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Extinción e idealización del gaucho, la literatura gauchesca, y un imprescindible cambio de paradigma en la izquierda

Fuentes: Rebelión

De igual manera que un mortal debe abandonar este mundo de tentaciones antes de ser beatificado por la Iglesia, el gaucho y el charrúa, para gozar de la idealización nacionalista, debieron aceptar primero ser borrados de la faz de la tierra. En vida, lejos de ser idealizados, fueron denigrados como bárbaros e infieles que atentaban […]

De igual manera que un mortal debe abandonar este mundo de tentaciones antes de ser beatificado por la Iglesia, el gaucho y el charrúa, para gozar de la idealización nacionalista, debieron aceptar primero ser borrados de la faz de la tierra. En vida, lejos de ser idealizados, fueron denigrados como bárbaros e infieles que atentaban contra la propiedad privada del colonizador y su seguridad, y esa fue la causa de que fueran eliminados, una tarea nada sencilla a causa de la debilidad, o inexistencia, de un instrumento sin el cual muy dificultosamente una clase puede ejercer su dominio sobre las demás.

En el Río de la Plata la tardía y lenta colonización respondió a la necesidad de acceso a la ruta de la plata. Con el primer colonizador vino el ganado, que se reprodujo de forma prodigiosa y atrajo luego a otro tipo de poblador, el gaucho. Los colonizadores debieron enfrentarse a tribus de indios salvajes y a gauchos, que eran resultado de la mezcla de indios guaraníes escapados de las misiones jesuíticas, de indios salvajes, con los hijos de los colonizadores españoles y portugueses. Tal era la abundancia de ganado y de lo que fuera necesario para vivir, y tan inexistente era la fuerza represora de ese modo de vida, que los indios misioneros que venían por estos lares a hacer vaquerías, o a sitiar Colonia del Sacramento, o a construir Montevideo, decían adiós a la ostia de la Misión, y al látigo, administrados por el santo padre, y se agauchaban. De igual forma, el portugués que defendía la Colonia del Sacramento, cuando veía la facilidad con que se podía vivir libremente apenas dominara las artes ecuestres, se agauchaba, como también lo hacía el marinero que decidía tentar fortuna en aquella feliz tierra. La vida gaucha atraía con poder magnético: sobraba ganado del cual comer, era muy escasa la posibilidad de terminar entre rejas, y podía uno hacerse de lo que le faltara cuereando ganado o vendiéndolo en pie a los estancieros de este o de aquel lado de la frontera. En el principio de las vaquerías, las partidas de gauchos eran dirigidas por aquel que la financiaba para transportar ganado al otro lado del río Uruguay o Paraná. Pero con el tiempo, y cada vez que alguno de los peones se quedaba por estos campos, los gauchos empezaron a hacer vaquerías por cuenta propia y se organizaban de forma tal que uno de ellos llevaba, dentro de ciertos límites, la voz cantante. Posiblemente fuera quien tuviera un pie en cada mundo, quien supiera manejarse entre gauchos pero tuviera vínculos con la otra sociedad, no demasiado legalista, que le daría yerba, tabaco, aguardiente, paños, guitarras y armas, a cambio de ganado. Posiblemente además de estas virtudes, el jefe, para lograr la adhesión o al menos el respeto entre aquellos jinetes, debería ser muy diestro con el caballo, el facón y el lazo. Esta gente que andaba libremente, al igual que los minuanes y charrúas, eran un problema para la corona española y los hacendados, lo cual no obstaba para que no les sacaran algún provecho cuando podían. Los portugueses alentaron a indios y gauchos para que hostilizaran al colono español. Los hacendados les compraban ganado, ganado recogido sin marca alguna o robado a otro hacendado. Como para realizar ciertas tareas al hacendado le escaseaba el personal, permitía que viviera un tiempo con él «el arrimado» que llegaba un buen día a la estancia y otro buen día se iba. Las autoridades rogaban porque no se aceptara tales arrimados, pero nadie les hacía caso: lo que sería problemáticamente considerada la mano de obra estaba bastante agauchada, véase si no la clasificación que hace Azara entre el campestre (el mítico paisano) y el gaucho, donde se ve al campestre de esta manera: «No teniendo otra instrucción que la de montar a caballo y como se ocupan desde la infancia en degollar reses, no ponen reparos en hacer lo mismo con los hombres y esto con frialdad y sin enfadarse…aprecian poco la vida y se embarazan menos con la muerte…cuando les da la gana se van sin el menor motivo, porque no se les nota afición a sitio ni amo ni hacen más que su antojo presente. Son hospitalarios y al pasajero le dan comida y posada, aún sin preguntarle quien es y a dónde vá. Para jugar a naipes, a que son muy aficionados, se sientan sobre los talones, pisando las riendas del caballo, para que no se lo roben, y a veces con el cuchillo o puñal clavado a su lado en tierra, prontos a matar al que se les figura que les hace trampa, sin que por eso dejen ellos de hacerlas siempre que puedan. Aprecian poco el dinero, y cuando lo han perdido todo, muchas veces poniéndolo a una sola carta, se juegan la ropa que llevan puesta, siendo frecuente quedarse en cueros…»(«Descripción e historia del Paraguay»).

