En un tiempo en el que la «progresía» prefiere el eufemismo hipócrita de no llamar a las cosas por su nombre, y emplear el término extrema derecha, hablar de fascistas suele desacreditarse -precisamente desde la ultraderecha- bajo el argumento de que se usa con tal ligereza que él concepto finalmente se convierte en un epíteto […]
En un tiempo en el que la «progresía» prefiere el eufemismo hipócrita de no llamar a las cosas por su nombre, y emplear el término extrema derecha, hablar de fascistas suele desacreditarse -precisamente desde la ultraderecha- bajo el argumento de que se usa con tal ligereza que él concepto finalmente se convierte en un epíteto lanzado alegremente contra todo el que disiente de las corrientes radicales de la izquierda.
No digo que no existan quienes usen la expresión con excesiva diligencia y confundan a un derechista, a un reaccionario o incluso a un sedicente (Diccionario de la RAE: Dicho de una persona: Que se da a sí misma tal o cual nombre, sin convenirle el título la condición que se atribuye) socialdemócrata, reconvertido en ardiente liberal, con un fascista. Creo no ser yo uno de los que equivocan los términos.
No pretendo exponer aquí la evolución política europea de la que las nuevas tendencias al alza del Front National francés o el partido Auténticos Finlandeses que ha alcanzado en el parlamento de su país el 19% de los votos, convirtiéndose en el tercera fuerza política, son sólo algunos de sus máximos y más recientes ejemplos.
Con ser muy preocupante que los grupos fascistas tengan ya una representación en el Parlamento Europeo similar al de un grupo de izquierda como el de la Izquierda Unitaria Europea y que en numerosos países superen en voto a dicha corriente política, y mucho más a otras corrientes de la izquierda radical, sin duda más consecuentes, no se encuentra aquí lo más grave de la cuestión.
Lo terriblemente grave del fenómeno está en la descomposición ideológica de las bases sociales, culturales y políticas que ha venido sucediéndose, entre las clases trabajadoras y medias, al menos desde hace 30 años, y de un modo muy acelerado tras el estallido de la crisis sistémica del capitalismo, al pincharse la burbuja financiera, entre enero y marzo de 2007 en USA.
Las cosas no cambian de un día para otro. Cuando la izquierda abandona el campo de batalla ideológico, principalmente -pero no en exclusiva- a manos de una socialdemocracia que finalmente ha devenido «otra cosa», esta batalla acaba dándola la derecha. El mal llamado «neoliberalismo» no es más que la expresión más palmaria de una derrota anunciada, no en combativa lid sino por renuncia desde la izquierda a las razones morales, culturales, políticas, sociales y económicas que le dan su identidad. Del mismo modo que, cuando ante una crisis, que ya no es sólo capitalista sino de civilización, la izquierda no da respuestas a su base social, lo hace el fascismo. Esto fue así en durante los efectos de la Gran Depresión mundial en Alemania y vuelve a serlo ahora.
Son muchos los llamamientos a combatir el fascismo desde múltiples posiciones ideológicas que van desde el más moderado centro-izquierda hasta el más marcado radicalismo político, desde la izquierda posibilista hasta la anticapitalista, desde el marxismo más clásico y escolástico hasta el mundo libertario, pasando por las más variadas corrientes del pensamiento progresista, muchas de las cuales hoy resultan difícilmente clasificables dentro de una corriente de pensamiento definida.
Y sin embargo…las cosas continúan degenerando en cuanto a lo que al avance del fascismo en Europa se refiere.
La debilidad de la izquierda, cuando no su deserción de lo que significa ser tal, el paradigma relativista para el que todas las ideas son respetables, la «tolerancia» blanda y mansurrona, la renuncia al enfrentamiento duro contra la injusticia social, el travestismo político bajo conceptos interclasistas como «ciudadanos» en lugar de trabajadores y explotados, la culpa vertida sobre los políticos y jamás contra banqueros, especuladores y capitalistas, trae como consecuencia el camino allanado a un fascismo social que, huérfano de unas propuestas claras de izquierda, necesita sacar la rabia de los golpeados por la crisis hacia «chivos expiatorios» contra los que sea fácil cargar el odio sin que se revuelvan. Me refiero a la bandera de la xenofobia, el racismo y la posición antiimigrantes que está calando con fuerza inusitada en unas sociedades europeas que ven deteriorados velozmente sus niveles de vida.
