Recomiendo:
0

Dos años después (III)

Francisco Fernández Buey: estudiante antifranquista y comunista democrático, profesor universitario, maestro de ciudadanos y ciudadanas

Fuentes: Rebelión

Para Oriol Porta y su excelente Hollywood contra Franco

FFB participó en los años setenta del pasado siglo en la experiencia pedagógica de Can Serra (l’Hospitalet de Llobrgat, Barcelona). No han quedado, salvo error de mi parte, muchos documentos de todo aquello. Una lástima desde luego. Más allá de algunos comentarios y conversaciones, el propio FFB escribió sobre aquella experiencia de alfabetización politico-cultural. Fue a propósito de Sacristán en un homenaje que se rindió a su amigo en la sede de CCOO de Barcelona diez años después del fallecimiento del autor de Panfletos y materiales. «Cultura obrera y valores alternativos en la obra de Manuel Sacristán» fue el título de la intervención. Fue incluida en el volumen editado por Ediciones Universitarias de Barcelona en 1997, un libro que contenía escritos sindicales de Sacristán además de los escritos presentados en el acto de homenaje. Uno de ellos de José Luis López Bulla, otro de Jaume Botey. El tercero de un compañero que había sido esencial en la formación de la federación de enseñanza del sindicato.

Después de las verdades como puños que acababa de decir Jordi Olivares, un profesor de secundaria muy implicado en la constitución de las Comisiones Obreras de la Enseñanza que, como decía, también intervino aquella tarde, FFB agradecía a un tiempo, «de corazón y de verdad, la iniciativa de la CONC al recordar a Sacristán y su obra en el décimo aniversario de su muerte.» FFB estaba convencido de que el lugar era, tal como estaban las cosas en aquellos momentos, «el mejor de los lugares en que podemos recordar la vida y la obra de Manuel Sacristán y ni que decir tiene que me encuentro muy a gusto en este acto, en el que estamos en familia, aunque sea una familia ampliada a la brasileña, que, en fin, supongo que es lo que somos.»

Por debajo de estas palabras: su distancia, ya entonces manifiesta (y al mismo tiempo su proximidad al sindicato mayoritario entre la clase oberra en Cataluña) en torno a algunas de las decisiones tomadas por CCOO. La misma formación de la federación de enseñanza del sindicato se realizó contra la opinion de la dirección política del PSUC que apostó, inicialmente, por otra vía sindical, más profesional, más corporativa, menos obrera. Miguel Candel, Joan Tafalla, Teresa Rodríguez y Joaquín Miras han hecho referencia al tema en varias ocasiones.

En su recuerdo, proseguía FFB, Manuel Sacristán no era simplemente un intelectual amigo de la clase obrera por motivos políticos y circunstanciales, como (en aquel entonces) tantos otros. «Sacristán se sentía intelectual productivo, quería ser un trabajador intelectual en la producción, o sea, un trabajador que aprovecha el privilegio de la formación intelectual para ser útil a los de abajo, a aquellos otros, trabajadores también, que a veces sabiéndolo, y otras veces sin saberlo, han dado su trabajo y su sudor para que sea posible un conocimiento superior, privilegiado, eso que seguimos llamando cultura superior».

FFB aclaraba las nociones usadas. Intelectual, amigo circunstancial de los trabajadores, era aquel «que hace favores de vez en cuando al movimiento obrero organizado, al sindicato». En cambio, un intelectual de nuevo tipo, «un intelectual productivo, un intelectual en la producción, es aquel que voluntariamente hace lo posible porque los beneficios del privilegio propio reviertan de manera útil en la configuración de una cultura alternativa a la cultura dominante». FFB creía que se podía afirmar, sin miedo a equivocarse, que Sacristán era un intelectual en este segundo sentido. Lo fue también él. Sin atisbo para ninguna duda.

