Entrevistamos a John Smith, autor de El imperialismo en el siglo XXI, donde analiza cómo la internacionalización productiva de las últimas décadas estuvo motorizada por el esfuerzo de aprovechar la fuerza de trabajo más barata de los países del llamado Sur global.
Fotomontaje: Juan Atacho
Uno de los aspectos más notorios que distinguió al capitalismo durante las últimas décadas fue la internacionalización productiva. Varios autores vienen señalando hace tiempo que uno de los principales motores de este proceso es la búsqueda de aprovechar la fuerza de trabajo más barata de los países dependientes y semicoloniales para bajar costos e incrementar la rentabilidad. El libro El imperialismo en el siglo XXI: globalización, superexplotación y crisis final del capitalismo de John Smith, es uno de los esfuerzos más sistemáticos por elaborar desde el marxismo cómo impacta esto en la explotación de la fuerza de trabajo de los países oprimidos, lo que él llama «Sur Global».
El resultado es un libro con numerosos aspectos de interés, que desafía la construcción ideológica realizada por organizaciones multilaterales como el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional, o el Foro Económico Mundial de Davos, sobre los supuestos beneficios de la creciente integración comercial para los países menos desarrollados.
En tu libro caracterizas al arbitraje global de la fuerza de trabajo y la conformación de las Cadenas Globales de Valor como elementos fundamentales para entender el capitalismo contemporáneo. ¿Qué rol tienen en apropiación que hace el imperialismo de la riqueza global?
El período de la globalización, desde el año ’80 aproximadamente, registró una transformación enorme en la organización de la producción capitalista a nivel mundial. Podemos concebirla como una etapa en la que se globalizó no solo la producción, sino la propia relación entre el capital y la fuerza de trabajo. Esta es cada vez más una relación entre los capitalistas del Norte y los trabajadores del Sur.
Esto ocurre en dos formas. La primera es la más analizada por los teóricos de la «nueva división internacional del trabajo», que desarrolla una relación dentro de la corporación trasnacional. Cuando mueven su producción a los países pobres, emplean de manera directa a la fuerza de trabajo de allí a través de sus filiales. Pero hay otra forma, que es, en algunos aspectos, aún más importante que esta: la que establecen las empresas multinacionales con proveedores asociados (lo que se denomina «arms length»). Esto es muy interesante, porque aquí no hay ningún flujo visible de ganancia. A diferencia de la primera, no hay un flujo de ganancias repatriadas que sea transferida por una subsidiaria a la casa matriz de las multinacionales. Por la relación contractual, en esta segunda forma tampoco pueden manipular los precios de transferencia o realizar otras maniobras por el estilo para arbitrar las declaraciones de ganancias entre sus filiales y reducir el pago de impuestos, como sí hacen en la primera. Esto no impidió que fuera la forma que más creció en los últimos tiempos, favorecida por las empresas capitalistas del norte. ¿Por qué fue así?
Para entender esto es necesario penetrar bajo la superficie, y reconocer la existencia de flujos de riqueza que no se pueden ver en las estadísticas.
Con la globalización de la relación entre trabajadores y capitalistas se producen nuevas formas en las que se desarrollan la explotación y la apropiación de plusvalía.
Quería destacar que la relación de explotación entre el norte global y el sur global no solo se refiere a los trabajadores que venden su fuerza de trabajo a las firmas imperialistas, sino que también estamos hablando de toda la población de los países pobres, de la ciudad y el campo, que está involucrada directamente o indirectamente en la reproducción de esa fuerza de trabajo, que se ve desposeída por múltiples formas. También en los países imperialistas la fuerza de trabajo ve transformadas sus condiciones de vida… toda mi ropa está fabricada en países pobres, lo que no ocurría hace 20 años. También mi computadora, teléfono, etc. Casi todo lo que es necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo y la población en general en los países ricos se produce en otros lados.
Así que no es solo una relación concebida en una forma estrecha, entre patrones capitalistas del norte y trabajadores del sur que venden su fuerza de trabajo. Es la manifestación actual de lo que decía Lenin, la división del mundo entre un puñado de países opresores y países oprimidos en todo el resto del planeta. Los marxistas que niegan que esto hoy sea así, con los que polemizo en mi libro, están dando la espalda a lo que es la trayectoria actual del capitalismo.
Recién mencionaste los procesos de desposesión que afectan al conjunto de la población en los países oprimidos. ¿Usas el término en el sentido en que lo hace Harvey en su libro?
