Serguéi Mijáilovich Prokudin-Gorski escribió en sus memorias (que publicó en 1932, mientras estaba exiliado en París) que la fotografía en color fue “la gran causa de su vida”, cuando ya sus recuerdos de fotógrafo del zar, aunque habían transcurrido sólo dos décadas, parecían pertenecer a un lejano pasado y se esfumaban en la bruma y en los andrajos del crepúsculo de su existencia.
En 2001, la Biblioteca del Congreso norteamericana, que medio siglo atrás había comprado los archivos que Serguéi Mijáilovich acumuló en sus expediciones por Rusia, organizó una exposición de sus fotografías, para la que escaneó las placas de vidrio y, con procedimientos digitales (digicromatografía), reprodujo las imágenes tal como las vemos hoy.
Aquel fotógrafo del zar había nacido en 1863, en Múrom, provincia de la hermosa Vladímir, en una familia noble que poseía ciento cuarenta siervos. Su estirpe aseguraba ser descendiente del príncipe tártaro Peter Gorski que había llegado con la horda de oro, y estaba orgullosa de haber participado en Austerlitz y en la guerra contra Napoleón. Uno de sus abuelos, Mijaíl Ivánovich, fue un destacado escritor, muerto el mismo año en que los soldados del francés saqueaban Moscú. Prokudin-Gorski acudió al Liceo imperial de San Petersburgo, después a la universidad y a la academia militar de medicina, con estudios de física, matemáticas, pintura. Es probable que fuera alumno de Mendeléyev, quien, además de su relevante maestría como químico, había fundado la Sociedad Rusa de Fotografía en 1878, donde veinte años después ingresó Prokudin-Gorski y, en 1906, fue nombrado presidente.
Se casó en 1890, con la hija de un general de artillería, Alexánder Lavrov, director de una fundición y hombre experto en estructura de metales y producción de acero. Desde 1897, Prokudin-Gorski se interesaba por la fotografía, enviando trabajos a la Sociedad Rusa de Tecnología. En 1901 monta en San Petersburgo un estudio de fotocincografía (o fotograbado) en el 22 de la Bol’shaya Pod’yacheskaya ulitsa, junto a la catedral de San Nicolás de los Marinos y el Teatro Mariinski, y trabaja denodadamente en la búsqueda del color con el método de la tricromía, siguiendo la senda del escocés Maxwell, que le lleva a visitar en Berlín, al año siguiente, al físico Adolph Miethe, el mayor especialista alemán en ese procedimiento; estudia c0n él, en Charlottenburg, durante dos meses, esa técnica. A su retorno, presenta a la Sociedad Rusa de Fotografía una serie de vistas que ha realizado con ese método. En 1903 vuelve a Berlín a un congreso de química, y se encuentra de nuevo con Miethe. Ese verano, viaja a Karelia, donde toma sus primeras fotografías en color, y en los años siguientes realiza vistas de San Petersburgo, Kíev, Kursk, Sebastopol, donde fotografía el acorazado Potemkin; Crimea, Sochi, Novorossiysk. En 1904, viaja por el Cáucaso y el Daguestán, cuyas vistas presentará en San Petersburgo al año siguiente. En 1906 conoce a los hermanos Lumière, en Lyon, y participa en Roma en un congreso donde presenta las novedades rusas de la denominada fotografía aplicada y de los “colores naturales”. La fotografía era ya la pasión de su vida. Aunque no se ha conservado la cámara que utilizaba (es probable que fuese un diseño propio a partir del modelo de Miethe de 1906) con ella hizo más de diez mil fotografías. Prokudin-Gorski hacía tres rápidas exposiciones sobre una placa de vidrio, cada una con un filtro distinto (azul, verde y rojo). Después, tras positivar los negativos, utilizaba un proyector triple con filtros de esos colores en cada lente, en una suerte de “linterna mágica”: se producía así el milagro de la imagen en color.
En el invierno de 1906 y principios de 1907, viaja también a Samarcanda y Bujará: quiere plasmar el esplendor de Rusia, sus fábricas modernas, sus instalaciones y obras públicas (como hizo con su fotografía de los generadores eléctricos traídos de Hungría, en una ciudad no identificada), las fábricas textiles de algodón de Asia central, la fundición de Kasli en los Urales, cerca de Cheliábinsk, que producía esculturas de hierro y contaba con más de tres mil obreros cualificados. Está animado por la grandeza de Rusia. La exposición de sus paisajes en San Petersburgo, a finales de 1907, atrae la atención de la corte; la emperatriz viuda María Fiódorovna Románova, madre de Nicolás II, lo invita a su palacio de verano en Copenhague y el gran duque Aleksandr Mijáilovich Románov quiere que el zar lo reciba.
