En un mundo de propaganda, de manipulación y control mediático, debemos estar atentos y saber, ¿a quién le sirven nuestras manifestaciones, filias y fobias? Aunque no lo creamos, nuestras inclinaciones siempre sirven al interés de alguien más. I Hitler era un keynesiano, estaba en favor de la intervención del Estado para regular la economía y […]
En un mundo de propaganda, de manipulación y control mediático, debemos estar atentos y saber, ¿a quién le sirven nuestras manifestaciones, filias y fobias?
Aunque no lo creamos, nuestras inclinaciones siempre sirven al interés de alguien más.
I
Hitler era un keynesiano, estaba en favor de la intervención del Estado para regular la economía y proteger a las clases trabajadoras. Su propuesta venía muy a cuento ante la prolongada crisis económica por la que atravesaban sus compatriotas. Era momento de oponerse a la especulación del libre mercado (lo que hoy llamamos: neo-liberalismo). Por supuesto, para que Hitler aplicara sus medidas proteccionistas, re-impulsara el poder industrial e hiciera a Alemania grande otra vez, tenía que ganar las elecciones. De entre sus asesores surgió la idea de manifestarse en contra de los judíos, pues se trataba de una inclinación xenófoba aceptada en una enorme cantidad de hogares germanos, y del norte de Europa en general. Desafortunadamente Hitler y sus socios carecían de escrúpulos, ética y respeto por la vida humana. Al grito de: «Deutschland, erwache! («¡Alemania despierta!») y el llamado a la unidad, lanzaron su primavera color de rosa, convocando enormes multitudes a las urnas de la democracia.
Pero, aun así, Adolf no tenía la mayoría de los votos; tuvo que hacerse de un conjunto de artimañas para conseguir el control de la cámara y montar la silla imperial dentro del Reichtag. Parte del triunfo se debió, sin duda, a los desorganizados y siempre ambiciosos industriales (la masa dominante), que prefirió la xenofobía y la segregación, al peligro inminente de un gobierno controlado por la clase trabajadora (socialismo). Otro elemento decisivo fue la asociación que, desde un principio, hicieron los nazis con grupos armados y militares.
Pero lo que aquí quiero poner de relieve, es la responsabilidad individual: la de usted.
II
La obsesión por la competencia, la supremacía y el control absoluto de la riqueza, son vicios que no nacieron de la clase media; son vicios heredados de una realeza en decadencia, que se mezcló con la burguesía y se fundió definitivamente con ella, tras el siglo de las revoluciones. Sus principios y mecanismos racionales fueron difundidos entre los trabajadores a través del sistema educativo: los valores de la competencia y el individualismo eran necesarios para el desarrollo industrial; el primer país en implementar la educación de manera oficial y obligatoria fue Alemania (antes Prúsia). Y ya se conocen las consecuencias. Fue precisamente un psicoanalista alemán (Erich Fromm), el primero en advertir el fenómeno del fascismo como enfermedad social, como un conjunto de patologías. De estas patologías se desprende la actitud narcisista de mirar el derecho al sufragio como un producto de consumo, como una oportunidad para la especulación; porque, para quien todo lo mira como un objeto del cual ha de sacar provecho, poco importa el progreso de las mayorías, y es primordial, en cambio, aprovechar todo instrumento a la mano para aumentar su pequeño poder. La consecuencia de esta actitud, es que fácilmente se cae en discursos segregacionistas, supremacistas y/o xenófobos, donde el enemigo invisible, el ladrón que amenaza nuestros privilegios, el inmigrante, el pobre, el miedo, se convierten en los argumentos centrales de la política. Una política que sirve al egoísmo y la auto afirmación del vicio cultural histórico.
III
El fascismo necesita un enemigo, una raza perversa que nos acosa y planea un complot desde el principio de los tiempos, para acabar con nuestros valores y nuestra forma de vida. Ese enemigo puede ser, incluso, el fascismo mismo. Recordemos que el fascismo de Hitler y Musolini venía vestido de socialismo, igual que hoy el fascismo de Trump se opone al neo-liberalismo y presume de ser solidario con la clase trabajadora.