De las citadas razones, unas son responsabilidad directa de una izquierda light -infectada de liberalismo barato en lo social y cultural- que teme ser acusada de radical por aquellos de los que jamás se debiera esperar la más mínima aceptación, y otras de la desorientación política de una sociedad que en su conjunto se ha visto atrapada por la virulencia de unos cambios hacia los que nadie dentro de ella parece tener respuestas.
Es en el espacio de lo social en donde más rápida y agudamente se produce el deslizamiento hacia la fascistización de las sociedades europeas. Vivimos tiempos especialmente confusos en los que el miedo al mañana convierte en enemigo al vecino si el color de su piel, su acento al hablar nuestro idioma es distinto, en los que quienes están en la base de la pirámide social rechazan a sus compañeros de clase porque provienen de otros países, en los que quien es más pobre que uno mismo se convierte en sospechoso. A la empatía y a la solidaridad las sustituyen la criminal expresión «vete a tu país». Y es que cuando resulta difícil ponerle cara y proximidad física a los culpables reales de nuestra desgracia como trabajadores un «moreno», sudaca», «moro» siempre están más a mano para ser reos de nuestras iras.
El fascismo no es sólo esto. Es también la negación de la política como palanca de los cambios, la demanda de autoridad como solución a todos los males, un interclasismo al servicio del poder económico, que niega la lucha de clases mediante la supresión política de la parte más débil de la contienda, la negación de los derechos políticos del ciudadano y de sus libertades más esenciales,….la respuesta más útil del capital cuando sospecha que, tarde o temprano, se producirá el choque de trenes entre explotadores y explotados. Pero hoy, en un tiempo en que la lucha de clases sólo se da desde la dictadura del capital y sus lacayos gubernamentales, sin respuesta social y política contundente y eficaz, el brazo popular del fascismo nace del racismo, la xenofobia y el odio al inmigrante antes que de cualquier otro postulado.
En el breve tiempo de las dos anteriores semanas viví dos acontecimientos que imaginaba desde hace más de 20 años una amenaza que algún día volvería a convertirse en tangible pero no tan inmediata que pudiera tomar forma de un modo tan virulento.
Dos ejemplos mejor que uno:
La «Integración de los inmigrantes» extracomunitarios afirma la UE que es una de sus mayores preocupaciones. Hasta tal punto que….(¡gran esfuerzo integrador!) le ha dedicado hace unos días uno de sus muchos Eurobarómetros (medio del que dispone la Comisión Europea para seguir las opiniones públicas de los ciudadanos de los países miembros de la Unión Europea sobre diversas cuestiones). Y es llamativo el modo en el que se expresaba algún item sobre las cuestiones que les preocupaban a los burócratas de Bruselas:
- ¿Creéis que las personas de fuera de la UE contribuyen a la economía española o son una sangría para la economía?
- ¿Creéis que las personas de fuera de la UE ocupan puestos de trabajo que de otra manera quedarían vacantes o creéis que les quitan los puestos de trabajo a los ciudadanos españoles y comunitarios?
En caso de ser bajo el nivel de racismo en España y en otros lugares de la UE a buen seguro que preguntas como éstas lograrían hacer que adquiriese cuerpo. La realidad y el discurso social no requieren de tan ímprobos esfuerzos para hacer que el fascista que tantos llevan dentro aflore. Cuando se plantean los objetivos a investigar de un modo tan directivo en la forma lo que se está haciendo es un guiño cómplice a los racistas y no buscando lo que subyace en el imaginario colectivo e individual y su afloramiento natural. Esto es cebar de «argumentos» al fascista.
Pero no hizo falta plantear las cosas de ese modo en España. La realidad es que la sociedad española no necesita ser excitada con preguntas tan provocadoras para mostrar sus esencias xenófobas y antiinmigrantes.
Dos grupos de discusión, uno de ellos con población joven (18-35 años) y otro con población mayor (45-70 años), ambos de clase media amplia, hombres y mujeres y de diferentes niveles educativos dieron rienda suelta a sus fobias hacia el extranjero no comunitario, que siempre hay grados, aunque la ignorancia, más la xenofobia, más la. fijación de rumanos=gitanos, acabe incluyendo también a los dacios.
