«Muchos de los principales genetistas de nuestros días son propietarios de compañías de biotecnología o tienen lazos estrechos con ellas. La motivación subyacente en la ingeniería genética no es ya el avance científico, la lucha contra las enfermedades o la eliminación del hambre de la faz del globo, sino la carrera por asegurarse unos beneficios […]
«Muchos de los principales genetistas de nuestros días son propietarios de compañías de biotecnología o tienen lazos estrechos con ellas. La motivación subyacente en la ingeniería genética no es ya el avance científico, la lucha contra las enfermedades o la eliminación del hambre de la faz del globo, sino la carrera por asegurarse unos beneficios económicos sin precedentes».
(Fritjof Capra).
La reciente revelación hecha pública por la investigadora norteamericana Susan Reverby, a través del estudio intitulado «Sífilis por exposición normal e inoculación: un médico PHS Tuskegee en Guatemala, 1946-1948», ha sacado a luz las viejas prácticas nazistoides realizadas por EEUU en países tradicionalmente considerados como su «traspatio».
El escándalo generado a nivel mundial por dichas revelaciones pone en el tapete la necesidad de estar atentos a las prácticas criminales y antiéticas de investigación médica que muchos gobiernos y agencias transnacionales privadas (léase farmacéuticas y diversos tipos de laboratorios), vienen poniendo en marcha desde hace muchas décadas.
En el caso guatemalteco descubierto por Reverby, la repulsa de la opinión pública se ha hecho mayor al conocer ciertos detalles espeluznantes y revulsivos, tales como que hasta niños de orfanatos (incluyendo a enfermos psiquiátricos, prostitutas y soldados de bajo rango), estuvieron sistemáticamente expuestos a los llamados métodos de «sifilización», que tenía como objetivo probar la respuesta del cuerpo humano al «material infeccioso fresco», para exacerbar la repuesta del organismo y así conocer las manifestaciones y procesos de infección y reinfección.
Los experimentos científicos realizados por EEUU y otras potencias, bajo la nebulosa de oscuros, ambiguos y antiéticos objetivos no se limitan a lo descubierto por la citada investigadora, y hay que recordar que forman parte de una larga tradición que continúa en muchos lugares hasta el día de hoy.
Basta con recordar las cuestionadas actividades del Instituto Lingüístico de Verano (ILV), que en los años sesenta desarrolló sospechosas e imprecisas «investigaciones de campo» en diversas partes de América Latina, tales como en diversas zonas rurales de Colombia y el altiplano guatemalteco por ejemplo.
Sin que nunca se aclarara nada concreto ante los tribunales internacionales de justicia, durante los años setenta igualmente circularon múltiples rumores y sospechas sobre la implementación de programas secretos de esterilización masiva, llevados a cabo en muchas poblaciones indígenas y campesinas latinoamericanas (incluyendo, nuevamente, al altiplano guatemalteco).
En los años ochenta y noventa, con el inicio del auge de la biotecnología y la ingeniería genética, la bióloga Mae-Wan Ho denunció los graves riesgos que implicaba para la salud humana y para numerosas especies animales y vegetales, la realización de experimentos a gran escala relacionados con el diseño de nuevos organismos genéticamente modificados (OGM).
El mismo tipo de denuncias ha realizado profusamente en los últimos años la investigadora Silvia Ribeiro, al señalar la irresponsabilidad de numerosos centros y laboratorios de investigación, en producir y comercializar en gran escala alimentos de consumo básico (como leche producida en base a la hormona transgénica denominada «Somato-Tropina Bovina», por ejemplo), bajo condiciones de alteraciones genéticas con alto potencial de riesgo para la salud.
De acuerdo con Ribeiro, esta hormona transgénica no sólo enferma al ganado, sino que además provoca en la leche una elevación de otra hormona denominada IGF-1 («Factor de crecimiento insulínico tipo 1), que estaría asociada con el surgimiento de cáncer de seno, próstata y colón.
¿Y qué podemos decir de la vacuna contra el virus de la gripe porcina? Al respecto, llamó poderosamente la atención la exagerada alharaca que se armó tomando a la ciudad de México (D.F.) como centro de «supuesta irradiación mundial», alarmismo que un año después de la supuesta «primera gran crisis de pandemia viral» del siglo XXI», la Comisión Europea reconoció (en mayo del 2010), que había sido intencionalmente exagerada.
¿Cuáles fueron las verdaderas razones para ello? ¿Fueron razones estrictamente comerciales o de inescrupulosa experimentación secreta?
Hay que recordar que hace apenas un año, cuando todo esto sucedió, surgieron muchas voces advirtiendo que la vacuna contra la gripe A1-HN1, muy probablemente podría contener ciertos componentes químicos de dudosos efectos.
Estas voces de advertencia sin embargo no fueron tomadas en cuenta por los grandes medios de comunicación, y lejos de ello, una vez que el pánico viral había quedado plenamente «inyectado» en la mente de millones de personas, muchos gobiernos empezaron a adquirir monumentales pedidos de la citada vacuna, sin que hasta el día de hoy se sepa a ciencia cierta si este compuesto antiviral puede o no afectar en alguna medida la salud de niños y adultos.
Es de suponer que si la OMS ha facilitado la distribución de esta vacuna en numerosos países, ello constituye (o debería de constituir) una garantía suficiente. Pero aparte de esta agencia intergubernamental, ¿hay alguna comisión científica de alto nivel e independiente que haya avalado la solvencia médica de tal vacuna?
No lo sabemos. Lo cierto es que lo sucedido en los años cuarenta en Guatemala, lejos de ser una práctica en desuso y aislada, alimenta y da fundamento a las múltiples versiones y teorías conspirativas que colocan a las grandes potencias como enemigas de la salud de los pueblos.
– Sergio Barrios Escalante. es Científico Social e Investigador. Ensayista, Escritor. Este artículo forma parte de la Edición No. 63 de la revista virtual Raf-Tulum.
Fuente: http://alainet.org/active/41781
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