Andamos tan escasos de victorias y buenas noticias en el campo popular y de la izquierda que no podemos permitirnos el lujo de derrotarnos a nosotros mismos antes de tiempo. Tiene muchísimo interés el debate interno de la izquierda griega acerca del acuerdo entre el gobierno popular de Syriza y las instituciones del eurogrupo o […]
Andamos tan escasos de victorias y buenas noticias en el campo popular y de la izquierda que no podemos permitirnos el lujo de derrotarnos a nosotros mismos antes de tiempo. Tiene muchísimo interés el debate interno de la izquierda griega acerca del acuerdo entre el gobierno popular de Syriza y las instituciones del eurogrupo o la troika o como haya que llamarle al monstruo. Hay argumentos muy interesantes y acertados en todas las posiciones, y los más críticos con la decisión de Tsipras, Varoufakis y su gobierno son los llamados a tener, en principio, más auditorio. Por múltiples razones. Por verdadera convicción de que el camino es otro, por impaciencia, por esa tendencia de cierta izquierda a sentirse en permanente fraude preventivo. Por múltiples razones. En cualquier caso, la izquierda tiene la obligación teórica de comprender los escenarios en los que se producen los procesos políticos y sus correlaciones de fuerzas. Y también las urgencias y otras necesidades temporales. Porque en el caso de esa negociación y ese acuerdo entre el gobierno griego y la Unión Europea ha debido de pesar el tiempo en dos direcciones aparentemente opuestas. Por un lado, la de la urgencia: no es necesaria mucha extensión para explicar cuál es la situación de extrema necesidad y de emergencia que vive la mayoría del pueblo griego, sometida a una violencia sin límites y sin solución de continuidad por parte del capital y de las instituciones europeas, las elegidas y las autolegitimadas en el poder y no en el sufragio universal. Y por otro lado, la necesidad de que el tiempo se dilate un poco, la de darle tiempo al tiempo, en resumen. La de esperar. Son aparentemente contradictorias, pero solo aparentemente. En realidad, se establece entre la urgencia y la necesidad de darle tiempo al tiempo una relación dialéctica que exige su síntesis. Y ésa, creo, es la que determina el acuerdo entre los griegos y la Hidra. La Hidra de múltiples cabezas y aliento venenoso, a la que le nacen dos cabezas por cada una que le cortan, observa con una mirada ensañada la brutal derrota del atacante solitario, ese Heracles heroico pero desprotegido. Y éste sabe que esa soledad imposibilitará necesaria y materialmente su victoria. Que también es necesaria y material.
No hace falta aclaración acerca del reparto en la identificación de personajes: la Hidra y Heracles; la Troika y Syriza; la Unión Europea y Grecia… Incluso podemos jugar a frivolizar: Merkel y Varoufakis, la bicha y el héroe. Pensar que Syriza por sí sola, en condiciones muy precarias, con una población en estado de emergencia humanitaria, se va a enfrentar al terrible monstruo al que se enfrenta, el mismo monstruo que nos acosa sin descanso, y que lo vencerá en el primer asalto y además sin bajas ni cesiones, que le cortará todas sus cabezas de un tajo y sin sufrir ni un rasguño, es de una ingenuidad inmensa. Exigirle al gobierno griego una victoria inmediata, sin negociación y sin heridas, puede incluso llegar a ser políticamente irresponsable. Pero, con todo nuestro apoyo, solidaridad y la identificación con la causa popular griega, tampoco podemos ni debemos abandonar el ejercicio de la crítica. Sin que la solidaridad y el compromiso con el gobierno y el pueblo de Grecia estén en discusión, la adhesión acrítica a cada uno de sus movimientos sería el peor favor que se pudiese hacer a la causa compartida. Porque la guerra que empieza a librarse en el escenario de la Unión Europea tendrá que ir sumando pueblos y nuevos gobiernos al escenario. Y tendrá que hacerlo no desde una ilusión de seguridad y certidumbre, sino desde la convicción de que el trayecto es extremadamente complejo, de que son necesarias múltiples preguntas cuyas respuestas no aparecen en ningún manual infalible, de que el proceso requerirá pasos adelante, mucha guerra de posiciones y no pocos pasos atrás para coger aliento, comprender los escenarios cambiantes y sus actores y acertar lo máximo posible en los siguientes movimientos. Esto no hace más que empezar. Es imprescindible un cambio en la correlación de fuerzas, que en estos momentos todavía es tan desfavorable. Porque si continúa a enfrentarse Heracles en solitario contra todas las cabezas de la Hidra, la derrota será durísima. Y no es otra sino una derrota durísima, ejemplarizante y por tanto definitiva, lo que concibe la Hidra. Lo que pretende la Troika. Su proyecto no admite fisuras en el discurso, mucho menos la posibilidad de un discurso alternativo plausible. Para la Hidra, la derrota de Heracles no es importante por el hecho de tener una función de castigo, sino porque con ella afianza para toda la eternidad su poder absoluto y con ella impone ejemplaridad y persuade a futuros osados de lo inútil de todo intento, de sus atroces consecuencias.
