Pasa con los grandes, con los que sabemos que serán clásicos del pensamiento y la acción en poco tiempo. Hay tantos nudos, tantos vértices, tantas caras en su denso, complejo y poblado poliedro que cualquier aproximación a su obra, a su hacer, a su ser, tiene el riesgo de rozar la injusticia. En el caso […]
Pasa con los grandes, con los que sabemos que serán clásicos del pensamiento y la acción en poco tiempo. Hay tantos nudos, tantos vértices, tantas caras en su denso, complejo y poblado poliedro que cualquier aproximación a su obra, a su hacer, a su ser, tiene el riesgo de rozar la injusticia. En el caso de Francisco Fernández Buey (Palencia, 1943; Barcelona, 2012) el riesgo de multiplica por 69, los años que vivió, amó, ayudó y combatió el amigo y compañero de Manuel Sacristán. Amor y revolución fue uno de sus lemas.
FFB es más, mucho más que su enorme obra, una obra que abarca, aparte de sus artículos, editoriales, notas y entrevistas imprescindibles, las figuras de Antonio Gramsci, Lenin, Bordiga, Pannekoek y Della Volpe; su exhaustivo conocimiento de Bartolomé de las Casas y la época de La gran perturbación; la filosofía y la sociología de la ciencia (uno de sus grandes libros es La ilusión del método); la universidad democrática; la utopía emancipatoria; Albert Einstein, ciencia y consciencia comprometida; el pacifismo antimilitarista; el ecocomunismo anticapitalista (su prólogo al último libro de Jorge Riechmann sobre la llegada del socialismo en bicicleta es uno de sus mejores textos); la crítica a los tribunos; los movimientos sociales altermundistas; la aproximación crítica y documentada al marxismo analítico y al marxismo cientificista; la poliética; una sensibilidad poco usual hacia el movimiento feminista (Paco se hacía llamar Paca en ocasiones). Etcétera, largo y diverso etcétera.
FFB es mucho más, decía, que su obra escrita, porque Paco (así le llamaban sus amigos y conocidos, cuesta lo suyo llamarle Francisco Javier Fernández Buey) fue, además de un escritor excepcional que usaba un magnífico y hermoso castellano, un filósofo de primera magnitud, un marxista sin ismos pero con una enorme pulsión socialista que conocía al detalle mil momentos esenciales de la historia de los comunismos del siglo XX (apuntó en más de una ocasión la necesidad -y justicia- de escribir con urgencia el «libro blanco» del comunismo del siglo XX, nos regaló incluso un guión para una película con ese fin), un militante fuertemente vinculado al movimiento obrero que habló como pocos de federalismo y autodeterminación, un agudísimo crítico de cine, poesía y literatura (un vértice de su obra no siempre recordado), un prologuista como ha habido pocos (véanse, por ejemplo, sus introducciones a la obra de Ernesto Guevara, Gramsci, Sacristán o Simone Weil), FFB ha sido, además de todo y junto a ello, un maestro de generaciones de ciudadanos y ciudadanas y no sólo del ámbito académico donde, por supuesto, ha sido un profesor excepcional, de los que dejan huella en todas las bases y largas cadenas de nuestro ADN… Y para siempre. ¿Qué levante la mano alguien que haya escuchado a Paco, a Francisco Fernández Buey en una conferencia, en una clase, en una intervención política, y no haya deseado escucharle otra vez, leer sus escritos, saber más de él y de su obra? Hay muchos puños levantados pero seguro que no hay ninguna mano alzada.
Y FFB ha sido un maestro de la forma en que los grandes lo son. Con el ejemplo. Haciendo y pensando con consistencia. FFB llegó a Barcelona a principios de los años sesenta del siglo pasado y se convirtió por su compromiso, por su entrega, por su entusiasmo, por su racionalismo temperado y enrojecido, en uno de los estudiantes esenciales de aquel gran movimiento democrático, antifranquista, repleto de estudiantes comunistas, que fue el Sindicato Democrático de Estudiantes de Barcelona. Lo pagó caro, nada era gratis. Aparte de algunas delicadezas violentas de Creix el torturador y de sus fieles y serviles colegas, hizo unos dos años de mili en el Sáhara, entonces colonia franquista, por su atrevimiento antifascista. Compartió destierro con Quim Boix y Paco Téllez. Ni que decir tiene que incluso, en circunstancias tan adversas, FFB -como Quim y el otro Paco- siguieron militando en territorios donde la infamia, la ignominia, la persecución y la salvaje represión eran monedas corrientes, marcas de aquella casa y de aquella dura época donde, a diferencia de otros, algunos y algunas practicaban la resistencia no silenciosa.
Vinieron luego muchos aventuras políticas e intelectuales. FFB fue esencial en la colección Hipótesis de Grijalbo, en el surgimiento de la revista Materiales, en mientras tanto, en El Viejo Topo, y en cien lugares más. Dejó de militar en el PSUC porque nunca le convencieron ni el eurocomunismo ni las posiciones políticas que la dirección del PSUC y el PCE mantuvieron durante los años, ciertamente difíciles, de la transición-transacción. No por ello dejó de colaborar una y mil veces en el que consideró partido esencial en la lucha contra el fascismo y por el socialismo. Un partido muy suyo que llevaba incrustado en su alma.
De su marxismo, un marxismo-sin-ismos-pero-con-mucha-alma-comunista, del marxismo del autor de Marx (sin ismos), dice lo esencial una reflexión epistolar en la que señaló que la inspiración moral era lo primero en Marx y en todos los marxistas importantes. El coautor de Redes que dan libertad lo expresaba así: «el marxismo empieza siendo un filosofar sobre la práctica humana, una filosofía moral, la cual, para hacer razonada (o razonable) la justa pasión igualitaria de los de abajo, se va configurando sucesivamente: a) como historia crítica de las ideologías, b) como antropología filosófica con atención a lo económico-social, c) como economía sociohistórica, d) como antropología histórico-filosófica con intención científica». En esta configuración, había tres elementos que se reiteraban: la afirmación materialista, la vocación científica y el punto de vista o estilo dialéctico.
¡Arden las pérdidas!, escribió su amigo y compañero Víctor Ríos, tomando pie en Antonio Gamoneda, un poeta muy del gusto también de Francisco Fernández Buey. Su pérdida sigue ardiendo. No habita el olvido, nunca habitará el olvido en el hacer, en la obra, en el internacionalismo, de un comunista imprescindible en la historia de la izquierda catalana-española y mundial.
Paco Fernández Buey, entre muchas más cosas, nos ayudó a todos a no ser unos pingos almidonados. ¡Le hemos querido tanto! ¡Le debemos tanto!
Fuente: http://www.psuc.org/seccio-noticies/34-nou-treball/5818-nou-treball-117