Si esto último que había señalado, lo de una cultura obrera alternativa a la cultura dominante, había de ser o no una utopía, «eso es algo que la historia lo dirá, pero en cualquier caso, también creo que se puede decir, con verdad, que ése fue el ideal de Manolo Sacristán».

Iba a decirlo lo más brevemente posible: «tal como yo lo veo en el recuerdo, Manolo luchó siempre por renovar y dar nueva forma a la vieja aspiración, una aspiración libertaria, socialista, comunista, a una nueva cultura de los trabajadores». Más aún, proseguía, «por lo que yo sé muchas de sus alegrías, en la vida que le tocó vivir, tuvieron que ver con momentos en los que parecía que la cultura obrera alternativa tomaba cuerpo, o iba a tomar cuerpo en nuestra sociedad.»

También, desde luego, varias de sus depresiones, que las hubo (por ejemplo, la de finales de los años sesenta, cuando preparaba la Antología de Gramsci, cuando se produjo la invasión de Praga por las tropas de países del Pacto de Varsovia), «son inseparables de decepciones ante el choque entre aquel ideal de una cultura obrera alternativa y la realidad cotidiana del mundo del trabajo y del mundo obrero organizado.» Podemos suponer lo que podría sentir en estos momentos.

De qué cultura y de qué valores estaba hablando Sacristán, se preguntaba FFB. En el díptico que había preparado la CONC para convocar a la familia ampliada a este acto «tenéis, creo, una pequeña muestra. Es una reflexión que procede de una entrevista que no se publicó, que le hicieron para el Viejo Topo, Jordi Guiu y Antoni Munné. No se publicó entonces, en 1978, porque el propio Manolo, después de ver el resultado, no quiso que se publicara». Se publicó finalmente en mientras tanto, en el número especial a él dedicado en el décimo aniversario de su fallecimiento, y también en Acerca de Manuel Sacristán, el libro de conversaciones editado por un gran conocedor de su obra, Pere de la Fuente y por mí mismo (Destino, Barcelona, 1996, descatalogado actualmente).

Se había sacado en el díptico un pequeño trozo que hablaba, precisamente, de la cultura obrera, «y querría para esta convocatoria decir que eso está en un contexto más amplio, que voy a leer, porque me parece que es sumamente representativo de la idea que Manuel Sacristán tenía de una cultura obrera.»

El contexto era bastante particular. Jordi Guiu y Antoni Munné le hacen una entrevista en un momento en el que Sacristán estaba medio saliendo de una fase depresiva. Casi no había escrito en unos años (aunque también escribió cosas ahora imprescindibles para nosotros, aunque parezca imposible o muy difícil). «Se encontraba bastante mal, y los entrevistadores le preguntan por qué no escribe, por qué lleva tanto tiempo callado. Manolo da una explicación de eso más bien pesimista, que me salto, y entonces dice:

«A partir de ese momento (PFB: es decir,a partir del momento de la comprobación de que las cosas para nosotros, para los que teníamos o tenemos el ideal de una cultura obrera alternativa, iban mal) me acerqué dice él-, a la comprensión y al amor de esa gente que se ha quedado en la cuneta intentando mantener, por otra parte, la voluntad de racionalidad del movimiento obrero, que es, en mi opinión, una voluntad de modestia»

Estaba haciendo Sacristán, apunta FFB, la radiografía moral de la cultura del movimiento obrero. A partir de un determinado momento de su vida, 1975 y 1976, Sacristán se había dedicado mucho a todo ello.

Decía a continuación: «El militante obrero, el representate obrero, aunque sea culto, es modesto, porque reconoce que existe la muerte como lo reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muerte, el intelectual, en cambio, es una especie (PFB son frases un poco duras pero las voy a decir porque era como hablaba Manolo cuando hablaba con los amigos, con la familia ampliada) de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse. Es un tipo que no se ha enterado y que intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar, y todas esas gilipolleces que son el trasunto ideal de su pertenencia a la cultura dominante». En cambio, remarcaba Sacristán, «en la cultura obrera está la modestia porque está el reconocimiento de la muerte. Cada generación muere y luego sigue otra y los héroes obreros son, en general, héroes anónimos mientras que los héroes intelectuales tienen, en general, dieciocho apellidos, cuarenta antepasados, influencias de escuelas y todas esas leches de los intelectuales tradicionales».

