Recomiendo:
0

Fusi: el falso profeta

Fuentes: Rebelión

Juan Pablo Fusi publica en «El País» del 6 de Noviembre de 2004 «Trotsky, el profeta vencido», tribuna de opinión cuyo título parafrasea la famosa biografía en tres tomos escrita por Deutscher. La primera reflexión que suscita ese artículo es ¿Por qué casi 90 años después de la Revolución de Octubre, continúan los ataques contra […]

Juan Pablo Fusi publica en «El País» del 6 de Noviembre de 2004 «Trotsky, el profeta vencido», tribuna de opinión cuyo título parafrasea la famosa biografía en tres tomos escrita por Deutscher.

La primera reflexión que suscita ese artículo es ¿Por qué casi 90 años después de la Revolución de Octubre, continúan los ataques contra ella y los que la representan? Atacar a la revolución de Octubre no es una necesidad «intelectual» de Fusi y los Fusis. Es una necesidad del capitalismo en putrefacción, que ha de combatir con la represión, con la propaganda y con la mentira toda esperanza de salida revolucionaria a la crisis de la Humanidad, y que para ello siempre encuentra plumas mercenarias. Tras refutar algunas afirmaciones de Fusi trataremos de volver sobre esta cuestión

Fusi tiene, sin duda, todo el derecho a rechazar la figura de Trotsky, su política y las ideas revolucionarias. Pero un catedrático de Historia Contemporánea no puede exponer en un solo artículo tal cúmulo de hechos que no son ciertos. No creo que pueda alegar ignorancia sobre temas tan conocidos de la historia del Siglo XX. Para no ofender al señor Fusi calificándolo de ignorante en su propia materia, hemos de concluir que se trata de un falso … «profeta».

No soy historiador, pero un elemental conocimiento  permite desgranar los hechos que expone el señor Fusi y que no se ajustan a la verdad histórica. Según su artículo «el programa y las ideas bolcheviques de 1917 -partido único, nacionalización de bancos, minas, ferrocarriles, empresas, comercio exterior e interior, socialización de la tierra y la propiedad privada…- llevaron inevitablemente a la dictadura». Pero todo historiador sabe que en 1917 el programa bolchevique no defendía el partido único. De hecho, los bolcheviques gobernaron en coalición con otro partido, el de los «socialistas-revolucionarios de izquierda», hasta 1918, y la coalición no la rompieron los bolcheviques, sino sus socios de gobierno, al rechazar la paz de Brest-Litovsk y lanzarse a la acción terrorista contra los bolcheviques y matar al embajador alemán, conde Mirbach. Y los partidos socialistas, como los mencheviques, fueron legales hasta 1922, excepto los que se opusieron con las armas en la mano a la revolución de Octubre. Todo historiador debe saber que el programa bolchevique no incluía en 1917 la nacionalización del comercio interior, medida impuesta más tarde, en la época del «comunismo de guerra (1919-23), y abandonada en 1923 con la puesta en marcha de la NEP. Todo historiador debe saber que el programa bolchevique de 1917 no incluía la «socialización» de la tierra, sino su entrega a los campesinos (la colectivización forzosa fue impuesta por Stalin en 1929). Todo historiador debe saber que el ejército no fue restablecido hasta 1919, en el momento en que la Rusia Soviética, reducida al territorio del antiguo ducado de Moscovia y agredida por los ejércitos blancos y por la intervención extranjera de más de 10 países, luchaba a vida o muerte. Hasta esa fecha el ejército rojo era una milicia formada por voluntarios obreros y campesinos pobres exclusivamente. Todo Historiador debe saber que el programa bolchevique de 1917 no proponía la nacionalización de todas las empresas ni la «socialización» de toda la propiedad privada.

Fusi dice que el programa bolchevique -que él ha deformado como hemos demostrado- conducía a la dictadura. Como si los bolcheviques, tras la toma del poder, y en medio de una plácida situación de debates democráticos, corteses, académicos y civilizados, hubieran ido imponiendo una dictadura por su voluntad. ¡todo un historiador que hace caso omiso en su explicación delas circunstancias materiales en que se desarrolla la política bolchevique!. Fusi debía saber que tras la revolución de Octubre los guardias rojos pusieron en libertad incluso a los que se habían opuesto a la insurrección armas en mano, bajo la promesa -casi unánimemente incumplida- de no volver a combatir al poder soviético. Después, el levantamiento de la Legión Checoeslovaca, la formación de los ejércitos blancos, armados y pertrechados por los gobiernos capitalistas, y que reprimían a sangre y fuego a los revolucionarios (las tropas de Kolchak, por ejemplo, hervían a los revolucionarios en las calderas de las locomotoras), el terrorismo contra el estado soviético, el hambre que obligaba a la requisa sistemática del grano para alimentar a las ciudades, obligaron a los bolcheviques a imponer la represión, a hacer frente el terror blanco con el terror rojo.

