Algunas observaciones al hilo del debate suscitado por los artículos de Pablo Iglesias y el Nega y, sobre todo, a raíz de otro artículo en torno a la misma cuestión publicado por John Brown en Rebelión.
En su artículo titulado «Sobre esencias, relaciones y lucha de clase«, John Brown critica a Pablo Iglesias y al Nega por tener una visión premarxista de las clases sociales, esto es, por dar prioridad a las clases sociales concebidas como sujetos sobre la propia lucha de clases que las constituye como tales. Para Brown, «la causa que hace que existan las clases es la división esencial de la sociedad de clases entre quienes se apropian de los medios de producción y la riqueza y quienes se ven expropiados de ellos«. El problema es que no es lo mismo apropiarse de los medios de producción que de la riqueza. Hace ya tiempo que estos dos elementos quedaron disociados del tándem que seguramente representaron durante el primer capitalismo industrial del siglo XIX. En la actualidad, y desde la aparición del fordismo y el advenimiento de la sociedad de consumo, sabemos que uno puede ser dueño de los medios de producción sin poseer excesiva riqueza -pequeños emprendedores, gente que trata de abrir su propio negocio- y, del mismo modo, uno puede no ser dueño de los medios de producción -y, por tanto, trabajador asalariado- y poseer una riqueza considerable. Con respecto a este último supuesto, el ejemplo más simple que se me ocurre, y que ya he visto utilizado por ahí en alguna otra ocasión, es el de un futbolista como Cristiano Ronaldo: desde el punto de vista de su posición con respecto a los medios de producción, Cristiano es, evidentemente, un proletario, porque no es el dueño de éstos y se ve «obligado» a vender su «fuerza de trabajo» para ganarse la vida. Sin embargo, incluso a los marxistas más ortodoxos les costaría catalogar a Cristiano Ronaldo como un «obrero».
He aquí una demostración más de que la visión unidimensional de la estratificación social planteada por Marx se queda algo corta a la hora de analizar las nuevas realidades sociales. Y digo corta y no obsoleta porque, en algunos casos, la posición objetiva con respecto a los medios de producción todavía puede seguir siendo útil a la hora de determinar el estatus social de los individuos y su capacidad para apropiarse de la riqueza. Sin embargo, ya no en todos los casos. Y este fue uno de los fallos fundamentales de Marx: en sus predicciones, el alemán fue incapaz de aventurar la aparición de la sociedad de consumo. Marx siempre pensó que era imposible que los salarios subieran más allá del nivel de subsistencia y, por ello, relacionó directamente la posibilidad de apropiarse de la riqueza con la posición de los individuos con respecto a los medios de producción. Si bien suele hacerse hincapié en que la división de clases planteada por Marx hace referencia precisamente a esta posición objetiva con respecto a los medios de producción, y no tanto a las desigualdades económicas medidas en bases al nivel de renta, es bastante probable que esto se debiera a que para él fue imposible concebir, dentro del capitalismo, otra forma de apropiarse de una cantidad de riqueza sustancial que no fuera la de ser el dueño de los medios de producción.
En cualquiera caso, queda demostrado que realizar una lectura unidimensional de la estratificación social basada única y exclusivamente en el criterio de si un individuo es o no dueño de los medios de producción es insuficiente para llegar a comprender correctamente el contexto actual y que, del mismo modo, resulta como poco temerario y simplista emparejar dos elementos como riqueza y medios de producción. No menos problemas nos plantea el identificar -tal y como hace Brown- como nueva y única expresión del proletariado a la igualmente genérica «multitud explotada». Y esto porque el concepto de explotación, lejos de ser algo unívoco y universal, plantea de nuevo ulteriores disquisiciones. Así, dependiendo de cómo definamos dicha explotación, obtendremos como resultado una determinada estratificación social u otra, lo que hace imposible dejar zanjada la discusión sin analizar previamente aquello que entendemos por explotación. Con su afirmación, Brown piensa haber cuadrado el círculo proletario, sin darse cuenta de que es precisamente la propia definición del concepto de explotación la que se encuentra sometida a debate en la pugna analítica entre posmodernistas y ortodoxos.