Cuando hablo de la población me refiero al conjunto de trabajadores, campesinos, trabajadores en la economía informal, sin incluir a la burguesía que, en muchos casos, se «expatrió» en los países dependientes durante este período (con sus riquezas pasando a formar parte del dinero que circula globalmente). Sobre el concepto de Harvey de acumulación por desposesión, yo creo que es una contribución muy importante, que da cuenta de la actualidad que tienen esos procesos, que no están solamente situados en la historia pasada de los orígenes del capitalismo; por el contrario su importancia ha sido grande o incluso creciente en las últimas décadas. Pero Harvey ha sido criticado por razones diferentes, una de ellas es que el concepto integra fenómenos muy heterogéneos, desde la apropiación de tierras comunes por el capital, privatizaciones, etc. El concepto es muy amplio, y tenemos que distinguir entre formas diferentes. Pero hay una coherencia, y es que todas ellas tienen una cosa en común: son todos fenómenos diferentes que podemos ver cuando el capitalismo enfrenta otras formas de organización social, cuando se confronta con la propiedad pública, la provisión pública de salud o educación gratuita, uso no capitalista de tierras de poblaciones campesinas, etc. La desposesión significa en ese sentido que el capitalismo absorbe otras formas de relaciones sociales, y esto lo emparenta con la confrontación con relaciones de producción precapitalistas en la acumulación originaria.
Ahora, el problema que tiene David Harvey es que caracteriza la acumulación por desposesión como la contradicción central del capitalismo contemporáneo. Y eso yo creo que es muy equivocado, porque la globalización de la producción ha ocurrido dentro de la relación entre capital y trabajo, dentro de la esfera capitalista, no es donde el capitalismo se encuentra con otras formas de organización social sino que le es interna. Y esa es la contradicción nueva, con una escala sin precedentes. Negando eso y poniendo el énfasis en la acumulación por desposesión, Harvey desplaza el centro de la lucha de clases desde la relación capital trabajo hacia una constelación de muchas luchas diferentes: pueblos indígenas contra la expropiación de sus tierras, estatales contra la privatización, luchas raciales, etc. Pienso que ese es el error en su argumento.
Contrapunto
Smith en su libro considera que lo que caracteriza la relación entre las potencias imperialistas y sus corporaciones que dirigen sus inversiones a los países del Sur Global, y la fuerza de trabajo de estos últimos, es la superexplotación, categoría que se referencia en el teórico de la dependencia Ruy Mauro Marini. Este último afirmaba, tal como hace Smith, que la explotación en los países dependientes y semicoloniales resulta sistemáticamente superior que en los países imperialistas.
El objetivo de Smith al retomar y profundizar la elaboración de este concepto es darle sustento teórico a las maneras en las que el capital global saca provecho de la fuerza de trabajo más barata de los países oprimidos para acrecentar sus ganancias, cuestión cuya importancia compartimos. Pero, como señalamos en nuestra reseña del libro , donde lo discutimos con más extensión, nos parece que encierra algunos problemas.
Smith sostiene, siguiendo lo planteado por Andy Higginbottom, que debería ser considerada una tercera forma de incremento de la plusvalía, con igual estatus teórico que las definidas por Marx (plusvalía absoluta y plusvalía relativa).
La idea de superexplotación planteada por Smith supone que las diferencias de productividad del trabajo entre los países ricos, imperialistas, y los países oprimidos no son significativas. En su planteo, los trabajadores de los países imperialistas reciben mayor paga, su fuerza de trabajo está mejor remunerada, pero no producen más valor. Smith objeta que en las economías imperialistas más desarrolladas se concentren en actividades con alta productividad. Su opinión es, de hecho, que las multinacionales mantienen en los países imperialistas casi exclusivamente actividades improductivas (en términos de generación de valor) como las finanzas, el comercio, y otras vinculadas a la gestión administrativa. La fuerza de trabajo de los países imperialistas entonces no produce valor siquiera, sino que por la circulación de capital participa de la apropiación de la plusvalía que surge de la actividad productiva llevada a cabo por las trasnacionales en el Sur Global. Entonces, la mayor paga no se corresponde con mayor explotación, no hay mayor generación de plusvalor en los países imperialistas.
