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Fiestas, regalos y «accidentes» navideños en casas y familias marxistas

Fuentes: Rebelión

Les deseo toda la Felicidad de antemano para el Año Nuevo. Si resulta algo como el año anterior, yo, por mi parte, se lo consignaré al Diablo. Carta de Marx a Engels, 27 de Diciembre de 1861 Ahora que están ustedes en ese punto irremisible de disolverse en las listas del paro no puedo menos […]

Les deseo toda la Felicidad de antemano para el Año Nuevo. Si resulta algo como el año anterior, yo, por mi parte, se lo consignaré al Diablo.

Carta de Marx a Engels, 27 de Diciembre de 1861

Ahora que están ustedes en ese punto irremisible de disolverse en las listas del paro no puedo menos que escribirles una carta sin nostalgia ni melancolía, sólo por respeto a su función social. Ustedes, en su condición de Reyes Magos, aportaron más a los niños españoles que las variadas monarquías tituladas que hemos sufrido durante siglos. Pero todo se acaba, y ahora que les quedan muy pocos años de supervivencia, agobiados por la posmodernidad de los árboles de Navidad y demás zarandajas de la ávida mercadotecnia, no quisiera dejar de hacerles el homenaje que se merecen.

Gregorio Morán (4-1-2015)

Dos estancias conformaban la casa de la familia de Jenny y Karl en el SOHO. Cuando llegaban las fiestas Navideñas, las pequeñas hijas marxianas tenía prohibida la entrada en una de ellas. Mientras tanto, sus padres preparaban regalos y comida y regía el cartel de no admisión. Superado el momento, la alegría no contenida, la felicidad, en épocas y momentos no siempre fáciles, hacía acto de presencia.

Reparemos en dos Navidades especiales [1], sin olvidar algunas otras en las que Jenny y sus hijas celebraban las fiestas sin apenas nada, como pobres de solemnidad, sin recibir ni una carta de Marx, mientras éste, el autor de La miseria de la filosofía, era mimado en Holanda por su prima Nanette y su tío Lion Benjamin Philips, el cuñado de su madre [2], el mismo que se encargó de administrar las finanzas familiares tras la muerte de Heinrich Marx.

Tanta fue la admiración que tenía el doctor Ludwig Kugelmann, un auténtico fan si la palabra no fuera anacrónica, por el autor de El Capital -fue en su casa de Hannover donde Marx empezó a corregir las primeras galeradas del libro a sus 49 años de edad-, que llegó a enviarle un enorme busto de Zeus como reconocimiento de su trabajo y felicitándole por la publicación de su gran clásico.

Jenny, escribiendo al propio Kugelmann, describió así la escena en una carta el 24 de diciembre de 1867, un día después de recibir el obsequio, medio año después de la publicación del primer libro de El Capital tras casi dos décadas de trabajo:

«Ayer por la tarde estábamos todos en casa sentados en el piso de abajo, que en las casas inglesas es la zona de la cocina desde donde todas las comodidades se abren camino hacia las regiones superiores y estábamos ocupados preparando el pudding navideño con todo el esmero del mundo. Estábamos quitando las pepitas a las uvas (una tarea desagradable y pegajosa), picando almendras y cortando pieles de naranja y de limón, preparando minuciosamente tiras de sebo, batiendo huevos y mezclándolos con harina para hacer un popurrí con todos aquellos ingredientes, cuando de repente escuchamos un timbre en la puerta. Un coche había parado delante de casa, oíamos unos misteriosos pasos subiendo y bajando, la casa se lleno de susurros, y finalmente oímos una voz que gritaba desde arriba: ¡»Ha llegado una gran estatua»!

El busto de Zeus era el regalo del ginecólogo germano. Eso sí, la hermanastra, más que distanciada del que fuera Ministro del interior prusiano, continuaba su carta con una queja formulada entre compañeros: «Si los trabajadores tuviesen una idea de los sacrificios que han sido necesarios para escribir esta obra, que ha sido escrita solo para ellos y por su bien, tal vez mostrarían un poco más de interés».

La primera edición de El Capital, de unos 4 mil ejemplares, se agotó en 1871, cuatro años más tarde de su primera edición. No es imposible que el papel desempeñado por el presidente de la Asociación Internacional de Trabajadores durante la guerra franco-prusiana y la Comuna parisina tuvieran un efecto positivo sobre ello (La edición rusa, la primera traducción de su obra, de tres mil ejemplares, se agotó en mucho menos tiempo)

También había en la carta de Jenny un comentario crítico de luchadora comprometida destinado al médico alemán: «¿Por qué me trata usted con tanta formalidad, utilizando incluso los títulos de ‘graciosa y gentil’ para referirse a mi, que soy una veterana combatiente, una de las más antiguas piezas del movimiento y una honesta compañera de viaje…» La firma de la carta estaba a la altura de otras firmas de la madre de Tussy: «Suya, Jenny Marx, ni graciosa ni por la gracia de Dios» [3].

