Si continúa así, más pronto que tarde la Organización de los Estados Americanos (OEA) habrá desaparecido. Gracias Almagro por lograr lo que no consiguieron tantas iniciativas progresistas. Será justo y necesario hacerle un busto al lado de Bolívar en agradecimiento por conseguir que este espacio tutelado desde el Norte deje de estar presente en el […]
Si continúa así, más pronto que tarde la Organización de los Estados Americanos (OEA) habrá desaparecido. Gracias Almagro por lograr lo que no consiguieron tantas iniciativas progresistas. Será justo y necesario hacerle un busto al lado de Bolívar en agradecimiento por conseguir que este espacio tutelado desde el Norte deje de estar presente en el Sur. En algo menos de dos años como secretario general, Almagro habrá hecho Historia en el sentido más negativo del término. Gracias, Almagro.
En lo que llevamos de siglo XXI, la OEA no ha sido capaz de asimilar que América Latina está inmersa en un cambio de época. Este término no es simplemente un constructo teórico; es mucho más, porque tiene efectos prácticos en la manera de proceder de algunos países en su política exterior. Algunos países de América latina dejaron de creer que la OEA deba ser un espacio de imposición ni sumisión. Particularmente, el trio constituyente (Venezuela-Bolivia- Ecuador) se revela ante el vecino del Norte sin ningún tipo de miedo ni cortapisas porque cree que los espacios multilaterales de época son otros (CELAC, UNASUR, ALBA, PETROCARIBE).
Sin embargo, el señor Almagro no entendió nada y se pasó de frenada. Venezuela fue casi siempre su verdadera piedra en el zapato. A Almagro le traicionaron sus enormes y apresuradas ganas de ir contra la Revolución Bolivariana. Pero, al final de cuentas, le está saliendo el tiro por la culata; está siendo mucho peor el remedio que la enfermedad. Después de mucho insistir, Almagro jamás pudo activar la carta anti democrática contra Venezuela. Lo intentó de múltiples maneras, e incluso lo afirmó sin haberse producido. Llegó, además, hasta el punto de saltarse por los aires sus propias reglas de funcionamiento cuando, a inicios de abril, no permitió que Bolivia dirigiera -tal como le correspondía como Presidente pro tempore– la sesión del consejo permanente. Hizo lo imposible para intervenir en Venezuela más de lo que le compete. Pero no lo consiguió. Fue más un deseo que una realidad.
El otro error de Almagro fue minusvalorar la fuerza diplomática que tiene Venezuela en América del Sur y en todo el Caribe. Y que también tiene a nivel global. No todo es Estados Unidos y la Unión Europea. China y Rusia también cuentan. Venezuela goza de relaciones estrechas y sólidas en este nuevo mundo multipolar. Venezuela no está aislada como muchos creen. Le pueden pretender arrinconar desde la OEA, o expulsarle de Mercosur, pero Venezuela preside hoy el grupo de países MNOAL ( Movimiento de Países No Alineados) ; tiene un papel protagónico en el ALBA y Petrocaribe; se relaciona fluidamente con los países árabes y, lo dicho, con China y Rusia tiene una relación que ya quisieran tener otros muchos países de la región, o del mundo.
Almagro y su misión imposible acabarán logrando lo que parecía realmente impensable. Que el fin de la OEA esté cada vez más cerca. A pesar de que estamos viviendo un ciclo corto -pero intenso- de restauración conservadora, los logros del cambio de época son más sólidos de lo que muchos imaginan. El nuevo Consenso Latinoamericano enterró muchas dimensiones del viejo Consenso de Washington. El orden geopolítico actual nada tiene ver con el que existía a fines del siglo pasado. La OEA lucha contra la propia Historia. Ninguna institución sobrevive indemne a tantos cambios históricos. La OEA tampoco será la excepción.
A decir verdad, Almagro no es el único responsable de todo esto. Él es únicamente un alfil en toda esta trama. Un títere manejado por los hilos de los que mandan. Estados Unidos no ha disimulado jamás el interés de terminar con el gobierno venezolano desde que llegó Chávez. Con la partida de éste, se ha recrudecido aún más la estrategia de acuse y derribo. Y, en los últimos meses, echaron el resto. Tanto es así que han elegido conscientemente sacrificar a la OEA si fuera necesario para intentar derrocar a Maduro en Venezuela. ¿De qué le serviría la OEA si no es para utilizarla como arma de destrucción selectiva contra el gobierno que no sea de su agrado? Para nada. Estados Unidos necesita a la OEA pero siempre y cuando ésta sea eficiente y eficaz en sus objetivos. Si ya no le es útil para adoctrinar a los que se salen de su redil, entonces, la OEA no tendría ninguna razón de ser, ni de existir.
Es por ello que estamos cada vez más cerca del cierre definitivo de las puertas de una organización que no sirve para garantizar la democracia allá donde se necesita. Nada dijeron cuando hubo el golpe en Paraguay; ni tampoco en Brasil. La OEA no sirve para nada, ni para los unos ni para los otros; ni para los que queremos el respeto a la democracia ni para los que desean golpearla. Luego de la decisión de Venezuela de salirse de la OEA, queda puesto de manifiesto que esta institución no tiene tanta capacidad para cambiar gobiernos como quisiera. Así que lo mejor es que bajen las persianas y cuelguen el cartel de Cerrado por Incompetencia. Y si no lo hacen ellos, entonces lo harán aquellos integrantes cansados de este tipo de espacios obsoletos e ineficientes. El primero ha sido Venezuela pero seguramente no será el único. La globalidad ha cambiado y la unilateralidad corresponde a otra época.
¡Good bye OEA!