Hasta hace poco, los analistas coincidían plenamente: nos encontrábamos (nos encontramos) en tiempos de globalización neoliberal. Y aunque el concepto haya derivado en manido, apuntemos con un conocido sociólogo que nos referimos a una fase nueva de la concentración del capital, asentado en un nuevo patrón tecnológico, engendrada en el decursar mismo del imperialismo y […]
Hasta hace poco, los analistas coincidían plenamente: nos encontrábamos (nos encontramos) en tiempos de globalización neoliberal. Y aunque el concepto haya derivado en manido, apuntemos con un conocido sociólogo que nos referimos a una fase nueva de la concentración del capital, asentado en un nuevo patrón tecnológico, engendrada en el decursar mismo del imperialismo y definitivamente insertada en sus coordenadas. En segundo lugar, no nos hallamos ante un fenómeno exclusivamente económico, sino que toca integralmente a todos los niveles de las relaciones sociales.
Conforme a Aurelio Alonso, en su libro El laberinto tras la caída del Muro (La Habana, Ciencias Sociales, 2006), aludido arriba, «en tanto emerge una burguesía a escala mundial, para las clases subalternas la globalización se expresa en la polaridad social, la exclusión de la economía formal, la intensificación de la pobreza relativa y absoluta, la atomización del empleo, el incremento del flujo migratorio (y la emergencia de la xenofobia a niveles comparables con los que caracterizaron anteriormente al fascismo), el debilitamiento del movimiento sindical».
En el plano político, acota, figuran como características el ordenamiento piramidal, con el orbe dirigido por el Grupo de los Siete, liderado por los Estados Unidos, y dividido en zonas de influencia, «en las cuales los organismos internacionales, políticos y económicos, asumen progresivamente el papel de instrumento de dominación sobre los países del Sur, en nombre de Estados del Norte que legitiman así en el plano internacional su proyecto económico».
Ojo: para nuestra fuente, este statu quo marcha a la par de la llamada «crisis del Estado-nación», que representaría, para el Norte, la cesión de cuotas de poder implicada por el espacio transnacional del capital y por los flamantes roles de los organismos internacionales. Para el Sur, supondría la pérdida progresiva del alcance de la competencia decisional de los Estados dependientes, de la soberanía funcional.
Nuestro comentador acierta una vez más cuando declara que resulta indispensable, por lo tanto, que diferenciemos la globalización. «Una cosa es asumirla como discurso legitimador del proyecto neoliberal. Otra es reconocerla como escenario, en tanto no podemos dejar de ver en ella el acomodo orgánico del espacio geográfico mundial, al capital mundial, consecuente con la afirmación de Marx de que el capital tiene vocación universal.»
Algo interesante. Siguiendo a Gramsci, Alonso sentencia que ninguna sociedad cambia y puede ser sustituida si antes no desarrolló todas las formas de vida implícitas en sus relaciones. Y decimos que interesante porque quizás haya arribado este momento. De ser así, suenan atinadas las palabras de Alfredo Jalife-Rahme, analista del diario La Jornada, en el sentido de que el planeta se encuentra al borde de variaciones radicales; «contemplamos cómo la Unión Europea (UE) se está desmoronando (sic) y la economía de Estados Unidos se está colapsando (sic). Esto concluirá en un nuevo orden mundial que a lo sumo durará 10 años, cuando Rusia y China puedan formar una alianza ante la cual la OTAN será impotente». Proceso visto por el articulista como una tendencia global, de inédito orden tripolar con la desglobalización y regionalismos.
¿En qué consiste?
Según el entendido, del lado anglosajón es más resonante el clamor sobre el fin de la globalización, de lo que no se enteran, o no les conviene, sus «aldeanos turiferarios» en Latinoamérica. Basándose en una nutrida lista de expertos, entre ellos Martin Jacques -autor de Cuando China gobierne el mundo: el fin del mundo occidental y el nacimiento de un nuevo orden mundial-, el columnista se refiere a la muerte del neoliberalismo global y la crisis de la política occidental, que se ha estancado y ahora se acerca «a su década perdida sin fin a la vista». En ese contexto, se cuestiona: «Más allá del ultrarreduccionismo economicista y/o financierista, carente de visión geoestratégica, ¿qué sigue, cuando se despliega la desglobalización en pleno caos global geopolítico debido a la decadencia de EE.UU. y su fallido orden unipolar? ¿Economía mixta de libre mercado con control estatal […]? ¿Preponderancia de la economía real sobre el pernicioso financierismo de las burbujas especulativas de las plazas de Wall Street y la City? ¿Neokeynesianismo con re-regulación? ¿Proteccionismo regionalizado en los diferentes bloques económicos bajo la férula geopolítica de las esferas de influencia del nuevo (des)orden tripolar EE.UU./Rusia/China? ¿Regionalismos de libre comercio y proteccionismos regionalizados en los diferentes bloques económicos, si es que no se balcanizan en el camino, bajo la férula geopolítica de las respectivas esferas de influencia tripolar?».