Otras navidades, en cambio, no habían sido tan felices.

Tras un accidentado viaje a Francia, tras un percance en el coche de caballos que la llevaba a la casa londinense, tras una larga caminata cargada de regalos de fiestas y pisando nieve y lodo, Jenny llegaba a casa. Esperaba el calor de un recibimiento familiar a su regreso de un viaje duro, muy duro.

Pero no fue ese el escenario. Encontró, en cambio, «la casa ostensiblemente silenciosa». Marianne, la hermana de Lenchen, de Helene Demuth, la madre de Henry Frederick Lewis Demuth, el supuesto y probable hijo de Helene y Marx (no es la única hipótesis histórica documentada), había fallecido dos horas antes. Unas fiebres reumáticas habían acabado con su vida.

Es Jenny quien explica también la situación: «Jenny y Laurachen vinieron a mi encuentro, pálidas y perturbadas, y Tussychen estaba bañada en lágrimas… También puedes imaginarte el sufrimiento de Helene, pues quería mucho a su hermana».

El cuerpo de Marianne fue colocado en un ataúd en su casa la víspera de la Navidad. Fue enterrado el día 27, tres días después. No hubo aquel año ni árbol de Navidad, ni pastel de ciruelas, ni muérdago. «Toda la casa estuvo triste y en silencio».

El ataúd negro estuvo en la sala de estar de la familia Marx durante todas las fiestas.

Un siglo después, también en casa de un matrimonio marxista, la fiesta de Reyes se celebraba de una manera muy especial. Sin Reyes propiamente, con regalos, con notas y poemas cañeros y pasándoselo en grande. Su hija, la matemática y activista Vera Sacristán Adinolfi [VSA], lo explicaba así hace unos 20 años.

Por cierto, le preguntó el añorado y también marxista internacionalista Pere de la Fuente [4], «hablando de regalos, parece que los días de Reyes eran espectaculares en su casa. No sólo el día sino también los preparativos de la jornada. ¿Podría explicarnos algo de ello? ¿Por qué ese entusiasmo por esa festividad?»

Junto con los cumpleaños, respondió VSA, «la gran fiesta en nuestra casa era la de Reyes». No sabía exactamente el motivo. «Todos la preparábamos minuciosamente, llevábamos los regalos en el mayor secreto y cumplíamos todos los rituales: escribir la carta, dejar agua, pan y sal para los camellos». Como nunca la engañaron sobre el origen de los regalos, «nunca dejamos de celebrar la fiesta con todo su ritual, hasta el último año».

Lo mejor, prosigue la profesora de la UPC, «era la lectura, la mañana del 6 de enero, de la carta que los Reyes Magos me dejaban, en respuesta a las nuestras». VSA extractaba parte de la primera, fechada en 1964.:

…el carbón azucarado

se nos había acabado:

te hemos dejado verdura,

que es también una ricura.

A tu mamma regalamos

un librito en italiano.

Para Nando y sus papás

tres cosas encontrarás…»

La madre, la mamma de VSA, era Giulia Adinolfi, una hispanista italiana, gramsciana y militante del PCI (y del PSUC), posteriormente profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona.

También esas cartas tenían vocación didáctica. La siguiente es de 1965:

…Si no andamos confundidos,

siete años tienes cumplidos,

pero tu caligrafía

no es gran cosa todavía.

Trabaja tus buenos ratos,

mejora tus garabatos;

si no, tu letra será

como la de tu papá,

famoso en el mundo entero

por grande garabatero…

Con los años, comentaba VSA, «se ampliaron los temas de que hablaban Melchor, Gaspar y Baltasar en sus cartas». En 1969, el entonces miembro del comité ejecutivo del PSUC, ponía el siguiente discurso en boca de Baltasar: «… por venir del Tercer Mundo, mi saber es más profundo. Úlceras, agotamientos, nervios, rostros macilentos, no se podrán mejorar si no es hundiendo en el mar el gobierno americano atado con el rusiano» («Rusiano» fue una expresión que había usado, en una carta dirigida a Xavier Folch, pocos días después de la invasión de Praga por las tropas de algunos países del Paco de Varsovia).