Tampoco es cierto, como afirma Fusi, que los bolcheviques ganaran la guerra ruso-polaca. Su ofensiva imprudente sobre Varsovia fue derrotada .

 El Sr. Fusi acumula, pues, un importante bagaje de desconocimientos … o de falsificaciones. De 9 medidas que atribuye al programa bolchevique de 1917, 5 no son ciertas. Espero que no sea esa la «historia contemporánea» que hace aprender a los abnegados alumnos de la Universidad Complutense.

Pero, además, el Sr. Fusi acumula en su artículo un número no desdeñable de verdades a medias e interpretaciones forzadas. Repasemos algunas.

Así,  J. P. Fusi repite uno de los mitos de la propaganda estalinista, cuando dice que Trotsky, «Desinteresado en la gestión ordinaria del partido, apenas si asistía a las reuniones de los órganos de dirección del mismo». Es cierto que durante la guerra civil, Trotsky acudía pocas veces a las reuniones regulares de los órganos de dirección del Partido  (que por otra parte eran escasas). Pero haría falta explicar que como jefe del ejército Rojo pasó la mayor parte de los años de la guerra civil fuera de Moscú en los distintos frentes de guerra.

Del mismo modo, Fusi nos dice que «La primera purga interna del partido, que afectó a unos 100.000 militantes, tuvo lugar en 1921, años antes de que Stalin se hiciera con el poder». Pero «olvida» aclarar que esa «purga», a diferencia de las de Stalin, que suponían no sólo la expulsión del partido, sino la cárcel o el fusilamiento, se limitó a limpiar un partido que había crecido en 4 años hasta los 750.000 miembros, muchos de ellos arribistas apuntados al calor del poder [1]. Pierre Broué, en su monumental obra «El Partido Bolchevique» dice sobre esta «purga»:  «136.836 miembros del partido son expulsados, de los cuales un 11 por 100 es acusado de «indisciplina», un 34 por 100 de «pasividad», un 25 por 100 de «delitos leves» ‑entre los que se cuentan la embriaguez y el «carrerismo»‑ y un 9 por 100 de «faltas graves» como chantaje, corrupción y prevaricación» [2]. Broué recuerda que poco antes «La Oposición Obrera, que ha impugnado las decisiones del partido en la Internacional mediante una carta conocida como la «declaración de los 22″, es acusada de indisciplina grave. Una comisión integrada por Dzherzhinsky, Stalin y Zinoviev va a exigir, en una moción presentada al XI Con­greso, la expulsión de Schliapnikov, Medvediev y Kolontai pero la propuesta será rechazada» [3]. Es decir, que la «purga» realizada en tiempos de Lenin no buscaba eliminar a los oponentes políticos.

Fusi nos dice que «Fue Trotsky quien en ocasión memorable, a las pocas horas del triunfo de la revolución, apuntilló a los socialistas moderados, a los mencheviques». La «ocasión memorable» fue el II Congreso de los soviets, reunido tras la insurrección de Octubre, en el que Trotsky responde -la «puntilla» no pasó de ser verbal-  en nombre de los bolcheviques a la propuesta de un gobierno de coalición de mayoría menchevique y social-revolucionaria, del que estarían excluidos Lenin y Trotsky, lo siguiente: «Nuestra insurrección ha vencido y ahora se nos hace una propuesta: renunciad a vuestra victoria, concluid un acuerdo.(…) A los que se han ido de aquí, como a los que se presentan con propuestas semejantes, debemos decirles: «Estáis lamentablemente aislados sois unos fracasados, vuestro papel ya está jugado, dirigimos allí donde vuestra clase está ahora: ¡al basurero de la historia!…» «. Frente a quienes pedían que los bolcheviques entregaran de nuevo el poder a quienes habían demostrado en los 8 meses que median entre febrero y octubre que no estaban dispuestos a satisfacer las reivindicaciones de las masas, a firmar la paz, rompiendo con el imperialismo que exigía el sacrificio del ejército ruso en las trincheras, a entregar la tierra a los campesinos, a entregarlas fábricas a los trabajadores. Pedían que traicionasen la revolución, y Trotsky apuntilla (verbalmente, repetimos) a quienes exigen semejante despropósito.

