«Los mercados literalmente nos instruyen, nos modelan y nos inducen a convertirnos en unos egoístas insensibles de la peor especie» (Michael Albert). En la actualidad, ya casi nadie niega la realidad del cambio climático. El mismo George Bush, reticente hasta hace poco a aceptar lo innegable, considera que la humanidad se enfrenta a un gran […]
«Los mercados literalmente nos instruyen, nos modelan y nos inducen a convertirnos en unos egoístas insensibles de la peor especie» (Michael Albert).
En la actualidad, ya casi nadie niega la realidad del cambio climático. El mismo George Bush, reticente hasta hace poco a aceptar lo innegable, considera que la humanidad se enfrenta a un gran desafío. El clima cambia a un ritmo cada vez más acelerado e impredecible. Continuamente llegan a nuestros oídos noticias sobre grandes catástrofes en todo el planeta. La Antártida, Groenlandia y los glaciares de las montañas se deshielan vertiginosamente y corren el riesgo de desaparecer en menos de una generación. El desierto avanza y destruye cada año miles y miles de hectáreas de tierra fértil y cultivable.
La sequía y los incendios son una nota cotidiana en nuestros veranos, mientras las autoridades advierten a la población de la acuciante falta de agua, y nos invitan a cerrar los grifos para que no se escape ninguna gota de tan preciado líquido. Los campesinos protestan porque no pueden llevar agua a sus bancales de secano, transformados hace pocos años en flamantes huertas de regadío, mientras los demagogos del PP claman por la construcción de faraónicos trasvases, que serían una mina de oro para las grandes constructoras, pero que no impedirían la creciente desertificación de nuestras tierras.
Los medios de comunicación denuncian el expolio que sufren los bosques y selvas en todo el mundo en aras del comercio de la madera. Cada año miles de especies se extinguen sin remedio. Los orangutanes, gorilas y chimpancés corren el peligro de desparecer en menos de una generación. Los tigres, osos blancos, el lince ibérico y muchas otras especies siguen el mismo camino. Sólo durante el siglo XX el 75% de la biodiversidad agrícola mundial ha desaparecido (a las multinacionales sólo les interesa un puñado de cultivos que les puede dar el máximo de beneficio. La explotación pesquera, gracias a los avances tecnológicos, depreda los bancos de pesca que quedan sin darles tiempo para recuperarse. Apenas un 0,1 de la biodiversidad marina están protegidos. La anchoa del Cantábrico, como antes pasó con el bacalao de Terranova, está al borde de la extinción comercial, mientras la pesca del atún rojo del Mediterráneo puede colapsarse en los próximos años sin que nadie haga nada para evitarlo. Eso sí, las medusas, libres de sus depredadores naturales, se han convertido ya en una plaga veraniega permanente en nuestras costas.
«El descenso de peces ha experimentado dos fases. En la primera, de 1950 a 1985, la bajada fue moderada, tan sólo un 10%. Por el contrario, en la segunda etapa, que abarcaría los últimos 20 años, el balance es terrible: las nuevas flotas pesqueras, capaces de seguir bancos de peces con las más altas tecnologías y de almacenar en sus bodegas decenas de miles de toneladas de ellos, ‘redujeron la fauna en un 80%'»1.
Da la sensación de que no se puede hacer nada. Científicos y gobiernos se reúnen continuamente para tomar medidas que luego no pueden, o no quieren llevar a la práctica. La prensa y los medios insisten en que se hace todo lo posible y que tenemos que sensibilizarnos y apoyar las medidas que se adoptan (hay que cerrar los grifos y regular el agua). Entre la gente se extiende el pesimismo y el escepticismo de que todo está atado y bien atado. Los teóricos de la burguesía 2 claman que la causa del desastre es la naturaleza humana, y que cualquier intento de cambiar las cosas (léase capitalismo) esta abocado al fracaso. ¡Recordad la URSS!, ¡Mirad lo que pasa en China! ¡Los sueños de la razón producen monstruos! ¡Aceptad que vivís en el mejor de los mundos posibles y encaramaos felices a la noria del consumo!
¿MORIR DE ÉXITO?
La naturaleza humana no es la causante del desbarajuste mundial en el que nos encontramos. La humanidad ha convivido con la naturaleza durante millones de años. Es cierto que protagonizó agresiones al medio ambiente y causó extinciones entre la fauna y la flora. Pero en la mayoría de los casos mantuvo una relación estable con su entorno. Muchas culturas colapsaron porque traspasaron el umbral de la sostenibilidad y agotaron los recursos de los que dependían3, pero otras siguieron existiendo. En numerosos casos los pueblos aprendieron de sus errores y estabilizaron formas de explotación de los recursos que les permitió regenerarse.
Las causas de la destrucción no están en la inamovible esencia depredadora de la humanidad. El hombre modifica su entorno, pero simultáneamente cambia con él. Como cualquier organismo se adapta para no perecer. Siendo una especie consciente, tiene la capacidad de aprender de sus errores y modificar su comportamiento. La cínica teoría sobre la «naturaleza humana» no es más que un taparrabos que esconde intereses inconfesables: La burguesía se aferra con pasión a la depredación planetaria, fuente de sus propiedades y beneficios, convencida de que, cuando llegue el momento, la ciencia y la tecnología, puestas a su servicio, encontrarán la forma de salvarlos del desastre.
El capitalismo es un sistema económico que no tolera el estancamiento. El único límite que tiene para desarrollarse es él mismo, con todo lo que esto implica: acumulación de capitales (reinvertidos demandan nuevas ganancias), competencia feroz, crecimiento sin límites marcado por las desigualdades sociales y saqueo de la naturaleza. Los empresarios y los accionistas necesitan un desarrollo continuo, que les permita reproducir hasta el infinito sus inversiones, a riesgo de colapsarse o entrar en recesión. Para sobrevivir en su despiadada carrera por conquistar nuevos porciones del mercado, las empresas capitalistas necesitan rebajar continuamente sus costes de producción, ya sea recortando el poder adquisitivo de los salarios, ya sea ignorando los daños ocasionados al medio ambiente, a través de sus actividades extractivas. De no hacerlo está condenada al fracaso y a la bancarrota.
«Aunque un productor de una industria no se comporte de manera egoísta, otros sí lo harán. Si los altruistas persisten en mantener un comportamiento socialmente responsable, acabarán siendo expulsados del sector porque no podrá ser tan competitivo y los productores sin escrúpulos escalarán a las posiciones más prominentes. La competitividad del mercado destruye la solidaridad al margen de las relaciones de propiedad más amplias»4.
A lo largo de su historia, las crisis periódicas de superproducción se saldaron con guerras y destrucciones masivas de las fuerzas productivas. El problema en la actualidad es que la existencia en el planeta de miles de bombas nucleares convierte en inviables las tradicionales sangrías económicas. La guerra podría ser un remedio peor que la enfermedad. Las grandes potencias han intentado hasta el momento evitar tan drásticas salidas. La sociedad de consumo y el despilfarro en Europa, USA y Japón han sido en las últimas décadas el recurso que el capitalismo escogió para dar salida a las montañas de productos que salían de sus fábricas y que de otra forma no habrían encontrado salida. Pero para mantener el ritmo de reproducción de los capitales no era suficiente con satisfacer las necesidades de la población de estos países, era necesario crear otras nuevas que estimularan la demanda de nuevos productos. La televisión, el cine y los medios de comunicación se han encargado de convertir el modo de vida occidental en el modelo a imitar. La publicidad promete el paraíso a cambio de consumir. Más y más coches, más y más electrodomésticos, más y más consumo, todo con tal de evitar que el ritmo decline. Cada día salen al mercado nuevos productos que no cumplen lo que prometen, son más rápidos, más manejables, más pequeños y con más capacidad, pero no pretenden mejorar la vida del consumidor, están diseñados para durar un tiempo determinado, después hay que tirarlo y comprar otro, para poder tener «lo último».