Pero no demoremos más los discursos de la población española al respecto. Baste una muestra de los numerosos verbatims (1) recogidos para ilustrar el modo en que la gran mayoría de los participantes españoles se expresaron respecto a la inmigración proveniente de países ajenos a la UE:
» Tienen facilidades y acceso a todo. aquí les resulta muy cómodo estar-La sanidad gratis, ayudas. En Madrid tienen su cupo viviendas para ellos, los demás no,… colegios, guarderías. Tienen de todo y más fácil que nosotros»
«Viven mejor que una madrileña de toda la vida, no tienen papeles. Si quieres acceder a guarderías públicas cogen antes a inmigrantes»
«Los chinos vienen porque no pagan impuestos» (aunque las autoridades de Hacienda hayan demostrado que es un bulo inventado por el pequeño comercio español)
«Nos quitan un montón de puestos de trabajo, nos abaratan nuestros empleos» (estos «patriotas» en ningún momento se preguntaron por el papel de los empresarios en el enfrentamiento entre trabajadores inmigrantes y españoles)
«Se aprovechan en plan lastimeros, que nos aprovechamos de ellos, que hay discriminación dicen, lo utilizan mucho»
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«El problema es que no se adaptan. Tengo que llevar un burka cuando la cultura nuestra no es así» (¿han visto ustedes muchos burkas en sus ciudades o le llaman burka al pañuelo con tal de ser ignorantes y joder un poco más la convivencia? ¿Algo que decir de las monjas y de las mujeres que cubren su cabeza en las iglesias católicas?)
«A mí no me gustaría que mi hijo se case con una ecuatoriana, ni con una rumana»
» Te metes en el metrosur en la línea 12, van todo negros y gitanos (viva el revuelto racista: negros y gitanos). Soy el único español (los gitanos son rusos, por lo menos), van hablando en su idioma, ¿qué me van a hacer»
«Vas a un colegio y no tienes plaza porque las tienen ellos» «Si no viniera tanto inmigrante la situación de paro que tenemos no estaba así»
«A nadie le gusta tener un sudamericano en el piso de abajo. Hacen más ruido, no respetan, no se adaptan»
«Las mujeres maltratadas. Si hay 70 mujeres maltratadas, 50 son por ecuatorianos y de por españoles» ( Según datos oficiales del Ministerio de Igualdad el 92,8% de las españolas maltratadas manifestaron que su agresor era español y el 7,2% que era extranjero, mientras que el 65,5% de las extranjeras manifestó que su agresor era extranjero y el 34,5% que era español)
«A veces recojo a mi hermana y para aparcar el coche hay negritos. Hay uno que me llama por mi nombre y le do 50 céntimos, 1 euro. Tampoco le voy a llevar a mi casa a comer» (no mujer, no sea que quiera el postre)
«En mi barrio hay un tramo de calle en el que están las peluquerías. Está plagada y conozco gente que por esa calle no pasa. Da impresión porque es gente joven haciendo nada, mirando».
Pero como siempre sucede cuando el nivel social es elevado, no hay mayor problema. Los que molestan son los pobres.
«Tengo a migos mexicanos, que han venido a España por intercambio, de alta sociedad, son personas adineradas»
«Yo tengo una de mis mejores amigas de mis padres que es colombiana, de clase alta en Colombia. Hace 20 años venía alguien de México becada y muy bien. Ahora vienen y ni la miras. Antes más fácil integrarse, ahora hay tantos que estás como por encima de ellos y no te juntas»
«Vienen a buscarse la vida. El que tiene cultura, tiene medios. Aquí vienen los que menos cultura tienen (cualquiera que no sea un ignorante sabe que aquí sobre todo llegan los que pueden pagarse el viaje, básicamente las clases medias del Tercer Mundo). De fuera de la UE tienes gente preparada como argentinos (¿todos psicoanalistas o creativos?). Tienen un sueldo más equiparado»
Dejemos atrás el mencionado estudio para hablar del otro caso que viví hace una semana. ¿Viajan ustedes en autobuses urbanos? Yo suelo hacerlo poco. Los frenazos a los que nos tienen acostumbrados los conductores no me seducen en absoluto. Por otro lado, el constante desplazamiento hacia el fondo del vehículo al que obligan los nuevos viajeros que suben me resultan un tanto irritantes. No le veo ventajas a un medio que es, además de lo anterior, lento. Prefiero el metro, mucho más rápido, aunque no precisamente cómodo. Debo de tener algo de topo, de viejo topo (2) para ser más preciso.