La carta continuaba:

«Pues lo que al hombre hizo daño durante el pasado año es, por un lado, el fascismo del bestial imperialismo y, por el otro, el despecho del socialismo mal hecho. Ha sido un período aciago, por lo cual el estómago de la persona decente con espasmo se resiente. Pero no hay que atormentarse, sino más bien reforzarse para llegar al momento del sacrificio cruento del abundante ganado al banquete destinado que será celebración de la gran liberación. Para esa fiesta preclara doy esta minuta rara (por venir del Tercer Mundo, mi estómago es más profundo):

MINUTA

Hígado de johnson al franquillo picado,

salteado con manteca de nixon.

Chuletas de breznev con ulbrichts asados

Macedonia de generales de ambos hemisferios

Vinos:

Sangre de banquero

Linfa de fabricante

Líquido cefalorraquídeo de comerciante

Bebidas no alcohólicas:

Zumo de burócrata siberiano.

Los pobres Reyes Magos, señalaba VSA, «acabaron absorbidos por la General Mitos Inc. de Oklahoma». Al año siguiente, 1970, escribían:

«Dicen nuestros gerentes de Oklahoma: ‘Hay que cumplimentar, coma por coma, al precio del mercado más subido, lo que encarga el cliente en su pedido. Nunca jamás se entregará un objeto que no se encuentre a un precio sujeto’. Y aunque a nuestros gerentes les da grima nuestra usanza oriental de hablar en rima (dicen que puede confundir las cuentas de la sección de promoción de ventas), sin embargo, para que comprendamos la lección que aprender necesitamos, nos repiten un pareado extraño, jamás oído en el Oriente antaño:

‘Deja el objeto sin precio

para el subversivo necio’.

Deben tener razón nuestros gerentes, pues bien les obedecen hoy las gentes».

Los Reyes Magos no se dejaron convencer, y a partir de entonces apareció también en correo clandestino de los Reyes Magos, apunta también VSA. El de 1971, decía lo siguiente:

¿Cuál es de verdad el tema,/ el importante problema

que en nuestros largos viajes/ pensamos con nuestros pajes?

La cuestión es la siguiente,/ aunque lo ignore la gente.

Andando por esos mundos / vemos sus males profundos.

Ya en nuestra más propia cosa / es la situación penosa:

de juguetes largas listas / hacen los capitalistas,

mientras más de un niño obrero / no tiene abrigo en enero.

¿Qué decir de los adultos? / No siempre arrancan indultos.

Sigue asolando la Tierra / el imperialismo en guerra.

Dolores y enfermedades / hay en todas las edades.

Pero aun es más complicado / este mundo endiablado,

pues eso es sólo una parte / de lo que habrá que explicarte.

Surge la complicación / por la siguiente razón:

que también tendría el planeta / alegría muy completa:

el sol, las nubes, el mar,/ jugar, reír, estudiar,

andar, subir la montaña, / trepar las rocas con maña,

descansar, comer, beber, / oír, mirar, conocer,

y aún alguna cosa más / que después aprenderás.

Ya en sí misma es la alegría/ lo que más importaría,

pero incluso es importante / para seguir adelante:

sin un fondo de alegría/ ninguno se movería

sólo el alegre consciente / puede ayudar a la gente.

Más, ¿qué quiere decir eso?/ Pues que, si arroja su peso,

(con peso pinta a la gente/ Chúmy Chúmez el sapiente)

cada cual es muy capaz / de alegría, juego y paz.

Pero antes de proseguir / hay que saber distinguir:

no es oro cuanto reluce, / ni todo a alegría conduce.

El hombre capitalista/ no es alegre, es escapista:

toda su falsa alegría/ se basa en la policía;

ella protege los lujos/ con más o menos tapujos.

El hombre capitalista/ alarga siempre la lista.

Cuando ve del mal la noche/ huye a comprarse otro coche;

en cuanto tiene un disgusto/ o se lleva un nuevo susto

corre escapado a la tienda/ a comprar lo que le venda

otro burgués comerciante./ Y así siguen adelante.

Lo contrario es la alegría / de esa febril vesanía.

¡Acabemos de una vez/ con tan criminal memez!

Pero estamos en un mismo / y circular silogismo:

NUNCA HABRÁ BUENA ALEGRÍA / MIENTRAS HAYA BURGUESÍA,

MAS NADIE ECHARA EL BURGUÉS/ SI ANTES ALEGRE NO ES.

Esa es la gran paradoja,/ peliaguda cuerda floja

sin cuya superación/ nunca habrá revolución.