Para Prokudin-Gorski, 1908 es un año importante: es ya un hombre afamado, y en mayo conoce a León Tolstói, célebre en toda Rusia, a quien había escrito para acudir a Yásnaya Poliana y hacerle la fotografía que se hará muy popular en el país, el primer retrato en color en Rusia. Apenas había fotografías del escritor, y eran siempre en blanco y negro: la que lo muestra mientras sostiene una guadaña en el campo; ante su casa, con blusa campesina y botas; jugando al ajedrez con el hijo de Vladímir Chertkov, su editor; una con su hija Alexandra, en la costa de Crimea; otra con su esposa Sofía Andréievna, la que lo muestra sosteniendo a su nieta Tatiana, y apenas alguna más. En la fotografía de Prokudin-Gorski, Tolstói aparece con su blusón azul índigo y las botas negras de montar a caballo. También fotografió a Chéjov, aunque fue el retrato de Yásnaya Poliana el que alcanzó gran éxito y difusión, y le ayudó a preparar sus expediciones: su eco llegó incluso a Nicolás II. Apenas una semana después de su encuentro con Tolstói, Prokudin-Gorski pudo mostrar sus vistas de Rusia a los miembros de la Duma y del Consejo de Estado, en San Petersburgo.
El 3 de mayo de 1909, gracias a la mediación del gran duque Aleksandr Mijáilovich Románov, Prokudin-Gorski presenta sus trabajos en el palacio imperial de Tsárskoye Seló, ante Nicolás II. Siempre altivo, el zar es anunciado por un criado negro: en el gran salón, Serguéi Mijáilovich le presenta vistas de la naturaleza, bosques, nieves de la inmensa Rusia, y resalta la importancia de fotografiar el esplendor del imperio. Así, consigue su apoyo, aunque se abstiene de pedir financiación, de manera que el zar no le ofrece nada ni tampoco se la brinda el ministro que, cortesano, esperaba la aprobación de un decreto imperial antes de tomar cualquier iniciativa. A partir de ese momento, Prokudin-Gorski podrá circular libremente por todo el imperio y podrá fotografiar aquello que considere; las autoridades locales deberán ayudarle: aunque no obtiene financiación de la corte, consigue un vagón de tren dotado de alojamientos para él y sus ayudantes, equipado con laboratorio donde puede trabajar incluso con el tren en marcha, y de dos barcos para navegar por los ríos. Tendrá también a su disposición una barcaza de casco plano y un pequeño barco de motor, para navegar por ríos poco profundos, además de un coche, aunque él mismo tiene que costear los viajes porque la ayuda gubernamental se limita a la organización, así que Prokudin-Gorski sufraga el salario de los ayudantes, el material, los compuestos químicos. Serguéi Rujlov, el conservador y nacionalista ministro de Ferrocarriles le apoyará en todo momento. Empieza la gran aventura de su vida.
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En el período comprendido entre 1909 y 1916 Prokudin-Gorski realizó siete campañas, siempre en primavera y verano, que interrumpe a veces para acudir a fotografiar otros lugares, aunque no hizo ninguna expedición entre 1913 y 1915, probablemente por falta de recursos. La última misión sería en 1916, hacia la península de Kola. Sin embargo, los elevados gastos que comportan las expediciones hacen que en diciembre de 1910 no puede ya soportar la carga y pide ayuda al tesoro imperial; mientras espera, confiado, se produce el asesinato del primer ministro Stolypin en Kíev, en septiembre de 1911, a manos del turbio Bogrov, informador de la policía y supuesto anarquista, y se trunca esa posibilidad. No por ello abandona su proyecto.
