Cerca de mediados del siglo XVIII, en Alemania, se desarrolló un tipo de filosofía que se dio a llamar «filosofía popular», la cual presentaba rasgos precisos que hacían diferenciarla de la denominada «filosofía académica» (filosofía de Leibniz-Wolff). Los practicantes de aquella filosofía, filósofos populares, no establecieron un seguimiento de la filosofía leibniziana-wolffiana, ni tampoco de […]
Cerca de mediados del siglo XVIII, en Alemania, se desarrolló un tipo de filosofía que se dio a llamar «filosofía popular», la cual presentaba rasgos precisos que hacían diferenciarla de la denominada «filosofía académica» (filosofía de Leibniz-Wolff). Los practicantes de aquella filosofía, filósofos populares, no establecieron un seguimiento de la filosofía leibniziana-wolffiana, ni tampoco de ninguna filosofía de carácter sistemático; la manera de expresarse de los mismos era por medio de ensayos, aforismos, novelas y poemas, los cuales trataban cuestiones que consideraban de alcance humano concreto e inmediato: asuntos relativos al hombre, a la sociedad, a la literatura, a los métodos de enseñanza, etc.; en fin, aspectos del orden de lo «práctico», pasibles de ser aplicados. Existe, en tal posicionamiento, una apreciación de cierto abordaje desde-y-hacia un «concepto mundano», en contraposición al «concepto escolástico» propio del academicismo. Evidentemente, la intencionalidad que se desenvuelve en tal práctica filosófica es la de ejercer un tipo de filosofía que sería considerada «…para el mundo», más que una ejercida «…para la escuela». ¿Será esta distinción un paliativo contra la denuncia de inutilidad que a veces sufre la práctica filosófica?
El gran Pandemónium en el cual se encuentra el filósofo a la hora de iniciar su mirada analítica, generalmente puede llevarlo a trascendencias que poco permitan ser interesantes (inmediatamente) para el tránsito cotidiano. Su necesidad de creativa-descripción de lo existente, a veces puede conducirlo por caminos que, desnudando lo a-parente, se despliegan hasta las raíces de lo establecido. Es palmaria la conducta indagatoria del filósofo, como así también conspicua su vinculación con la constelación que prometa organizar conceptualmente. Consternación que a veces suelen provocar ciertos esquemas planteados, por tales estructuras mentadas, tanto en aficionados como en fiscales del pensamiento. El grado de complejidad del conocimiento expresado es el que provoca palestesia al entendimiento. Pero, ¿cuál es tal grado de dificultad al cual debemos acceder? ¿A qué «Reino», «esfera» de la realidad debemos llegar? ¿Cuál «mundo», «plano» de la realidad es el que nos determina a comprometernos en tal búsqueda?
Juan Bautista Alberdi, decía: » No hay, pues, una filosofía universal, porque no hay una solución universal de las cuestiones que la constituyan en el fondo. Cada país, cada época, cada filosofía, ha tenido su filosofía peculiar que ha cundido más o menos, que ha durado más o menos, porque cada país, cada época y cada escuela, ha dado una solución distinta de los problemas del espíritu humano». Agrega: «Vamos a estudiar filosofía, evidentemente, pero a fin de que este estudio, por lo común estéril, nos traiga alguna ventaja positiva; vamos a estudiar, como hemos dicho, no la filosofía en sí, no una filosofía aplicada a organizar sensaciones, no una filosofía aplicada a la teoría abstracta de las ciencias vanas sino la filosofía aplicada a los objetos de interés más inmediato para nosotros, en una palabra, filosofía y política de nuestra industria y comercio, la filosofía de nuestra literatura, la filosofía de nuestra religión y nuestra historia. Nuestra filosofía, pues, ha de salir de nuestras necesidades, pues según estas necesidades se determinará cuáles son los problemas que América está llamada a establecer y resolver en este momento, que son los de la libertad, derecho y conquistas sociales, etc. De aquí es que esencialmente la filosofía Americana debe ser básicamente política y social en su objeto ardiente y profética en sus instintos, sintética y orgánica en su método, positiva y realista en sus procederes, republicana en su espíritu». En síntesis, la filosofía como herramienta útil de aplicación, en tanto orientada a intervenir el objeto social-político, el cual (quizás hoy también podemos hablar de la misma necesidad de objeto de estudio) emerge como ineludible campo de práctica intelectual en esta región y en este tiempo. En fin, una práctica filosófica que salga del césped de donde se realice, que respire al aire que golpea su lengua. Mezclándose con el espíritu paleto y apreciando toda pantomima. Acceder al detalle esclarecedor sobre la contingencia imperante y su obligación de modificación. Mediante la aprehensión de tal dinámica social, articular cierta «biperspectivabilidad», la cual permita adoptar perspectivas complementarias, tomadas sistemáticamente (las cuales podrían ser consideradas contrarias si se las concibiera de manera absoluta). De todas formas, (volviendo a la expresión mencionada) es probable que J. B. Alberdi, a mediados del siglo XIX, no hubiese estado tan convencido sobre la imposibilidad de transformación que el tipo de método, y espíritu, que propugnaba para tal práctica filosófica, podían llegar a sufrir. El espíritu manifestó tal método. La alteración se vio licuada.
En todo caso, la tarea sigue vigente. Pronunciar-nos en tal desarrollo filosófico «popular» es caracterizar lo inmediato para, bajo reflexión mediata, indagar sus principios y alertar sobre las posibilidades de mutación; haciéndonos carne de tal dinámica, la filosofía completa su consideración de utilidad social en tanto actividad teórica-práctica -con propiedades innovadoras.
La actividad analítica practicada debe alcanzar niveles insospechados, ilimitados. Partiendo desde la necesidad de tal «falta-social», desplegar el carácter existenciario de tal existencia; en términos heideggerianos, analizar el estar-en-el-mundo (y, en tal caso, «este»-estar-en-el-mundo), de tal forma de elucidar sus superficies psicológicas, antropológicas, biológicas, etc. Cualquier riesgo de caer en un acto de epojé (suspensión del juicio), es decir, de vernos imposibilitados de aprehender inmediatamente la realidad del objeto (acatalepsia), no será con el fin de sostener un pensamiento eféctico (el cual suspende el ánimo como resultado de la investigación), sino, por el contrario, para confirmar un pensamiento catético (buscador de la realidad del objeto).
Al fin y al cabo, todo interés de aplicación de teoría, en donde involucremos al ser-humano como elemento constitutivo de tal campo de estudio (¿imposible hacerlo de otra manera escapando de la inspección ética-política?), debe ser considerado como envuelto en un movimiento de devenir, de contingencia, de historia, de posibilidad. Esta es la dinámica que afloraría en un abordaje metódico que se proponga dar consistencia a su texto vertido. El reino de la necesidad que evoca a esencias absolutas, corresponde al plano estrictamente animal, determinado… Lo demás es existencia.
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