Dícese del: “1. m. Apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas”. (Diccionario de la Real Academia). Definido así, no parece una conducta tan perniciosa, como lo es, en sus expresiones concretas y con sello de clase. Dicho como lo dice ese diccionario, parecería una “virtud” de esas prohijadas por la compulsión burguesa de exagerarlo todo… tal como nos lo ha enseñado, insufrible y avasallante, la publicidad capitalista, por ejemplo. Se aplaude el fanatismo de la mercancía y de la plusvalía, el fanatismo futbolero; el fanatismo por las farándulas y sus esperpentos; el fanatismo por los “videojuegos” y todos sus adláteres digitales o “web”. “Fanas”, “fans” de políticos, de gurúes, de periodistas… hasta la náusea. Algunos, incluso, lo utilizan para exagerar algo que debe ser escondido porque ya se ha exagerado, hasta el paroxismo, en alguna emboscada ideológica. Mientras el fanatismo se naturaliza, la razón, el pensamiento crítico y la ciencia quedan arrinconados. Fanáticamente.
Pero el “fanatismo” es una amenaza muy seria contra la humanidad. Ataca las fibras más sensibles de la inteligencia social y la destruye desde sus cimientos históricos. Todas las formas del fanatismo se han coagulado en la fase imperialista del capitalismo, se han multiplicado y expandido bajo el manto de impudicia, e impunidad, impuestos por el poder económico y la ideología de la clase dominante. Se ha convertido en un “sentido común” y no pocos lo reproducen, a sabiendas o no, en los contenidos y en las formas, en los dichos y en los hechos. No pocos afirman que uno puede “creer” o decir (o ambas cosas) lo que se “le venga en gana”, que se es “libre” para reproducir creencias u ocurrencias como si se tratara de resultados científicos o verdades universales, que el hecho sólo de creer basta y sobra para imponer, a otras personas, sofismas a destajo… y que basta y sobra un tonito mandón, autoritario o de suficiencia bravucona para convertir en irrefutable cualquier silogismo trasnochado. Fanático, pues.
En eso basa su estilo Donald Trump, Bolsonaro y otros muchos “fantoches” paridos por el dogmatismo de la “economía de mercado”. Son supremacistas, racistas y nazi-fascistas con bases epistémicas que se sustentan en saliva ácida y golpes, en retruécanos de la necedad y la represión militar o policiaca, contra todos aquellos a quienes consideran seres inferiores y descartables, es decir, el 80% de la especie humana. El proletariado.
El fanatismo, y sus fanáticos, practican el arte de la sordera selectiva. O dicho de otro modo, escuchan sólo lo que les conviene para exacerbar el delirio de sus argumentos irracionales o para torcer los razonamientos ajenos y convertirlos en combustible de sus incendios verborrágicos. Es, por ejemplo, el neoliberalismo en pleno. Neoliberalismo de iglesias, clubes de futbol, excursiones espiritualistas, partidos políticos mercantiles… No entiende razones, no admite interrogaciones, no admite la realidad. Un fanático, de tiempo completo (o parcial), del todo o de alguna especificidad, se aferra tenazmente a su nadería y lo hace afianzándose de esa mediocridad que lo hace parecer muy seguro de sí mismo. Es un “círculo vicioso” irrefrenable en el que, a punta de afirmaciones fanáticas, intenta demoler todo principio de duda. Y para salvaguardar los néctares de tal “círculo vicioso” son capaces de cargarse la vida de otro, de otros… de muchos. Por eso son tan peligrosos. Hay fanáticos que niegan el fanatismo, fanáticamente, mientras lo practican.
Son radicales de sí mismos. Gramsci se quedó corto. Los fanáticos se disfrazan de todo, incluso de transparencia y de espejo. Son la obcecación violenta y la iglesia de su metástasis como opio mass media. El fanatismo es una “ nube negra” mutante y conservadora, camuflada de “pensamiento político radical” pero basada en puras abstracciones enemiga de los hechos o deformadora de los hechos. Y no es lo mismo “entusiasmo” que fanatismo aunque lo disfracen de moral, Herr Kant. Los fanáticos no están huérfanos de cierta consciencia ególatra para la organización política. Incluso en el desarrollo revolucionario ciertas “rebeldías” se han infiltrado los fanáticos y sus fanatismos con categorías nucleares como “conciencia” y “organización”. Peligroso. Un fanático es un apasionado de lo que se imagina y, tal es su amor por sus propias disquisiciones, que odia la realidad y, con ella, todo dato que ponga en riesgo sus alucinaciones y sus vociferaciones de ser superior. Por eso en su cabeza esta negada toda posibilidad la reconsideración, aunque la finja. Marx lo vio clarito en el 18 Brumario de Luis Bonaparte.
En uno de sus extremos son “la mano que mece la cuna” del terrorismo, no sólo individual, y en el otro extremo, son la fuente de las peores cursilerías de gran éxito mercantil. Así de prolífico es el fanático. En el fanatismo se dan cita muchas formas del escapismo como salida de la realidad “en hombros”, gracias a la negación violenta de toda complejidad empírica pero, eso si, con mucha autoridad.
Tenemos el pensamiento crítico, por ejemplo, como antídoto, pero sólo el pensamiento crítico que lo es, incluso, de sí mismo. Pensamiento de praxis (Sánchez Vázquez) para combatir a todo fanatismo que sueña dirigir con sus “emociones” la acción política, las relaciones de producción y las relaciones interpersonales. El antídoto es la razón científica revolucionaria con espíritu crítico en guerra contra el dogmatismo, el supremacismo, el triunfalismo, el mercantilismo, el individualismo y la brutalidad del nazi-fascismo. Es el capitalismo que, no lo perdamos de vista, es un sistema de fanáticos. Sólo entre Hiroshima y Donald Trump tenemos bastante para demostrarlo. Vivimos tiempos de “recrudecimiento de las pasiones y del fanatismo” que quieren dar por muerto todo sentido crítico contra la dominación de los seres humanos, eso ha producido ya estragos evidentes y algunos irreversibles. Por eso es crucial la batalla de las ideas, en los hechos, contra la ideología de la clase dominante. Insistiremos.