«Todos los días y en toda la superficie del globo, los medios de comunicación ofrecen imágenes que presentan el modo de vida moderno del consumidor occidental, como si fuera el ideal… El mensaje es que lo urbano es moderno y lo rural atrasado, que las importaciones de alimentos precocinados y de objetos manufacturados valen más que lo fabricado localmente… se cautiva a la gente para que prefiera las hamburguesas de McDonald’s a su propia cocina, o los pantalones vaqueros a las ropas nacionales, sino que encima se la incita a olvida su propia personalidad y a imitar a la actriz de Dallas»5.
El crecimiento desbocado del capitalismo en la segunda mitad del siglo XX implicó también el aumento del saqueo y la superexplotación del resto del mundo. El proceso de «independencia» de las colonias dio lugar a un nuevo sistema de explotación mucho más sofisticado y perverso. El aumento explosivo de la producción implicó una mayor dependencia de los recursos naturales de los países pobres. Para fabricar más coches que fueran más baratos había que rebajar los precios de las materias primas. Toda una serie de organismos económicos que, como el FMI, el Banco Mundial, o la OCDE, que supuestamente habían nacido para racionalizar el capitalismo y prever nuevas crisis, se convirtieron en los perros guardianes del nuevo orden imperialista. Las antiguas colonias, dirigidas ahora por la burguesía autóctona, pasaron a endeudarse con sus antiguas metrópolis. Para pagar la deuda, tuvieron que aceptar sus condiciones: la apertura de sus mercados, la continuación del saqueo de sus recursos y la aceptación de unos precios para las materias primas impuestos por las potencias imperiales.
El vertiginoso crecimiento de la producción capitalista exige la extracción de cada vez mayores cantidades de recursos naturales, muchos de ellos no renovables (minerales), mientras impide, por su ritmo, que los que sí que pueden se regeneren (las selvas, los animales). El resultado es evidente: la disminución del ritmo de extracción, entre otros del petróleo y el gas natural, con la consiguiente subida de los precios y un futuro de creciente escasez, mientras el ritmo de extinción de las especies se acrecienta cada día.
«Los problemas ecológicos son como una enorme rueda de inercia que cada día hacemos girar un poco más rápido. Esa rueda ya gira demasiado deprisa, y muchos de los estragos ya son irreversibles»6.
La sociedad de consumo se convierte en una máquina infernal que excluye a cada vez mayor número de personas. El capitalismo promueve una filosofía de vida basada en la competencia y la satisfacción individual. Destruye la conciencia de clase y cualquier atisbo de solidaridad. A medida que el reino de la abundancia se transforme en el de la escasez, la calidad de vida de la población se deteriorará progresivamente. La sociedad de consumo que normalmente se asocia al placer y la felicidad, está dando paso a un panorama de frustración social. La división entre los que todavía gozan del llamado estado del bienestar y los que son expulsados del mismo se acentúa. Quedarse sin trabajo o ver como se reduce el poder adquisitivo de tu salario equivale a no poder acceder a los nuevos productos que salen al mercado, no poder ir a la moda, perder reconocimiento social, o respeto a uno mismo. Las bolsas de pobreza no sólo se extienden por los antiguos países coloniales, también lo hacen por las metrópolis7. Millones de seres humanos son excluidos y tienen que contentarse con ver el pastel en el escaparate. Esto es una fuente creciente de odio y frustración para millones de desheredados. Faltos de una alternativa consciente y consecuente, los estallidos de violencia colectiva en USA, o la furia de la juventud de las banlieuses en Francia es una de las consecuencias de esta marginación social.
El capitalismo una especie nefasta de rey Midas, convierte todo lo que toca en mercancía, la tierra, las plantas, los animales y los seres humanos. Todo está sujeto al proceso de mercantilización, o dicho de otra forma, todo puede ser fuente de beneficios.
«Sólo tenemos una cantidad limitada de bosques, de agua y de tierra. Si usted lo transforma todo en aires acondicionados, en patatas fritas, en coches, en algún momento usted no tendrá nada»8.
El capitalismo necesita crecer de forma indefinida, aunque sea a costa del bienestar de la humanidad y la destrucción de la naturaleza. El crecimiento de la economía, lejos de ser el remedio, es el origen del problema. El crecimiento actual no responde a las necesidades de los seres humanos, sino a la dinámica perversa del capital, y en la actualidad sobrepasa la capacidad del planeta. Se produce más de lo que necesita. La existencia de miles de millones de seres humanos en la miseria no es una consecuencia de la falta de desarrollo de las fuerzas productivas, sino de un sistema económico irracional, que tiene como objetivo, no la satisfacción de las necesidades básicas de las personas, sino el aumento de las ganancias capitalistas. Los recursos naturales son limitados y el planeta no puede soportar indefinidamente un sistema que pretende un desarrollo permanente de la producción. Si todos los seres humanos consumiéramos como los norteamericanos o los europeos, los límites físicos del planeta se rebasarían ampliamente9. Más consumo implica más explotación de recursos naturales, es decir, la causa del cambio climático, de la contaminación, de las montañas de residuos que no se reciclan, de la degradación de los espacios naturales y de la extinción de las especies.
EL ENGAÑO DEL «CRECIMIENTO SOSTENIBLE».
«Una más gran producción es la clave de la prosperidad y de la paz». Con estas palabras, el presidente norteamericano Truman, en su discurso de investidura anunció un programa de ayuda internacional que acabaría con la miseria, gracias a la actividad industrial y el aumento del nivel de vida. Seis décadas después, la pobreza en el mundo no ha desaparecido y la diferencia entre las metrópolis y la mayoría de los antiguos países coloniales no cesa de crecer10. La ciencia y la técnica, al servicio del capitalismo, no sólo se muestran incapaces de acabar con el problema, sino que lo agravan.
El desarrollismo en el seno de la globalización es la continuidad de la vieja política colonial, por otros medios. Calificar a un país como «subdesarrollado» frente a otros «desarrollados» conlleva toda una carga de menosprecio. Siguiendo el criterio impuesto por las grandes potencias, la aspiración de los países parias o «subdesarrollados» sólo puede ser una: «desarrollarse», seguir las recetas milagrosas dictadas por los charlatanes de la feria global. El BM y el FMI les exigen planes de desarrollo que en la práctica no son otra cosa que la apertura de sus mercados a la depredación de las multinacionales. Países como Argentina en 2001, que en su momento fueron sus alumnos más disciplinados, se derrumbaron. Las cifras cantan y sólo los ingenuos, o los que quieren engañar o engañarse a si mismos, pueden creer que el desarrollo erradicará la miseria del mundo. Su función en realidad es ayudar al crecimiento capitalista, conquistar nuevos mercados, destruir las economías autóctonas, uniformar a los consumidores en todo el mundo en beneficio de sus productos y explotar hasta el agotamiento los recursos de los países que les suministran materias primas a precios de saldo.
El mito del desarrollo sostenible, como instrumento de lucha contra la pobreza necesita de ésta para sobrevivir. En la práctica no hace otra cosa que agravarla. Los viejos sistemas de solidaridad comunitaria y los mecanismos proteccionistas son tachados de obsoletos y de ser un obstáculo para el desarrollo. Se desarma a la industria y el comercio local para entregarlos atados de pies y manos. Sin embargo el engaño del «desarrollo» hace tiempo que empezó a resquebrajarse. Por eso una corte de economistas, filósofos y sociólogos, decidió añadirle otros calificativos (sostenible, responsable, social), con el propósito de hacerlo tragable a la opinión pública. Resulta esperpéntico ver a los zorros manifetar su preocupación por el gallinero. Los mayores contaminadores del planeta, como British Petroleum, Total-Elf-Fina, Suez, Viviendi, Monsanto (el principal productor mundial de transgénicos), Novartis, Nestlé apoyan con su firma manifiestos a favor del desarrollo sostenible.