CONSIDERACIONES ACERCA DEL CONCEPTO DE EXPLOTACIÓN
Llegados a este punto, resulta esencial realizar una distinción entre el concepto originario de explotación y su versión más actualizada. Al hacerlo, trataré de explicar cuales son las diferencias fundamentales entre estas dos interpretaciones del concepto de explotación y por qué considero que la adopción de una u otra como premisa de un análisis de la estratificación social determina, en última instancia, configuraciones muy dispares, incluso irreconciliables, del proletariado como clase social, al mismo tiempo que influye de manera capital en las posibles estrategias de acción colectiva dentro de la lucha de clases.
Concepto originario
El concepto originario de explotación fue formulado por Karl Marx en su teoría homónima. Ésta, a su vez, se fundamenta principalmente en la teoría del valor-trabajo, también postulada por el alemán. En resumen, y de manera bastante simplificada, la teoría del valor-trabajo de Marx dice lo siguiente: el valor de un determinado artículo o mercancía viene determinado por la cantidad de trabajo -medida en tiempo- socialmente necesario para su producción. Aceptada esta premisa, la teoría de la explotación de Marx no es más que el fruto de una deducción lógica: dado que el valor de una mercancía depende exclusivamente del trabajo que fue necesario para producirla, y dado también que -en el sistema capitalista- el empresario paga al trabajador un salario que es siempre inferior al precio final de venta de la mercancía en cuestión, resulta evidente que existe una parte del trabajo que el trabajador realiza que queda sin remunerar; la diferencia entre el precio final de venta de la mercancía y el salario del trabajador, es decir, el beneficio del empresario, es lo que Marx denomina plusvalía o plusvalor, y representa para él el valor de esa parte del trabajo que el empresario no remunera al asalariado. En otras palabras, el capitalista nunca remunera al trabajador el equivalente al fruto íntegro de su trabajo, sino que se apropia una parte como beneficio, y en esto reside precisamente la naturaleza explotadora del capitalismo como sistema económico.
Independientemente de que se considere que la teoría de la explotación de Marx -y por consiguiente su teoría del valor-trabajo- es correcta o no, resulta muy interesante apreciar que en su formulación el alemán no hace referencia ni tiene en consideración en ningún momento ningún tipo de condiciones laborales concretas. No dudo que Marx tuviera muy presentes las terribles condiciones laborales de los obreros del siglo XIX a la hora de elaborar su teoría, pero lo cierto es que ésta no se legitima en ningún momento en una valoración moral personal del autor con respecto a como deberían ser las condiciones laborales del trabajador asalariado. Por el contrario, la injusticia en la que, según Marx, incurre irremisiblemente el capitalismo como sistema económico es radical, de raíz, y reside en el hecho, insoslayable una vez aceptada como premisa la teoría del valor-trabajo, de que al trabajador se le hurta una parte del fruto de su trabajo. No debemos olvidar nunca que, si bien Marx nunca negó que la finalidad de sus teorías debía ser la transformación de la sociedad y no su mero estudio o comprensión, sus análisis siempre tuvieron la pretensión de ser científicos. Así, la teoría de la explotación de Marx trata de ofrecer una explicación científica e irrebatible del fenómeno de la explotación, alejándose de valoraciones morales e inevitablemente subjetivas de unas determinadas condiciones laborales.