En 1909 navega por el canal Mariinski, que une el Volga con el mar Báltico a través de los lagos Onega y Ladoga y del río Neva de San Petersburgo. Es su primera misión: ha sido un deseo expresado por Nicolás II, y Prokudin-Gorski recorre cuatrocientos kilómetros en un barco de vapor con dieciséis tripulantes desde Shlisselburg hasta el lago Béloye. En esas semanas de navegación, fotografía monumentos, esclusas, caminos de sirga, dragas, jóvenes campesinas, iglesias de madera, paisajes infinitos que captura con sus placas de vidrio. Es dificultoso: debe hacer tres registros de cada escena para conseguir la imagen en color. Por la noche, trabaja con las imágenes, las clasifica, llena un libro con los índices. En ese viaje toma la estampa de la solitaria capilla de madera sobre la colina Olga, y la escena de una veintena de mujeres trabajando en el campo, ataviadas con pañuelos en la cabeza, henificando el forraje en las tierras del monasterio de Leushina, en el río Medvéditsa: todas están de pie, con la guadaña; algunas le miran, pero la mayoría gira la cabeza. Muchas de sus fotografías campestres muestran a los campesinos en actitud tranquila, descansando o trabajando en las fincas, en un entorno que parece bucólico y feliz, donde se adivina una existencia sencilla, austera pero risueña, que, en realidad, tenía muy poco que ver con la dura vida de los mujiks en la Rusia zarista. Cuando vuelve a San Petersburgo, trabaja en su estudio, y el 20 de marzo de 1910 presenta al zar, en Tsárskoye Seló, una selección de vistas del canal Mariinski. En esos meses, escribe a Tolstói: “Estas imágenes son eternas”.
En la primavera de 1910, inicia su segunda expedición: se lanza en busca de las fuentes del Volga. Le han facilitado un ukase del zar para que pueda visitar monumentos, monasterios, iglesias en la región de Tver, en el Volga. Con ese decreto imperial y otro del Sínodo de la iglesia ortodoxa recorre entre junio y septiembre el óblast. Empieza en las colinas de la meseta de Valdái, donde nacen numerosos ríos, entre ellos el Volga y el Dniéper. Sigue el curso del Volga, captura panorámicas de la hermosa Stáritsa que recuerdan las vedutas de Bellotto, el sobrino de Canaletto. También de las orientales iglesias de Rzhev, el monasterio de Rizpolozhenski en Súzdal y una vista de la localidad con iglesias, casas de madera y un puente sobre el río Kamenka, además de la catedral de Vladímir. Fotografía a decenas de monjes plantando patatas en el monasterio de Getsemaní o de la Nueva Jerusalén, en el lago Seliguer, y de un mujik sentado en el bosque mirando la cámara de Prokudin-Gorski y la vida. De ese año es también su vista del monasterio Nilo-Stolobenskaya Pustyn y del puente que lo comunica, en las islas de ese nombre en el lago Seliguer. Está movido por la fuerza de representar la belleza de Rusia, y mostrarla a sus habitantes, pero también se interesa por la industria.
Por deseo del zar, los veranos de 1911 y 1912 los dedica Prokudin-Gorski a la Rusia blanca. Viaja a los campos donde tuvo lugar la batalla de Borodinó, en 1812, que Kutúzov libró con Napoleón y que cantó Tolstói en Guerra y paz. Había sido la más mortífera contienda de todas las guerras napoleónicas en Europa, y Nicolás II iba a celebrar el centenario de la matanza. Es la tercera misión de Serguéi Mijáilovich. Se traslada en tren, con su vagón laboratorio, y durante el primer verano fotografía la iglesia de Borodinó, que se asoma entre los bosques; también, el campo de batalla donde murieron cien mil hombres. Capta su propio vagón de trabajo, escenas de religiosas de iconos y de vírgenes; en 1912, fotografía Minsk, Vitebsk sobre el río Dvina occidental, y Smolensk, rodeada por la muralla que construyó Borís Godunov, además de la catedral de la Asunción y el monasterio de Abraham.
Su cuarta expedición se dilata entre el verano de 1910 y la primavera de 1912, cuando Prokudin-Gorski se dirige a los Urales y a Siberia. De hecho, interrumpió el trabajo en el Volga para viajar a los Urales, región que ya conocía y donde llevó incluso a sus hijos, Dmitri y Mijaíl, aunque se ignora si también llevó a su hija Ekaterina. En esos dos años, visita Tiumén, Yalútorovsk, Shádrinsk y Tobolsk, la capital histórica de Siberia, donde, en 1912, toma una vista desde el campanario de la iglesia de la Transfiguración, con el río Irtish y la llanura siberiana al fondo; y fotografía los molinos de viento, construidos con madera, para moler centeno y trigo, en Yalútorovsk. En 1910 recorre por tierra la región habitada por los bashkir, una población de origen túrquico, y llega a Ekaterinburg, donde fotografía una vieja iglesia junto a la tienda de un regimiento de mosqueteros. En julio de 1912, remonta el río Chusovaia, un afluente del Kama (a su vez, tributario del Volga) que atraviesa los Urales y es el único del mundo que recorre dos continentes. Está helado la mitad del año, y sólo puede navegarse en verano. Prokudin-Gorski fotografía roquedales de las riberas, comarcas que permanecen vírgenes, y se interesa por el trabajo de sus habitantes: talleres donde fabrican cajas de madera, sables, dagas. Visita Zlatoust, una ciudad fundada a la sombra de una fundición que después empezó a fabricar cañones y donde las tropas zaristas habían causado una matanza en 1903 para aplastar una huelga: allí toma la imagen de la calle de tierra que baja hacia el río, entre casas de madera, y una vista de los tejados apiñados con los bosques infinitos al fondo. Y la mina de Bakalsk, donde trabajan mujeres.