La palabra «desarrollo» encubre otro término más crudo: «crecimiento» capitalista, con todas sus implicaciones (acumulación de capital, explotación de la fuerza de trabajo, imperialismo, saqueo de los recursos naturales). El calificativo «sostenible» sólo sirve para tranquilizar la conciencia de una masa de población cada vez más crítica con las consecuencias (cambio climático, pérdida de biodiversidad…). Si el desarrollo puede «sostenerse» es porque existe la forma de paliar sus consecuencias negativas. La ciencia y la técnica, transformadas en una especie de pensamiento mágico acaban sirviendo de coartada a los desmanes del capitalismo. Se inventan automóviles que contaminan menos y electrodomésticos que gastan menos. Los científicos se reúnen y los gobiernos deciden a combatir las causas del cambio climático, se vuelve a hablar de centrales nucleares más baratas y seguras. Todo esto provoca un efecto adormecedor entre la población. Si los gobiernos y los científicos hablan de «desarrollo sostenible» será porque saben de lo que hablan.
«Condicionado por la ideología del consumo y prisionero de una fe ciega en la ciencia, nuestro mundo busca una respuesta que no contravenga su deseo en crecimiento exponencial de objetos y servicios sin perder la buena conciencia»11.
Los defensores del «desarrollo sostenible» enmascaran la realidad detrás de un amplio surtido de mitos, que los medios de comunicación se encargan de vender como ciencia. Se asocia el crecimiento a la felicidad y el bienestar y se oculta que los beneficios acaban en manos unos pocos. El PNB se convierte en la mentira estadística utilizada para encubrir sus efectos negativos. Un estudio sobre el crecimiento en USA en el que se contabilizaron las pérdidas provocadas por la degradación ambiental y la contaminación reveló que, a partir de los años 60, el progreso estaba estancado e incluso había retrocedido, mientras que el PNB crecía sin cesar12. Arrasar un bosque para transformarlo en papel y madera incrementa el PNB, dejarlo intacto no, sin embargo el bosque evita la erosión del suelo y retiene el agua que nos es necesaria, por lo que su supervivencia contribuye al bienestar social.
La idea perversa que defiende es que la felicidad y el bienestar dependen del crecimiento de las fuerzas productivas. A más coches y electrodomésticos mayor calidad de vida. Sin embargo ocultan la amenaza que se cierne sobre la humanidad. ¿Cómo hacer compatible el aumento de la producción, con los recursos limitados del planeta? El engaño es recurrir a la ciencia y a la técnica, como si éstas fueran capaces por si solas de solucionar cualquier problema que se plantee.
«Algunos científicos replican que ‘ya se encontrará otra cosa’, que ‘el humano posee una capacidad de evolución fuera de lo común’ y que ‘los proyectos técnicos permitirán encontrar una fuente de energía que no contamina e infinita’… está más cerca de las creencias que de una verdadera agudeza científica…»13.
El conocimiento de las leyes naturales convirtió al hombre en la especie dominante del planeta. Pero lo que la ciencia no puede hacer en ningún caso es contradecirlas. El vertiginoso e irracional crecimiento capitalista, cumpliendo la ley de la entropía, nos lleva al desastre14.
«La transformación del mundo por el fuego de las máquinas térmicas de la revolución industrial ha tenido enormes consecuencias teóricas y prácticas, puesto que condiciona nuestra relación con la biosfera y nuestras concepciones del desarrollo económico»15.
II Parte
APRENDER DE LOS ERRORES. RESPONDER A LOS NUEVOS RETOS
«Confirmo que no me gusta el ideal de vida que defienden aquellos que creen que el estado normal de los seres humanos es una lucha incesante por avanzar y que aplastar, dar codazos y pisar los talones al que va delante, características del tipo de sociedad actual, constituyen el género de vida más deseable para la especie humana» (Stuart Mill)
La tarea es inmensa. Nuestra época se caracteriza por una aparente falta de alternativas. Aunque el capitalismo manifieste síntomas de no estar bien de salud, la mayoría de sus críticos no va más allá de un tímido reformismo que se limita a cambios en los métodos de gestión que supuestamente eliminarían sus aspectos más negativos. Hablar de «capitalismo con rostro humano» (social, ecológico…) sería una solemne imbecilidad, sino fuera en realidad una farsa destinada a engañar a los incautos o a los que quieren ser engañados16.
CAMBIAR ALGO PARA QUE NO CAMBIE NADA.
Creer que el capitalismo puede domesticarse implica no comprender su naturaleza. La globalización es la que es, porque no puede ser de otra manera, responde directamente a las necesidades del gran capital. No existen otros capitalismos (pueden existir matices pero son adaptaciones locales), de la misma forma que no pueden haber diferentes globalizaciones (capitalistas). Los países que durante décadas desarrollaron lo que vino a llamarse «sociedad del bienestar» hace tiempo que empezaron a desmontarlo. La naturaleza competitiva del capitalismo lleva a que las multinacionales trasladen sus industrias a los antiguos países coloniales, donde la legislación es más laxa y permite más contaminación ambiental, salarios más bajos y menos derechos sociales. De lo contrario se exponen a perder cuota y a ser expulsados del mercado. Esto no quiere decir que justifiquemos las deslocalizaciones, todo lo contrario, lo que afirmamos es que esta dinámica es irreversible dentro del capitalismo. El «Estado del bienestar» se desmorona progresivamente porque los gobiernos europeos, al servicio del gran capital, se ven obligados a hacerlo para acudir en ayuda de las multinacionales.
Tal como hemos señalado, para sobrevivir el capitalismo arrastra a la humanidad y al planeta entero. Se extinguen las especies, se destruyen las selvas, el hambre y la miseria crecen. Todo esto no está provocado por una conciencia maligna, sino por un sistema económico irracional. La burguesía no quiere destruir el planeta, pero antes que nada lo que quiere salvar son sus privilegios, sus propiedades y su tren de vida. Por esa misma regla de tres, está condenada a buscar la cuadratura del círculo, es decir, la combinación imposible del crecimiento permanente (que necesita para acumular capital), la estabilidad social y la preservación del medio ambiente. Como esto es imposible, la primera condición acaba prevaleciendo sobre las otras dos, es decir, acaba ampliando la fractura social entre privilegiados y desposeídos, y destruyendo el medio ambiente.
Cualquier intento del capitalismo para evitar la catástrofe tiene los límites de su propia naturaleza. Ningún sistema social y económico se suicida. Suponiendo que detrás de los congresos internacionales existan buenas intenciones para paliar el cambio climático y evitar la extinción de las especies, nunca podrán ir más allá. La burguesía y sus representantes están condenados a poner parches a su propia obra destructora.
Los sumos sacerdotes del gran capital anuncian la llegada de la religión laica y proclaman la llegada de una nueva era: la del capitalismo verde y del desarrollo sostenible. La mano invisible del mercado conseguirá el equilibrio permanente entre la economía, la naturaleza y la humanidad17. En torno al mito ecocapitalista se ha creado una industria con beneficios multimillonarios. Se trata de lanzar políticas «verdes», «ecológicas» y de «crecimiento sostenible», destinadas a calmar el malestar y adormecer la conciencia crítica de la población. El mensaje está claro: cuando llegue el momento, el capitalismo logrará solucionar todos los males que provoca.
