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Gobernabilidad, crecimiento económico y proyecto emancipatorio

Fuentes: redaccionpopular.com

Durante los fatídicos años ’90 se llamó gobernabilidad al modo en que el poder político debía gestionar los negocios más convenientes para el gran capital globalizado y el imperialismo. Diversas formaciones partidarias en nuestra América, no sólo Menem en la Argentina , dilapidaron sus (ya) escasas tradiciones populares gobernabilizando en pro de la disgregación de […]

Durante los fatídicos años ’90 se llamó gobernabilidad al modo en que el poder político debía gestionar los negocios más convenientes para el gran capital globalizado y el imperialismo. Diversas formaciones partidarias en nuestra América, no sólo Menem en la Argentina , dilapidaron sus (ya) escasas tradiciones populares gobernabilizando en pro de la disgregación de nuestra patria grande. La estigmatización de la entera actividad política y el intento de reducirnos a meras individualidades y alejarnos de la condición de sujetos colectivos acreedores de derechos fueron momentos inseparables del latrocinio privatizador, que aún, por desgracia, no ha sido del todo dejado atrás en un pasado de brunas y dolor para los pueblos.

Desde el quiebre y crisis terminal del neoliberalismo verificado a fines del siglo XX y comienzos del XXI, se viene gestando un nuevo concepto de la gobernabilidad, consistente en realizar transformaciones sociales (mas o menos graduales); a su vez en el marco general de un proyecto común independentista. Lo cierto es que tales cambios se realizan respetando la institucionalidad democrático-burguesa. Por cierto que dicho carácter democrático constituye un punto a favor; ya que es un modo de tomar distancia (autocríticamente) de teorías y prácticas- no del todo superadas- que despreciaban la toma de conciencia por parte de nuestros pueblos y la construcción de consensos como mecanismos decisivos en la articulación de nuestro proyecto. Y con ello, dejaban afuera a las propias masas como sujeto de la transformación. Pero también presenta un aspecto de debilidad; en la medida que debe tolerarse la insidiosa acción de la derecha que sólo soporta la democracia en la medida que sirva como taparrabos para sus negocios de saqueo. De no ser así, la reacción propicia la sedición criminal y racista (oriente boliviano); el golpe de estado alentado por las multinacionales (Venezuela) o el cierre del parlamento pedido por los conjurados agrarios en caso de no acatar la legislatura sus autoritarios e impopulares dictados (Argentina).

Ahora bien, puesto en la mira del temible fuego massmediático el conjunto del proyecto emancipatorio tiene en la concepción de la gobernabilidad recién enunciada una de sus fortalezas principales. En efecto, los diversos zarpazos de la derecha pro-imperial fueron (por ahora) derrotados; también por significar los gobiernos mencionados la mejor- o única- opción para gestionar el estado. Para ello se sirven de controlar sobremanera el crecimiento económico como instrumento decisivo para fortalecerse políticamente. En tal contexto: recuperar recursos naturales, volver a estatizar empresas, desendeudar a nuestros países de la esclavitud usuraria contraída con los organismos de crédito es un buen modo de cuidar el incremento de la actividad productiva. De tal modo se preservan la gobernabilidad, el rumbo autónomo para los estados y cierta desconexión para nuestras patrias con relación a la crisis económica que conmueve al mundo central. Hoy nuestros países- y cada uno de ellos- se hallan divididos entre el apoyo al bloque independentista o el seguidismo al proyecto imperial. Se pueden enunciar discursos virulentos y revolucionarios y defender de modo miserable- en los hechos- a la peor reacción. La historia de nuestro continente ofrece abundantes ejemplos de lo que afirmamos. Mientras la izquierda senil y boba despliega su estúpido exotismo, las batallas contra el imperio son cada vez más virulentas. La historia continua(rá).