Los seguidores de S. Freud se han tapiado en su obra psicológica, sin acordarse para nada de su última obra importante, diría de su obra más importante, publicada como dos artículos consecutivos en la revista «Imago» en 1937, más el tercer y más largo ensayo final publicado ya fuera de territorio alemán, y que forman […]
Los seguidores de S. Freud se han tapiado en su obra psicológica, sin acordarse para nada de su última obra importante, diría de su obra más importante, publicada como dos artículos consecutivos en la revista «Imago» en 1937, más el tercer y más largo ensayo final publicado ya fuera de territorio alemán, y que forman su «Moisés y la religión monoteísta», escrito en una Viena («al amparo de la Iglesia Católica» según el propio S. Freud ya en Londres) que daba sus últimas boqueadas como capital de Austria, y que se unía con la Alemania nazi que había quemado públicamente, y delante de las cámaras cinematográficas, sus libros.
¿Por qué he dicho que se trata de su obra más importante? Porque expone la raíz del judaísmo y de lo que arrastra detrás, el cristianismo. Empieza escribiendo: «Privar a un pueblo del hombre que celebra como el más grande de sus hijos no es empresa que se acometerá de buen grado o con ligereza, tanto más cuando uno mismo forma parte de ese pueblo. Ningún escrúpulo, sin embargo, podrá inducirnos a eludir la verdad en favor de pretendidos intereses nacionales, y, por otra parte, cabe esperar que el examen de los hechos desnudos de un problema redundará en beneficio de su comprensión».
Las religiones monoteístas representan exactamente lo opuesto de la concepción del mundo que sostiene el marxismo. Un dios que crea el mundo es exactamente lo contrario de un mundo que crea a dios. Aquí más que citar a Marx y Engels hay que citar a Perogrullo. No es ninguna novedad, pero los estragos de estos años de plomo de la teoría hacen forzoso recordar un principio ineludible del marxismo, aunque sea compartido con otros materialismos.
A cuenta viene esta afirmación porque disputar sobre las bondades de las religiones prefiriendo una a otras desde un punto de vista marxista es absurdo. Podría argumentarse que la religión raíz del monoteísmo es inferior que su tronco y sus hojas, pero esto son disputas teológicas que se pueden dejar a los interesados, es conocido desde Voltaire que cuando dos clérigos de distintas religiones se encuentran, la risa por las creencias ajenas les acompaña.
El mismo S. Freud declara en el prefacio inglés de junio de 1938 al libro, poco antes de morir, que desde «Tótem y Tabú», escrito en 1912, «jamás he vuelto a dudar que los fenómenos religiosos sólo pueden ser concebidos de acuerdo con la pauta que nos ofrecen los ya conocidos síntomas neuróticos individuales; que son reproducciones de trascendentes pero hace tiempo olvidados sucesos prehistóricos de la familia humana; que su carácter obsesivo obedece precisamente a ese origen; que, por consiguiente, actúan sobre los seres humanos gracias a la verdad histórica que contienen». Lo que indica la importancia que tiene su muy poco conocido, diría que ocultado, «Moisés y la religión monoteísta».
Por cierto que en la religión hay que distinguir también entre «explotadores y explotados» o sea entre clérigos y fieles, y aún entre iglesia y clérigos (estado y funcionarios) también entre ideología y comportamientos. Estas distinciones sirven para tener una política distinta con el aparato eclesiástico, con los clérigos y con los fieles, que viene a simplificarse en que hay que ayudar a los que sufren la opresión religiosa a que dejen de padecerla recordando que se trata del sollozo de la criatura oprimida, distinguir entre los clérigos, siempre que haya tendencias entre ellos, y combatir al aparato eclesiástico.
Estos aparatos eclesiásticos pueden ir desde una de las muchas iglesias filiales del imperialismo para, sin demasiadas florituras, dividir y embrutecer a los trabajadores (opio del pueblo neto) hasta el caso de un aparato eclesiástico con real independencia, las reídas pero reales «divisiones» del estado vaticano (aludo a una anécdota atribuida a Stalin)