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Gloria Chicaiza (1969-2019)

Gloria arriesgaba siempre el cuerpo en la primera fila

Fuentes: Rebelión

Se fue. Pero luchó por vivir hasta el último suspiro. Amaba vivir, pero amaba más vivir con autonomía; tomar aliento para cumplir con el impulso de ese fuego que la quemaba por dentro: «cómo no luchar, cómo no gritar, si tu voz me quema adentro». ¿Cómo nació ese fuego? La historia de Gloria estará para […]

Se fue. Pero luchó por vivir hasta el último suspiro. Amaba vivir, pero amaba más vivir con autonomía; tomar aliento para cumplir con el impulso de ese fuego que la quemaba por dentro: «cómo no luchar, cómo no gritar, si tu voz me quema adentro». ¿Cómo nació ese fuego?

La historia de Gloria estará para siempre enredada con la trayectoria generosa y sin claudicaciones de Acción Ecológica, organización de la que era presidenta cuando se fue. Es muy conocido su trabajo incansable contra la demente obsesión minera de gobiernos dementes. Se sabe bien que desplegó por años su valiente acompañamiento y su encarnizada obstinación al lado de cientos de comunidades en resistencia a lo largo del país. Pero su prehistoria se conoce menos. A diferencia de muchas otras trayectorias militantes, Gloria no provenía de clases medias intelectuales; su familia y su madre fueron parte de una de esas raras historias de invasiones de gente sin vivienda pero en lucha por un hogar, en Quito, en el mítico Comité del Pueblo de los años 1970. Cuando Gloria llegó a la adolescencia, esa tradición languidecía aunque una parte se guardaba en la experiencia de sus familias y se atesoraba en muchas iniciativas comunitarias. Fue catequista en una pastoral que rechazaba las ansias radicales que burbujeaban en el barrio pero que también se alejaba del viejo sacramentalismo conservador. Un equilibrismo que muchos postulan como la astucia y la inteligencia del justo medio. La creación de la casa Jena, una experiencia de acción y vida comunitaria barrial, la arrojó en brazos de esa contradicción atenuada: había quienes entendían la comunidad como un compromiso alejado de las impurezas de la política, mientras otros pugnaban por una opción liberadora que encendía las tensiones y los arrojaba en el pantanoso terreno del eterno conflicto contra el poder. Aunque Gloria optó sin concesiones por el duro camino de la iglesia liberadora; mantuvo siempre abiertas de par en par las puertas de su vida y de su afecto por quienes la habían ayudado en sus primeros pasos.

Fue atraída entonces por el Movimiento por la Paz Leonidas Proaño, formado al calor del intento de conseguir el premio Nobel para el obispo de los pobres y los indios. Era una organización decididamente política, con raíces en las tradiciones cristianas y de izquierdas. Cuando Gloria entró al Movimiento, los tiempos de asambleas masivas y de grandes romerías en defensa de los dere-chos humanos vapuleados por León Febres Cordero, habían terminado. La muerte de Proaño en agosto de 1988 asestó un duro golpe a la capacidad de convocatoria de una organización que había abrazado, bajo el influjo de su fundador, la vía de la no violencia activa para el cambio revolucionario. Gloria formó parte del pequeño grupo que decidió emprender, mediante acciones de estudiada desobediencia, una campaña por la legalización del territorio Huaorani y de protección del pueblo Tagaeri, que había decidido rechazar la agresión petrolera, el despojo de su territorio y la amenaza a su forma de vida. En esas campañas nos conocimos.
Gloria arriesgaba siempre el cuerpo en la primera fila, inaugurando una audacia que nunca la dejaría por otra. La canción que tanto le gustaba, el Padre Nuestro que estás en la tierra, de Leonidas Proaño, servía como un escudo que paralizaba a la policía, acostumbrada a golpear a estudiantes que los desafiaban a piedrazos. La no violencia activa los desconcertaba: forzaba la desobediencia frente a un orden injusto, empujaba sus límites y obligaba a desnudar la violencia opresora; por eso era «activa». Pero al mismo tiempo, despojaba a los represores de cualquier justificación en la pretendida agresión de los oprimidos. Desobediencia contra la opresión, renuncia a la violencia contra el opresor.

En medio de la campaña por la recuperación del territorio Huaorani, conocimos a las jóvenes descomplicadas e irreverentes de una recién formada organización: Acción Ecológica. El Movimiento aportó la no violencia; Acción Ecológica aportó la agenda ecologista y la crítica al desarrollo. Nos complementábamos bien pero nuestros estilos chocaban. El Movimiento funcionaba con la serena seriedad de la disciplina cristiana; Acción Ecológica se burlaba de toda severidad mediante la risa y la desordenada ironía. Gloria fue la primera de nosotros en entender la aguda inteligencia de esa forma de funcionar. No significa que todo fuera de maravillas. Hasta el final de su vida se quejaba de la informal indisciplina de sus compañeras; algo que terminó adoptando a veces con resignación y a veces con entusiasmo. Gloria fue elegida coordinadora del Movimiento y solía visitarnos a todos, en busca de ideas y del apoyo a sus iniciativas. Escuchaba y también tendía puentes cuando había discrepancias. Guardaba esa costumbre como una herencia del mundo cristiano; pausada y calmada, raras veces alzaba la voz, salvo para gritar en la marchas, para alentar en las consignas, para llamar a los que quedaban atrás.

Nos quisimos con el amor incubado en la admiración. Y es que Gloria era fácil de admirar. Audacia para enfrentar la represión, criterio práctico para organizar el siguiente acto de rebelión, inteligencia para cumplir con calma pero con firmeza. Odiaba hablar en público y entraba en pánico cuando tenía que ir a un medio de comunicación. Pero jamás rehuyó enfrentarse a sus miedos. Al final, lo hizo bien. Muy bien. Las últimas veces que conversamos, arrullados por la tos que la acompañaba sin descanso y sin remedio, valerosa y serena, me dijo que quería vivir. Fue más intrépida, más audaz y más generosa que su cuerpo; ese cuerpo que enfrentó toletes y bombas lacrimógenas, que paseó bajo la cadencia de los tambores y las batucadas, que incubó otra vida, hermosa y digna, como la suya. Haz dejado de toser, querida amiga, pero hoy, más que nunca, tu voz me quema adentro.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.