El estanciero se quejaba de gauchos y «campestres» (difusa frontera), pero no tenía muchos recursos y se encontraba obligado a dejar hacer. A fines del XVIII en la Banda Oriental, la suma de reclamos de los estancieros, más la advertencia de que los portugueses avanzaban sobre la frontera, lograron que se creara un cuerpo de policía ya existente en Buenos Aires y Santa Fe: los Blandengues. ¿Cómo se conformaba? Se ofrecía un indulto a los malhechores, a los vagabundos, o vagamundos, o gauderíos o gauchos. Entre estos malhechores se encontraba Artigas. ¿Era Artigas un gaucho? Si y no. Digamos más bien que no, pero entre gauchos se comportaría como gaucho, y como gaucho sería de los mejores que se podía encontrar, en el sentido de los más diestros, de los mejores exponentes de una cultura nada libresca, pero muy sabia a la hora de leer en la naturaleza. Aquellos gauchos convertidos en policía se daban a perseguir, a cambio de un sueldo y una carrera, a gauchos. Algunos de esos policías, hartos de ser policías, volvían con los otros gauchos. Así descripta, esta vida del gaucho resulta inverosímil a gente como nosotros, que además de ser disciplinados por la escuela y otras lindas instituciones, no tenemos un sólo árbol del cual tomar alguna fruta prohibida, por lo que debemos ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente. Imaginemos un lugar con ganado súper abundante, con paja y cueros por doquier para construir un rancho o toldo, con agua limpia para tomar cuando se quiera, con ganado para vender o cambiar por armas y vicios, y con ausencia de sida y otras pestes que no abundaban por aquella época ni entraban mayormente en aquellos felices cuerpos. Así que el gaucho, un vagamundo, anda libremente por doquiera, cuerea el ganado que se le antoja, escapa en su pingo en el caso que fuera perseguido por una partida montada también en pingos, se acompaña cantando con su vihuela, se arrima a una estancia donde encuentra alguna china, se va de la estancia saciada su necesidad y pretende, vanidoso como todo ser humano, ser el mejor entre los mejores. Un gaucho, sabedor que del otro lado del río se encuentra otro cuya fama se canta en los fogones, lo cruza para entablar un duelo que normalmente se resuelve a la primera vista de sangre. Cuando trabaja se divierte, y cuando no trabaja también se divierte, sea con su vihuela, sea jugando al truquiflor, sea en un duelo. ¿Cuánto podemos llegar a saber de aquella otra vida? Sólo sabemos que gastaban otra forma de sentir el sexo, la muerte, la autoridad, la vida, la patria, la guerra y el juego.