El caso es que el sábado 16 de este mes decidí darme un paseo por el centro y cogí un autobús de la EMT desde mi barrio, uno de tantos del extrarradio y extracción social popular.
Iba sentado atrás, empujado por la marea que redescubre los autobuses en fin de semana, cuando estos van más rápidos porque no tienen que competir con el agresivo automóvil particular. La tarde era plácida y soleada y mi humor muy consonante al momento.
De repente, me despertó del semiletargo una voz airada femenina:
-Usted me lo ha roto -desde donde estaba no adivinaba a averiguar qué- y usted me lo tiene que pagar. Creen que porque son viejos tienen derecho a todo y eso sí que no.
Totalmente de acuerdo. Estoy convencido de que ser viejo no te convierte automáticamente en venerable, como ser niño no te hace directamente un ser delicioso o haber muerto no te convierte necesariamente en respetable. Puede que la muerte exija cierto decoro pero no siempre merece el finado un respeto. Depende de sus obras en vida. Del mismo modo que hay niños a los que la expresión «te los comerías» les viene al pelo o ancianos que merecen la misma veneración que Rudolf Hess. El mérito va en la persona, no en el estado físico.
El caso es que me incorporé desde mi asiento. No puedo evitarlo: soy un cotilla. De niño quise ser detective privado -cosa de los supercoches y las recauchutadas chicas de las pelis de James Bond- y acabé de sociólogo, que es otro modo de cotillear pero más académico. Vi a una mujer negra, a la que por sus rasgos, creí acertado considerar dominicana, de unos 35-40 años, mirar con cara de pocos amigos a un vejete que se hacía el sueco, mirando al infinito por una de las ventanas del autobús, como si la cosa no fuera con él. Estaba claro que sí.
Casi a la vez que mi inquieta curiosidad me impelía a la vertical, elevando el cuello hasta prolongarlo como un flamenco, un murmullo que rápidamente se convirtió en griterío de gallinero se elevó dentro del autobús.
-Pero ¿qué se ha creído esta tipa?- dijo un hombre obeso de unos 40 años.
-¿Será descarada? -expresó en voz alta una mujer de edad indefinible.
-Oiga, tenga más respeto a la gente mayor -apuntó un tercero
-Conductor, échela a la calle -añadió una anciana que sugería soluciones rápidas.
– Pero, vamos, vamos, vamos…Estos extranjeros, si les dejamos, nos comen -apuntó otro que no acerté a ver- Aquí mi buen humor hacía rato que se había convertido ya en mala hostia tragafascistas, que no paganfantas.
De acuerdo, la morena dominicana, si es que era de dicho país, no era precisamente una fiel representante de la escuela diplomática británica pero ¿qué quieren? Eran demasiadas hienas para alguien que, aun no siendo una tímida gacela, estaba bastante sola en la contienda, ya que un pequeño grupo de unos 3 ó 4 conciudadanos de origen de la mujer trataba de mimetizarse, en la entrada del vehículo público, con el mobiliario del mismo, a fin de no recibir el mismo tipo de lindezas verbales del público patrio.
Total que me metí en el lío por eso del sentido estético de equilibrar proporciones. Como elefante en cacharrería proferí:
-Ya está bien. ¿No les parece que son demasiados los valientes para una sola persona? -¡coño, coño, coño!, cuando a un grupo de garrulos vociferantes les sales con lo que no se esperan, cuando menos se lo esperan, con voz estentórea, tronitronante, con personalidad (menos mal que no me salió un gallo tipo Fidel, el de Aída) se hace un silencio espeso, un vacío sonoro, una afonía de los linchadores públicos importante. Duro la larga eternidad de…4 segundos. Pero ¿se han preguntado qué son 4 segundos tras el griterío salvaje de la horda? Mucho. Aviso a navegantes: los fascistas o candidatos a tal degeneración moral son muy valientes hasta que alguien les hace frente.