Digan lo que digan los aprendices de brujo, la barita mágica de la ecoeficiencia tampoco burla las leyes del capitalismo. Es cierto que los procesos de producción economizan energía y recursos. La causa no es la conciencia ecológica, sino porque de esta manera los productos que salen al mercado son más baratos, atractivos y rentables. Veamos algunos ejemplos. Los automóviles hoy en día consumen menos combustible que hace décadas (aunque están construidos para durar menos). Sin embargo los 600 millones de vehículos que existen en el planeta contrarrestan con creces los efectos positivos de la tendencia. Resultado: El ritmo de agotamiento de los recursos naturales se acelera y se contamina más que nunca. Lo mismo pasa con los electrodomésticos, hoy son más baratos, rápidos, seguros, buenos para la salud, ligeros y pequeños y además consumen menos energía. Las bombillas de bajo consumo están sustituyendo a las tradicionales, con el consiguiente ahorro de electricidad que esto supone. Sin embargo el capitalismo necesita que aumente el consumo porque esto implica mayores beneficios. Resultado: el gasto de energía aumenta. En Catalunya, después de todas las campañas de racionalización del consumo energético, financiadas por los distintos gobiernos, la demanda ha crecido entre 2000 y 2006 el 42% en los servicios y un 36% en el sector doméstico18. Según un organismo tan poco sospechoso de anticapitalismo como la OCDE, el consumo de energía por unidad disminuyó una media del 25% entre 1970 y 1988 en los países que forman parte de este organismo. Sin embargo esta disminución del consumo no ha conducido a una reducción global, sino todo lo contrario, en el mismo período aumentó en un 30%19.
La ecoeficiencia sólo es eficaz cuando se aplica una política basada en la austeridad racional, y no en el aumento del consumo desenfrenado, destinado a incrementar los beneficios de los inversores. Su eficacia queda contrarrestada por el aumento constante de la producción, de los transportes, de la construcción de nuevas viviendas, de más y más aparatos climatizadores. El despilfarro, el consumismo y la aparición constante de nuevos productos en el mercado que no aportan nada a la calidad de vida, no son excesos corregibles, sino la esencia misma del capitalismo.
Los mismos que defienden el crecimiento como motor contra todos los males de la humanidad, consideran que también es la mejor arma contra la degradación ambiental. Como argumento presentan una realidad superficialmente incuestionable: En los países ricos, es decir, en las metrópolis imperialistas, la situación medioambiental ha mejorado en las últimas décadas. Entre líneas: los problemas ecológicos se solucionan con el crecimiento económico20. No podemos, ni debemos hacer nada. Sin embargo el cuento se cae por su propio peso. El medio ambiente no puede analizarse a nivel local, sino mundial. Lo contrario es hacer trampa. Las multinacionales trasladan la industria contaminante a los antiguos países coloniales, donde no hay leyes reguladoras. Las metrópolis importan materias primas y exportan residuos tóxicos e industrias contaminantes. La polución real no se reduce, pero se crea la ilusión de que la degradación se atenúa y mejora el medio ambiente en los países ricos. Veamos un ejemplo, la industria farmacéutica es de las más contaminantes, esto llevó al gobierno y las multinacionales norteamericanas a concentrar su industria en Puerto Rico, un supuesto estado asociado que en realidad no deja de ser una colonia. La isla cuenta con la segunda concentración de industria farmacéutica del mundo. La realidad es tozuda, la contaminación crece con el desarrollo y el enriquecimiento capitalista.
Pero con la exportación de residuos tóxicos hacia las antiguas colonias lo que en realidad hacen los países ricos es escupir hacia el cielo. La contaminación de la que se deshacen por la puerta principal, volverá de nuevo por la puerta trasera.
BUSCANDO LA PIEDRA FILOSOFAL
Científicos y economistas aceptan que estamos al final de la era del petróleo barato21 y que otros recursos no renovables irán pronto por el mismo camino. Las diferencias se limitan a cuando será ese momento.
«La escasez de recursos se está erigiendo ya en este momento en un factor de agravamiento de tensiones en diversas regiones del mundo. En el siglo que ahora empezamos, esa está destinada a ser una de las causas principales de guerra… Pero el uso clave al que se destinarán dichas (nuevas) tecnologías será el control de los cada vez más escasas reservas de petróleo, gas natural, agua y demás factores productivos esenciales de la sociedad industrial»22.
Los precios del petróleo se encarecerán progresivamente. El carbón y otros minerales, además de ser todavía más contaminantes (acelerando el cambio climático), sólo son un parche al problema. Por supuesto, los ecocapitalistas recurren de nuevo a la cantinela de las centrales nucleares más baratas, más limpias (¡ecológicas!) y más seguras. Mienten. No sólo no han encontrado una respuesta a qué hacer con los residuos radioactivos (algunos duran miles de años), ni como acabar con las centrales una vez han cubierta su vida útil, sino que el último terremoto en Japón demostró que las nuevas tecnologías se han mostrado incapaces de mejorar la seguridad frente a una catástrofe o un accidente23. Otros venden la idea de que estamos en el umbral de la era del Hidrógeno24, una energía limpia e ilimitada. Sin embargo hasta hoy la profecía no se ha cumplido. Los actuales métodos conocidos para producir hidrógeno libre son caros y contaminantes.
El presidente Bush proclama que la nueva piedra filosofal es la bioenergía procedente de la caña de azúcar y del maíz. Por el momento lo que ha conseguido es que se disparen los precios y que en algunos países como Méjico se multipliquen las manifestaciones por la escasez del maíz, que los especuladores han atesorado para hacer pingües negocios25. La nueva producción es una amenaza contra los pobres y el medio ambiente. Miles de hectáreas de selva corren el peligro de ser deforestadas. Miles de hectáreas de tierras cultivables pueden ser apartadas del consumo humano en las antiguas colonias, para ser destinadas a la producción y el consumo que demandan los mercados. Bush, el representante de las petroleras no busca alternativas, sino disminuir la dependencia norteamericana de Venezuela y Oriente Medio. Pero ni así es suficiente, harían falta varios planetas como el nuestro para proporcionar toda la energía necesaria. Además la bioenergía, tampoco es un combustible limpio y su combustión expulsa grandes cantidades de gases que favorecen el efecto invernadero.
Las energías limpias y renovables, como la eólica o la solar, por lo menos en el actual nivel de conocimientos de la ciencia y la técnica, son totalmente insuficientes para satisfacer la demanda. Pero además presentan un problema político. El capitalismo necesita el control y la centralización de las energías para impedir su democratización. Las multinacionales y sus gobiernos invierten miles de millones de euros en la investigación de «sus» energías (nucleares, petróleo, carbón…), pero apenas en las fuentes alternativas. Una energía renovable, barata y fácilmente obtenible, no sólo acabaría con uno de los negocios más fabulosos y rentables que existen, sino que tendría consecuencias imprevisibles. Ni las multinacionales, ni los gobiernos, están dispuestos a invertir en la investigación de estas fuentes energéticas, mientras no exista la seguridad de que seguirán controlando su producción, uso y disfrute.
La irracionalidad capitalista no es la solución, sino la causa de nuestros males. Es una estupidez pedir el remedio a lo que agrava la enfermedad. El capitalismo con rostro humano (y el «desarrollo sostenible»), es una amenaza mortal, un espejismo que nos conduce hacia las arenas movedizas. Pero la alternativa no es, no puede ser, más de lo mismo, de forma corregida y aumentada. El socialismo sólo tiene razón de ser en tanto en cuanto responde a los males que fomenta el capitalismo. Desde esta perspectiva su objetivo no es más de todo para todos, sino cambiar la cantidad por la calidad. Serge Latouche nos lo explica de forma casi poética:
«… sería necesaria una tecnología, que fuera también otra, y por ejemplo, apropiada para salir del tecnicismo de la sociedad tecnológica. Haría falta otra economía, evidentemente, con otra racionalidad más razonable que racional. Sería necesario otro saber, otra visión de la ciencia que nuestra tecnociencia promoteica, ciega y sin alma. Haría falta, sin duda, otra concepción del progreso, otra concepción de la vida (Y en ese mismo caso, de la muerte), otra concepción de la riqueza (y también de la pobreza…). Todo esto supondría probablemente otra concepción del tiempo, que no fuera tan lineal, acumulativo, continuo, etc. Y, por qué no, otra concepción del espacio, otras relaciones entre las generaciones, entre los sexos, (y yo añado, entre las especies), etc. Se trata pues, finalmente, de una alternativa al desarrollo realmente existente, mucho más que otro desarrollo, otro desarrollo sencillamente concebido y corregido»26.
