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Frente a un panorama escalofriante, más democracia

Fuentes: Rebelión

Un escenario para nada estimulante

Inseguridad y violencia, tanto criminal como estatal. Con esos dos términos podría sintetizarse la grave crisis que atraviesa el Ecuador pospandémico. A partir de esos dos elementos se encadenan una serie de factores que permiten esbozar un escenario general para el futuro inmediato.

            El primer factor que sobresale es el miedo, ese recurso del poder que, hábilmente utilizado, paraliza por completo a una sociedad. En efecto, la sociedad ecuatoriana, con contadísimas excepciones, experimenta un proceso de paralización que se acentúa desde que la violencia criminal se desbordó. Y la reacción más primaria y espontánea de la gente ha sido exigir una respuesta represiva de parte del Estado. La militarización del espacio público, insuficiente como queda demostrado luego de la declaratoria del “conflicto interno armado”, con seis meses de estados de excepción, ha contado con el beneplácito y el entusiasmo de la población.

            El miedo, a su vez, genera desconfianza, el factor más determinante en la ruptura del tejido social y, en consecuencia, en la desintegración de la solidaridad colectiva. Existen amplios sectores de la sociedad que han caído presas de una suerte de nihilismo existencial, que renuncia no solo a la esperanza, sino a la búsqueda de mínimas salidas frente a la encrucijada que vive el mundo contemporáneo. La idea de la inviabilidad de cualquier alternativa termina convertida en el principal referente del futuro. Al mismo tiempo, las perspectivas catastrofistas en agendas como el medioambiente, la economía o la paz provocan una angustia generalizada.

            La expansión incontenible del crimen organizado en sus distintas vertientes (tráfico de drogas, armas, personas u órganos, sicariato, lavado de activos, extorsión, minería, etc.), fenómenos que están detrás de la inseguridad y la violencia sistemáticas, genera a la vez un clima de impunidad que ahonda la sensación de impotencia que invade a la ciudadanía. La gente no solo que pierde la esperanza, sino que deja de creen en todo y pierde cualquier expectativa en las instituciones. En esta situación, los proyectos de vida se han reducido muchas veces al ámbito grupal, familiar y hasta personal. La vida se convierte más y más en una competencia de arranches y pisotones, y la migración se convierte en una suerte de escape, sobre todo de la población joven que no avizora futuro en el Ecuador.

            Y la política, esa esfera de lo público llamada precisamente a superar el estado de competencia desaforada, evitar la desintegración social y neutralizar la confrontación suicida entre prójimos, adolece de un desprestigio que amenaza peligrosamente a la democracia. La crisis ética del mundo de la política se la está asumiendo desde la peor de las alternativas terapéuticas: el autoritarismo ramplón y descarado y la lumpenización del capitalismo. La estrategia de la ultraderecha global para devaluar en forma sistemática y sostenida la democracia estimula el imaginario represivo de la población. El panorama, sin caer en exageraciones, es escalofriante.

            El entramado de todos estos factores mencionados impone un límite difícil de franquear para que la humanidad pueda enfrentar lo que, a no dudarlo, es la mayor amenaza para la civilización moderna: la catástrofe ambiental. Vivimos ya el colapso ecológico producido fundamentalmente por el desequilibrio en el uso de los recursos naturales, el consumismo desbocado y un productivismo destructor en esencia. La crisis general provocada por estos factores impide asumir una estrategia que permita al menos restablecer algún equilibrio entre sociedad, mercado y naturaleza. Aunque debe quedar claro que la economía siempre debe estar al servicio del ser humano y este no podrá nunca atropellar los ciclos ecológicos que conforman la base de su existencia.

La violencia criminal, el deterioro de la política o el miedo colectivo son utilizados como plataforma para toda clase de proyectos de utilización irracional de los recursos. La disputa por estos recursos ya no tiene reglas ni límites. La corrupción institucional, por ejemplo, facilita la apropiación y la explotación ilegales de amplias zonas productivas del planeta, con el único propósito de asegurar la reproducción del capitalismo. ¿Cómo poner freno a esta devastación ambiental sin un institucionalidad sólita y efectiva?  El caso más patético es el irrespeto de los empresarios y del propio Estado a la voluntad soberana expresada en las consultas ambientales.

El dilema existencial de la izquierda

Históricamente, la izquierda fue la fuerza política llamada a combatir estas manifestaciones destructivas del sistema capitalista. Al margen de la mayor o menor radicalidad de sus propuestas de cambio, la lucha por la defensa de la democracia y de los derechos ciudadanos –a los cuales se integraron después los Derechos de la Naturaleza– han definido las líneas rojas de su quehacer político, los parámetros irrenunciables dentro de los cuales coincidían todos los sectores y agrupaciones identificados con esta tendencia.