De repente, una voz a la que no acerté a poner figura, volvió sobre sus rebuznos:
-¡Vaya, a la negra le ha salido un abogado de causas perdidas! -dijo alguien.
-Sí, sobre todo cuando se enfrenta a una jauría humana -respondí yo con ganas de guerra- Hay mucho valiente entre la masa pero ¿no es un poco desproporcionado el todos a la vez contra una mujer sola? -a estas alturas la supuesta dominicana se había diluido, al igual que sus compatriotas, en espera de que la tormenta dejara de ir con ella. Comprensible. Seguramente muchos hubiéramos hecho lo mismo en su caso.
-No, lo que nos ha salido es un político -devolvió al primero y a mí mismo una cacatúa cuyo plumaje afirmaba que los 70 años pasaron de largo hacía algún tiempo.
-Seguro que sí señora -respondí yo- Un político es cualquiera que piense distinto a usted y a su Paquito, que ya se pudrió en el Valle de los Caídos.
-Pues claro que sí- arguyó ella, si es que aquello era algún tipo de argumento. Aquí me quedé absolutamente desorientado. ¿Qué quería decir con aquél «pues claro que sí»? ¿Qué se estaba pudriendo la momia, que un político es el de cualquiera que piense diferente a la estupidez mental de quien niega la política como algo rechazable, ambas cosas a la vez, el cero y el infinito?
-¡Oiga, es que usted no se entera de la misa la media! -terció un tercero- Es que esa mujer se ha metido con la gente mayor- añadió, en alusión a la frase de la supuesta dominicana, «creen que porque son viejos tienen derecho a todo y eso sí que no», cuyo mutismo había devenido ya sordomudez aguda.
¡Ah, era eso! Espíritu de cuerpo, como el los militares, los funcionarios, los curas o…
Pero faltaba la traca final y ahí es donde sentí el asco más profundo hacia aquellas gentes con las entonces compartía un espacio físico y, afortunadamente, nada más.
-Que se vayan a su país -grito un anónimo y nada intrépido cretino escondido en la masa borreguil.
-Sólo y miserable, un fascista y un hijoputa puede decir eso- cuando la horda eructa, ponerse a su altura y hacerla frente es el único argumento válido que cabe. No hay posibilidad de discutir con quienes han abdicado de la especie por la vía de su criminal estupidez. Se hizo otro silencio. Éste más prolongado, si cabe.
A estas alturas, la bronca había bajado ya bastantes grados (probablemente quepa algún tipo de esperanza respecto al aborrecible ser humano en masa) pero, ya que llegaba mi parada, no quise despedirme sin mi última moraleja, a modo de apostilla final.
-Si les ha molestado lo que la mujer ha dicho, respóndanle de uno en uno, y no en masa y todos a la vez, porque eso es de chacales y fascistas -dije volviendo a meter mi cabeza dentro del autobús, mientras mis píes se adelantaban hacia el pescante inferior del mismo y las puertas se abrían.
Dejo a un oculto velo lo que nos dijimos dos señoras mayores y a un acompañante de similar edad que se bajaron a la vez que yo.
Me fui con la sensación que montar una bronca del carajo de la vela a un grupo de partidarios de la ley de Linch sirve para relajar la tensión alrededor de la víctima a la que los oligofrénicos quieren regalar una corbata. A gustito conmigo mismo.
En todo caso, lo que conviene es extraer algunas conclusiones sobre el regurgitadero social en el que la frustración individual y colectiva que nace de la crisis capitalista hace que sus lacras se hagan recaer sobre los más débiles y específicamente sobre quienes se están convirtiendo en reos de sospecha y de rechazo sociales.
Reflexiones y propuestas:
Es más que obvio que, en lo tocante a La Razón Ilustrada, la izquierda ha perdido la batalla, como le sucede con conceptos ya demasiado prostituidos como la solidaridad, de tan manoseados y traicionados que a lo largo de los tiempos han sido.
Se me dirá que muchos de esos energúmenos antiinmigrantes no son, en realidad racistas o fascistas, sino sólo gente desinformada y con miedo al futuro que, por su ignorancia, cargan contra quienes son más débiles que ellos.