Está todo dicho.
III Parte
LA HUMANIDAD EN LA ENCRUCIJADA
«Entre quienes vienen a este mundo a hacer negocios, y quienes vienen a vivir, no hay reconciliación posible»27.
El capitalismo ha llevado a la humanidad a una encrucijada, la de tener que escoger entre la barbarie, que no es otra cosa que llevar al sistema hasta sus últimas consecuencias, o la de encontrar una alternativa que lo supere definitivamente. Rosa Luxemburgo lo sintetizó admirablemente en una sola frase: «Socialismo o barbarie». Pero la degeneración de la primera revolución socialista triunfante de la historia, fruto del aislamiento y del atraso en el que se encontraba la Rusia postrevolucionaria, y el surgimiento del estalinismo y de los estados burocráticos ensució y deformó la idea del socialismo hasta hacerla aborrecible.
La revolución europea, como paso previo a la construcción del socialismo nivel mundial fracasó. En su lugar se dio el surgimiento del fascismo y dos terroríficas guerras que produjeron decenas de millones de muertos y la destrucción masiva de fuerzas productivas que el capitalismo necesitaba para recuperarse de su parálisis. Ya en los años cincuenta, el crecimiento capitalista sepultó en Europa la idea revolucionaria, crecimiento que permitió a la burguesía imperial comprar a los trabajadores en USA, Europa y Japón. Durante décadas, en estos países el capitalismo ha sido equiparado a bienestar y desarrollo del nivel de vida. El ideal era un coche último modelo, electrodomésticos y una segunda vivienda que les permitiera integrarse en la sociedad de consumo y ascender en su estatus social. Había que imitar el estilo de vida de la burguesía. Frente al mito del capitalismo con rostro humano en todo su esplendor 28 la vieja bandera del socialismo parecía haber perdido definitivamente su atractivo.
La desaparición de la URSS y los viejos estados burocráticos, la restauración de un capitalismo mafioso en todos ellos y en China, y los crecientes síntomas de senilidad del sistema, vuelven a poner sobre la mesa la idea de que éste debe y tiene que ser superado. So pena de que su supervivencia arrastre a la humanidad y al planeta entero a una espantosa barbarie.
Resulta cómico ver a numerosos alternativos empantanados en ponerle un nombre a la cosa, que no suene a socialismo (democracia participativa29, eudemonismo30, parecon31). Otros prefieren abrazar la causa de una democracia idealizada y sin calificativos, en la que la voluntad popular prevalecería por encima de los intereses del gran capital. El problema es como ponerle el cascabel al gato, sin que suene a demasiado revolucionario. Como llegar a esa situación en la que por arte de magia el viejo sistema se superado, para llegar a un no sé qué, que a menudo recuerda al capitalismo pero con una nueva máscara «humanizada». El retroceso de la conciencia que se ha dado en los últimos años parece que ha llevado a muchos «alternativos» a una regresión a épocas premarxistas. Parece como si no hubiéramos aprendido nada.
«Hoy en día, nos resulta más fácil imaginar el total deterioro de la Tierra y de la naturaleza que el derrumbe del capitalismo; puede que esto se deba a alguna debilidad de nuestra imaginación»32.
Las primeras experiencias en la construcción del socialismo fracasaron, pero esto no lo convierte en una «utopía» como dicen sus adversarios. La superación del capitalismo es una necesidad histórica que no puede seguir postergándose indefinidamente. Cuanto más tardemos en construirla y desarrollarla, cuanto más tarde el capitalismo en ser relegado a los museos de historia, más empobreceremos el planeta y más sufrimiento ocasionará. Repensar el socialismo no quiere decir darle otro nombre, para dar la impresión de que estamos hablando de otra cosa. Tenemos que defender la idea sin contemplaciones. Miles y miles de revolucionarios defendieron y pagaron con su vida la defensa del ideal socialista, frente a la degeneración estalinista y burocrática. Pero repensar el socialismo también implica reflexionar en los errores y las ingenuidades que se cometieron en el pasado. Pensar qué circunstancias nos llevaron a tal aberración.
Alguien dijo que si en los países del este europeo hubiera existido el socialismo, el muro de Berlín habrían tenido que ponerlo los capitalistas. Sin duda el tema es más complejo. Pero esa idea apunta a algo muy interesante: la de que el socialismo tiene mucho más que ofrecer en términos de felicidad y bienestar humano (en el que se incluye un mayor respeto al medio ambiente y a los seres vivos que nos acompañan) que el capitalismo y su sociedad de consumo.
SOCIALISMO ES…
Marx y Engels nunca dieron una definición acabada de socialismo. Porque no era un producto mental, como sí lo había sido para los socialistas utópicos, sino la respuesta a los retos del capitalismo. Ellos analizaron el capitalismo de su época e hicieron un esbozo de la alternativa. Lamentablemente la idea de la inminencia del socialismo demostró ser falsa. Ha pasado un siglo y medio y el capitalismo con sus altos y bajos, ha sobrevivido y añadido nuevas páginas de dolor y barbarie. Evolucionó hacia la fase imperialista, y en la actualidad podemos hablar de una nueva fase senil, caracterizada por una naturaleza cada vez más mafiosa. Tal como hemos reflejado con anterioridad, el actual sistema, en el que prevalece sobre todas las cosas los intereses de reproducción infinita del gran capital, constituye cada vez más una mortal amenaza para la existencia de la humanidad, e incluso de la vida misma en la Tierra.
Con frecuencia se ha acusado a Marx y Engels de menospreciar la cuestión ecológica y de tener una visión desarrollista del socialismo. La acusación además de ser injusta, es absurda. Los dos revolucionarios vivieron a mediados del siglo XIX, y por consiguiente sus análisis estaban sujetos a la realidad de aquel momento. En sus escritos denunciaron la depredación que el capitalismo llevaba a cabo sobre la naturaleza.
«… todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino también en el arte de esquilmar la tierra»33. Supieron analizar como nadie lo había hecho la naturaleza del capitalismo y sus perspectivas, pero no eran profetas. Estaban convencidos de el socialismo acabaría la explotación del hombre por el hombre y pondría remedio a los males que ocasionaba el capitalismo, pero entre ellos no estaba todavía un crecimiento económico que hubiera rebasado la capacidad del planeta y que supusiera una amenaza para la vida en la Tierra.
«Considerada desde el punto de vista de una formación socioeconómica superior (el socialismo), la propiedad privada de la tierra en manos de determinados individuos parecerá tan monstruoso como la propiedad privada de un hombre sobre sus semejantes. Ni la sociedad en su conjunto, ni la nación, ni todas las sociedades que coexistan en un momento dado son propietarias de la tierra. Son simplemente sus poseedoras, sus usufructuarias, llamadas a usarla como boni patres familias (buenos padres de familia) y a transmitirla mejorada a las futuras generaciones»34.
El socialismo que hoy queremos construir tiene que responder a los retos de nuestro tiempo. El nuevo sistema tiene que subvertir los valores impuestos por el capitalismo. El mito del crecimiento, como muchos otros, debe ser cuestionado seriamente, porque, a diferencia de lo que ocurría en época de Marx y Engels, en la actualidad la humanidad ha cruzado ya el umbral de la sostenibilidad.
«…el espacio bioproductivo consumido per cápita de la humanidad era de 1,8 hectáreas. Un ciudadano de Estados Unidos consume, de media, 9,6 hectáreas; un canadiense, 7,2; un europeo medio, 4,5. Estamos, pues, lejos de la igualdad planetaria y, más aún, de un modo de civilización sostenible necesario, limitado a 1,4 hectáreas, admitiendo que la población permaneciera estable»35.