Ya existe material de sobra para saber que el discurso de la Casa Blanca está basado en la mentira y la manipulación, sin embargo, aquellos que votaron por el presidente en turno, son incapaces de aceptar las evidencias frente a sus ojos, por una actitud común: el miedo a estar equivocado. El miedo a estar equivocado es el peor ingrediente de la política, es el camino más directo hacia la necedad. Pero no nos confundamos, el necio, el manipulado, no siempre es el otro. La idea del enemigo se sostiene a la perfección durante largo tiempo, porque siempre hay alguien que se pone el saco, que reacciona y retro-alimenta el odio: atacándolo. Haciendo activismo gratuito por medio de las redes sociales, se hace el juego a campañas de miedo y odio. Antes de caer en la provocación del enemigo común, debemos preguntarnos seriamente, qué tanto miedo tenemos a estar equivocados.
¿Qué tanto odio?
La mejor forma de hacer política (y la primera en aparecer en el imaginario humano), es la colaboración. Pensemos en nuestro entorno inmediato: nuestros familiares, nuestros vecinos, nuestros compañeros de trabajo. Por muchas diferencias que tengamos con ellos, hemos de ser tolerantes, si es que queremos llevar la fiesta en paz. A menos que queramos irnos a vivir a una isla desierta, como suelen pretender los adolescentes al cerrar la puerta de su recámara. Por el contrario, cuando se opta por la tolerancia, se abre un nuevo mundo de posibilidades, pues más allá de lo minúsculo e individual, está lo grupal.
IV
Hoy el mundo se sorprende por la «revolución» que están causando las redes sociales, como si no se tratara de la misma cantaleta, tantas veces repetida a lo largo de la historia. La desvirtualización de la política comenzó un día en que a algún demagogo se le ocurrió ubicarla en la distancia, lejos de el paisaje cotidiano. Ésto además de volver a la política en un argumento inútil y falaz, la convirtió, por lo mismo, en el espacio ideal para la banalidad. Pues hablar de la política como algo que sucede en un pueblo lejano es la enajenación de nuestra opinión y nuestros procesos mentales. Es tan fácil decir esto y aquello, cuando no nos afecta directamente, cuando sólo aparece dentro de una pantalla: una imagen sostenida por nuestra inocencia crédula. Quien, ante estas reglas, se atreve a opinar, es temerario; arriesgado pero no muy inteligente, pues el riesgo que toma es el de la necedad. A la larga se topará con que todas sus opiniones, por muy exquisitas y preparadas que sean sólo conducirán al cacareo conflictivo, al chisme de lavadero. Terminará por hartarse de su propia réplica improductiva y renegará del medio que lo condujo a tal desacierto. Así, la gente se desencantará de las redes sociales por la misma razón que en el pasado se desencantaron de los periódicos y/o la política. Paradójicamente, el mismo impulso inmaduro e individualista que nos metió en el laberinto virtual, ha de sacarnos de ahí.
Conclusiones:
-Hitler ganó la elección apoyado en la masa dirigente, pero se mantuvo en el poder porque la cultura del individualismo se había esparcido entre la clase trabajadora.
-El pueblo, a imagen y semejanza de la masa dominante, pelea entre si por intereses individuales y egoístas.
-La polarización de la sociedad y el fascismo, se sostienen en la irresponsabilidad con la que todos y cada uno ejercemos la política.
El tiempo en que los seres humanos se muevan en su propia dirección, como individuos inalienables, sin fronteras y sin límites racionales, aún no llega. Todavía nos organizamos en tribus. Cada quien sigue a su mesías, de izquierda o de derecha. El pueblo confía en que el avance del rebaño traerá el bien común. Pero la masa dirigente está compuesta por almas pequeñas, de visiones limítrofes; sus incentivos son el miedo y la avaricia; se agrupan en torno a dictadores y demagogos, déspotas y militares paranoicos, reflejo de sus propias carencias.
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