Cierto en lo segundo, lo relativo a la ignorancia, pero no en lo primero, lo de que no son racistas ni fascistas. ¿De dónde creen ustedes que nacen esos votos xenófobos, fascistas y antiinmigrantes que campan por Europa de modo creciente? Precisamente de esos honestos ciudadanos fascistas, que no saben que lo son, de las clases trabajadoras y medias.
El fascista no nace. Se hace, y en esa dinámica inconsciente, del indignado que canaliza mal su rabia, hay un proceso en el que, lo que no es, llega a ser . De ese proceder nace la demanda de autoridad, de mano dura, la culpa a los políticos, sin condenar jamás a los plutócratas y banqueros dueños de nuestras vidas y causantes de nuestras miserias colectivas, el racista que odia al negro inmigrante, el odio estúpido a las libertades como si fueran libertinaje y la demanda de hombres providenciales que, con un par(¡joder, si tenerlos gordos es ser un cojonazos!), resuelvan situaciones que sólo pueden ser solventadas desde lo colectivo y nunca desde el superhéroe.
Seguramente se me dirá también que la izquierda debe hacer un esfuerzo de lucha ideológica, que cree cultura de empatía, cooperación, intercambio, convivencia, igualdad y solidaridad. Bellas palabras dignas de ser escritas en los frontispicios de los parlamentos de las naciones civilizadas. Pero ¿qué nación más civilizada que aquella Alemania heredera de Goethe, Hegel, Beethoven o Marx? Y sin embargo….
Es muy necesaria la lucha ideológica que desmonte toda esa falsa y estúpida palabrería fascista, sí. Siempre he reivindicado el necesario papel formador en lo político, lo cultural, lo humanista y lo que es justo y bueno para el ser humano por parte de una izquierda que hace demasiado tiempo ha renunciado a hacerlo o que, en el mejor de los casos, se limita a hacerlo en los círculos seguros de los ya convencidos de antemano.
Pero sospecho que ese papel cultivador de lo mejor del ser humano llega tarde y que no puede ni debe ser, en el momento presente, atenazado de las renacientes amenazas de la bestia, el eje protagonista de la lucha antifascista. Sobre todo cuando en lo ideológico el virus fascista está ya infectando a buena parte de la base social de la izquierda.
Cuando el fascismo está crecido y cuando las honestas mentes burguesas, independientemente de su clase social, de contribuyentes fiscales, se envalentonan en actitudes que anuncian cercanos pogroms hacia los nuevos judíos de nuestro tiempo, lo que toca es hacerles frente. Demostrarles que su discurso, actitudes y comportamientos no son los únicos que se van a escuchar en el escenario social.
Hay que perder el miedo a estos predicadores del odio hacia el otro y decirles públicamente, grupo contra grupo, que no vamos a permitir su rampante comportamiento de acoso contra ningún inmigrante, lo mismo que contra ningún gitano, homosexual, miembro de un grupo antifascista,…. o militante de una organización radical de izquierda.
Eso significa pasar a la acción y organizarse más allá del antifascismo político clásico en grupos que actúen en todos los espacios de la vida barrial, social, cultural, laboral, sindical o societaria de cualquier tipo. Desde los grupos de pertenencia más básicos y obligados hasta los más secundarios y voluntarios. Desde aquellos que mantienen una cohesión más laxa hasta los que la pertenencia resulta más rígida. Ni una agresión verbal o física sin respuesta, ni un día sin combate antifascista.
La experiencia de las Brigadas Vecinales en Madrid, dedicadas a vigilar a los vigilantes y a dificultar las redadas masivas de inmigrantes puede ser una fuente de aprendizaje que, bien extrapolada, permita diseñar nuevas fórmulas de enfrentamiento contra los fascistas y los racistas. (3)
El espacio habitual de confrontación contra los fascistas es territorial. La ecología humana nos ha enseñado que gran parte de los conflictos sociales vienen marcados por el espacio de lo físico, la competencia por el mismo o la exclusión de él de las especies que antes han habitado un nicho ecológico, como si la prioridad temporal en su ocupación diera un derecho de exclusión. No somos bestias, aunque a veces nuestro comportamiento demuestre un aprendizaje menos «civilizado». No podemos permitir que el excluyente imponga su ley. Si alguien sobra es él y ha de saberlo por los medios que sean necesarios en cada caso, ya sea en el barrio, en el bar, en el metro, en la discoteca, en el trabajo o en la familia.