Fusi acusa a Trotsky , como dirigente del ejército rojo, de que «al hilo de la guerra civil, ese Ejército eliminó a los anarquistas y luego, en 1921, aplastó la rebelión de los marineros de la base naval de Kronstadt, uno de los símbolos de la revolución de 1917, sublevados ahora por la gravísima situación creada por el régimen comunista en apenas tres años de existencia». ¡curiosa redacción!. «Al hilo de la guerra civil» quiere decir: mientras la Rusia Soviética luchaba desesperadamente contra ejércitos insurrectos, armados y apoyados por las potencias occidentales, que intervenían, además, directamente en el Norte (Inglaterra y Alemania) , el sur (Francia), el Oeste (Polonia, Rumania, Alemania), el este (Japón), y contra tropas sanguinarias (que no dudaban en recurrir a los fusilamientos masivos, como las tropas de Franco en 1936), se vio obligada a adoptar medidas extremas contra sus opositores militares, «blancos»  o «negros». Ciertamente la guerra en general, y la guerra civil en particular, no es una escuela de humanismo. Pero aún esperamos de los Fusi una condena histórica a los que, como Truman, lanzaron la bomba atómica contra civiles japoneses  indefensos, o los que, como Churchil, decidieron abrasar vivos a cientos de miles en la ciudad mártir de Bremen («grandes estadistas» cuyas medidas son justificadas porque «acortaron la guerra» y «ahorraron la vida de miles de soldados»).

También dice Fusi que la rebelión de Kronstadt (en cuya represión no participó Trotsky, como Fusi da a entender) fue debida  a  «la gravísima situación creada por el régimen comunista en apenas tres años de existencia». Como si no hubiera habido guerra civil, intervención extranjera y bloqueo absoluto (no se permitía la exportación a Rusia ni de alimentos ni de medicinas, algo especialmente grave porque Rusia no las fabricaba), y, como consecuencia de esto, y no de los tres años de régimen comunista, hambre masiva.

Fusi se escandaliza del fusilamiento de la familia real zarista. Como historiador debía saber que el fusilamiento fue decidido de manera precipitada ante el peligro de que los guardias blancos liberaran al zar. Los bolcheviques preparaban un juicio político – al estilo del que la revolución francesa hizo a Luis XVI- a Nicolás II, que por otra parte tampoco era ningún angelito, sino el responsable del asesinato, entre otros, de cientos de obreros que se manifestaban pacíficamente en el «domingo sangriento» de 1905.

Fusi , citando a Carr, dice que «Trotsky era por temperamento y ambición el más dictatorial de los líderes comunistas».  Ignoramos de qué estudio psicológico ha sacado Carr (notoriamente decantado del lado de Stalin) sus conocimientos sobre  temperamento y ambición, pero en todo caso es un juicio claramente contradictorio con los hechos. En 1923 Trotsky era el jefe indiscutido del Ejército Rojo. Nada más fácil para él, si la ambición personal fuera un factor de importancia, que haberse mantenido en el poder por la fuerza y satisfacer así sus impulsos dictatoriales.

Podría seguir con las falsedades, omisiones y verdades a medias del sr. Fusi, pero no quiero dejar de entrar en el fondo político de su artículo.

Para empezar, me resulta inaudito el trasfondo antisemita. Fusi comienza su artículo por la palabra «judío», y hace no menos de tres menciones al judaísmo de Trotsky.  Se refiere a él como «notoriamente judío (aunque asimilado): era poco menos que impensable que un judío gobernase en Rusia, dado el intenso antisemitismo del país». «se reconcilió con su condición judía y, pese a su internacionalismo, pareció interesarse al final por la dramática suerte de su pueblo». Todo ello para un dirigente no «asimilado», sino ateo militante, , desde su adolescencia y que no «se reconcilió» con su condición judía. Simplemente señaló antes que nadie que la subida de Hitler al poder era una amenaza mortal para todos los judíos.