Tal es el real problema/ e importantísimo tema

que en nuestros largos viajes/ pensamos con nuestros pajes.»

Pueden verse otras referencias en los documentales dirigidos por Xavier Juncosa: «Integral Sacristán» (Barcelona, El Viejo Topo, 2006).

Otro marxista sin ismos, también navideño con mesura, fue Francisco Fernández Buey. Entre Barcelona, Lérida, Palencia y Valladolid solía pasar esos días. No es imposible que algún año se acercara a saludar y festejar, con las precauciones de rigor, a sus amigos de militancia clandestina, a la casa de Giulia, Manolo, como él decía, y Vera..

Un año, eso sí, siendo muy joven, 22 años, se torció la celebración. El no era parte de la resistencia silenciosa.

Sucedió en Palencia el 28 de diciembre de 1.966, el día de las inocentadas y el año de la Capuchinada. El autor de Marx sin ismos había ido a pasar allí las Navidades, a su ciudad natal, como casi todos los años. Tenía que ir a hacer mili en el Sahara pocos meses después. Un regalito de Reyes del fascismo español por su compromiso antifranquista desde el comunismo democrático.

FFB había salido a encontrarse con los amigos. Siempre lo hacia cuando iba a Palencia. Probablemente «Miguel Ángel Ibáñez, Perfecto Andrés y otros» me comentan sus hermanas [5]. A media mañana dos policías se acercaron a su casa familiar preguntando por él. No estaba en casa en aquellos momentos. Le esperaron en el portal de la calle.

Cuando llegó a la hora de comer, le detuvieron. «Bien es verdad que le dejaron subir a casa, ellos esperarían abajo, para que nos dijera que tenía que acompañarles a comisaría».

Le trasladaron a los calabozos de la comisaría palentina. Allí estuvo hasta el mediodía del día siguiente. Fu entonces cuando dos policías le llevaron a la estación y le trasladaron en tren a Barcelona. «Durante el tiempo de la detención, pudimos verle, llevarle comida y luego ir a la estación a despedirle», recuerdan sus hermanas

Los policías que le acompañaban eran jóvenes. FFB siempre pensó que no tenían idea exacta de la misión que les habían encomendado. «No te digo mas que uno de ellos, más tarde, devino en poeta». Incluso le dejaron bajarse unos minuto en Lérida, para poderse ver con su compañera, con Neus Porta.

En cuanto a lo que hacia cuando venía por Navidad, «y creo que desde que se fue a Barcelona en 1961 sólo faltó cuando estaba en el Sahara» (barriendo el desierto en compañía de Quim Boix y Paco Téllez), sus hermanas recuerdan que le gustaba ir de tapas por los bares de siempre, «ver a los amigos, pasear por la calle Mayor, los sitios de toda vida y ver como iban cambiando, las novedades que había, etc».

En casa, en familia, no eran muy de la juerga. «Quizá el año de la foto es de los pocos que se hizo un exceso en cuanto a parafernalia». sobre todo se hacia un extra en la comida, no faltaba el lechazo que a él le gustaba mucho».

Se hablaba de todo: «seguramente en especial del momento político, de la universidad». Veían fotos antiguas, también recientes, como nosotros estos días pasados. Así también el autor de Marx (sin ismos), navideño, feliz, concentrado y vestido para la ocasión. Com és normal!, com toca.

Por cierto, el autor de Leyendo a Gramsci, recientemente traducido al inglés, y tal como han recordado sus antólogos y amigos Jordi Mir y Víctor Ríos en libro reciente [6], apostaba por filosofar y hacerlo a poder ser desde abajo.

Bien mirada y leída, la formulación se aproxima, casi se quema, con algunas formas actuales y cada vez más comunes de decir. A Julio Anguita no le desagrada.

Notas:

[1] Mary Gabriel, Amor y capital. Karl y Jenny Marx y el nacimiento de una revolución, Barcelona, El Viejo Topo, 2014.

[2] En 1891, el ingeniero físico Gerard Philips junto con su hermano Anton y su padre Benjamin Frederik David, primo hermano de Marx, hijo de Lion Benjamin, fundaron la Philips.

[3] Otra de las despedidas de Jenny: «Salut et fraternité. Su citoyenne y vagabonde».

[4] SLA y Pere de la Fuente, Acerca de Manuel Sacristán, Destino, Barcelona, 1996.

[5] Gracias a Charo y Nieves Fernández Buey por su información y su ayuda. También por la fotografía.

[6] Los Libros de la Catarata, Madrid, 2014. Antología, cronología, presentación y anotaciones a cargo de VR y JM.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.