La generación de españoles que ahora mismo ya no se encuentra en edad de criar hijos, sino nietos, los que nos criaron a nosotros, los que sufrieron persecución y un sinfín de represalias por su forma de pensar o creer, los que se vieron a merced de un sistema político proclive al cautiverio de cuerpos, […]
La generación de españoles que ahora mismo ya no se encuentra en edad de criar hijos, sino nietos, los que nos criaron a nosotros, los que sufrieron persecución y un sinfín de represalias por su forma de pensar o creer, los que se vieron a merced de un sistema político proclive al cautiverio de cuerpos, ideas y almas, ellos, ellos no pudieron hacer nada para evitarlo. Fueron sometidos a la inhumana tortura de la inmersión en una educación corrosiva e insana, a manos de militares asesinos físicos, de un catolicismo asesino espiritual, y de unos conciudadanos comprados con los beneficios del sistemático saqueo franquista de la más pobre de las españas que ha conocido la Historia. Desde la sublevación fascista de julio del 36 hasta bien pasada esa opereta que dieron en llamar transición, a la educación de los españoles le quedo la marca de un corpiño antinatural, atado y bien atado por el peor y mayor enemigo de los españoles junto a la Iglesia Católica: el sanguinario dictador Francisco Franco. Entre ambos, y por conveniencia y beneficio únicamente mutuo, colocaron en la vena de los españoles una vía por la que suministrar lo que ellos llamaban educación, y que se parece mucho a lo que los demás conocemos como dominación y esclavismo.
En el otro extremo de esa vía en la vena del pueblo, se enganchó el gotero de la «educación» católica, con su interpretación tergiversada del ser humano, con su irritante menosprecio por la vida, con su exasperante menoscabo de la moral, y con su desquiciador desprecio por la libertad natural con la que todo hombre nace. El gotero católico suministró al español una sobredosis de miedo, de cortedad de miras en lo espiritual, de sumisión a una autoridad incalculablemente malsana. Por el gotero católico recibió el pueblo español su mala educación sexual. A través de él aprendió a no poner en duda nada que viniera de la iglesia, aunque se tratara de la más retorcida y cínica forma de coartar libertades individuales, la autoinculpación del delito de querer ser libre. Desde cada púlpito se repetía incansablemente la consigna de que la única forma correcta de vivir era la católica. Millones de inocentes debían escucharlo cada día, cada semana. Millones de inocentes eran adoctrinados para pensar que sus desgracias y miserias diarias, pequeñas o grandes, eran el resultado de los inescrutables designios del señor. Millones de inocentes eran amaestrados para justificar los beneficios y privilegios de que disfrutaban tan solo los integrantes de la más mínima y depravada élite social. Durante décadas, millones de españoles inocentes fueron conducidos sistemáticamente por la más oscura y peligrosa senda para el cuerpo y la mente, que puede recorrer un humano.
El otro cónyuge de ese apocalíptico matrimonio, la élite gobernante, inoculó la cateta, menguada y denigrante doctrina franquista a los españoles a través de la censura en la información, a través de la manipulación, tergiversación o interpretación interesada de cada noticia. A través del ajusticiamiento de aquellos que entendían que otra forma de estado y de vida no era solamente posible, sino necesaria y justa, por definición antónima a la imperante. Como si se tratara del resultado del experimento social más pervertido y degenerado, el miedo a que se sometía metódicamente a los españoles consiguió que éstos no tuvieran conciencia individual de sí mismos y de su propia libertad, hasta bien cerca del S.XXI. Consiguió también demonizar de por vida a todos aquellos que tuvieran en su pasado hasta la más pequeña mancha de rebeldía, o en sus ojos quedara el más insignificante poso de ilusión por la libertad. Al tiempo que le reía las gracias a los machistas más violentos que se escondían bajo el manto exculpatorio y encubridor del matrimonio, y a los responsables de esa mala educación escondidos tras una sotana, un uniforme o las siglas del partido único.
En las venas de la sociedad actual, aún quedan algunas vías sólidamente instaladas. Aquellas de las que serán responsables ante el inexorable juicio del tiempo tanto la Iglesia Católica como los herederos del poder franquista, aún controlan partes muy importantes de nuestra vida. No es difícil ver todavía hoy, cómo en las poblaciones pequeñas, a la inauguración de cualquier edificio o recinto de carácter público no puede faltar la personalidad religiosa de turno; o cómo todavía quedan cientos de escuelas vigiladas por un trozo de madera con forma de cruz. Esto ocurre en un estado oficialmente laico. No es difícil llegar a la conclusión de que debido a la censura en los medios de comunicación oficiales, aún hoy es imposible escuchar ni una sola voz crítica con un sistema de gobierno digno de la época medieval más oscura, como es la monarquía. Esto ocurre en un estado oficialmente democrático.
A los efectos conseguidos con los métodos tradicionales de censura, manipulación, tergiversación e interpretación interesada de las noticias, la élite gobernante añade los espectaculares resultados del más novedoso y efectivo método de control: la saturación de información. De todos estos métodos se sirve el poder establecido para seguir contaminando el torrente sanguíneo de los españoles, sin que en su mayoría sean conscientes de los perniciosos efectos que tiene sobre su presente y, lo que es peor, sobre su futuro. Condenada gran parte la población a penosos y larguísimos trabajos remunerados muy deficientemente, no tienen tiempo (ni ganas) para pensar por sí mismos y aceptan sin dudarlo, la educación que les llega desde el gotero oficial.
Aquellos virus inoculados durante décadas directamente en las venas del pueblo español, sobrevivieron al dictador, y tampoco perdieron vitalidad con el ilusionante otoño del cimiento católico, sino que por falta del tratamiento médico adecuado, se han visto fortalecidos a la sombra de supuestas transiciones políticas, de pretendidas revoluciones culturales que mantuvieron a los jóvenes de hace treinta años en un largo y profundo letargo, y de las defraudadas ilusiones de pluralidad política en el espectro electoral.
Puede que solo sean impresiones mías, pero los hijos de aquellos que no pudieron evitarlo, sí podemos evitarlo, sí podemos evitar que ese peligroso virus se transmita a nuestros hijos. Con ello les abriremos una esperanza de futuro en el que tendrán más y mejores opciones de las que tuvieron sus abuelos.
A nosotros nos toca ser la Generación Cortafuegos.
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