Acaba de saltar el (hasta ahora) último escándalo financiero. El inversor estadounidense Bernard L. Madoff es uno de los más admirados gestores de fondos e inversiones financieras, por no decir el que más. Cientos de multimillonarios y de bancos invertían en sus fondos, dedicados principalmente a movilizar los llamados hedge founds (valores muy arriesgados y […]
Acaba de saltar el (hasta ahora) último escándalo financiero. El inversor estadounidense Bernard L. Madoff es uno de los más admirados gestores de fondos e inversiones financieras, por no decir el que más. Cientos de multimillonarios y de bancos invertían en sus fondos, dedicados principalmente a movilizar los llamados hedge founds (valores muy arriesgados y precisamente por ello muy rentables). Entre ellos, y en grandes cantidades, el Banco de Santander.
En los últimos años, Madoff ha proporcionado ganancias multimillonarias en forma de tipos de interés muy elevados pero ahora se ha sabido que lo hacía a base de crear una «pirámide» de las que generalmente se cree que solo engañan a los tontos del pueblo y a pocos más. Con el dinero de los nuevos inversores pagaba los intereses a los anteriores y ahora todo se ha descubierto.
Nada mejor que esta experiencia (que no va a ser la última puesto que hay muchas entidades más que han venido realizando este tipo de actuaciones, de forma más o menos sibilina) para mostrar que las grandes finanzas de nuestra época no son sino una gran estafa, un juego de casino en que todos se hacen trampas entre ellos y que en sí misma se basan en una mera trampa. Consisten en mover virtualmente los fondos para cubrir unas operaciones con otras y generar beneficios de forma puramente contable, sin que haya de por medio actividad productiva alguna que genere valor real.
Y en esas operaciones no están involucrados solamente los viciosos de la especulación, los multimillonarios aburridos y dedicados solo a ganar dinero. No. Los que invierten en esos fondos, los que dedican los recursos a esas finanzas vacías e intrínsecamente fraudulentas son los grandes bancos (y por supuesto los españoles, como se acaba de conocer), las grandes compañías multinacionales, los fondos de inversión…, es decir, los llamados inversores «institucionales» que en lugar de estar generando recursos para la actividad productiva, para los empresarios y los consumidores, los dedican a realizar inversiones de casino en favor de ellos mismos o de sus clientes más privilegiados.
Ahora, una vez más, se producirán quebrantos patrimoniales en estos bancos, tal y como viene sucediendo en los últimos meses. Y de nuevo reclamarán el rescate y la ayuda de los poderes públicos: ellos pierden nuestro dinero en el casino y nosotros ponemos dinero nuestro para que vuelvan a hacer lo mismo y puedan seguir repartiéndose beneficios.
Nos querrán hacer creer que el caso de Magdoff es aislado pero eso no es así. Su fraude es particular por su inmensa envergadura pero hay más, ha habido más, bajo una forma u otra pero siempre con la misma naturaleza básica. Lo que ahora acaba de descubrirse es la versión extrema del fraude financiero de nuestros días, el engaño palpable y elemental. Pero el hecho de que los banqueros más poderosos del planeta, y los que precisamente por ello tienen los mejores analistas, hayan caído en una elemental pirámide muestra un hecho esencial: no se trata de un accidente sino de la consecuencia de que se ha generalizado la estrategia constantemente orientada a sacar rendimiento de donde sea sin pararse a pensar ni sobre sus consecuencias sobre la economía y la sociedad ni sobre sus riesgos sobre los propios inversores. Bancos gigantescos como el Santander se han dejado lleva por la misma avaricia que arruina a las victimas del «tocomocho». Al final, a Botín le pasa lo mismo que al cateto al que engañaba Tony Leblanc con el timo de la estampita en las películas del franquismo: con tal de tener más dinero se tira a la piscina sin mirar si tiene agua.
La sociedad no puede seguir aceptando una situación como esta en la que cada dos por tres se destapa un fraude y, sobre todo, en la que ya no es posible disimular por más tiempo que los bancos se ha ido al garete por irresponsabilidad, mala gestión y avaricia desmedida. Hay que tirar de la manta. Tenemos el derecho a pedir cuentas, a saber lo que han hecho con nuestro dinero los grandes bancos y cuál es el volumen de riesgo que han acumulado y dónde. Y no podemos consentir que se siga dando dinero público a los bancos para que los bancos, primero lo tengan en depósitos más rentables y, luego, cuando les venga en gana, nos lo presten a tipo de interés. Es una desfachatez inaceptable y hemos de reclamar decencia a los gobiernos para que pongan orden y aseguren que los efectos de la gestión avariciosa e irresponsable lo paguen quienes la han llevado a cabo, no los contribuyentes.
Juan Torres López. Catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla. Su web personal: http://www.juantorreslopez.com