Tal cúmulo de interrogantes apunta hacia el hecho de que, al encontrarnos, con toda probabilidad, en un parteaguas, aún no se distingue en todos sus contornos un futuro tal vez a tiro de piedra, en el que «queda[ría] pendiente el devenir de la hegemonía unipolar del dólar, paradójicamente omnipotente en la fase del caos global, que no refleja el imperante híbrido mundo multipolar ni el nuevo (des)orden tripolar de EE.UU./Rusia/China, cuando estas dos últimas superpotencias apuestan a la desdolarización global y al resurgimiento del oro, acompasados [¿acompañados?] de la internacionalización de la divisa china en ascenso». Más dudas que certezas.
Con respecto a la mutación señalada, podría figurar a guisa de elemento catalizador la elección de Donald Trump como cuadragésimo quinto presidente de EE.UU., si el hombre cumple en lo posible sus promesas de campaña, que podrían trastrocar radicalmente la relación de su país con el resto de las naciones y entre las que se incluyen la cancelación de varios de los tratados de libre comercio vigentes, tal el de las Américas, al que culpa por la pérdida de los puestos de trabajo estadounidenses; la salida del Tío Sam de la Organización Mundial del Comercio; la subida de los aranceles a las importaciones, con el objetivo de evitar que más empresas se muden al sur de la frontera; y, muy significativo, la dura crítica a la OTAN, calificada de obsoleta y descritos sus miembros como unos aliados malagradecidos que se han aprovechado de la generosidad de la Unión. Según él, USA no puede seguir permitiéndose proteger a los países de Europa -y Asia- sin recibir una compensación adecuada. Incluso, ha sugerido que las tropas norteamericanas podrían abandonar esos países si no pagan. En un sentido, Trump simplemente ha estado proclamando en términos claros una vieja preocupación gringa: que la mayoría de los miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte no está cumpliendo el compromiso de gastar el 2 por ciento de su PIB en defensa. Pero, como asienta BBC Mundo, muchos se desasosiegan al preguntarse si sería capaz de abandonar una coalición central para la política exterior de EUA por más de 60 años.
Lo cierto es que los exabruptos deben haber vigorizado la idea europea de un ejército comunitario propio, por si acaso se desmorona el bloque, más cuando el mandatario ha dicho creer poder reducir la tensión con el gobierno de Vladimir Putin, al que ha calificado de líder fuerte con el que le gustaría tener una buena relación.
En sí, como señala Gilberto López Rivas (digital Rebelión), confesando el impacto que le causó la obra de William I. Robinson América Latina y el capitalismo global: una perspectiva crítica de la globalización (México, Siglo XXI, 2015), «1.-El colapso de la sociedad humana es una verdadera posibilidad, porque el sistema llega rápidamente a los confines ecológicos de su reproducción. 2.- La magnitud de las desigualdades globales no tiene precedente. 3.- La dimensión de los medios de violencia y su concentración en manos de pequeños grupos poderosos tampoco tienen antecedente. 4.-Estamos llegando a los límites de la expansión extensiva e intensiva del sistema capitalista. 5.-El número creciente de los marginados y redundantes, condenados a ser humanidad superflua, sujetos a sofisticados sistemas de control y represión -hasta genocidio- afrontan un ciclo mortal de despojo-explotación-exclusión. 6.-A raíz del colapso económico de 2008, el desfase entre una economía en vías de globalización y un sistema de autoridad política basada en el Estado-nación…»
Y este último inciso nos hace concluir que todavía no está definida qué tendencia -globalización o desglobalización- vencerá a la postre, porque, acorde con López Rivas, las élites claman cada vez más por mecanismos trasnacionales de coordinación y regulación que pudieran refrenar las fuertes contradicciones y contrarrestar la anarquía del sistema.
«Robinson advierte que a partir del agravamiento de esta crisis, la clase capitalista trasnacional ha puesto en práctica tres mecanismos para sacar adelante la acumulación global frente al estancamiento: 1.-La acumulación militarizada, el lanzamiento de guerras e intervenciones y la provocación de un conflicto tras otro, a fin de lograr ciclos de destrucción y reconstrucción con el propósito de acumular capitales y obtener ganancias; las farsas de las guerras contra las drogas, contra el terrorismo, contra las maras, contra los migrantes, y con ello, se desarrolla una cultura de capitalismo global que es bélica, agresiva, y que glorifica la dominación, esto es, la cultura fascista. 2.-El pillaje de las finanzas públicas. Los Estados juegan el papel de extraer cada vez más excedentes de los pueblos para entregárselos al capital financiero trasnacional; Grecia y América Latina son ejemplos. 3.-La frenética especulación financiera que desde el siglo pasado ya había convertido a la economía global en un gigantesco casino».
Así que, de acuerdo con el leal saber y entender del ensayista glosado por López se vislumbran cuatro escenarios: «el reformismo desde arriba, que logra estabilizar momentáneamente el sistema de capitalismo global; el descenso hacia ‘el fascismo del siglo XXI’; el repunte de una alternativa global anticapitalista, esto es, el resurgimiento de un proyecto de socialismo democrático, y el espectro del colapso y una nueva Edad de las tinieblas.»
