quizás Estados Unidos pueda desviar acciones terroristas de su territorio hacia Europa? Seguramente; pero es que la cosa va más allá del terrorismo. Por ejemplo: la guerra de Irak fue una guerra contra Rusia y China, pero, sobre todo, contra Europa; porque Sadam Hussein no sólo quería hacer contratos petroleros con ellos, sino que iba a designarlos en euros. Se trataba del dólar y del negocio petrolero/militar, la clave de la actual política económica global. (El caso Mónica Lewinsky se cerró misteriosamente el día que Clinton decidió los bombardeos sobre Irak. Hay una lucha sorda entre Europa y Estados Unidos, aunque se trata de guerras por encima de nuestras cabezas, en las que la prosopopeya Europa no está nada claro que nos represente a los europeos, sino a los europeos que cuentan. Se trata de guerras, también de complicidades ocultas que, por tanto, se mantienen a un nivel virtual; y las cosas no deben ir más allá por «nuestro» propio bien. En consecuencia, temas «menores», como el terrorismo, pasan a ser no sólo mayores, sino exclusivos; nuestros gobernantes se apuntan solemnemente a la guerra contra el terrorismo, mientras a la vez silban mirando para otro lado (el de lo que realmente les importa). Es de prever que no acabe aquí la tarea de reconvertir a un progre. El miedo de éste a no estar en la pomada, a no poder «cambiar las cosas», en realidad a no ser nadie, él, el elegido entre todos por su capacidad y sus nobles ideales, el gran miedo de un político en general, es que, después de haber entrado en los círculos de los que está excluida la gente, él también se convierta en excluido. Hay una prensa que está para advertirle de cuándo se halla en este borde. Joschka Fischer recibió sus avisos en este sentido; porque su pasado le hacía automáticamente sospechoso si no daba el gesto exacto de sumisión. Zapatero recibió su aviso en el tema Irak, lo sigue teniendo en tono protector en las páginas de «El País»; y una clave de la suicida política interior del PP es seguramente la larga mano de los Estados Unidos. En cambio Felipe González supo dar el giro oportuno y asegurarse un brillante futuro político como eminencia gris del negocio suramericano. Ahí, en la familia de los que saben, de los muñidores y figurones, es donde se reciclan los antiguos progres, en lo que se llamó «la larga marcha a través de las instituciones»; ahí es donde embarrancan o llegan a puerto, según se mire los «realismos» políticos y las «moderaciones». Ahí se recicló el antiguo revolucionario Willy Brandt o los antiguos disidentes checos. ¿Cómo se llega a ser criminal? A base de no reconocer(se), de no (querer) ver. Fischer no ha perdido la vergüenza; ya no sabe lo que es eso. Su frase alada sobre el terrorismo está «educando» a su opinión pública: no estamos para lujos antiguos como la ética. Aunque en España al parecer sí; la ética debe de ser la versión moderna de la antigua «honra» señorial, reservada a los de arriba e interpretada por ellos. Las palabras no son lo que parecen. «Etica», «terrorismo», «democracia»: es cuestión de cooptar a unos cuantos Fischer.