Cada día luce más clara la ofensiva reaccionaria contra el pueblo de Venezuela, impulsada por el gobierno de los Estados Unidos, y ejecutada por los núcleos contra revolucionarios internos. Y cada día crece en el mundo la campaña de los medios de comunicación orientada a desacreditar a la administración de Caracas, aislar a su gobierno […]
Cada día luce más clara la ofensiva reaccionaria contra el pueblo de Venezuela, impulsada por el gobierno de los Estados Unidos, y ejecutada por los núcleos contra revolucionarios internos.
Y cada día crece en el mundo la campaña de los medios de comunicación orientada a desacreditar a la administración de Caracas, aislar a su gobierno y a su pueblo para descalificar su obra.
En países como el nuestro, esa campaña llega a extremos ridículos y aún demenciales. Ya debiéramos estar acostumbrados a eso.
La denominada «prensa grande» que embellece al rostro del Imperio cuando Donald Trump ataca Siria, o lanza «la madre de las Bombas» sobre los túneles rocosos de Afganistán; se rasga las vestiduras cuando la Policía Nacional Bolivariana dispersa a una troupe de provocadores que buscan sembrar el caos en las calles de la capital venezolana.
Algún periodista amigo se preguntó recientemente cómo reaccionaría la policía norteamericana si en las inmediaciones de la Casa Blanca una cantidad de manifestantes incendiara edificios públicos, quemara vehículos del Estado, atacara a policías uniformados y lanzara piedras y bombas explosivas contra ciudadanos indefensos que transitaran despreocupadamente por la zona.
Y también podría preguntarse cómo actuaría el Poder establecido en Washington si los manifestantes insultaran al Jefe del Estado, quemaran la bandera del país o bloquearan las pistas de acceso a las instalaciones del gobierno ¿Acaso se limitaría a observar los hechos con calma y resignación?
Veamos las cosas como son: En Venezuela se mantuvo durante décadas un régimen de dominación oprobioso. En algunos años, éste estuvo representado por dictaduras genocidas, como la de Marcos Pérez Jiménez; y en otros por políticos traidores y extremadamente corruptos como Caros Andrés Pérez.
Ni en una ni en otra circunstancia, el mundo conoció una campaña de desestabilización política más agresiva y dura que ésta. Y en ningún u otra coyuntura, el gobierno de los Estados Unidos amenazó con agredir al pueblo como lo hace ahora, violando groseramente la soberanía del Estado Venezolano.
Pero en Caracas ya se han conocido episodios de violencia que han superado todos los límites imaginables: en abril del 2002, una gavilla de traidores derrocó al Presidente Constitucional de la República Comandante Hugo Chávez Frías y hasta pretendió asesinarlo.
No fue «El Universal» de Caracas el que protestó y denunció tales hechos Ni fue la Casa Blanca la que exigió restituir el orden constitucional violado groseramente esa circunstancia.
Fue el pueblo de Caracas el que salió a las calles para restablecer enérgicamente el imperio de la ley, y restaurar en el país los mandos del proceso liberador que había iniciado.
La segunda gran asonada, ocurrió en abril del 2014 cuando la oligarquía caraqueña, derrotada en las elecciones nacionales de ese año, pretendió deponer -sin lograrlo- al gobierno del Presidente Nicolás Maduro Moros.
Incluso exigió que gobiernos extranjeros desconozcan la voluntad popular expresada en las urnas, valiéndose para ese efecto, de aviesas acciones terroristas que generaron un centenar de muertos e inmensos daños materiales.
Esta, es la tercera ocasión en la que se plantea el mismo tema. Y ocurre en una circunstancia en la que ésta Derecha reaccionaria interna busca interrumpir el Mandato Constitucional y acortar la gestión de las autoridades electas, imponiendo por la fuerza -y capricho- un supuesto «adelanto de elecciones», cuyo resultado habrán de desconocer si les fuera desfavorable.