En definitiva, desde el punto de vista de un análisis marxista ortodoxo, no importa lo elevado que sea el salario de un trabajador ni tampoco lo buenas que sean sus condiciones laborales, ya que siempre y cuando el capitalista sea el dueño de los medios de producción y pague al trabajador una cantidad inferior al fruto íntegro de su trabajo, existirá explotación. Y esto independientemente del nivel salarial. Es decir -y sin pretender ser matemáticamente exhaustivo-, igual de explotado está un trabajado que percibe 500 euros cuando el fruto de su trabajo son 1000 euros, que uno que percibe 3000 euros cuando el fruto de su trabajo son 4000. No importa que el primero no tenga casi para vivir y el segundo pueda hacerlo holgadamente, porque ambas situaciones son igual de injustas. Es más, según este razonamiento, podría darse el caso de que un trabajador percibiera un salario inferior al de subsistencia y, sin embargo, no se encontrara en una situación de explotación, siempre y cuando ese salario fuese equivalente al fruto íntegro de su trabajo (soy consciente de que, como he dicho antes, Marx nunca previó que los salarios pudieran subir por encima del nivel de subsistencia, pero mi intención es hacer ver que siguiendo el razonamiento de su teoría de la explotación hasta las últimas consecuencias, resulta evidente que la explotación no hace referencia a ningún tipo de situación laboral o contractual concreta dentro del espectro del trabajo asalariado).
Por tanto, es posible decir que, según la teoría de Marx, la explotación es algo intrínseco al propio trabajo asalariado. Como ya hemos comentado, la injusticia del capitalismo reside precisamente en que al trabajador no se le remunera el fruto íntegro de su trabajo, y esto, siempre que el trabajo siga siendo asalariado, no es algo que se pueda resolver simplemente mediante un cierto tipo de regulación laboral o mediante la imposición de salarios mínimos. La única manera de eliminar la explotación es la socialización de los medios de producción, y ésta es también, por ende, la única manera de vencer en la lucha de clases.
Concepto actual
Sin embargo la idea actual de explotación presenta una serie de diferencias fundamentales con respecto al concepto originario elaborado por Marx. En primer lugar, resulta evidente que la explotación tal y como se entiende en la actualidad hace referencia a unas condiciones laborales determinadas. Se trata, por tanto, de un concepto ligado a una situación contractual concreta -muy en la línea del concepto de precariado elaborado por Negri- y que, precisamente por ello, acepta el trabajo asalariado como hecho dado. Así, la explotación en este caso no se entiende como algo intrínseco a la economía capitalista en su conjunto, sino que se refiere a una serie de situaciones laborales consideradas como particularmente desfavorables y precarias para los trabajadores. Desde este punto de vista, es posible afirmar que puede existir el trabajo asalariado sin explotación y que, por tanto, ésta no es una cuestión esencial sino de grado. Dentro del ámbito del trabajo asalariado encontraremos situaciones laborales que caracterizaremos como de explotación, y otras que no. Solemos decir así que gran parte de los trabajadores de los países en vías de desarrollo que trabajan en las denominadas fábricas de sudor se encuentran en una clara situación de explotación, y lo mismo hacemos con aquellas situaciones laborales más precarias que se dan dentro de nuestras propias fronteras; por el contrario, no es habitual que consideremos a un futbolista famoso o a un alto directivo de una multinacional como trabajadores explotados, si bien es cierto que ambos sigue sin ser los dueños de los medios de producción y, por tanto, siguen siendo trabajadores asalariados.
La explotación queda así profundamente ligada a las condiciones laborales en las que tiene lugar el trabajo asalariado y no al propio trabajo asalariado en sí, lo que nos lleva a la segunda diferencia fundamental que el concepto actual de explotación presenta con respecto al concepto originario: mientras este último hacía referencia a una situación objetiva con respecto a los medios de producción, el primero introduce un significativo componente de subjetividad en el análisis, que hace difícil trazar una frontera clara entre qué sea explotación y qué no. El concepto originario de explotación no dejaba lugar a la duda; todo trabajador asalariado se encuentra en una situación de explotación, y esto es algo innegable una vez aceptada la premisa del valor-trabajo. Por muy simplista y equivocada que pueda parecernos, la teoría de la explotación de Marx al menos nos ofrece un criterio claro y objetivo para definir y concretar quienes sean los miembros de esa «multitud explotada». Lejos de conceptos meramente contractuales como el de «precariado» de Negri, y lejos también de su difusa e irrepresentable idea de «multitud», el proletariado de Marx es claro e identificable. Y el escollo de que en la actualidad la aplicación rigurosa de sus razonamientos nos lleve a tener que establecer conclusiones aparentemente contradictorias como, por ejemplo, la de que Cristiano Ronaldo es un proletario no puede salvarse simplemente aludiendo a una lectura demasiado canónica y ortodoxa de sus postulados. Se puede defender, y con razón, que Marx debe ser leído a la luz de los nuevos acontecimientos, y no como si de una Biblia se tratara, pero un enfoque más heterodoxo no puede, en cualquier caso, eludir la cuestión de la teoría de la explotación y su validez. La teoría elaborada por Marx es fundamental a la hora de definir la naturaleza explotadora del capitalismo como sistema económico, y dado que ésta es una lectura que ha trascendido hasta nuestros días, cualquiera que quiera seguir definiendo al capitalismo como un sistema explotador y que desee hacerlo otorgando cierta validez científica a sus argumentos debe enfrentarse al dilema de la teoría de la explotación.