El hecho de que las empresas relocalicen actividades de los viejos centros industriales imperialistas hacia las economías dependientes da cuenta de que esto les permite una reducción del costo unitario, y redunda en una mayor explotación. Pero no se comprueba que solo hayan dejado en los países imperialistas las actividades improductivas: muchas actividades de alta tecnología (que como trabajo complejo podríamos considerar que es de alta generación de valor) son mantenidas por las multinacionales en sus casas matrices. Esto no niega la importancia de la explotación acrecentada que las firmas trasnacionales obtienen de su relocalización, pero es una advertencia para no exagerar unilateralmente su magnitud. Al desestimar cualquier entidad a las diferencias de productividad entre las economías (que significan diferente capacidad de generación de valor) sobre las tasas de explotación, Smith magnifica el alcance que puede tener la -por él llamada- superexplotación.
Por último, si hablamos de una «superexplotación» que se mantiene en el tiempo, deberíamos hablar más bien de que hay una tasa de explotación más elevada. La idea de superexplotación como una situación sistemática y permanente en relación con algún nivel «normal» de explotación genera más confusión que otra cosa. Si una baja del salario por debajo del presunto valor en un determinado espacio económico se prolonga en el tiempo, más bien estaría indicando que el capital logró allí imponer un valor de la fuerza de trabajo más bajo. Se trataría entonces de una mayor tasa de explotación a secas, ya no una superexplotación.
Sobre estas cuestiones debatimos en la entrevista. Creemos que la respuesta de Smith agrega más elementos sobre la necesidad de desarrollar las herramientas teóricas adecuadas para comprender el funcionamiento del capitalismo del siglo XXI, al mismo tiempo que deja pendiente un mayor debate sobre varias de las objeciones que suscita su respuesta a estos problemas.
Lo que sigue más que una pregunta es un comentario. Uno de los aspectos que me parece debatible de tu trabajo (como señalé en la reseña que le hice a tu libro) es la idea de que lo que caracteriza la relación entre el capital imperialista y la fuerza de trabajo del «Sur Global» es la superexplotación. Yo creo que existen distintos niveles de explotación de la fuerza de trabajo a nivel mundial, determinados por un conjunto de elementos. Marx hablaba de un componente histórico moral que entraba en la determinación del valor de la fuerza de trabajo, y creo que este es diferente en distintas geografías. Además, la riqueza de la sociedad, las características que tiene la acumulación de capital en cada país, también determina me parece el valor de la fuerza de trabajo. Me parece que la idea de que el capital global aprovecha diferentes valores de la fuerza de trabajo que le permiten una explotación acrecentada puede analizarse sin recurrir a la idea, un poco problemática, de «superexplotación». Es una objeción que he visto que otros también plantean a tu trabajo, no sé cuál es tu opinión a partir de estos debates o respuestas que recibiste.
Para mi es increíble que no se haya reconocido aún la necesidad del concepto de superexplotación. Necesitamos avanzar más de lo que lo hizo Marx hace un siglo y medio. Este en El capital asume una serie de simplificaciones, necesarias y justificadas en su momento para avanzar en una teoría general del capital. Entre estas simplificaciones está que todas las mercancías, incluyendo la fuerza de trabajo, se intercambian siempre a su valor. Y también que hay un solo valor de la fuerza de trabajo. La referencia al componente histórico moral es solamente una frase en El capital , nada más.
Podemos entender por qué hizo estas simplificaciones, pero creo que para estudiar la realidad imperialista del siglo XXI estas se vuelven absurdas. Sobre esto hay muchas dimensiones de complejidad. Por ejemplo sobre el elemento histórico y moral que mencionaste: no podemos considerarlo solamente en unas dimensiones nacionales que son diferentes; creo que la lucha y las conquistas de los trabajadores de los países imperialistas, han cambiado este elemento histórico y moral para el resto, es decir, que afectan el valor de la fuerza de trabajo en los países oprimidos. En estos últimos los trabajadores consideran que tienen derecho a un techo, a la salud, educación, etc. Las peleas por un salario que cubra una canasta básica toman como referencia los estándares de los países ricos.
La superexplotación es una tendencia permanente en el capitalismo; siempre están tratando de disminuir el valor de la fuerza de trabajo, pagar menos en salarios. Esta tendencia es matizada parcialmente, o lo era al menos hasta hace poco, en los países imperialistas, por la expoliación de la fuerza de trabajo del resto del planeta. La crisis ahora los fuerza a enfrentarse más y más directamente atacando los salarios y el acceso a la salud y educación en los países imperialistas.