El planeta no puede soportar indefinidamente el consumo de recursos al que está sometido. El socialismo tiene que responder a éste y a otros muchos retos a los que nos enfrentamos, pero la respuesta tiene que estar al servicio de la inmensa mayoría de los seres humanos y no de una pequeña y codiciosa minoría. Frente al crecimiento desaforado capitalista la única alternativa posible es el decrecimiento económico, una nueva forma de desarrollo que sustituya la cantidad (el consumismo que agota los recursos naturales) por la calidad (una economía al servicio de la sociedad y no al revés). Esto no significa que defendamos la socialización de la miseria, sino que comprendemos que la forma de vida en los países imperialistas tiene que sufrir una drástica modificación hacia formas de vida más auténticas y acordes con el ser humano. El decrecimiento en los países imperialistas tiene que complementarse con un desarrollo de las fuerzas productivas, respetuoso con el medio ambiente, al servicio de la mayoría en los antiguos países coloniales. Defender el decrecimiento es en realidad plantear otro tipo de desarrollo, mejorar la belleza y la habitabilidad de nuestras ciudades, recuperar los paisajes, la pureza del agua y la belleza de nuestros ríos y mares, volver a respirar aire sin contaminar, recuperar el sabor de nuestros alimentos, acabar con el ruido de nuestras poblaciones, incrementar los espacios verdes, preservar y recuperar la fauna y la flora. En pocas palabras, recuperar una auténtica calidad de vida para el ser humano.
El capitalismo es el mundo de lo efímero, del usar y tirar, de la moda, donde se fabrican millones de artefactos de duración limitada (después se convierten en residuos que en la mayoría de los casos no se reciclan) y que tarde o temprano tienen que ser reemplazados. El socialismo tendrá que responder a este demencial derroche, fabricando otros de larga duración (a los que, en cualquier caso, se les puedan añadir las mejoras que aparezcan posteriormente).
SOCIALISMO NO ES…
La idea del decrecimiento en el seno del capitalismo es una utopía reaccionaria que plantea que es posible domesticar a la fiera. El decrecimiento capitalista, es decir la destrucción de fuerzas productivas, nos llevaría a la recesión y el colapso. Este fenómeno no sería ninguna novedad. El capitalismo a lo largo de su historia ya ha sufrido brutales recesiones. En los años veinte del siglo pasado sufrió una crisis sin precedentes, como consecuencia del estancamiento de las fuerzas productivas. Millones de trabajadores fueron expulsados del mercado laboral y la calidad de vida y el poder adquisitivo de los salarios se desmoronó por completo en Europa y USA.
En la actualidad, para satisfacer las necesidades de reproducción infinita del capital ya no es suficiente con un crecimiento que agote los recursos del planeta. Desde hace décadas el crecimiento del PIB de los países imperialistas tiende de nuevo al estancamiento. Para escapar a la parálisis, la burguesía internacional se ha transformado en vendedora de humo. La actual fase se caracteriza por una especie de capitalismo de casino, donde la mayor parte de las inversiones son de carácter especulativo. Diariamente las plazas financieras invierten unos 1.300 millones de dólares, es decir, 30 veces más que el PIB de todos los países industriales juntos. Esto quiere decir que el 95% de dicha suma sólo es capital ficticio que puede desaparecer en cualquier momento, víctima de un derrumbe bursátil, como acaba de ocurrir este mes de agosto.
La idea del decrecimiento sólo es válida bajo una óptica socialista, donde la destrucción controlada y racional de fuerzas productivas dé lugar, no a millones de parados, sino a una fuerte reducción de las horas de trabajo, para ser sustituidas por tiempo libre, ocio, educación y otras formas de relación y expresión de los seres humanos. Hoy la técnica permite que la jornada de trabajo pueda reducirse a unas pocas horas. J. M. Keynes defendía que con tres horas era suficiente. Sin embargo en más de un siglo y a pesar de los avances tecnológicos, la jornada de trabajo apenas ha variado en el mundo.
La humanidad produce hoy por encima de sus necesidades (incluso cuando están sobredimensionadas por la sociedad de consumo), por lo tanto la expoliación de los recursos naturales puede reducirse sin provocar graves problemas, permitiendo la recuperación de los renovables (organismos vivos) y reduciendo al máximo los no regenerables (minerales) gracias al reciclaje de los residuos. Aspirar a más bienes (como exige la sociedad de consumo) va acompañada de una pérdida significativa de tiempo libre (horas extras, estrés…) y de relaciones (soledad, pérdida de vínculos sociales…).
«Una sociedad ecológicamente sostenible sólo será estable si se dota de una moralidad dominante de frugalidad y suficiencia, si estos valores y las prioridades que implican se aceptan como los mejores»36.
Frecuentemente la izquierda revolucionaria o alternativa (no hablemos de la llamada «izquierda» capitalista que abraza sin complejos la filosofía del capitalismo salvaje) arrastra posiciones que no tienen nada que ver con la realidad. Muchos todavía creen que socialismo es más de todo para todos. Contra toda evidencia, la alternativa sería una especie de consumismo «socialista», en la que el fin del reinado de la necesidad habría dado paso a una nueva sociedad de la abundancia sin límites. Mientras los embaucadores «neoliberales» defienden que el crecimiento es el remedio de todos los males, éstos defienden que lo que hace falta es otra clase de «crecimiento». En el fondo no es más que el viejo pensamiento mágico del capitalismo, con nuevos ropajes.
La planificación socialista de la economía ha de tener en cuenta los ciclos de renovabilidad de los seres vivos, y con que recursos contamos en este planeta finito. El capitalismo aplica la máxima de «pan para hoy y hambre para mañana» porque está preso de sus propias contradicciones, generadas por la necesidad de crecimiento ilimitado de la plusvalía. El capitalismo es capaz de destruir la selva amazónica, porque necesita más y más beneficios. Una vez haya acabado con dicho recurso ya buscará otros para depredar. Invertir para regenerar los bosques es demasiado costoso para los empresarios e inversores. Después… dios proveerá.
Nos enfrentamos a un problema que se escapa a todo tipo de control. A principios del siglo XXI, rebasamos los 6.000 millones de seres humanos, en 2050 habremos llegado a los 8.000 millones. Un planeta con capacidad finita como el nuestro no puede mantener esta población sin quedar devastado, y menos todavía si el modelo de vida a imitar es la sociedad de consumo. Los resultados ya hemos empezado a verlos, el proceso de destrucción del medio ambiente, se acentúa con la explosión demográfica. El capitalismo no puede ni quiere planificar un decrecimiento demográfico, simplemente la población que no interesa para la explotación y el consumo, es expulsada del mercado y condenada a vivir en la miseria más absoluta, o a morir víctima de las hambrunas y enfermedades. Y si acaba convirtiéndose en una molestia, para eso están las guerras de exterminio, gracias a la sofisticada tecnología armamentística con la que cuenta. Sólo una planificación socialista puede llevar a cabo un decrecimiento de la población mundial, que no comporte violencia y exterminio. En muchas sociedades coloniales o semicoloniales, el número de hijos de una familia equivale a la seguridad social y al sistema de pensiones de los países imperialistas. Una sociedad que proteja a sus miembros y les asegure una vida digna y segura es el mejor mecanismo de control demográfico con que podemos contar. El mejor ejemplo es la evolución que ha tenido en Europa, USA y Japón, donde desde hace más de medio siglo el crecimiento de la población se ha ido acercando al cero, o incluso ha iniciado un proceso de declive.
SOCIALISMO Y DEMOCRACIA PARTICIPATIVA
La ciencia y la técnica son las herramientas más preciadas de la humanidad, nosotros las hicimos a ellas y ellas nos hicieron a nosotros. Pero no son un fetiche mágico que nos salvará de nuestros excesos. El socialismo permite la gestión científica (una ciencia y una técnica al servicio de la mayoría y libre de la presión capitalista) y democrática (controlada y protagonizada por los trabajadores y las clases populares).