En definitiva, o se acepta como válida la teoría de la explotación de Marx -y por consiguiente su teoría del valor-trabajo-, en cuyo caso todo trabajo asalariado es explotación por definición, o uno queda atrapado en el limbo de esa multitud explotada genérica e irrepresentable que, como tal, puede querer decir todo y nada a la vez. Pero lo que no se puede hacer es afirmar a la ligera que el capitalismo es un sistema económico basado en la explotación y que es esa misma explotación la que por ende termina definiendo al proletariado como clase sin explicar claramente qué es lo que uno entiende por explotación y cómo ésta se legitima científicamente. Lo que no se puede hacer es aceptar capitalismo=explotación como un axioma casi irrefutable sin tener en cuenta dónde reside argumentativamente dicha naturaleza explotadora, para luego pasar a criticar análisis marxistas más ortodoxos por no ser capaces de entender plenamente las nuevas realidades sociales. Marx pudo ser simplista o estar equivocado, pero al menos hizo un esfuerzo intelectual por ofrecernos una explicación científica y objetiva del concepto de explotación que fuera más allá de meras valoraciones subjetivas sobre las pésimas condiciones laborales de los trabajadores de su época.
Las lecturas actuales del concepto de explotación adolecen, bajo mi punto de vista, precisamente de esta falta de coherencia. En un intento por defender y readaptar a Marx a las nuevas realidades, parecen querer olvidar dónde residía para el alemán la naturaleza explotadora del capitalismo, despojando al concepto de explotación de toda su objetividad para sumirlo en un mar de valoraciones subjetivas y difusas. Al contrario de lo que sostiene Brown, no es cierto que los de abajo siempre hayan sido precarios e irrepresentables y, aunque lo fuera, no se puede pasar por alto el hecho de que, si bien puede que la precariedad haya sido un rasgo propio del proletariado como clase expropiada, no es ésta la que lo define y lo constituye. El proletariado puede además ser precario, pero no es aquí donde reside su esencia, sino en su condición de sujeto explotado. Y es precisamente por esto que resulta tan importante definir previamente el concepto de explotación, porque de él depende directamente la posterior configuración del proletariado como clase. Pretender zanjar el debate haciendo alusión a una genérica multitud explotada es no haber comprendido la esencia de la discusión, que reside precisamente en delimitar quiénes son los explotados y quiénes los explotadores y, por tanto, qué es explotación y qué no y cómo se legitima nuestra posición al respecto.