Lo que cuenta
Leonardo Boff asevera, en Ecoportal, que lo que (más) debe preocupar a todos los ciudadanos es el (actual) desplazamiento de las atribuciones de los Estados-nación hacia unos pocos conglomerados financieros que operan a nivel global. «Estos realmente detentan el poder real en todas sus ramas: financiera, política, tecnológica, comercial, medios de comunicación y militar». O sea, que la mundialización sigue siendo un hecho. Avalado, entre otros muchos, por el que «el 1% más rico controla más de la mitad de la riqueza del mundo. 62 familias tienen un patrimonio igual al de la mitad más pobre de la población de la Tierra. 16 grupos controlan casi todo el comercio de productos básicos (cereales, minerales, energía, tierra y agua). Debido a que toda la comida obedece las leyes del mercado, sus precios suben y bajan a merced de la especulación, quitando a vastas poblaciones pobres el derecho a tener acceso a una alimentación suficiente y saludable.
«Los 29 gigantes planetarios, de los cuales el 75% son bancos, empezando por el Bank of America y terminando con el Deutsche Bank, son considerados ´sistémicamente importantes´, pues su eventual quiebra (no olvidemos que el más grande, los Lehamn Brothers de América del Norte, se declaró en quiebra) llevaría a todo el sistema al abismo o muy cerca, con consecuencias nefastas para toda la humanidad. Lo más grave es que no hay regulación para su funcionamiento, ni puede haberla, porque las regulaciones son siempre nacionales y ellos actúan planetariamente. No hay todavía una gobernanza mundial que cuide no sólo de las finanzas sino del destino social y ecológico de la vida y del propio sistema-Tierra».
Por ello, digamos con el teólogo de la Liberación que esta formación económico-social resulta «homicida, biocida, ecocida y geocida. ¿Cómo puede prosperar tal inhumanidad en la faz de la Tierra y todavía decir que no hay alternativa (TINA = There Is No Alternative)? La vida es sagrada. Y cuando es sistemáticamente agredida, llegará el día en que puede tomar represalias destruyendo a quien la quiere destruir. Este sistema está buscando su propio fin trágico. Ojalá la especie humana sobreviva».
Sí, porque la globalización neoliberal ha agudizado el conflicto capital-planeta, lo que ha determinado que algunos observadores, tales Rafael Silva Martínez (Rebelión), afirmen con Boff: «Creo que no lograremos derrotar al capital con nuestros propios medios. Quien derrotará al capital será la Tierra, negando los medios de producción, como el agua y los bienes de servicio, obligando a cerrar las fábricas, a terminar con ilusorios grandes proyectos de crecimiento».
Y también que, si «para el marxismo clásico únicamente existía el conflicto capital-trabajo» (en nuestra opinión, habría que matizar el aserto, pues el mismo Marx, Engels y otros prefiguraron la cuestión ambiental hasta donde se los permitió la época; baste leer las líneas en que uno de ellos denuncia las consecuencias de la tala de bosques en Cuba por los colonialistas españoles), el Socialismo del siglo XXI ha de luchar, como no podía ser de otra manera, armado con las aportaciones de las corrientes ecologistas, naturalistas y animalistas.
Lo importante aquí, o lo más evidente, es que la crisis del modelo de civilización occidental, o sea «la globalización del capitalismo en su fase neoliberal, arrastra no solo los clásicos conflictos que ya definieran perfectamente Marx y sus colaboradores, sino que en su nueva fase de explotación global a escala planetaria, la crisis civilizatoria del capital se enfrenta a la destrucción de la naturaleza, de sus recursos básicos y vitales, de las materias primas fundamentales, y a la destrucción del equilibrio de todos los ecosistemas que permiten la vida en nuestro planeta».
Entonces, el encontronazo capital-planeta ha de ser entendido como consecuencia del «originario capital-trabajo. En última instancia, otra derivación del capitalismo. Y ello porque en su afán de expansión sin límites, el capitalismo no tiene otra salida más que continuar depredando las únicas fuentes de riqueza que encuentra, siendo éstas en última instancia las que el propio entorno natural posee». Eso, más allá de las puede que bizantinas discusiones que si tirios o troyanos, como reza el título de estas líneas. Porque lo brutalmente real: el Sistema seguirá intentando la ganancia, y con ella la depauperación de los más y a la postre de todos, bajo cualquier ropaje.
Autogestión, democracia, acción directa, apoyo mutuo entre desposeídos, desmercantilización, despatriarcalización, confrontación con los grandes propietarios y con el Estado… resultan medidas para, al menos, mitigar algunas de las dimensiones más negativas de la debacle. A la larga, el regreso a la semilla. A Marx y otros adelantados, que concibieron el socialismo como el mejor modo de enfrentar la barbarie. De sobrevivir.
¿Debate sobre globalización, desglobalización encarnada en regionalización y multipolaridad con igual cariz al de hoy día? Excelente ejercicio. Pero sin que olvidemos el imperativo mayor, para la teoría y la acción: la existencia misma. Y esta se reviste de igualdad. Quiéranlo los mandamases o no.
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