Durante años, la vendimia se constituyó en el corazón de la lucha de clases en el campo extremeño. La recolección de la uva será la trinchera donde se diriman el salario y los derechos.
Manos de uno de los trabajadores temporeros. SONIA TERCERO
Yo sé cuánta fatiga, sobre el otero en llamas,
cuánto sudor y sol ardiente se precisa,
para engendrar mi vida y para darme el alma
El alma del vi no, Charles Baudelaire
Las cinco de la mañana. Navaja, esportón y una linterna de cabeza. José Álvarez, su hijo José Francisco y Manuel Infante el Coco, como otros miles de jornaleros de Tierra de Barros durante estas fechas, ya están en el corte. Son los mineros de la uva, las cuadrillas del dios Baco. La noche está estrellada y tiritan azules el carro, las mulas y todos los astros, a lo lejos. Pero no se ha venido aquí a escribir poemas de amor ni canciones desesperadas, sino a cortar racimos a paso vivo, a mover la espuerta con brío o a arrastrarla si flaquean las fuerzas, a doblar la rabailla con afán hasta que no se sientan los huesos.
«Pionero en tantas cosas, Carlos Falcó fue el primero en instaurar la vendimia nocturna», escribía hace seis años Carlos Delgado, crítico enológico del periódico El País, exaltando el espíritu innovador del Marqués de Griñón y presidente del Círculo Fortuny, la patronal española del lujo, al tiempo que enaltecía «el embrujo de la vendimia nocturna». Pero no parece que a muchos de los que tienen que recolectar la uva les produzca la misma fascinación. «Esto de trabajar en el campo sin verse, con las linternas, me parece sangrante. Nos sacan la pringue todo lo que quieren y más… Pero esto es lo que hay». Quien así habla es Antonio, un temporero de Almendralejo, de 64 años, que trabajó mucho tiempo de encofrador y que, cuando la construcción reventó, volvió al campo.
Pero, de un modo u otro, con linterna o sin linterna, sea uva negra o uva blanca, la dureza de la vendimia es ineludible. En Extremadura, la cosecha se sigue haciendo a mano, con esportones a la cabeza. «La media que se corta una persona son 1.500 kilos de uva y si la viña está buena y se dan las condiciones uno puede llegar a vendimiar hasta 200 arrobas. Echa cuentas, a once kilos y medio la arroba. Y si la viña está mala trabajas más porque tienes que llevar el esportón arrastro, sin llenarlo. Y antes el compañero te echaba la mano y te lo ponía en la cabeza, pero ahora ya no. Y eso te deja la espalda hecha polvo». Ahora quien tercia es José Martínez, trabajador de Ribera del Fresno y uno de los militantes de la comarca más activos en la Organización de Defensa de lo Público y en los Campamentos Dignidad.
El mundo del vino es uno de los grandes exponentes de lo que Rafael Chirbes denominaba con ironía «el estadio superior de los buenos modales», un bien cultural más del botín de los vencedores. Tras la acumulación primitiva de capital, tras el momento caníbal, escribía Chirbes, viene la etapa de la moral pública y «hay que aprender a servir el banquete, a elegir las mantelerías y vajillas, a poner orden en la mesa, a saber dónde se sienta cada cual, el nombre del cocinero que prepara el menú, el orden en que tienen que ir apareciendo los platos, las etiquetas de los vinos, la calidad de las añadas». Tras la jerga oscura del sumiller y la excelencia elitista del gusto, la opresión anónima de los jornaleros.
El 15 de septiembre de 1976 el periodista José María Pagador escribirá en la prensa regional un artículo que levantará ronchas entre la clase empresarial de la comarca, criticando el carácter elitista de la Fiesta de la Vendimia: «El sábado por la noche en Almendralejo, en el cine Carolina Coronado y en la cena que siguió, había mucho oropel, mucha joya, mucha piel y mucho lazo en cuello almidonado. Pero no vimos al pueblo por ninguna parte; todo lo más, un puñado de curiosos jóvenes a las puertas de un acto que no era para ellos». Por aquellas mismas fechas, hace 42 años, cuando todavía no había sindicatos legales, los jornaleros de Tierra de Barros protagonizarán una potente huelga arrancando el primer convenio de la vendimia. La cosecha de este año viene rezumando dignidad.
LA HUELGA DEL 76: EL RETORNO DEL SUEÑO JORNALERO
«No queremos que nos sigan comprando en la plaza como lechugas». Es 19 de septiembre de 1976 y la frase es un titular del diario Hoyinformando de la segunda jornada de huelga de los vendimiadores en Villafranca de los Barros. Quinientos trabajadores han participado en la asamblea celebrada en el teleclub y alguno de ellos ha utilizado esa expresión tan elocuente.
«En cada huelga late el socialismo», afirmaba temeroso un ministro de Bismarck. Y en la huelga que están comenzando los jornaleros de Tierra de Barros late también la memoria de las luchas primeras, el espectro del 25 de marzo, la revolución pendiente de los campesinos. La esperanza no ha parado de bregar un solo momento, pasando de una faena a la otra, de una mano a otra mano.
Fernando Cid, Felipe Meneses, José Santos y Antonio García son algunos de los jornaleros de Villalba de los Barros que participaron en las huelgas de los 70 y en su laboriosa sementera. Aquí, como en tantos pueblos, la represión posterior a la guerra fue feroz y la codicia de los vencedores no le anduvo a la zaga. En la localidad, el monte comunal conocido como El Carrascal, con 1.800 fanegas de buena tierra, se lo quedaron dos de los señoritos con mando en plaza; uno de ellos, Sebastián García Guerrero, llegaría a ser presidente de la Diputación Provincial y su cuadro aún cuelga, solemne, en los salones de la institución.