«No es posible construir una sociedad ecológica sin poner radicalmente en cuestión las estructuras de poder y de propiedad. Ni es posible sin introducir radicales medidas de limitación en el consumo de energía y de materiales»37.
Marx y Engels defendieron que los oprimidos no tenían que apoderarse de la máquina del Estado, sino demolerlo para sustituirlo por sus propios organismos democráticos. El Estado y las instituciones capitalistas, incluso en la llamada la democracia representativa, están al servicio de las clases poderosas. Los «representantes» ponen su «representatividad» al servicio del mejor postor. En la democracia representativa sólo tenemos el derecho a elegir al que será el dictador durante los próximos años. Una vez elegidos tienen a su disposición la información y el poder, «legitimado» por los votos, que les permite decidir lo que se va a hacer en los próximos años. El socialismo no se implantará sin resistencia, ni la nueva forma de vida se impondrá sin obstáculos por parte de los poderosos y de los que prefieren seguir viviendo de la forma actual. Los cambios tendrán que ser impuestos o nunca se podrán llevar a cabo. Pero la imposición no vendrá de fuera de la sociedad, sino mediante mecanismos (consejos de trabajadores y consumidores) en los que participará la inmensa mayoría de la sociedad38.
«La revolución, sin embargo, es primordialmente el despertar de la personalidad humana en el seno de las masas, en esas masas que supuestamente no poseían ninguna personalidad. Pese a la crueldad ocasional y a la sanguinaria inexorabilidad de sus métodos, la revolución se caracteriza, inicialmente y, por sobre todo, por un creciente respeto a la dignidad del individuo y por un interés cada vez mayor por los débiles»39.
Acabar con el capitalismo implica también abandonar la alienante división del trabajo actual, las viejas formas en las que una minoría controla y dirige la producción, frente a una mayoría precaria y reemplazable. El socialismo tiene que acabar con todas las lacras del pasado que propician la aparición de las clases sociales. Acabar no sólo con la división entre opresores y oprimidos, sino también con la de gestores y gestionados. El control de la ciencia y la técnica por unos pocos, es el caldo de cultivo para futuras divisiones que a la larga pueden transformarse en clases sociales, y por consiguiente en el resurgimiento de nuevas fórmulas de explotación del hombre por el hombre.
Esto abre viejos debates que nunca terminaron de resolverse: el socialismo ¿conlleva una planificación centralizada, o por el contrario exige una dispersión del control de la economía?, ¿centralización o autogestión? La discusión en realidad está viciada por los errores y degeneraciones del pasado. Muchos consideran la centralización política y económica que llevaron a cabo los bolcheviques como la madre de todos los males. Por supuesto, los revolucionarios rusos eran humanos, cometieron muchos errores e ingenuidades, como no podía ser de otro modo, ya que era la primera experiencia triunfante que se llevaba a cabo, pero es que además, tenemos que tener en cuenta que no desarrollaban sus esfuerzos en el terreno ideal que ellos hubieran querido, sino en el mundo real, en un país atrasado y destrozado por dos guerras, donde la inmensa mayoría de la población eran campesinos analfabetos, donde apenas habían técnicos e intelectuales que pudieran desarrollar las tareas de dirección, gestión y administración, pero con el agravante de que la inmensa mayoría de ellos se incorporaron al proceso por oportunismo, o porque no tenían más remedio. En estas circunstancias no puede sorprender a nadie las aparentes contradicciones de los revolucionarios: el fordismo en los procesos de producción, la centralización extrema de la política y la economía y el rápido deterioro de la democracia de los soviets, la aparición de una casta de gestores y administradores, es decir, de burócratas que acabaron acaparando el nuevo poder. Lenin nunca dijo que el primer estado obrero de la historia fuera socialista, él hablaba de capitalismo sin burguesía. La primera condición que la Rusia revolucionaria tenía que superar, si quería sobrevivir, era la miseria. El desarrollismo, es decir, bolchevismo más electricidad, era una política a la que los bolcheviques estaban obligados a recurrir.
Aprendiendo del pasado, lo primero que tenemos que tener en cuenta es que socialismo implica democratización del conocimiento. La ciencia y la técnica al alcance de todos. El socialismo exige una condición básica, una cultura al servicio de todos. En una situación en la que hay una minoría que tiene el conocimiento, y una mayoría que está excluida del mismo, tarde o temprano las diferencias de castas y luego de clases sociales no tardan en resurgir. Hay que terminar de una vez por todas con la especialización del trabajo y del pensamiento que promueve el capitalismo, liquidar el corporativismo en los centros de producción, crear estructuras que permitan que todos los trabajadores de una fábrica puedan ocupar cualquier puesto. La planificación democrática en los centros de trabajo exige que todos estén en las mismas condiciones para opinar sobre todo. Algunos dirán, esto es la autogestión. Por supuesto que sí, lo que ocurre es que la planificación socialista exige también un cierto grado de centralización de la economía, sino fuera así, no podríamos hablar de planificación, y menos «socialista».
Veamos un ejemplo que nos puede ayudar a comprenderlo: las colectivizaciones en la Catalunya revolucionaria de 1936. La autogestión espontánea que se produjo, a raíz del vacío de poder que se dio en los primeros meses de la guerra y la revolución española, llevó a una especie de capitalismo popular en la que los salarios entre unas fábricas colectivizadas y otras, habían empezado a diferenciarse. Esto llevó a los revolucionarios anarcosindicalistas a tener que tomar cartas sobre el asunto y empezar a buscar formas de planificación que evitarán recaer en los vicios de la vieja sociedad capitalista.
La autogestión y la planificación están condenadas a entenderse. La construcción de una carretera, el fomento de energías no renovables, o la lucha por combinar la preservación del medio ambiente con una producción que satisfaga las necesidades básicas de la población, exige un grado de planificación centralizada. En cualquier caso tendremos que buscar los mecanismos para que esto no suponga el monopolio del conocimiento en manos de unos pocos planificadores, porque entonces estaríamos en las mismas.
SEMBRAR SEMILLAS DE FUTURO.
Los cínicos y los que niegan la realidad insisten en que nuestra sociedad no está dispuesta a abandonar sus viejos hábitos y que si la ciencia y la técnica (el pensamiento mágico) no encuentran la solución, estamos condenados a la catástrofe. Pero las cosas no son así. El capitalismo mafioso y senil genera cada vez más insatisfacción y malestar. Cuando el desempleo no crece en las sociedades imperialistas, crece la precariedad. El poder adquisitivo de los salarios se reduce, y los empresarios se aprovechan descaradamente de la desesperación de los miles y miles de inmigrantes que llegan para encontrar trabajo, para hacerlos competir con los trabajadores autóctonos. En Alemania, con más de 38 millones de trabajadores activos, existen 5 millones que cobran salarios de 400 euros mensuales40. El malestar es desviado hacia el racismo y la xenofobia que dividen a los trabajadores y son inofensivos para los culpables. El estado del bienestar hace años que ha entrado en una recesión que tiende a reducirlo a su mínima expresión. Millones de jóvenes y no tan jóvenes tienen cada vez más problemas para mantenerse en la noria capitalista.
La cuestión es hasta cuando el capitalismo podrá seguir controlando la conciencia de la juventud y los trabajadores en los países imperialistas. Hay síntomas de su capacidad es limitada y que ha empezado a reducirse, pero no parece que su fin esté próximo. Esto más que una desgracia, puede ser una ventaja, porque nos da un tiempo precioso para sembrar la semilla que tarde o temprano fructificará. Hay que repensar la idea del socialismo, enriquecerla y profundizarla, para que poco a poco impregne en la conciencia de los trabajadores y de los movimientos alternativos.
«Sólo puede moverse a los seres humanos a cambiar sus acciones si tienen esperanza. Y sólo pueden tener esperanza si tienen visión; y sólo pueden tener visión si se les muestran alternativas»41.