El gaucho es contrario a la vez que subsidiario de un sistema: roba ganado y lo contrabandea, y roba mujeres, pero abastece de mano de obra a las vaquerías cuando no son realizadas por indios misioneros. Roba estancias, pero se arrima a estancias. Es perseguido por la ley, pero transitoriamente forma parte de esos cuerpos defensores de la ley, pues los integra, ora por indulto, ora forzosamente como forma de castigo. Cuando suena la hora de ese proceso que de forma harto embustera se ha llamado «Independencia de las colonias hispanoamericanas» el gaucho pasó a conformar los ejércitos, o lo que se ha venido a llamar, de forma igualmente embustera, ejércitos. De los ejércitos más o menos organizados, como los de San Martín, fueron exceptuados los gauchos, y por nada del mundo San Martín hubiera aceptado uno. Ya durante las invasiones inglesas se había demostrado que no eran los soldados adecuados y apenas si eran los adecuados policías de campaña. Veamos este testimonio resultante de las Invasiones inglesas a Buenos Aires: «…mientras… las nuevas tropas formadas en batalla y con sable en mano trataban de alinearse con las anteriores, el Coronel Arce ordenó el toque de retirada. Los blandengues hicieron entonces una conversión a la izquierda y para substraerse al fuego del enemigo, atropellaron a las tropas del Cnel. Elía, introduciéndose la confusión y creando el pánico. Los milicianos no tardaron en seguir el ejemplo, dándose a la fuga en el mayor desorden y dejando en poder del enemigo cinco piezas de artillería» (Beverina, «Las invasiones inglesas al Río de la Plata 1806, 1807»). Para que nadie crea que aquello fue resultado de la actividad de argentinos menos gauchos que los orientales, veamos lo sucedido cuando desembarcaron los ingleses cerca de Montevideo: «…a poco tiempo del fuego enemigo, rompieron todas las milicias a carrera por la izquierda en una asombrosa dispersión, después de no haber querido avanzar habiéndoselo mandado, exhortado y conminado, quedando la artillería con unos ciento sesenta carabineros de Córdoba que estaban a pie». «…la caballería huyó toda sin entrar en acción» (Beverina, ob. Cit.). El gaucho en el cuerpo a cuerpo, y a corta distancia con su lazo y boleadoras, era temible, y nadie pone en tela de juicio su coraje, el problema a la hora de evaluarlo como soldado viene por el lado de la disciplina y la convicción ideológica, cuestiones claves en cualquier ejército. No era el gaucho la gente de más confianza para aquellos menesteres, pero en algunos lugares era lo que había, junto a los esclavos que se llevaba a la fuerza, a los esclavos que se liberaban en tanto pasaran a la categoría de soldados «y si non, non» y a los indios cristianizados que bajaron de las misiones jesuíticas luego de su destrucción. Dirigiendo estos ejércitos se encontraban por un lado criollos más o menos agauchados, pero en todo caso, mucho menos agauchados que los gauchos, y criollos nada agauchados, como los que vivían en las capitales. Algunos gauchos integraron las montoneras, a veces inclusive portando la misma bandera que portaban los españoles, como en la famosa Batalla de las Piedras, donde las dos partes decían defender a Fernando VII. Otros gauchos no integraron ninguna montonera. ¿Por qué a veces las integraron? He aquí una pregunta que creemos insuficientemente abordada por nuestra historiografía, y los dos principales problemas que tenemos para abordar esta cuestión son la diferencia de sensibilidad del historiador con respecto a aquellos gauchos, y la abrumadora carga ideológica que las clases dominantes nos impusieron con respecto a la actuación de aquellos gauchos. El gaucho se convirtió en el héroe a caballo, el centauro que impulsado por su anhelo de justicia rompió sus cadenas, y dando su sangre, libertó la patria: la República Oriental del Uruguay y la Argentina. Desde esa posición se fue corriendo a esta otra, de una mistificación igualmente grosera: el gaucho participó en el ejército de Artigas imbuido de su ideología libertaria, igualitaria, anarquista. Las pruebas acerca de la ideología igualitaria de Artigas debemos buscarla en la imaginación de algunos propagandistas. Si tal ideología hubiera existido, cuando no hubo ninguna clase social que la hubiera necesitado o sustentado, ¿a dónde fue a parar luego de la huida del héroe? Tal ideología arribó al Río de la Plata en las bodegas de los barcos que trajeron italianos y españoles a fines del siglo XIX. El gaucho no gustaba de la autoridad, pero eso no lo convertía en anarquista.