En 1912, organiza su quinta expedición; parte hacia el Daguestán y el Cáucaso. Ese mismo año, se publica Hadji Murat, la obra póstuma de Tolstói, que había muerto dos años antes: es la historia de un comandante avar del Daguestán en las guerras caucásicas, un asunto que ya había tratado Alejandro Dumas. Serguéi Mijáilovich ya había visitado la región en ocasiones anteriores: en 1910 tomó una panorámica de Tiflis, la capital georgiana. En la primavera de 1912 llega a Batumi, tierra de comerciantes griegos, allí observa las plantaciones de té y fotografía a un capataz chino de una de ellas, a los trabajadores griegos de las plantaciones, se interesa por la botánica y los distintos tipos de árboles. Retorna de nuevo y viaja al Azerbeiján, a Bakú. Era la segunda vez que llegaba a la región en misión encargada por el zar, y fotografía las montañas del Daguestán, los valles de la región de Gunib, la aldea de Shamil con sus casas de piedra escalando la colina; fortalezas de montaña, figuras del Daguestán ataviadas con sus trajes nacionales, yataganes y chaquetas de seda, cherkeskas donde los cosacos cosen cartucheras de tela alineadas para guardar los tubos de pólvora del fusil, y también clientes elegantes en el afamado balneario de Bordzhomi, que visitaron Tolstói y Chaikovski y donde Nicolás II había inaugurado en 1905 la primera planta para embotellar agua mineral. Prokudin-Gorski había estado anteriormente en la región, en varias ocasiones: en 1904, cuando lo vemos sentado en las rocas del río Korolistskali, en Georgia, con traje oscuro, sombrero gris y el bastón en la mano, en un autorretrato; y al año siguiente, cuando fotografía el palacio de los Oldenburg en Gagra, en la costa abjasa del Mar Negro; y en 1906, año en que había recorrido Crimea, Sochi y, de nuevo, Abjasia.
El verano de 1912 lo ocupa entre las estepas caucásicas y el Asia central: es su sexto gran viaje. El zar lo había enviado el otoño anterior al Turquestán, donde estaban los janatos de Bujará y Jivá, que Serguéi Mijáilovich ya había recorrido en 1906 con la Sociedad Rusa de Fotografía para observar un eclipse solar y que aprovechó para fotografiar Samarcanda y sus alrededores, cuando lo atrapan las hermosas panorámicas de la ciudad, con las mezquitas y madrasas azul cobalto; la vista de la necrópolis y los mausoleos de Shah-i-Zinda, con las montañas del Pamir al fondo, y un nido de cigüeñas en un palacio de Bujará, que toma en 1911. De ese mismo año es la imagen de una familia kazaja descansando en la estepa, del hombre tayiko con pájaros en la mano, y del grupo de niños judíos ataviados con ropas tradicionales que estudian con su maestro en una alta mesa, en Samarcanda, así como la fotografía de los reclusos del zindán, una prisión característica de Asia central, que miran a través de los barrotes, probablemente en Bujará. Su costumbre de fotografiar a personas con vestimentas tradicionales recuerda las imágenes del explorador George Kennan, que recorrió el Cáucaso y Siberia a finales del siglo XIX retratando a personas que consideraba exóticas.
La misión de 1912 implicaba documentar Tashkent y el tendido ferroviario de la región. Prokudin-Gorski llega en su vagón, y en esa ciudad realiza una película en color, así como vistas de Bujará. Fotografía yurtas turkmenas, mezquitas, conductores turcomanos con su camello, burócratas de Bujará con sus turbantes blancos ante las columnas de madera del palacio del emir, lleno de decoraciones geométricas añiles, verdes, rojizas; centinelas posando ante los cañones, y policías, todos con sus uniformes negros; mujeres con joyas y vestidos tradicionales sobre alfombras dispuestas en la entrada de la yurta. También, puestos de fruta, de melones amarillos, tiendas de telas, cuyos vendedores siempre observan a la cámara, pero se ignora el paradero de las películas de color que realizó entonces Prokudin-Gorski. Su retrato del emir Said Mohammed Alim Jan, que había empezado a reinar en Bujará el año anterior, le muestra con su lujoso abrigo añil con motivos florales, sentado en un patio del palacio, gordo, parecido al joven del Alhambra que Flaubert describe en La educación sentimental: “Llevaba […] un chaleco de terciopelo azul con grandes palmas doradas, un gesto de orgullo como el de un pavo real y un aire estúpido como el de una gallina.” Pocos años después el emir causará una matanza entre los bolcheviques, antes de ser derrocado por la revolución.