Estos últimos relocalizaron muchas de las actividades productivas en los países oprimidos, mientras que los países imperialistas concentran muchas actividades bien remuneradas, pero que no son productivas en términos de la teoría de Marx; no generan ni valor ni plusvalor pero se lo apropian a través de la circulación. Entonces, no se puede establecer una relación simple entre la remuneración de la fuerza de trabajo y el plusvalor, como la que hacen algunos marxistas que critico en mi libro, como Harvey o (Alex) Callinicos, que piensan que a mayor remuneración corresponde mayor generación de valor y de ahí concluyen entonces que los trabajadores en los países imperialistas son igual de explotados o más que en las semicolonias; es decir, que tienen la misma tasa de explotación. Eso es economía burguesa, ¡nada más! Son las ideas de los economistas marginalistas puestas en términos marxistas.
Todavía hay mucho por hacer para desarrollar una teoría de la superexplotación. Es una debilidad no tenerla 150 años después de que Marx publicó el Tomo I de El capital . Pero para mí es claro que existe superexplotación en las fábricas de Bangladesh, en las minas de Sudáfrica. No necesitamos una teoría para saber que existe, necesitamos la teoría para explicarla.
Otra cuestión pendiente en la economía política es dar cuenta del trabajo no pago realizado de forma doméstica en el seno de la familia, mayormente por mujeres, y otras formas de desposesión. Creo que la teoría de la superexplotación puede permitir incorporar cómo se articulan capitalismo y patriarcado, y otras formas de opresión que existían antes del capitalismo pero que fueron subsumidas por este e integradas en su propia naturaleza. Necesitamos una teoría de la ley del valor que pueda incorporar eso. Relajando las simplificaciones realizadas por Marx podemos avanzar en este sentido.
Crisis y belicismo
En tu libro afirmas que la crisis financiera de 2007 fue un «infección secundaria» o enfermedad generada por el remedio con el cual el capitalismo respondió a la crisis de los años ’70. ¿Cuál fue el rol que jugó la internacionalización de la producción en la crisis?
Podemos decir simplemente que la crisis en los años 70 se caracterizó por dos rasgos: sobreproducción de mercancías y caída de la tasa de ganancia. Mi argumento es que la relocalización de la producción hacia los países con salarios más baratos fue una de las medidas clave que posibilitó una recuperación de la tasa de ganancia. Ahora, para aumentar la tasa de ganancia hay dos formas: una, bajar los salarios de los trabajadores y aumentar el plusvalor; la otra es aumentar la productividad de los trabajadores con una nueva ola de inversiones en tecnología más productiva. No podían avanzar en los ’70 en bajar los salarios de los trabajadores en los países imperialistas porque hubiera amenazado con una gran explosión social y política; en cambio, lo que sí pudieron hacer es lograr una baja de los salarios pagados a través de una relocalización de la producción a donde los salarios son más baratos. El resultado es como si hubieran logrado bajar el valor de la fuerza de trabajo, pero evitando un enfrentamiento directo con sus trabajadores.
Ahora esto tuvo otro aspecto. La relocalización de la producción hacia los países más baratos fue la alternativa a invertir en nuevas fuerzas productivas más avanzadas que reemplazaran la necesidad de trabajo. Y acá es donde yo creo que es importante la distinción que mencionaba al principio, entre la inversión extranjera directa y la relocalización que se realiza con proveedores asociados («arm’s length»). En este último caso, cuando la relocalización se realiza por esta vía indirecta, no requiere grandes inversiones de los capitalistas multinacionales, ni en su propio país ni en el otro lado del mundo. Todas las ganancias pueden ser canalizadas hacia la especulación y financierización. El fenómeno del gran crecimiento de las actividades financieras está ligada a esto, lo que ha sido muy poco analizado.
Con la excepción parcial de Alemania, lo que más llama la atención, hoy que se debate la automatización, es que no haya suficientes robots. China, Corea y Alemania avanzaron bastante, pero en Francia, EE. UU., Inglaterra, estos tipos de inversiones no subieron, más bien caen. Incluso la caída de la inversión es mayor de lo que muestran las estadísticas, porque mucho de lo que se contabiliza como tal son desembolsos en propiedad intelectual o en la «marca», pero eso no incrementa las capacidades productivas. Más de la mitad de la inversión contabilizada oficialmente en EE. UU. y Gran Bretaña antes de la crisis fueron desembolsos en inversión no productiva. Este rasgo de la globalización neoliberal sembró las semillas de la crisis.
