¿Progresamos o retrocedemos? En el reparto del mundo el poder no duda en supeditar el ejercicio de la libertad a la tiranía, si necesaria le es para defender sus intereses espurios. Los fundamentalismos se combaten entre sí, pero también se apoyan unos en otros, pues al final se necesitan. Alianzas de ellos, Estados Unidos, Israel, […]
¿Progresamos o retrocedemos? En el reparto del mundo el poder no duda en supeditar el ejercicio de la libertad a la tiranía, si necesaria le es para defender sus intereses espurios. Los fundamentalismos se combaten entre sí, pero también se apoyan unos en otros, pues al final se necesitan. Alianzas de ellos, Estados Unidos, Israel, Arabia Saudí, Pakistán, Afganistán, Irak en otros tiempos, o dictaduras militares del cono Sur de las Américas, y otras satrapías africanas. El mercado es Dios. Y la patria es la morada del Evangelio. El gobernante no es otro que el elegido del profeta, su representante en la tierra. Economía y fanatismo religioso se unen para salvaguardar los intereses industriales y financieros de las multinacionales, que son los auténticos gobernantes del Imperio o de sus corruptos aliados. Las leyes, la moral, los derechos del ser humano nada importan. Y el mundo entero se postra a los pies de este neofundamentalismo económico, político y religioso. Es el siglo XXI. Una red de prisiones fantasmas que sólo conoce la CIA y autoriza Bush: he ahí en que desemboca el progreso. Quienes en ellas son torturados carecen de nombre. Son desaparecidos, secuestrados por un poder que a ninguna Ley se somete, que a ningún tribunal ha de rendir cuentas. Prisiones sin nombre que se dice están en Guantánamo o el Océano Índico, en Jordania o en Egipto, en Tailandia o en cualquier otro lugar del mundo. Otros fundamentalismos combaten el gran terror mediante su propio ejercicio del terror. Bombas y asesinatos, secuestros y tiros en la nuca que se ceban en todas las víctimas de las guerras, declaradas o no. Y también en nombre de Dios. Voluntarios o responsables de una moral arcaica, mesiánica, cruel, que se basa no en el progreso de la historia, sino en su más salvaje y terrible, despótico ejercicio del poder. Sus mujeres son las mayores víctimas. Sus leyes son inhumanas. La razón es perseguida. El diálogo abolido. Fundamentalistas no criticados por quieres se dicen de izquierdas -ciegos ante lo que no quieren ver- y que si alcanzan el poder son aceptados por sus oponentes, quienes sólo piensan en el dinero y las alianzas pactadas sobre millones de cadáveres. Pero Fukuyama -¡ah! los amigos de Aznar- no duda en convertir la palabra democracia en un cadáver que así pueda justificar los fundamentalismos islámicos o bushistas. Para él lo importante no es el desarrollo de los pueblos, las instituciones, las culturas, sino la consolidación y fortalecimiento de elites internas y poderosas y privilegiadas y la creación de grandes y poderosos Estados.
A veces la amenaza de la crisis golpea al conservador modelo liberal evangélico del sistema económico e imperialista que gobierna el mundo. Las lágrimas del petróleo ya anuncian su fecha de caducidad. La sociedad del bienestar montada sobre la explotación de millones de seres humanos grita buscando nuevas y fáciles fuentes de energía que no detengan el enriquecimiento de los magnates que las controlan. La utopía comunista no sólo fue incapaz de ofrecer una salida a la organización de un mundo diferente, sino que al derrumbarse lo hizo validando la ególatra frase del Rey Sol. De ese diluvio todavía no se han repuesto los profetas de la izquierda, mientras los pensadores deambulan entre el canto del mercado y la agonía de la soledad. Voces airadas, movimientos jóvenes se alzan en distintas partes del mundo luchando por recobrar la esperanza de que otro mundo es posible. Mientras el poder político cierra los ojos a los grandes fantasmas que recorren el mundo. El de la inmigración es uno de ellos. El del enfrentamiento -desigual y cruel- entre los fundamentalismos, teocrático norteamericano-israelí, y teocrático islámico-musulmán, parece ser el dominante en nuestra realidad histórica. 200.000 millones de dólares se dice han sido empleados hasta ahora en la guerra de Irak. Pero EE UU invierte más de un billón de dólares en armamentos. Para dominar los mercados del mundo, controlar la energía petrolífera. A su sombra crece el narcotráfico, el dinero negro, el negocio armamentístico y bursátil. ¿Es la era del progreso? El contrario no cuenta con semejantes recursos, pero tiene otro capital: el de las vidas humanas. ¿Qué le importa sacrificar a miles de ciudadanos (¿lo son?) en esta lucha, si a cambio les ofrece el Paraíso? Y así el crimen, la irracionalidad, se sitúan frente al progreso de la propia historia, conseguida a costa de sacrificios y luchas sin cuento. Un puñado de fortunas planetarias impone la verdad de la fuerza y la organización político-militar-económica-religiosa a los más de 3.000 millones de habitantes que pueblan la Tierra. Sus tres cuartas partes siguen en niveles ínfimos de desarrollo.
¿Qué importa? Destruir o dominar el pensamiento es siempre la mejor forma de domar y encauzar a la masa humana. Los fundamentalismos usan idéntico lenguaje.
Andrés Sorel es secretario general de la Asociación Colegial de Escritores de España