A la hora de responder [1] por qué integró las montoneras, desterremos cualquier noción de patria del siglo XXI. Lo haría, probablemente, por cualquiera de estos motivos: por la posibilidad de participar de las actividades en que normalmente participaba sin tener que ser perseguido por la autoridad; por leva forzosa, resultado de lo cual si no integraba una montonera lo pasaban a degüello (causa de que en algunos ejércitos se dispusiera a los mejores tiradores en la retaguardia, cosa de aniquilar a los sempiternos desertores); por «libre decisión», entendido en la palabra libre la obligación de tomar un bando en un país en guerra, «libertad» similar a la del indio guaraní que opta por ingresar a las Misiones en tanto los bandeirantes iban a esclavizarlos; por efecto del carisma del caudillo, asunto de muy difícil comprensión, pero en todo caso no se entendería sin el plus de algún beneficio palpable que el caudillo otorgaría; y por simple diversión propia de una sociedad heroica, la antítesis de nuestra sociedad actual. Nos sorprende hondamente esta actitud de ir a la guerra por diversión, pero el lector permitirá que disipemos su razonable escepticismo de la mano de Cunninghame Graham: «Pensaban que ellos mismos podrían dar cuenta de muchos alemanes si estuvieran allí, en la Gran Guerra. Esta gran guerra, que llamaban bárbara, con el secreto placer de ver demostrado que los europeos no eran más civilizados que ellos, les parecía una gran diversión de la que se veían privados» («Relatos del Río de la Plata»). Por todos los motivos expuestos participaban en las montoneras que lideraban diferentes caudillos sin que mediara ninguna ideología revolucionaria, que para nada necesitaban aquellos hombres satisfechos de la vida que tenían. Los caudillos, por su parte, podían aliarse entre sí, lo cual no obstaba para convertirse luego, si el destino así lo designaba, en enemigos. Ninguna situación más clara para ilustrar este fenómeno repetido a lo largo y ancho del continente que la celebérrima Liga Federal que dirigió Artigas y que también integraron Francisco Ramírez por Entre Ríos, y Estanislao López por Santa Fe. Se nos quiere hacer creer que aquella liga estaba cohesionada por una poderosa ideología federal, lo cual no obstó, sin embargo, para que los aliados se convirtieran en enemigos encarnizados. Artigas no asistió a Cepeda, la batalla en que Buenos Aires es derrotada por los caudillos federales Ramírez y López. Luego de lo cual, con su estrella ascendente, Ramírez se dedica a perseguir a Artigas, obligándolo a huir valientemente al Paraguay, donde abandona la vida política, tan llena de sinsabores para él. Acto seguido Ramírez se enemista con López, con quien pierde una batalla que trajo aparejada la separación, de forma permanente, de su cabeza con respecto al resto del tronco, la cual fue piadosamente embalsamada y metida en una jaula, para que sirviera de pisapapeles sobre el escritorio de López u oficiara de ornamento en el Cabildo de Santa Fe.