Las dificultades económicas impiden a Serguéi Mijáilovich organizar expediciones entre 1913 y 1915. Para conseguir recursos, crea en 1913 una sociedad que lleva su nombre y otra denominada Biochrome para fotografía, cine e impresión en color, pero el estallido de la gran guerra dificultará su desarrollo. En el verano de 1916, organiza su última expedición. Se dirige al círculo polar ártico. El año anterior, había estado también en la región: una fotografía de un grupo de prisioneros del imperio austrohúngaro, en un campo no identificado cerca del Mar Blanco, es datada con la fecha de 1915 por la Biblioteca del Congreso. Así, en 1916, visita Karelia, donde ya había estado en 1903, y la península de Kola. En octubre de ese mismo año, Nicolás II funda en la costa norte de la península de Kola una nueva ciudad portuaria, Románov-en-Mourman, que la revolución bolchevique convertirá en Múrmansk. Prokudin-Gorski sale de Petrozavodsk, una ciudad de Karelia en el lago Onega, donde se fotografía recorriendo la vía férrea en una vagoneta de tracción manual con cinco acompañantes, y documenta los trabajos de construcción ferroviaria, las presas del ferrocarril en la estación de Lizhma y en Soroka, hoy llamada Belomorsk. Tomó a lo largo de sus viajes muchas fotografías de trenes, puentes ferroviarios como el del río Kama, cerca de Perm, en los Urales; y esclusas, barcos de vapor, gabarras y canales, certificando los transportes rusos. Después, llega a Kem, en el mar Blanco, para alcanzar después las islas Solovetski, donde está el célebre monasterio.
Sus expediciones a la vieja Rusia se habían terminado. Tras la revolución bolchevique consigue una cátedra, y en 1918 viaja a Noruega, comisionado por el gobierno revolucionario para comprar equipos de proyección, pero no volvió, y al año siguiente fue a Gran Bretaña: tenía cincuenta y cinco años y aunque le quedaba aún un cuarto de siglo de vida era ya un hombre del pasado, un fotógrafo del zar que no sabía ver a la inmensa Rusia con otro rostro que no fuera el del zarismo. Volvió a casarse en 1920 y tuvo otra hija, Elena, y en 1922, ya establecido en París, consiguió abrir el estudio fotográfico con sus hijos que, antes, no había podido hacer en Niza. Pudo recuperar, no se sabe en qué momento, una parte de las tres mil quinientas placas que había acumulado en sus expediciones. Prokudin-Gorski aún alcanzó a ver la ocupación nazi; murió pocas semanas después de la liberación de París y fue enterrado en el cementerio ruso de Sainte-Geneviève-des-Bois. Sus herederos, sin recursos, vendieron la colección de sus placas, unas dos mil, a la Biblioteca del Congreso norteamericana: John Marshall, que representaba a la Fundación Rockefeller en París, recibió el encargo de Mortimer Graves, director del American Council of Learned Societies, ACLS, para que investigase el paradero de los hijos de Serguéi Mijáilovich: sabía que vivían en París en la pobreza y que guardaban en cajas las placas de la gran misión de su padre. La Fundación Rockefeller les compró por cinco mil dólares (que hoy representarían diez veces más) para destinarlas a la Biblioteca del Congreso, que se vio así convertida en guardiana de las expediciones de aquel fotógrafo del zar que había capturado el rostro de la vieja Rusia ocultando todas sus desdichas.
Prokudin-Gorski, con sus tres hijos.
El vagón laboratorio de Prokudin-Gorski
Prokudin-Gorski en una vagoneta de tracción manual, cerca de Petrozavodsk.
De este blog se pueden obtener las imágenes:
http://losgrandesfotografos.blogspot.com/2017/01/sergei-prokudin-gorski-serguei.html
También, en la Biblioteca del Congreso:
https://www.loc.gov/exhibits/empire/
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