            Sin embargo, las vertiginosas transformaciones que ha experimentado la sociedad posmoderna han trastocado muchos de esos referentes estratégicos. En varias partes del mundo la agenda de la izquierda se ha reducido a una administración supuestamente menos brutal del capitalismo. Como si la ralentización de la economía y del modelo productivo pudiera detener la catástrofe ambiental, la marginalidad social o el incremento de las desigualdades. Frente a la avalancha del hedonismo y la banalización de la vida promovida por la sociedad de consumo, la izquierda se ha quedado sin proyecto alternativo. Eso refleja por qué ni siquiera ha podido renovar su discurso. Las viejas explicaciones ya no sirven para orientar a la sociedad de cara a los nuevos retos que debe enfrentar.

            La imposibilidad de diálogo al interior de la tendencia probablemente sea la consecuencia más negativa de esta crisis. La extrema fragmentación de la izquierda, debida en parte al desconcierto que provoca la acelerada dinámica cultural y tecnológica del capitalismo, contribuyen a la dispersión. Se apuesta por nichos sociales o por agendas parciales que tienden a un mayor aislamiento. Cómo combinar la unidad indispensable con la autonomía de cada proceso es la clave para potenciar a la izquierda. En otras palaras, cómo hacer coincidir las distintas agendas y tiempos de los actores sociales en determinadas coyunturas o en luchas más estratégicas.

            En este punto, el potencial transformador de los movimientos sociales se vuelve fundamental. Hasta ahora, las distintas formas de resistencia han contribuido a contener en parte el avance y la expansión del proyecto neoliberal. No obstante, es imprescindible pasar a la ofensiva. Esto implica alterar las condiciones de la disputa. Dicho en términos deportivos, jugar en cancha propia, sin perder de vista que hay que ganar en cancha ajena. Las resistencias en clave de re-existencias están bien, pero ya es hora de pasar al ataque.

            De todos modos, es importante señalar que, si la derecha se aprovecha del miedo colectivo para desmovilizar y paralizar a la sociedad, la izquierda tiene la opción de activar la indignación, el hastío y la frustración de la gente frente a las ofertas y promesas incumplidas por la clase política. Esto incluye el desprestigio de las élites económicas que han hecho del egoísmo, la corrupción y la violación de la ley una constante en el ejercicio de su poder. Ofrecer una voz a esa indignación general implica ser más radicales en la lucha contra el desorden suicida del capitalismo y la codicia desmedida de los sectores empresariales. La izquierda tiene que mostrar absoluta intolerancia con el crimen organizado y la corrupción, sin importar la adscripción política o ideológica de quienes los promueven.

Elementos para una agenda mínima

El diagnóstico de la situación nacional y global no es, como se puede evidenciar, nada alentador para las fuerzas políticas y los sectores sociales que pugnan por un cambio democrático de la realidad. La consolidación de la derecha y la emergencia de una renovada ultraderecha presentan un desbalance negativo para la justicia social, la paz, los derechos humanos y la defensa de la Naturaleza. En Europa, un nacionalismo xenófobo   y racista amenaza con perseguir y excluir a millones de migrantes forzados a abandonar sus países de origen. En Estados Unidos, un reo de la justicia podría ocupar el sillón presidencial encaramado en un discurso fundamentalista y autoritario. En el Ecuador, los viejos grupos de poder negocian a la sombra el bloqueo de cualquier alternativa que cuestione el centenario esquema de dominación oligárquico que aún subsiste. Desde su mirada, la diversidad social y cultural, sobre todo aquella articulada a la propuesta de plurinacionalidad y autonomía del movimiento indígena, es la mayor amenaza para el sistema. La derecha se aferra a la noción de Estado nacional unitario como si se tratara de un talismán para espantar a los demonios de la igualdad que plantea el Estado plurinacional.

            No se puede negar que, en medio de un panorama tan adverso, la izquierda en general ha perdido la capacidad de generar esa esperanza y ese entusiasmo que siempre la caracterizaron. En esto tiene una alta dosis de responsabilidad la cultura de la banalidad impuesta por el proyecto de la posmodernidad. Pero también ha existido una marcada tendencia al dogmatismo y a la inercia ideológica.

            La izquierda siempre desarrolló discursos consistentes, estructurados y sólidos, poco proclives a una renovación frenética como la que opera en la actualidad. La derecha, en cambio, ha hecho de la transitoriedad y el reciclaje constante del discurso el elemento central de su proyecto, particularmente porque esta práctica está más acorde con la dinámica desenfrenada del capitalismo y de la tecnología. Por eso las redes sociales constituyen un territorio cautivo de la dominación cultural y política. Es el terreno del poder.