En verdad, lo que hay en Venezuela hoy no es una confrontación entre el Gobierno y la Oposición. Lo que hay es una acción sediciosa organizada y promovida por fuerzas que no se resignan a perder sus privilegios y que están dispuestas a incendiar el país -si fuera necesario-, con tal de no ceder posiciones. Anhela retornar a los tiempos de antaño en los que vivían holgada y parasitariamente de la renta petrolera, y a la sombra del amo yanqui.
Sólo que esta vez, para lograr sus propósitos, no será necesario sólo derrocar a un gobierno. Tendrán que pasar por encima del pueblo venezolano si lo que quieren es recuperar los mecanismos de dominación que detentaron antes. Y eso implicará aplastar a millones de gentes dispuestas a dar la vida por la liberación y el progreso.
Cuando un país ha avanzado por una ruta liberadora, la restauración del «antiguo régimen» no ocurre siquiera en los términos de antaño. Cuando la camarilla militar de Castillo Armas depuso al gobierno de Jacobo Árbenz, debió impulsar una ofensiva que duró más de cincuenta años, y que costó la vida a casi 200 mil guatemaltecos. Y cuando logro derribar en Chile al gobierno de la Unidad Popular, no lo hizo para restaurar «la democracia formal», teóricamente amenazada por Salvador Allende y sus compañeros, sino para imponer un régimen fascista que duro 17 años y que asesino y masacró a decenas de miles de chilenos, a más de robar millones de dólares al Estado.
En nuestro propio país, restaurar el Poder Oligárquico cuestionado por el gobierno progresista de Velasco Alvarado, generó lo que todos conocemos como «los años de la violencia». Dos décadas de terror en las que perdieran la vida más a 70 mil peruanos.
Porque lo saben, las fuerzas progresistas del planeta -como Jan Luc Melenchón, en Francia- no solo rinden homenaje a Fidel Castro, sino que también defienden a Maduro y a su gobierno sin mostrar cobardía, y sin hacer concesiones a la reacción.
En cambio en el Perú hay quienes -en nombre de una falsa «modernidad» de la izquierda- temen dar la cara para defender al proceso bolivariano de Venezuela porque creen que eso les habrá de «restar votos» en las próximas elecciones; y más bien se suman a los bramidos de la reacción «condenado» la «dictadura» venezolana.
Con el claro propósito de embellecer su imagen ante los predios de los explotadores, deslindan en nombre de una «democracia» que no les pertenece porque es, finalmente, la dictadura de clase de la burguesía ejercida contra el pueblo trabajador.
Lo que hoy hay en Venezuela es un Golpe Fascista en Marcha. El se propone no restaurar la supuesta «democracia» hoy en peligro; sino simplemente destruir las conquistas sociales alcanzadas por el pueblo venezolano y arrasar con los trabajadores y sus derechos.
Por lo pronto ya dicen que ellos fueron «regalados» por un gobierno «populista» que buscaba «congraciarse» con la población. Hay que eliminarlos, entonces. El precio, será la sangre a borbotones.
En el Perú acaba de anunciarse con gran boato que el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski entregará 12 mil viviendas a los afectados por los recientes «desastres naturales». En Venezuela, el gobierno entregó un millón cuatrocientos mil viviendas a la población, a más de muchos otros beneficios materiales y legales ¿Cómo se hará para arrebatar eso a millones?
El pueblo venezolano no caerá, por cierto; pero incluso si esto ocurriera, no será ése el fin de la historia venezolana. Esa una cosa que deben tenerla muy en cuenta los que hoy -por oportunismo o por miedo- se suman a la prédica facciosa en nombre de la «democracia».
Parodiando a Vallejo cuando hablaba de la heroica España de los años 30, podríamos decir Si Caracas cae -es un decir- «salid niños del mundo; Id a buscarla!»
* Gustavo Espinoza M. miembro de Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.p
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.