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Extractivismo, despojo y violencia

Fuentes: La Línea de Fuego

El origen del capitalismo tuvo como uno de sus basamentos aquello que Marx denominara la «acumulación originaria de capital». En términos muy generales, uno de los procesos que permitieron esta acumulación de capital fue la apropiación de la riqueza social y de los recursos comunes de los pueblos indígenas de América Latina que pasaron a […]

El origen del capitalismo tuvo como uno de sus basamentos aquello que Marx denominara la «acumulación originaria de capital». En términos muy generales, uno de los procesos que permitieron esta acumulación de capital fue la apropiación de la riqueza social y de los recursos comunes de los pueblos indígenas de América Latina que pasaron a manos de los conquistadores. «La cruz vino en la empuñadura de la espada», diría Galeano, marcando como la violencia característica de este proceso tuvo también una expresión cultural en la imposición de una cultura extraña y justificadora de la expropiación. Una vez instalado el sistema capitalista, la explotación del hombre por el hombre se presenta fortalecida gracias a otras formas de dominación de una parte de la sociedad sobre otra, como el machismo patriarcal, el etnocentrismo y racismo y otros, que pasan a ser parte de las expresiones de la ideología de las clases dominantes.

La acumulación de pocos es sólo posible gracias a la expropiación de muchos, lo que ratifica que la propiedad privada de medios de producción en manos de algunos, sólo es posible con una mayoría desposeída, carente de las mínimas garantías o, como se señala más reiteradamente. Así funciona el sistema capitalista donde nos dicen que es «natural» que cerca de 1000 millones de seres humanos mueran hoy de hambre a pesar de que se tiene una capacidad global de producción de alimentos casi para el doble de la población actual.

El objetivo permanente del sistema es la acumulación de capital en pocas manos y esto es posible gracias a la explotación del trabajo humano. Pero, para ampliar la explotación a los trabajadores se requiere que éstos queden únicamente con su fuerza de trabajo y para ello, desde el inicio capitalismo, se les ha quitado sus tierras, sus recursos y herramientas. Es por ello que resurgen continuamente formas para expropiar a las mayorías de los bienes comunes, lo que es llamado por David Harvey como «acumulación por desposesión». Esta reforma de acumulación repite lo sucedido en acumulación originaria en medida de que el territorio de pleno desarrollo capitalista se va ampliando y se van destruyendo las formas campesinas y comunitarias de producción para dar paso a los mecanismos modernos de explotación de los trabajadores.

En sentido amplio, entre esas formas de quitar a la mayoría los bienes comunes, están las privatizaciones de los servicios públicos, los salvatajes bancarios usando dineros públicos y el extractivismo. Al igual que en el pasado, la violencia directa y la simbólica están presentes para que esa acumulación pueda hacerse realidad. Nadie puede entregar lo poco que tiene y que garantiza el futuro de su familia, si no es por la presencia de mecanismos violentos que garanticen la acumulación por desposesión.

Extractivismo, extracción y uso

Cuando hablamos de extractivismo no referimos a una matriz productiva que forma parte de un modelo de desarrollo basado en la economía primaria, esto es, una economía dirigida a entregar materias primas a las industrias de otros países y, por tanto, convertir al país en dependiente del mercado internacional. El extractivismo es además la apropiación de grandes volúmenes de recursos naturales (ya sean petroleros, mineros o también de la acuacultura y agricultura intensivas y de exportación), que se exportan prácticamente sin haber recibido ningún proceso transformador y con momentos de alza o decaída dependiendo de los intereses de las corporaciones transnacionales.

Entender al extractivismo de esa manera es necesario para diferenciar con la extracción de determinados recursos de la naturaleza, protegiéndola y al mismo tiempo respondiendo a necesidades concretas de los pueblos donde esos recursos están asentados. En el Ecuador, desde la historia de los pueblos originarios, existió extracción limitada, pequeña, artesanal, de recursos minerales, pero eso de ninguna manera puede ser usado para decir que hemos sido un «país minero», pues esa utilización de recursos no afectaba el hecho de que las formas esenciales de producción estaban basadas en la agricultura, animales domesticados, la caza y la pesca.

Entonces, extraer no siempre es sinónimo de extractivismo. La forma de extraer nos dirá si esta fue respetando y sosteniendo los ecosistemas y si su uso se realizó con sentido de equidad o todo lo contrario. Sin embargo, el extractivismo está ligado a la inequidad y a la ampliación de la misma y, la ambición por extraer inmensas cantidades de recursos en poco tiempo, generan daños enormes a la naturaleza. Un ejemplo a considerar y totalmente distinto a lo que se hizo en el antiguo territorio del Ecuador de nuestros días en relación con los minerales antes del siglo XX, es el hecho de que Europa tiene minas que empezaron a ser explotadas de manera intensiva en el período del imperio romano y que, a pesar del tiempo transcurrido, siguen siendo fuente de alta y peligrosa contaminación.

Esto desbarata la mentira gubernamental de que quien se opone a la minería metálica a gran escala se opone a todo uso de los minerales. No sólo que es un absurdo explicable tan sólo por la pretensión de decir que el desarrollo está ligado a la producción minera y que quien se opone desea regresar al pasado, sino que demuestra las falacias en el discurso gubernamental permanentemente utilizado.