            No obstante, y a pesar de las extremas e innegables dificultades, existen oportunidades para que las fuerzas sociales y de izquierda no solo se recompongan, sino que puedan retomar la iniciativa. En el caso ecuatoriano existen líneas de confrontación determinantes con los principales grupos de poder.

            La primera tiene que ver con la construcción de la paz como proyecto integral. No se trata de ofrecer una seguridad militarizada para la población, sino, al contrario, una seguridad que prescinda de la intervención directa y permanente de la fuerza pública. El problema del narcotráfico, cuyo crecimiento exponencial está en el origen de la violencia criminal, deber ser asumido desde una estrategia global que responsabilice en primer lugar a los grandes países consumidores. Únicamente una respuesta geopolítica podrá superar esta amenaza. No podemos dejar de plantear soluciones de fondo como la despenalización de la droga y el tratamiento de salud pública al consumo. De manera simultánea, las políticas al interior del país deben resolver aquellos problemas estructurales que sirven de abono al crimen organizado: pobreza, marginalidad, desempleo o empleo mal remunerado, violencia intrafamiliar, deserción escolar, etc.

            Una segunda línea de intervención estratégica desde la izquierda tiene que ser la defensa de la Naturaleza. No solo por un sentido de apego a la vida por encima de la voracidad empresarial, como corresponde a una posición de principios, sino porque en esa lucha se están definiendo los posibles límites a la devastación de la Madre Tierra y a la expansión irracional del modelo productivo capitalista.

            Estas prioridades no excluyen otros puntos centrales de una agenda para la defensa de los derechos y la promoción de cambios profundos en la sociedad. El cumplimiento de los puntos acordados en las mesas de negociación luego del levantamiento de 2022 son una obligación para el Estado; la aprobación del Código Agrario es la única alternativa para empezar a resolver un problema histórico y estructural que sigue generando exclusión y marginación de millones de ecuatorianos; la lucha contra la corrupción no pierde su carácter apremiante, entre otros tantos puntos cruciales para asegurar la vida digna a todos los habitantes del Ecuador.

            Una paz integral y una defensa radical de los derechos sociales y ecológicos pueden ser los pilares para la construcción de un proyecto renovado de la izquierda que, obviamente, deberá incluir todas aquellas agendas contestatarias al sistema: en primer lugar, la lucha de las mujeres; luego, la aplicación efectiva de la plurinacionalidad, la construcción de una seguridad social universal y el impulso a la soberanía alimentaria y energética. Y eso solo para empezar.

Nota: Entre el 30 de mayo y el 1 de junio de 2024, Montecristi Vive organizó en Cuenca una reunión para intercambiar criterios sobre la situación política nacional e internacional, los límites de la izquierda a nivel general, y las posibles alternativas para responder a la tendencia creciente de las fuerzas reaccionarias, conservadoras y autoritarias en el país, en la región y en el resto del mundo. Al evento fueron invitados varios amigos y amigas de MV con quienes se han mantenido relaciones e intercambios políticos creativos y confiables. La intención fundamental fue recoger sus opiniones, criterios y análisis sobre la crisis que enfrenta el país, los desafíos y amenazas globales y las posibles alternativas al clima de incertidumbre y desconcierto que afecta a la izquierda, a los movimientos sociales y a los sectores democráticos inconformes con los retrocesos que se están experimentando. El documento que se presenta a continuación resume los principales aportes recogidos, e intenta aportar con ideas y conclusiones provisionales al debate que debería continuarse no solo en este pequeño espacio, sino en el ámbito más amplio de la izquierda.


*    Entre el 30 de mayo y el 1 de junio de 2024, Montecristi Vive organizó en Cuenca una reunión para intercambiar criterios sobre la situación política nacional e internacional, los límites de la izquierda a nivel general, y las posibles alternativas para responder a la tendencia creciente de las fuerzas reaccionarias, conservadoras y autoritarias en el país, en la región y en el resto del mundo. Al evento fueron invitados varios amigos y amigas de MV con quienes se han mantenido relaciones e intercambios políticos creativos y confiables. La intención fundamental fue recoger sus opiniones, criterios y análisis sobre la crisis que enfrenta el país, los desafíos y amenazas globales y las posibles alternativas al clima de incertidumbre y desconcierto que afecta a la izquierda, a los movimientos sociales y a los sectores democráticos inconformes con los retrocesos que se están experimentando. El documento que se presenta a continuación resume los principales aportes recogidos, e intenta aportar con ideas y conclusiones provisionales al debate que debería continuarse no solo en este pequeño espacio, sino en el ámbito más amplio de la izquierda.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.