La bandera, el himno nacional, son imágenes, representaciones de eso que hemos dado en llamar patria, la tela de colores, la melodía que asumimos como síntesis de lo que somos, como símbolos de nuestra nacionalidad. Y los símbolos patrios merecen respeto pero ningún símbolo puede pesar más, tener más valor, merecer más respeto, que el […]
La bandera, el himno nacional, son imágenes, representaciones de eso que hemos dado en llamar patria, la tela de colores, la melodía que asumimos como síntesis de lo que somos, como símbolos de nuestra nacionalidad.
Y los símbolos patrios merecen respeto pero ningún símbolo puede pesar más, tener más valor, merecer más respeto, que el concepto que encarna.
La patria, la nación dominicana, somos los diez millones largos de dominicanos y dominicanas que vivimos dentro y fuera del país.
Y cada vez que una yola se echa a la mar, no son ilegales los que parten sino banderas dominicanas que cruzan el estrecho buscando en otras playas donde izar sus derechos y construir su esperanza.
Y cada vez que en un semáforo de la ciudad encontramos niñas condenadas a la calle y muriendo a plazo fijo en el más absoluto desamparo, no son precoces prostitutas lo que vemos, sino himnos, emblemas, que se irrespetan y ultrajan.
Y cada vez que se ejerce la impunidad, y un delincuente exonerado burla leyes y derechos, no es un polémico fallo judicial lo que ha ocurrido, sino la quema de la enseña patria, la defunción, nota por nota, del himno nacional.
Y cada vez que un grupo de facinerosos, para no hablar de ladrones, trafica con la patria en sus curules, transforma un consulado en un mercado o decide en sus despachos aumentar el precio de la hambruna nacional, no son inevitables ajustes económicos, sino himnos y banderas dominicanas que se profanan y violan.
Y cada vez que un depredador camioncito de una depredadora compañía arranca de los cauces de los ríos y de las laderas de las montañas dominicanas, arena, gravilla y madera, no es progreso que exija un sacrificio, sino patria que se lleva y que se muere.
Los símbolos patrios deben ser respetados pero no más que el concepto que representan, no más que la vida de un pueblo engañado, excluido, condenado a repetir todos los días la interminable historia de su miseria.
Quizás por ello, ahora que entramos en febrero y en la República Dominicana se dan la mano independencia y carnaval, pienso que Gobierno y autoridades debieran tener mucho cuidado con sus proyectados homenajes a la enseña nacional, a los símbolos patrios.
Debieran sopesar hasta qué punto es conveniente andar motivando por escuelas y centros juveniles el respeto a la bandera o sentando la obligación de que se cante el himno nacional en los centros docentes.
El Congreso también debiera reflexionar si no será una imprudencia estimular entre la infancia, esa que siempre auguran como el futuro de la República, el culto a Duarte, Sánchez y Mella, el respeto a los padres de la patria.
Las instituciones y los partidos políticos que se proponen durante este mes acercar a los más jóvenes al ideario y pensamiento de los próceres, debieran considerar seriamente si la divulgación de los valores nacionales no será una insensata imprudencia.
Porque esa infancia animada a leer a Duarte y demasiado ingenua todavía como para saber interpretar los afanes de sus autoridades, podría llegar a creérselos, podría llegar a pensar que, como dijera Duarte, «la nación dominicana es libre e independiente y no es ni puede ser jamás integrante de ninguna otra potencia».
Porque esas niñas y niños todavía no curtidos por el «pragmatismo» del ejercicio político, sometidos a las lecturas del ideario de Juan Pablo Duarte o de otros próceres, podrían acabar pensando que «mientras no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones».
Porque esos jóvenes en quienes se estimulan los valores nacionales, a fuerza de cantar el himno podrían acabar sabiendo que «ningún pueblo ser libre merece si es esclavo, indolente y servil».
Porque esas generaciones a quienes se encomienda el futuro de la patria, si las autoridades siguen insistiendo en que conozcan el pensamiento y la obra de sus forjadores, pueden acabar entendiendo que «vivir sin patria es lo mismo que vivir sin honor» y quien sabe si hasta afirmando que «nuestra patria ha de ser libre e independiente de toda potencia extranjera o se hunde la isla».