Amparándose bajo la autoridad que le pueda dar ser historiador, Fusi lo que hace es arremeter contra la política de Trotsky y de los bolcheviques. Como dije al comienzo, es su derecho. Todo es opinable. Y permitáseme la libertad de contradecir las opiniones de Fusi.

 Fusi -como la mayoría de los políticos burgueses y la socialdemocracia- toma posición a favor de Stalin en la polémica sobre el socialismo en un solo país. Asegura contra Trotsky que «Su tesis más conocida y característica, la revolución permanente, era mucho menos coherente con las necesidades de reconstrucción de Rusia (…) que la tesis de Stalin del «socialismo en un solo país», esto es, la transformación desde arriba de la URSS en un gigante industrial y militar». Aquí Fusi combina su propia opinión con una nueva falsedad -o ignorancia- al olvidar que en 1925-28 fueron la Oposición de Izquierdas y la Oposición Conjunta quienes defendieron contra Stalin -que luego se apropió, a su manera, de sus tesis-  la planificación económica y la industrialización. Lenin y Trotsky defendían que, aunque la atrasada Rusia podía iniciar la revolución socialista, el futuro de ésta dependía de la revolución en los países más desarrollados.  Las tesis de Stalin, que suponen una ruptura con las ideas de Lenin, no obedecían a la necesidad de un desarrollo industrial o de la reconstrucción de Rusia, sino  al carácter conservador y contrarrevolucionario de la Nomenklatura que, con Stalin como portavoz, usurpó el poder en la URSS. La burocracia quiere disfrutar en su provecho del propiedad colectiva, y quiere coexistir con el capitalismo. No quiere aventuras revolucionarias. Stalin convirtió a la Internacional Comunista y a los PCs en organizaciones al servicio de la política exterior de la burocracia ( y no de los «intereses de la URSS», como dice Fusi) hasta que disolvió la IC en 1943 porque interfería en su política exterior.  Fusi, como los estalinistas, confunde los intereses de la Nomenklatura con los de la URRS. Pero si algo se ha demostrado en la última década del siglo XX es lo que Trotsky ya anunció en 1934 en La Revolución Traicionada: que la burocracia llevaba a la URSS a la catástrofe y la restauración capitalista.

Fusi reprocha a Trotsky una supuesta «obsesión enfermiza con el estalinismo, y tópicas y apocalípticas advertencias sobre el colapso del capitalismo como teoría del fascismo». ¿Cómo puede un catedrático de Historia Contemporánea no reconocer lo certero de las advertencias de Trotsky sobre cómo la victoria de Hitler significaría una nueva guerra mundial y el exterminio de los judíos. La II Guerra Mundial acabó con 6 millones de judíos asesinados en los campos de concentración, 50 millones  de seres humanos muertos (la mayoría de ellos civiles),  los bombardeos masivos de ciudades indefensas y los bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki. Un panorama que poco se diferencia del Apocalipsis. En cuanto a la supuesta obsesión por el estalinismo, parece mentira que un historiador como Fusi ignore el balance negro del estalinismo, la colectivización forzosa, el Gulag, el exterminio de toda la vieja guardia bolchevique (y no sólo de la familia de Trotsky, como cuenta Fusi en su artículo), los Procesos de Moscú, la traición a la revolución española en 1936-39 (entre otras), y finalmente el hundimiento de la URSS y la reconversión de la Nomenklatura en partidos al servicio de la restauración capitalista y en mafias que se apoderan de la propiedad estatal en su propio beneficio.

Fusi reprocha a los bolcheviques su falta de respeto a la democracia, y cita entre otras «pruebas» la disolución de la Asamblea Constituyente en 1918. Sin olvidar que de nuevo manipula los hechos (la disolución de la Constituyente  fue apoyada por los socialistas-revolucionarios de izquierda y los anarquistas, y de hecho, físicamente fue el anarquista Selezniak quien la disolvió), habría que exponer la cuestión completa. El conflicto entre el régimen soviético y la asamblea Constituyente no es el conflicto entre «democracia» y «dictadura», sino entre la democracia soviética (elección directa con revocabilidad de mandatos) y la democracia parlamentaria burguesa (mediatizada, además por unas candidaturas anteriores a la revolución de Octubre, en las que el partido Socialista Revolucionario, mayoritario entre los campesinos,  figuraba aún con listas únicas, cuando en Octubre de 1917 se había roto en dos, la derecha, antibolchevique, y la izquierda, aliada de Lenin y Trotsky).  Los soviets eran organizaciones profundamente democráticas, elegidas en la base por el voto directo y participativo de millones de trabajadores, campesinos y soldados, basados en la elección de delegados que respondían en todo momento ante quienes les eligieron, que podían revocarles de inmediato. A diferencia de la democracia burguesa, en la que no puede exigirse el cumplimiento de las promesas electorales ni revocar a un representante que traiciona el mandato de sus electores.