1 VARIOS AUTORES. «VIVIR (bien) con menos». Icaria. Más madera. Barcelona 2007.
2 JOHN GRAY. «Contra el progreso y otras ilusiones». Paidós. Sta. Perpètua de la Mogoda, 2006. «Falso amanecer», ídem 2000.
3 JARED DIAMOND. Colapso. Ed. Debate. Barberà del Vallès 2006.
4 MICHAEL ALBERT. Parecon. Ed. Akal. Madrid 2005, pág. 82
5 COLECTIVO REVISTA SILENCE. Objetivo decrecimiento. Leqtor. Barcelona 2006. «De la dependencia mundial a la interdependencia local». Helena Borgerg-Hodge. p. 100
6 Ídem. Denis Chynet. «Automóvil y decrecimiento» p. 166
7 En Harlem sólo el 40% de la población alcanza los 65 años, en Bangla Desh es de 55% (cita de Petras, J. M. NAREDO «Raíces económicas del deterioro ecológico y social». Ed. S.XXI, Madrid 2006
8 ARUNDATTI ROY. «Defaire le développement, sauver le climat». L’ecologiste nº 6, 2001, p. 7
9 USA tiene el 3% de la población mundial, pero concentra hasta el 50% del consumo mundial. Cerca del 2% de su población posee el 60% de la riqueza.
10 Según el informe del PNUD de 1998, si la riqueza del planeta se ha multiplicado por 6 desde 1950, el ingreso medio de los habitantes de los 100 países más pobres, entre los 174 censados, se encuentra en plena regresión, y lo mismo pasa con la esperanza de vida (citado por SERGE LATOUCHE p.14)
11 COLECTIVO REVISTA SILENCE. Op. Cit. Preámbulo: Decrecimiento económico, crecimiento humanista. Vincent Cheynet. P. 9
12 SERGE LATOUCHE. Op. Cit. P. 60-61
13 COLECTIVO REVISTA SILENCE. Op. cit. Denis Cheynet, p. 170.
14 Las leyes de la termodinámica, y en particular la de la entropía, nos enseña que el decrecimiento de la producción es inevitable en términos físicos. La energía se degrada de forma irreversible, sólo los organismos vivos contradicen la ley, a costa de consumir energía procedente del Sol.
15 COL. REVISTA SILENCE. Op. Cit. Georgescu-Roegen: Bioeconomía y biosfera. J. Grinevald. p. 62
16 Según un informe del PNUD de 1998, si la riqueza del planeta se ha multiplicado por 6 desde 1950, el ingreso medio de los habitantes de 100 países, entre los 174 censados, se encuentra en plena regresión., y lo mismo pasa con la esperanza de vida. Si eso ocurre a pesar de la ONU, la UNESCO y una miríada de ONGs, es porque por encima de cualquier institución está la naturaleza del sistema capitalista. El que tenga ojos, que lo vea.
17 Documentos del Busines Action for Sustainable Development (BASD): «El desarrollo sostenible se realiza mejor gracias a una competencia abierta en el seno de mercados correctamente organizados que respetan las ventajas comparativas legítimas. Tales mercados alientan la eficiencia y la innovación, factores necesarios para un progreso humano sostenible.» «La principal contribución del mundo de los negocios al desarrollo sostenible, leemos además, sobre la que hemos trabajado desde hace una década, es la ecoeficiencia, un término que inventamos en 1992.» Citado por SERGE LATOUCHE Op. Cit. p.44-45.
18 La Vanguardia 02.08.07
19 MATHIAS BISWANGER. «From microscopic to macroscopic theories entropic aspects of ecological and economic proceses». Ecological Economics,8, 1993 p.227). Objetivo decrecimiento. Op. Cit. p.39
20 La curva de Kuznets.
21 EL PAIS 10.07.07
22 JOHN GRAY. «Contra el progreso y otras ilusiones». Ed. Paidós. Barcelona 2006. p. 46-47
23 La mayor central nuclear en funcionamiento del mundo tuvo que parar, a causa de un torrente de averías causadas por un terremoto, que puso en peligro a la población de su entorno.
24 JEREMY RIFKINS. «La economía del hidrógeno». Ed. Bolsillo Paidós. Barcelona 2007.
25 El maíz se encareció en México un 70% en dos años, al destinarse un 18% de la cosecha a etanol para EE.UU. LA VANGUARDIA 15.05.07
26 SERGE LATOUCHE. Op. Cit. p.51
27 VIVIR (bien) con menos. Ed. Icaria. Col. Mas Madera. Reflexiones sobre… .Jorge Riechmann, p. 114.
28 Olvidando que la «sociedad del bienestar» y las conquistas sociales en Europa, USA y Japón eran fruto en gran parte de la explotación de los países coloniales y semicoloniales.
29 La «democracia participativa», que ha tenido muchos seudónimos: de los consejos, asamblearia, directa…, no puede existir bajo ninguna fórmula capitalista por «humanizada» que sea. Son dos conceptos antagónicos. La democracia capitalista sólo puede ser representativa, ya que la exclusión de la población de la toma de las grandes decisiones, que se ha delegado en los representantes políticos, le permite al gran capital manipularla en su propio beneficio (Marx la calificaba como «la dictadura del capital»). Por el contrario, las ideas del socialismo y la democracia participativa se complementan, no puede existir una sin la otra. Hablar de «democracia participativa» sin mencionar su irreductible antagonismo con la democracia capitalista, y escabulléndose de su íntima relación con la idea del socialismo parece, en el mejor de los casos, un acto de timidez incomprensible, y en el peor, un ejercicio de oportunismo deplorable. Todo esto no quiere decir que bajo el capitalismo no tengamos que trabajar y ensayar fórmulas de «democracia participativa» en las fábricas y centros de trabajo, en las escuelas y universidades, o en los pueblos y barrios de las ciudades. Todo lo contrario. Toda experiencia en ese sentido contribuye a desarrollar y fortalecer la conciencia socialista de los que en ellas participan.
30 CLIVE HAMILTON. «El fetiche del crecimiento», Laetoli, Pamplona 2006.
31 MICHAEL ALBERT. «Parecon». Ed. Akal, Madrid 2005. M. Albert, prefiere no utilizar el término «socialismo» por el desprestigio que arrastra esta palabra, pero sus reflexiones se dirigen en ese sentido.
32 VIVIR… op. Cit. «Reflexiones sobre la crisis ecosocial». Jorge Riechman. Cita de Frederic Jameson, en «Las semillas del tiempo».
33 JOHN BELLAMY FOSTER.»La ecologíade Marx». Materialismo y naturaleza. El Viejo Topo. 2004.
34 K. MARX. El Capital (III, cap. 66).
35 SERGE LATOUCHE. Op. Cit. p. 69, cita a GIANFRANCO BOLOGNA (bajo la dirección de), «Italia capace di futuro, Bolonia, WWF-EMI, 2001 p. 97
36 VIVIR (bien) con menos. Joaquín Sempere. «¿Es posible la austeridad voluntaria en un mundo que se hunde en la insostenibilidad ecológica?» p. 30.
37 VIVIR… op. Cit. Jorge Riechman p. 90
38 Esa imposición de la mayoría a la antigua minoría dominante, Marx y Engels la llamaron «dictadura del proletariado» contrapuesta a la «del capital» aunque estuviera revestida de formas democráticas formales. La democracia participativa, de los consejos, asamblearia, la llamemos como la llamemos, no es más que la vieja fórmula de la dictadura proletaria, representada con palabras más populares. Es la imposición a la vieja minoría privilegiada que se resiste a desaparecer como clase social privilegiada (dictadura) con las formas y métodos democráticos en los que participe el resto de la sociedad.
39 LEÓN TROTSKY. «Problemas de la vida». La lucha por un lenguaje culto. P. 55
40 La Vanguardia. «La pobreza empieza a amenazar a Europa». 23.04.06.
41 ERICH FROMM, «La atracción de la vida», Paidos, Barcelona 2003, p.82