El precio y las cosas

Un logro de la economía capitalista en las últimas décadas ha sido convertir en mercancía cosas que nunca fueron consideradas como tales porque no tienen trabajo humano incorporado. Sin embargo, han logrado poner precio al agua, incluyendo al agua de lluvia como de una manera indirecta se lo hizo con la privatización del agua en Cochabamba-Bolivia, precio a los átomos de un elemento químico en el mercado de carbono, a las funciones ambientales que pasaron a ser consideradas «servicios ambientales» con un dueño y otro usuario, entre otros. Esto sin tomar en cuenta absurdos mayores como la patente sobre la luz del sol en España, la venta de terrenos en la luna o las patentes sobre seres vivos de América Latina y sobre los usos ancestrales que fueron producto de un aprendizaje colectivo de los pueblos indígenas.

Cuando a un capitalista, como los que dirigen el Estado ecuatoriano, se le plantea la oposición a la minería a gran escala, siempre dirá el valor del mineral estimado y demandará que se le diga de qué otra actividad se puede obtener más dinero que ese. Lo que en esa lógica no pueden entender es que el valor de cambio comercial corresponde a las mercancías reales y que en otros casos es mucho más importante el valor de uso que nos habla de la utilidad y de valoraciones no económicas a las cosas.

¿Qué precio se puede poner al aire que respiramos? ¿Qué precio tienen ecosistemas únicos que si desaparecen significan una pérdida definitiva y múltiple? En nuestras ciudades muchos entienden aquello cuando se les pregunta si dejarían destruir la catedral del centro histórico en caso de que bajo ellos se encuentre oro o petróleo. Sin embargo, las lagunas y cascadas sagradas de los pueblos indígenas son ignoradas desde el poder, a pesar de que nuestra constitución señala que somos un país multinacional.

Pero algo más que no tiene posibilidades reales de tener precio es el futuro, es decir la vida de las próximas generaciones. Los proyectos mineros planteados tienen una vida estimada que difícilmente pasará de los 20 años, tras lo cual sólo quedará tierra y agua contaminadas. La conservación de la biodiversidad por el contrario permitirá tener condiciones de vida por muchísimos años y en condiciones mucho mejores, indispensables para hacer realidad el Sumak Kawsay.

Vale recordar que el Encuentro de los Pueblos por la Vida realizado en Ecuador en 2007 ya señalaba con certeza que: «no existe un solo ejemplo a lo largo y ancho del mundo en el que, luego de la explotación minera de las transnacionales, las poblaciones tengan el ansiado progreso, hayan elevado su calidad de vida, exista la remediación ambiental prometida; todo lo contrario, lo único que queda son las migajas de pequeñas donaciones, mayor empobrecimiento ambiental y humano».

La violencia es parte del extractivismo

Hemos dicho ya que el extractivismo permite la acumulación por desposesión y que para expropiar a pueblos enteros de sus bienes y patrimonios, la violencia siempre está presente. Ésa es una violencia ejercida tanto desde las empresas transnacionales como desde el Estado mientras que, cualquier expresión de resistencia es atacada, judicializada y reprimida. ¿Ha visto un ecuatoriano que para reprimir a las grandes empresas evasoras de impuestos se movilicen tantos policías y militares como los que acompañaron al Presidente Correa en Quimsacocha? La violencia y la represión tienen un sello de clase que permiten observar al servicio de quien está el Estado administrado por los impulsadores del extractivismo.

El seguimiento de conflictos en Perú evidencia que más del 70% son conflictos por problemáticas socio ambientales, en gran medida resultado de las actuaciones de empresas mineras se han destruido el ambiente ya han causado enormes efectos en la salud de los habitantes, principalmente los niños. Pero la resistencia a las mineras recorre todo el mundo, incluso en los casos en los cuales han tenido vinculación con el origen de guerras civiles y entre Estados.

Esto plantea que el papel de las transnacionales mineras no es otro sino el de ser parte del violento reparto del mundo por parte de las potencias imperialistas. El estadounidense George Kanande se atrevería incluso a decir: «tenemos que proteger nuestros recursos, los de Estados Unidos, el hecho de que estén en otros países es un accidente», demostrando como el extractivismo somete a los países a los intereses imperialistas, destruye su soberanía y desprecia las necesidades y anhelos de sus pueblos. Se trata también de la justificación de una violencia de escala internacional ligada a la presencia de las transnacionales extractivas.

En ese sentido, no hay diferencia si las empresas vienen de Canadá, Estados Unidos, Europa o China. Se trata de una misma lógica de destrucción de la naturaleza para que garantizar la acumulación de las riquezas en pocas manos, oprimiendo a las mayorías dentro y fuera de las fronteras nacionales.

Los reiterados actos de violencia oficial para impulsar la minería a gran escala no son, por tanto, casos aislados ni el resultado de la manera de actuar de un funcionario, por alto que sea su cargo. Se trata de la expresión de una alianza entre un gobierno derechizado y las empresas transnacionales para impulsar sus intereses comunes sin importar el costo que esto tenga para las poblaciones. Así, creen ellos, que traerán el «desarrollo», nombre que le han dado a la modernización capitalista dentro de sus afanes de orientar un neo-institucionalismo con visos desarrollistas que se apoye tanto en expresiones paternalistas como en la criminalización de la protesta social.

http://lalineadefuego.info/2011/10/27/extractivismo-despojo-y-violencia-por-edgar-isch/