Estamos obligados, ya que se nos dice que los gauchos no peleaban entre sí sino contra ejércitos de línea, a citar algunas batallas en las que se enfrentaron gauchos, la primera de las cuales es la de Cepeda, entre Rondeau y Buenos Aires por un lado, con un ejército que incluía gauchos, y Ramirez, López y sus provincias por el otro, en un ejército que también incluye gauchos, y, cuando no, indígenas. Luego tenemos las batallas y escaramuzas donde Ramírez enfrenta a Artigas en Las Guachas, Las Tunas, Sauce de Luna, Goya, Ábalos. A posteriori tenemos las luchas entre Ramírez y López. La lista, si no infinita, sería considerablemente extensa. Digamos, para terminar, que hasta que no se forman los ejércitos profesionales, algo que en el caso uruguayo sucede en el último cuarto del siglo XIX, cada vez que en el litoral argentino, o en la Banda Oriental convertida en República Oriental del Uruguay, se enfrentaron montoneras contra nuevos gobiernos, se enfrentaron gauchos contra gauchos. Todos los combates rurales de la Guerra Grande fueron de gauchos de Oribe contra gauchos de Anacleto Medina o Rivera. El levantamiento de Lavalleja contra Rivera desde el 32 al 34 fue una lucha de gauchos contra gauchos, aunque Lavalleja, en su «ejército», contara con charrúas, pues, como ya dijimos, el indígena formó parte de los ejércitos que formaron los criollos y conquistadores en toda hispanoamérica. Estos mismos charrúas, derrotado el levantamiento, van para el Brasil y participan en el ejército farrapo. El verdadero ejército nació con el Estado, no cuando nace jurídicamente, sino cuando se convierte en un aparato coercitivo. En los primeros cuarenta años de la novel república el ejército apenas se diferenciaba de las montoneras, pero como dice Barrán: «A raíz de la guerra del Paraguay surgió una nueva fuerza en la nación: el ejército profesional…(previamente) sus oficiales casi nunca eran de carrera, sino estancieros que conducían a sus peones, puesteros y agregados a la guerra…»(«Apogeo y crisis del Uruguay pastoril y caudillesco»). Este surgimiento del ejército profesional, que elabora su primer Código Militar en 1884, aunado a todo el proceso modernizador, marcará el inicio del fin del gaucho. Una cosa es una guerra de lanzas contra lanzas, y otra cosa es el fusil de retrocarga Remington y el ferrocarril y el telégrafo contra lanzas. Mas el gaucho podría estar satisfecho, es borrado de la faz de la tierra, pero a cambio vive en la inmortalidad del culto nacionalista. En algo una provincia devenida en país se debe diferenciar de los otros países, y ahí tenemos al gaucho y al charrúa que conforman nuestra identidad. ¿Quién puede dudarlo si toda la literatura gauchesca, y las canciones, así lo dicen? De igual forma, en el Nuevo Testamento se nos habla de una cantidad de cosas sorprendentes acerca de un fantástico personaje que caminó sobre las aguas y realizó algunas otras maravillas. Con el tiempo nos enteramos que dicho testamento fue escrito mucho después de los hechos narrados. Se puede utilizar dicho testamento como una posible fuente de la vida de su principal protagonista, pero primero que nada debemos recordar que es una fuente para analizar la ideología de quienes escribieron el testamento mucho después. Mutatis mutandis, con la poesía gauchesca acontece algo parecido, pues no fue escrita por gauchos, los cuales ni escribían ni leían. Un hombre de la ciudad podía ir y robar algunas coplas y luego editarlas, y ahí tendríamos una excelente fuente, casi pura, pero también sucedía que otro hombre de la ciudad escribía poesía gauchesca con evidentes fines políticos, y eso ya es otra cosa. Veamos lo que dice Lauro Ayestarán: «Una razón de dialéctica política preside esta literatura augural gauchesca que hoy analizamos. La preside y la origina. Tiene que hablarle al hombre de la campaña para atraerlo a la causa de la independencia en los primeros tiempos y escoge un tipo diferenciado: el gaucho. Se sustituye por él. Mas, no conviene seguir adelante sin aclarar previamente que el poeta gauchesco no es un gaucho» («La primitiva poesía gauchesca en el Uruguay»). Esa es la causa de los frecuentes errores del citadino disfrazado de gaucho, que confunde pelajes, divaga en cuestiones relativas al saber baqueno, y hubiera sido objeto de mofa dando brincos y aferrado con las dos manos a la montura, con los ojos inyectados por la sangre del pánico. Como prueba de los fines políticos de dicha poesía, veamos cómo fue utilizada en aquella Guerra Grande que enfrentó por un lado unitarios y colorados y europeos, y por el otro federales y blancos. Por el bando sitiador sobresale esta recomendación a los «salvages unitarios»:

«De osamentas salvajunas
podridas y agusanadas
tomarás diez cucharadas
para saciar las hambrunas:
bebereis luego en ayunas
el agua del yaguarón
por donde huyó el Pardejón
chorreando hasta los talones
dejando allí los calzones
a la triple intervención»