 
La Asamblea de la democracia burguesa se negó a ratificar  medidas como la entrega de la tierra a los campesinos o las conversaciones de paz. El poder soviético la disolvió. Enfrentada a una situación similar, la dirección del frente sandinista, con una economía arruinada por el boicot de los EE.UU. y la guerra sucia de la «contra», financiada por la CIA, decidió aceptar el resultado de las elecciones parlamentarias de 1990. La consecuencia de esa decisión fue el enterramiento de la revolución nicaragüense. Lo que prueba que no sólo la corrupción diferenciaba a los dirigentes sandinistas de Lenin y Trotsky. Éstos eran revolucionarios consecuentes. 

¿Por qué tanto interés en hundir la memoria de Trotsky, y con ella las ideas del marxismo revolucionario? Como señalábamos al comienzo del artículo, porque a casi 90 años de  la revolución de Octubre, ésta sigue siendo el acontecimiento más importante del siglo XX y la esperanza para millones de seres humanos. Sólo el gobierno surgido de la revolución de Octubre puede hacer gala  del cumplimiento de todas sus promesas, y de la apertura de nuevas esperanzas par la Humanidad. Los Bolcheviques cumplieron su programa: firmaron la paz, entregaron la tierra a los campesinos, impusieron la jornada laboral de 8 horas, dieron la autodeterminación a las nacionalidades oprimidas, como Finlandia y Polonia, impusieron la separación de la Iglesia y el Estado,  promulgaron por primera vez en la Historia la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, el derecho de las mujeres a la anticoncepción, el acceso universal a la sanidad y educación gratuitas. Fue esa política, que amenazaba a la estabilidad del capitalismo en otros países, la que motivó la intervención extranjera y la imposición de la guerra civil.

Precisamente por eso, los Fusis han de presentar a Trotsky como un «profeta vencido». Hundido el estalinismo, tratan con eso de descalificar toda opción revolucionaria en el siglo XXI. Sin embargo, en este siglo, el capitalismo conduce a la Humanidad a la barbarie. La riqueza se concentra cada vez más en manos de unos pocos. Continentes enteros, como África ,están condenados a la miseria y a la muerte de hambre, de SIDA o por guerras atizadas por las multinacionales. Lacras como el trabajo infantil se extienden. El imperialismo USA impone la guerra unilateral o «preventiva» a los pueblos, como en Irak o Afganistán. La «limpieza étnica» se apodera de Ruanda, Burundi, Sudán y mete sus zarpas en Europa en los Balcanes. La clase obrera de Europa ve como sus conquistas históricas se ven demolidas por los gobiernos al servicio de la Unión Europea y sus puestos de trabajo destruidos por las deslocalizaciones. ¿Es o no de actualidad el programa bolchevique de 1917, la lucha por la paz, por los derechos de la mujer, la abolición del trabajo infantil, la libertad para las nacionalidades, el acceso a servicios públicos …? Los hechos demuestran  que la alternativa es, como ya definió Rosa Luxemburgo, socialismo o barbarie. Los partidarios de la organización fundada por Trotsky, la IV Internacional, (última y para él mismo más valiosa aportación al combate por la revolución, incluso más que su participación en la revolución rusa) y no citada tampoco por Fusi, continuamos su combate.

 
Luis González
Militante de la sección española de la IV Internacional
 
__________________________________________________________-
 

[1] El Partido Bolchevique tuvo un aumento numérico vertiginoso: 250.000 miembros en marzo de 1919 que se convierten en 610.000 en marzo de 1920 y en 730.000 en marzo de 1921.

[2] P. Broué. El Partido Bolchevique, p. 219 

[3] Broué. El Partido Bolchevique, p. 217