Pero el mismo tipo de respuesta organizada antifascista debe surgir en otros espacios, sea el ocio en el mundo físico, la comunicación en el virtual o cualquiera otro que quepa imaginar. El fascista tiene que sentirse acosado, inseguro en su comportamiento público y en el respeto, de todo tipo, a su persona. Y en todos esos espacios es necesario organizarse con un planteamiento frontalmente antifascista.
El objetivo de todo ello ha de ser que el fascismo se sienta tan hostigado que tenga que retroceder en su acometida, que necesite pensarse dos y tres veces las cosas antes de actuar, que pierda la seguridad en sí mismo y que acabe perdiendo su suelo de apoyo social. El fascista sólo respeta aquello que él está acostumbrado a monopolizar, su fuerza. Hay que responderle en el único lenguaje que conoce.
Para lograr la recuperación de la hegemonía en la calle y en el resto de espacios, físicos y virtuales, no es imprescindible, pero sí deseable, que los viejos rockeros del antifascismo sean parte del proyecto.
Las organizaciones antifascistas tradicionales han sido durante largos años el sostén de la lucha contra el nazifascismo político. El papel de los RASH y de organizaciones antifascistas análogas ha sido el bastión sostenido durante una travesía del desierto en la que muchos militantes de izquierda y sus organizaciones han actuado con minusvaloración, indiferencia o hasta descalificación hacia la lucha antifascista y el peligro de la serpiente.
Su lucha ha significado sacrificios personales, a menudo incomprendidos y, con demasiada frecuencia, riesgosos para ellos, hasta el punto de haber perdido en el camino muchos camaradas a manos de la internacional pardinegra.
Pero se abre una nueva fase de la lucha antifascista. Ya no es sólo política. Es también social. En ella es necesario dar acogida a quienes, no perteneciendo a una corriente militante concreta, ni a una orientación ideológica definida, ni siquiera a un planteamiento naciente del enfrentamiento contra las organizaciones fascistas están dispuestos a hacer suyos el viejo slogan francés «touche pas à mon pote» (no toques a mi amigo) y a enfrentarse al diablo por tal creencia.
Se trata, queridos amigos de la sostenida en el tiempo lucha antifascista, de abrirse a quienes no tienen una formación ideológica tan firme, ni una cultura política tan marcada, pero si una voluntad de hierro de luchar contra el fascismo.
¿Cuál es la petición concreta? Algo que sé que ya forma parte, desde hace algún tiempo, de los debates del viejo antifascismo. ¿Cómo ensanchar las bases del antifascismo más allá de la militancia más consciente y combativa para, sin perder la fuerza beligerante y su impulso, hacer crecer el antifascismo más allá de vosotros mismos?
Puede que deba surgir de vuestras organizaciones, puede que sea difícil para vosotros ensanchar esa base social sin riesgos internos, puede que sea posible, quizá deseable, que no pueda ser así, tal vez deba ser paralela o hasta transversal a vuestras organizaciones y a otras ajenas. Nada está escrito.
Pero si hay algo cierto es que el combate contra los grupos nazifascistas y el combate social antifascista deben encontrarse y trabajar juntos. Crecer reforzándose mutuamente y respetar sus propias autonomías. Cada ámbito tiene sus propias necesidades pero ambos necesitan pasillos de comunicación.
Éste es el momento necesario para explorar nuevas posibilidades de lucha antifascista porque nuestros enemigos hace decenios que no eran tan fuertes ni sus víctimas tan vulnerables.
NOTAS:
(1) Según el análisis lingüístico, «verbatim» significa la reproducción exacta de una sentencia, frase, cita u otra secuencia de texto desde una fuente a otra. Los verbatims son habitualmente utilizados en las técnicas cualitativas de investigación social, política y de mercados.
(2) Sirva esta mención de homenaje a una revista que fue una de mis fuentes de educación política cuando era joven.
(3) http://www.diagonalperiodico.
http://marat-asaltarloscielos.