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Fidel y la contrarrevolución izquierdista

Fuentes: Rebelión

Hace tiempo que a buena parte de la izquierda ha preferido reemplazar el análisis sesudo por el prejuicio, o en el mejor de los casos, el «sentido común». Se ha creado uno cultura izquierdista que exige pureza, «delicadeza», «lenguaje políticamente correcto», reproducción fiel del discurso «profético» de tal o cual referente revolucionario, sin pensar siquiera […]


Hace tiempo que a buena parte de la izquierda ha preferido reemplazar el análisis sesudo por el prejuicio, o en el mejor de los casos, el «sentido común». Se ha creado uno cultura izquierdista que exige pureza, «delicadeza», «lenguaje políticamente correcto», reproducción fiel del discurso «profético» de tal o cual referente revolucionario, sin pensar siquiera el contexto histórico desde donde fueron enunciados. Entre consignas y lenguajes se ha dejado de intervenir de forma real y efectiva en la sociedad para transformarla; «intervenciones» las hay, casi siempre desde una zona de confort, desde el clásico cafetín, charlas vanidosas, ciclos de cine, e incluso manifestaciones que levantan el ánimo temporalmente. Aquella voluntad y entrega que caracterizó a los revolucionarios de los siglos XIX y XX se ha esfumado, queda el recuerdo trágico de «lo que algún día fuimos y ya no seremos». Perdida la vocación revolucionaria, el aspecto histórico de la revolución ha sido reemplazado por la inmediatez, las exigencias morales, las micro sociedades alternativas, el «fluir y el soltar», cínicos cómplices del enemigo (el capitalismo) que dicen combatir.

La muerte de Fidel convocó a toda esa izquierda contrarrevolucionaria para compartir similares, y en algunos casos las mismas, vivas y condenas que el imperialismo, el fascismo, la derecha mundial levantó en signo de victoria contra el revolucionario cubano. Críticas y contradicciones siempre existirán en cualquier proceso, no existe el ideal puro, tampoco el escenario revolucionario perfecto, la realidad está allí, desafiante e imperfecta a nuestro gusto, independientemente de nuestras opiniones e intereses.

Aquellos Fideles, Ernestos, Camilos y muchos otros más, desde 1952 a 1959 recordaron a los revolucionarios del mundo que el enemigo no era invencible, podía ser derrotado por la fuerza organizada del pueblo. La Revolución Cubana fue una luz que se extendió por Asia, África, Oriente Medio, Europa y América, miles de hombres y mujeres vieron en ella una esperanza, embarcándose en procesos revolucionarios de diversa índole. Cercada y atacada constantemente por el imperialismo, Cuba se convirtió en una isla desafiante al sistema dominante, no una consigna, una realidad.

Las revoluciones no aparecen de la nada, se organizan, no las protagonizan sujetos «especiales», sino hombres y mujeres de a pie. La historia reconocerá a aquellas personas que simbolizan un proceso por sus características particulares; liderazgo, visión, fortaleza, etc. Reducir un suceso histórico a la voluntad y limitaciones de un sujeto es una estupidez, estos son tan solo los «depositarios simbólicos» y muchas veces el «alimento espiritual» de los pueblos. El caso de Fidel, sin duda sobredimensionado por esa aparente necesidad humana de lo trascendental, es emblemático; líder reconocido de un pueblo solidario y digno, quizá como pocos en el mundo ahora, que una vez muerto se dispone a nacer una y otra vez en la sociedad cubana.

Fidel ha partido, su ejemplo perdurará en el pueblo cubano y los revolucionarios del mundo. Esta lamentable, pero también necesaria partida, dice con urgencia a la izquierda «vuelvan al pueblo», constitúyanse nuevamente en alternativa real, piensen la utilidad de los liderazgos, problematicen el rol del partido, apuesten por un pueblo organizado y fuerte, sin olvidar que la revolución probablemente no será pacífica; al oído Fidel dice «vuelvan a pensar lo militar».

Quienes critican desde la comodidad a Fidel (o cualquier otro revolucionario que ha estado donde las «papas queman»), reproducen quieran o no las opiniones del imperialismo y sus esbirros sobre el proceso cubano, se ubican en el bando del enemigo.

Carlos Pazmiño (Quito, 1987) se define como marxista libertario. Es comunicador y sociólogo, estudioso del anarquismo y anarcosindicalismo en Ecuador, la cuestión kurda y Oriente Medio, procesos de violencia política, acción colectiva y teorías del Estado. Colabora con diferentes medios dentro y fuera del país, es miembro del Centro de estudios «Patricio Ycaza» (CEPY).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.