El 11 de septiembre de 1973, un golpe de Estado militar puso fin al gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende en Chile, marcando un punto de inflexión en la historia del país y desencadenando una dictadura militar de 17 años, liderada por el General Augusto Pinochet que duraría hasta 1990. La condena social a la dictadura no tiene duda, la judicial, en cambio, no fue lo suficientemente contundente, bien porque faltaron fundamentos suficientemente sólidos en derechos humanos para determinar la sistemática violación y criminalidad de estado o simplemente porque la justicia atemorizada o cómplice disolvió las pruebas o subvaloró el desastre para sanar heridas a costa de impunidad. Finalmente, el juez español Garzón tomó la iniciativa de aplicar la justicia internacional, que llevó a la detención de Pinochet en Londres y a su extradición a Chile, donde sus apariciones esporádicas en una silla de ruedas, podrían asegurarle indulgencia e impunidad judicial.
Salvador Allende asumió la presidencia de Chile en 1970 por la coalición de izquierda (Unidad Popular), con un programa que buscaba profundas reformas sociales y económicas, incluyendo la nacionalización de industrias clave como el cobre y, la redistribución de la tierra a través de una reforma agraria. Estas políticas fueron distorsionadas por los sectores conservadores, la clase empresarial y los partidos de derecha que se opusieron vehementemente, considerándolas una amenaza al capitalismo y a sus intereses. Construyeron unas narrativas de odio, generaron pánico y sometieron al país a la escasez de bienes de consumo para elevar la inflación, buscando volcar el descontento hacia el gobierno popular, empujaron con todas las formas de actuación la polarización política y la desestabilización, acusando a Allende de estar llevando el país al comunismo.
La CIA y Nixon en la Casa Blanca, condujeron diversas acciones para socavar el gobierno, financiaron a la oposición política y a los medios de comunicación hostiles, pusieron de su lado a los militares, apoyaron huelgas y paros en sectores estratégicos como el transporte y la minería. Sumaron odios hasta obtener las condiciones propicias para el asalto criminal al poder el 11 de septiembre. En 17 años destruyeron al país, lo llenaron de sangre y horror, lo saquearon y produjeron su retroceso humano, económico, social, material, espiritual. Los daños derrotaron a la sociedad entera y a pesar de la precariedad judicial actualmente hay 134 participantes de la dictadura presos por crímenes de lesa humanidad y violaciones sistemáticas de derechos humanos,76 son oficiales y 58 suboficiales, soldados y civiles condenados en el penal de Punta Peuco especial para violadores de derechos humanos, pero afuera la herencia golpista trata de revivir el terror, hacer renacer las cenizas fascistas.
A través del cine, Patricio Guzmán ha logrado adentrase en la comprensión de lo ocurrido desde ese 11 de septiembre en que con tanques y bombardeos asaltaron la casa de la moneda asesinando ministros y funcionarios, Allende resistió hasta su final con una ametralladora en la mano. El botón de nácar, descubre los vuelos de la muerte, antecedidos de tortura a los detenidos desaparecidos antes de botarlos al mar atados a un trozo de riel del ferrocarril. La mar devolvió la verdad de la dictadura con un botón de nácar, similar al botón que siglos atrás usó el imperio británico para comprar al primer indígena chileno al que llevó a Londres y convirtió en un nadie, un anónimo, ni británico ni indígena. El botón de nácar en el cuerpo de una mujer devuelta a la playa, trazó la ruta para saber de la macabra estrategia de la desaparición de cuerpos en el mar a cargo de la dictadura.
Con la nostalgia de la luz, su otra película, revela la simultaneidad de hechos que conectan al universo, las estrellas en el cielo con las madres de desaparecidos forzados enterrados en el desierto de atacama. El telescopio acerca el cosmos y las corazonadas de las madres a sus hijos. Ambas, científicas y madres, buscan desaparecidos en la inmensidad, estrellas arriba y seres humanos abajo. Telescopio y dignidad son las herramientas que alumbran el encuentro con los desaparecidos.
Los entusiastas del modelo neoliberal siempre eufóricos y arrogantes, nunca dejaron de destacar el éxito de la dictadura depredadora de la vida y despojadora de lo público, incluida el agua que será su tragedia más cercana. Miles de demócratas, comunistas, izquierdistas, socialistas, progresistas, intelectuales, artistas, poetas y trabajadores desaparecidos, secuestrados, torturados, asesinados por ser, pensar y actuar distinto a las élites, fueron las incontables víctimas, junto a bebes robados y entregados a militares y civiles genocidas. La historia oficial fue cambiada. El golpe se inició con paros promovidos por los empresarios que abominaban las luchas por derechos y perseguían la protesta, pero que ahora las emulaban, huelgas que cortaban carreteras, generaban caos y percepciones adversas al gobierno, crearon redes de apoyo militar con el pentágono y diplomático con otros gobiernos de América Latina empujados por la Casa Blanca. Ejecutado el golpe aplicaron el plan cóndor, para toda América, que mediante guerra sucia y crueldad extrema, tenía por objeto impedir que cualquier fuerza política sostenida por el pueblo llegará al poder y controlará el estado.
Los golpes de Estado sí existen y no son ficciones ni paranoia, solo que en el siglo XXI el poder hegemónico cambió su modo de acción, pero mantiene la esencia. Los nuevos golpes empiezan por mantener una reiterada matriz de información (desinformación), generar pánico y caos, interviene la diplomacia primero y en la retaguardia las armas, que antes iban adelante. La alianza de empresarios, sectores y partidos de derecha y ultraderecha asaltan el poder, con el law fare (asalto legal) como su valioso valor agregado que legitima el golpe. La seducción se impone a la represión y todo parece “normal”. Ya ocurrió con Zelaya en honduras 2009, Lugo en Paraguay 2012, Dilma en Brasil 2016, Evo en Bolivia 2019, Vizcarra en Perú 2020, Castillo en Perú 2022. ¡Paranoia! ¡ficción!
P.D. Algún parecido del asalto al poder en Chile y los nuevos asaltos al poder, con la realidad colombiana no es ficción ni paranoia. Paro de empresarios (carreteras y vuelos), pánico económico, saboteo a la paz, desinformación y falsedad reiterada en medios, promoción del caos, no son solo coincidencia. En Colombia, la experiencia de las luchas de resistencia popular indica con certeza que el asalto al poder aquí no pasará……. y sí pasará, un destino trágico sepultaría sin remedio al país.
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