El paso finalizaba, recordaba FFB, con una explicación de las razones del propio acercamiento a esa gente que se había quedado en la cuneta. «Al hablar de gente que se ha quedado en la cuenta, Manolo está pensando, fundamentalmente, en Ulrike Meinhoff, aquella liberal radical demócrata alemana, que se desespera y que acaba suicidándose o, tal vez, la suicidaron en la desesperación, o en los «indios metropolitanos» seguidores del indio Gerónimo y en otras gentes que habían quedado fuera de la circulación».

Para ese acercamiento, señalaba el autor de La gran perturbación, había una razón emocional: «…el vivo convencimiento de que a mi me gusta intentar saber como son las cosas. A mí, el criterio de verdad de la tradición del sentido común y de la filosofía me importa y no estoy dispuesto a sustituir las palabras «verdadero» o «falso», por las palabras «válido», «no válido», «coherente», «incoherente», «consistente», «inconsistente». No, para mí, las palabras buenas son «verdadero» y «falso», como lo son en la lengua popular, como lo es en la tradición de la ciencia. Igual en Pero Grullo y en la boca del pueblo, que en Aristóteles. Los del válido, no válido, son los intelectuales que en este sentido son tíos que no van en serio».

FFB comentaba que el texto lo iban a publicar en un número monográfico de mientras tanto, recordando a Sacristán, entre otras cosas «porque pensamos que las dos razones principales por las que él mismo se opuso a que la entrevista se publicara en su momento han caducado». Las dos razones que había aducido Sacristán eran las siguientes: «La primera: ¿qué van a pensar los demás cuando lean esto que digo yo? ¿No pensarán que también yo soy un intelectual como los demás y que estoy contando otro disco parecido al que cuentan otros intelectules? Mejor que me calle. ¿A quién le interesan mis neuras?».

La segunda: «Manolo no quería desmoralizar a los amigos naturales. Esas dos cosas eran en Manolo razones profundas de su estar en el mundo». Sus amigos de mientras tanto, también FFB, pensaban que «ha pasado ya tiempo suficiente como para que esta segunda razón deje de tener el peso que tenía hace veinte años. Vamos a decirlo como él se lo decía a los amigos: ¿quién se va a desmoralizar hoy al leer u oir esto?»

La reflexión le servía para recoger un par de cosas que enlazaan con la idea que Sacristán tenía de una cultura obrera alternativa. «La voluntad de modestia, la voluntad de humildad tiene su reflejo, por qué lo vamos a ocultar, en el nombre mismo de la revista que él fundó. Lo de mientras tanto tenía que ver con eso. En 1978-79 mientras tanto evocaba la modestia, la humildad. Y un talante más bien lírico. Tengo que recordar esto aquí porque, tal como van las cosas, ese mismo nombre hoy casi evoca la épica».

Recordad por ejemplo, señalaba FFB, que en 1978 o 1979 casi todo el mundo que empezaba a hacer una revista le ponía por título algo muy distinto: «Adelante, A por ellos, Revolución bolchevique, Ganaremos, Venceremos, etc. Mientras tanto, en ese contexto, era una publicación más bien lírica. La voluntad de modestia, de humildad, esto del reconocimiento de que existe la muerte y su vinculación con el anonimato obrero y su contraponerlo a la búsqueda constante de la celebridad, a mí también me parece que es uno de los rasgos de la mejor tradición del movimiento obrero de todos los tiempos y que vale la pena mantener esa idea, recuperarla, renovarla.» FFB quería explicar a continuación un par de palabras sobre la forma que Sacristán tenía de relacionarse con los trabajadores manuales. También fue la suya.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.