Estrategias de acción colectiva
Finalmente, deseo concluir realizando un último apunte sobre las posibles estrategias de acción colectiva dentro de la denominada lucha de clases. Brown concluye su artículo afirmando que lo importante no es tanto definir quién pertenece o deja de pertenecer al proletariado, sino llegar a determinar lo que el llama «posiciones efectivas» que permitan resistir y vencer en la lucha de clases. Mi posición al respecto es parecida a la ya expresada en torno al concepto de explotación. Brown, como muchos, piensa que más importante que perder el tiempo en fútiles debates terminológicos -cosa que según él debe ser una actividad propia de profesores y sociólogos- es pasar directamente a tratar de elaborar posibles estrategias de acción colectiva que nos permitan vencer en la lucha de clases y cambiar la correlación de fuerzas. Menos pensamiento y más acción, es lo que parece estar diciéndonos. Sin embargo, en su arenga parece estar olvidando el pequeño detalle de que dichas estrategias de acción colectiva no son algo independiente y disociable de una determinada configuración del proletariado como clase social, sino que dependen fundamentalmente de ésta. Las clases sociales pueden ser el resultado y no la causa de la lucha de clases, pero a la hora de elaborar estrategias para vencer en esta última, resulta de nuevo esencial nuestra posición con respecto al concepto de explotación y la configuración del proletariado como clase que de ella se derive. No en vano, no aplicaremos las mismas estrategias de acción colectiva si consideramos que la explotación es algo intrínseco a toda forma de trabajo asalariado que si, por el contrario, consideramos que puede existir trabajo asalariado sin explotación y que por tanto la explotación sólo hace referencia a cierto tipo de condiciones laborales concretas. En el primer supuesto, la acción colectiva deberá estar orientada obviamente hacia la abolición del trabajo asalariado solo alcanzable, en principio, mediante la socialización de los medios de producción y el fin del capitalismo como sistema económico. En el segundo, la acción colectiva podría perfectamente estar enmarcada dentro del propio contexto del sistema capitalista, y simplemente orientarse hacia una mejora de las condiciones laborales y hacia una recuperación de los bienes y espacios públicos.
La cuestión se complica aún más si consideramos que las estrategias de acción colectiva que se derivan de la adopción de uno u otro concepto de explotación no solo son diferentes, sino que pueden llegar a ser contrarias y contraproducentes las unas para las otras. Así, parece evidente que desde un punto de vista de la teoría clásica de la explotación marxista no tendría ningún sentido tratar de articular estrategias de acción colectiva orientadas a obtener una mejora de las condiciones laborales, ya que toda forma de trabajo asalariado se considera explotación y ésta sólo podría llegar a abolirse mediante la socialización de los medios de producción. Es más, medidas como los aumentos salariales o el ofrecimiento de servicios y bienes públicos dentro del propio sistema capitalista pueden ser vistas por muchos como un simple parche que, en lugar de ponerle fin, ayudan a perpetuar la situación de explotación de los trabajadores, aburguesándolos y alejando así el horizonte revolucionario. Si como por ejemplo interpretó Stalin, en política uno ha de ser siempre revolucionario y no reformista, a fin de señalar y exacerbar las contradicciones del sistema capitalista en lugar de disimularlas y suavizarlas, parece obvio que la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores asalariados podría llegar a chocar frontalmente con la propia causa revolucionaria. En una ocasión bromeaba con un amigo, estalinista él, sobre como, desde este punto de vista, la mejor estrategia revolucionaria quizás fuera montar una empresa y comenzar a explotar sin piedad a los trabajadores para así acrecentar las contradicciones capitalista y acelerar su, por último, inevitable desmoronamiento. Sirva este pequeño chascarrillo para ilustrar como la lucha por terminar con toda forma de trabajo asalariado y con el sistema capitalista en su conjunto podría, en un primer momento, llegar a empeorar las condiciones laborales de los trabajadores asalariados, si bien esto sería siempre visto como un daño colateral al servicio de la mayor y más importante causa revolucionaria.
En definitiva, considero que Brown subestima la importancia de los análisis sobre la configuración del proletariado como clase. No se trata sólo de ver quién tiene razón o de, en sus propias palabras, «debatir con gesto de cabreo y antipatía sobre quién pertenece o deja de pertenecer al proletariado«, sino que de cómo definamos el concepto de explotación, y por tanto el de multitud explotada, y por tanto, una vez más, el de proletariado, dependerán las posibles estrategias de acción mediante las cuales «los de abajo» deberán tratar de resistir y vencer en la lucha de clases. No es sólo una cuestión terminológica, sino que se trata de ofrecer una base teórica que sustente y proporcione una orientación para el proletariado como clase social y, al mismo tiempo, sirva para delimitar la construcción de un «nosotros» y un «ellos» que se ajuste lo más posible a la realidad o que, al menos, sea capaz de movilizar y aglutinar a una mayor cantidad de masa social.
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