(ob.cit)

El historiador podría argumentar, a través de este poema, el obvio respaldo del gaucho a Oribe y Rosas, sin embargo, dentro de las murallas, repleta de europeos, nada más ni nada menos que Hilario Ascásubi escribe este poema, burlándose de Lord Howden, quien pretendía establecer una paz nefasta para los colorados y unitarios:

«Como apareao al invierno
ha caido por esta tierra
un Loro de Inglaterra
¡mozo lindo para yerno!
Hombre loro tratador
que en el Rio de la Plata
trató con Loro Batata,
y el Loro Restaurador»

(ob.cit.)

Creemos abordada «hasta sus últimas consecuencias» la manida relación del gaucho con la pretendida ideología revolucionaria. Ahora veamos esta objeción: «Pero lo peor es cuando circunscribes la historia del genocidio americano a una lucha de «indios contra indios» qe nunca existió». Si la idea es inventar un contradictor que diga lo que a uno le conviene que diga, como hacía Platón al inventar respuestas de los contradictores de Sócrates, parecería ser una nueva forma de hacerse trampas al solitario. De lo que se trata en un debate es de responder a lo que el oponente dice y no a lo que queremos que diga. El conquistador triunfó en América, entre otros importantes motivos, porque utilizó la división política reinante entre los indígenas. Todos los conquistadores utilizaron indígenas, y luego de ellos, todos los caudillos que hemos estudiado. Nada más lejos de la verdad que una utópica armonía entre indígenas, cuya quiebra estuviera generada únicamente por los imperios incas y aztecas. Algunas tribus se unían, como los minuanes y los charrúas, y otras batallaban entre sí, como batallan en este mismo momento tribus del amazonas. Nos gustaría que la armonía hubiera existido entre los diversos pueblos primitivos, pero lamentablemente la lista de pueblos pacifistas, si la hiciéramos, ocuparía unos pocos renglones. El hombre primitivo guerreó entre sí y cuanto mayor fue la presión demográfica mayores fueron las guerras. Nuestro continente no escapa a ese fenómeno, y en la lucha del conquistador contra los imperios aztecas e incas, y contra otros indígenas, se utilizó la previa rivalidad política imperante. La civilización europea, a la hora de destruir, a la hora de utilizar las fuerzas de quienes quería dominar, se mostró más eficiente y por eso venció. Creer que los conquistadores, o los caudillos, defendían el interés de los indígenas ya que integraban indígenas a sus ejércitos, es ignorar y falsear los mecanismos de la conquista y del genocidio, es, en el mejor de los casos, de una inocencia inaudita, una inocencia que por ahora, no analizaremos «hasta sus últimas consecuencias», aunque la consideremos solidaria del planteo del partido único y su hija dilecta, la verdad única, planteo que ha elaborado una historia de los países del continente como si fueran un calco una de la otra, pero con mudables personajes, y solidaria de una concepción predominante en la izquierda que gusta de entregar conquistas al enemigo, para colocarse más cómodamente en la posición negativa en que el enemigo la sitúa ante la población, fortaleciendo, con este accionar, el discurso dominante. El régimen capitalista, en su lucha contra el antiguo régimen, debió mover fuerzas sociales y levantar ideas de igualdad y democracia que actualmente gozan de un grado de aceptación casi unánimes. Se trata de demostrar que entre esas ideas que todos aceptamos, y su realización, media como obstáculo precisamente el régimen capitalista. No debemos entregar a ese régimen una palabra que sintetiza nuestro programa. Ni esto es una democracia ni lo era aquella democracia de los esclavistas griegos, aunque aquellos esclavistas, como los actuales, llamaban a su régimen «democracia» y no «democracia esclavista». Si la izquierda quiere dejar de ser la otra cara de la moneda del sistema y por lo tanto luchar por transformar el mundo, debe mirarlo tal cual es, sin tergiversar el pasado y sabiendo explotar las fortalezas ideológicas del capitalismo que son, a un mismo tiempo, su mayor debilidad.

Notas:

[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=164047

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.