En los últimos años estamos viendo que la inversión extranjera y el comercio mundial vienen perdiendo fuerza (aunque recuperaron algo de envión recientemente), y hace dos años tenemos en EEUU un presidente que lejos de presentarse como impulsor de la internacionalización productiva tiene una retórica de devolver el trabajo a los norteamericanos. ¿Qué futuro ves para el desarrollo de las cadenas globales de valor en este contexto? ¿Son el futuro del imperialismo tanto como son su pasado reciente, o podemos ver alguna otra forma de explotación global que adquiera mayor centralidad?
En este momento estamos en los primeros momentos de la guerra comercial. El proteccionismo de los EE. UU. en contra de Europa y China es la aceleración de un proceso determinado por la crisis de 2008. Pienso que no vamos a ver un retorno a la llamada normalidad. Todas las medidas que tomaron para contener la crisis en los últimos 10 años tuvieron el resultado de magnificar las contradicciones.
Cuando se estrelló la economía en 2008 significó el fin definitivo del mundo que emergió después de la Segunda Guerra Mundial, y el inicio de una era «pre guerra».
No tenemos frente a nosotros ninguna estabilización del capitalismo sino una nueva explosión. Con el agravante de que todas las medidas que utilizaron hace 10 años para contener la crisis, como fue la gran intervención del gobierno de China para estimular la economía, no van a poder repetirse. Tampoco podemos esperar la actuación colectiva ni en el G20 ni en el G7 para actuar de manera coordinada ante la crisis.
Estamos enfrentando la perspectiva de la inevitabilidad de una crisis enorme que tiene solo dos posibles desenlaces. O la guerra imperialista o la revolución. Pero el problema es la debilidad de las organizaciones de la clase trabajadora: sus partidos y sindicatos en los países imperialistas están debilitados como nunca.
En esta perspectiva de mayor belicismo, ¿qué rol le ves a China? En tu libro aparece más como un objeto de explotación, pero muestra el desarrollo reciente de importantes rasgos imperialistas.
Es claro que China está mostrando un fuerte aumento de su poderío. Pero pienso que es muy fácil exagerarlo. Por ejemplo, China hoy tiene un solo portaviones, que además es bastante viejo, adquirido a Rusia. Sus mares siguen hoy surcados por EE. UU. Vemos un crecimiento del poder militar de China, pero la disparidad con el norteamericano es enorme.
También, es claro que China tiene un gran peso en la economía mundial, y sobre todo en la economía de Asia. Pero mirando la inversión directa en la región asiática, todavía EE. UU., la UE y Japón tienen más inversiones en países asiáticos que la propia China. Esta aumenta su presencia pero todavía va por detrás.
Por ejemplo, el año pasado, el 14 % de toda la inversión extranjera directa en nuevas instalaciones de producción en el sudeste asiático provino de China, algo por detrás del 20 % de Japón. Alrededor de la mitad de la IED de China se destinó a la extracción de recursos, parte del resto refleja que las empresas chinas que requieren mucha mano de obra se reubican en Camboya, Myanmar y otros países con bajos salarios. Hegemón del futuro, tal vez, pero las nociones de que ya ha adquirido este estado están infladas.
El gobierno de China concentra sus esfuerzos en sectores considerados estratégicos, como la inteligencia artificial, en el uso de robots y en su producción, que buscan liderar. El poder de los EE. UU. retrocede, desde ya. En realidad desde el final de la guerra fría las potencias imperialistas no pueden mostrar ninguna verdadera victoria militar.
China está todavía en una transición de una forma de socialismo hacia el capitalismo, pienso que todavía no concluyó, aunque se asienta. Y está claro que las potencias imperialistas no quieren compartir los océanos con China, no quieren compartir su hegemonía. La importancia de Trump es que es el primer presidente de los EE. UU. desde la caída del muro que reconoce que el poder imperialista está retrocediendo. Quiere cambiar de dirección para recuperar el poder que se ha esfumado en las últimas décadas.
La lógica de esto es hacia la guerra. Los republicanos y los demócratas coinciden en que es necesario contrarrestar al crecimiento de China. Y no es solo EE. UU.: el resto de las potencias no van a aceptar a China como igual, y esta no va a aceptar un estatus subordinado.