Es muy probable que en la mente del gobierno griego, además de los asuntos de urgencia y pura supervivencia de la gente, aparezca la necesidad de que esa correlación de fuerzas vaya cambiando a partir de próximas convocatorias electorales a lo largo de Europa. Ahí tendrán que integrarse, también y sin excepciones, todos los procesos de unidad popular que en formas diversas y no sin contradicciones proliferan por múltiples espacios. Son procesos que rompen las viejas lógicas de la política institucionalizada, regulada en los márgenes de lo posible y de lo probable, es decir, del sentido común del sistema. Y rompen también toda solidez espacial. El escenario de la acción política ya no es en exclusiva la institución del Estado nacional. Lo es toda institución, en la medida en que ha de ser invadida por una corriente popular sin límites, pero también lo es todo espacio social en el que se pueda decidir cualquier aspecto de lo común. El proceso podrá parecer difuso e inabarcable, y lo es en cierta medida, como lo es la multitud que lo irá protagonizando. Con todas las contradicciones, sin esquivarlas y sin ignorarlas, es un proceso de nueva institucionalización democrática y popular, y también en ese sentido profundamente político. O biopolítico.
El proceso implica, si es que tiene sentido histórico, la construcción de un bloque cada vez más numeroso y potente de oposición al actual estado de cosas. En el interior de los estados y de las naciones (con o sin Estado), pero también en el escenario multinacional europeo. Nos guste más o menos, los espacios de combate político están ahí, no somos nosotros quienes los diseñamos, los organiza el poder. A ellos es preciso acudir para disputarlo todo.
La construcción de candidaturas populares para las próximas elecciones municipales camina en esa dirección. Y le toca hacerlo en un escenario político muy extenso, que ocupa todos los espacios sociales, desde las plazas públicas a los ámbitos más protegidos de cualquier clase de control democrático. Un escenario que no conoce ya exterior de ninguna clase. En todos los lugares es necesario desplegar la bandera de un tiempo nuevo.
Será complicado. Las próximas elecciones municipales adquieren mucha más importancia en este contexto. Reparemos en las reacciones violentamente alteradas, a veces profundamente infantiles, contra los complejos procesos de unidad popular que decidieron llamarse Mareas, jugar con la referencia de lo Común o buscar cualquier otra denominación (el nombre no importa) e incluyen, por supuesto, organizaciones partidarias y ciudadanía sin organizar o agrupada alrededor de movimientos sectoriales. En Galicia, en concreto, surgen a diario iniciativas populares más allá de las expectativas iniciales, que se ceñían casi exclusivamente a las principales ciudades. No hay mayor novedad en el modelo de organización de estas mareas ciudadanas; se trata, tal vez, de seguir en cierta medida el modelo de la Barcelona en Comú de Ada Colau. Este modelo no deja de ser un ensayo de plasmación de la idea gramsciana de partido orgánico, esa organización en permanente articulación, que jamás está completa ni formada porque todo proceso y todo momento histórico, incluido su propio desarrollo organizativo, crea constantemente nuevas condiciones y nuevos objetivos. La organización de estos tiempos tendrá que ser flexible y ágil para enfrentarse a un aparato pesado y poderoso, con gran capacidad de mutación y de violencia.
Las candidaturas de unidad que se están construyendo por toda Galicia son la continuidad del proceso de acumulación que arrancó un 25 de julio (Día da Patria Galega) de 2012, con el llamamiento a la conformación de un Frente Amplio realizado por Xosé Manuel Beiras y la posterior e inmediata constitución de la Alternativa Galega de Esquerda (AGE), como experiencia híbrida de izquierda de ruptura que reconoce al pueblo gallego como sujeto político y defiende su derecho a autodeterminarse. Estas candidaturas son la expansión necesaria de esa experiencia, no controlada por las organizaciones, en la cual y con toda consciencia se elude el fetichismo de la organización y de la sigla, pues conduciría justo al lugar donde el Partido Orgánico se hace imposible y la Unidad Popular se convierte en una consigna vacía. En significante hueco. Unidad Popular y Partido Orgánico son, sin embargo, significantes fuertes que no admiten, si no es mediante trampa grosera, ni vaciado ni apropiación de parte. Son expansión. Aspiran a la máxima amplitud. Más allá, mucho más allá, de intereses particulares, de dificultades y de contradicciones. De siglas viejas o de apariencia novísima.
Ha funcionado en multitud de ocasiones la imagen de las matrioshkas para explicar cómo han de ser los procesos de acumulación de fuerzas en los cuales diferentes componente se van incluyendo hasta formar un cuerpo gigantesco, inclusivo, cuyo tamaño nunca tiene límite. La imagen sigue siendo vigente. Pero este proceso lento y lleno de contradicciones, y al mismo tiempo vivo, creativo y muy ilusionante, nos ofrece una nueva imagen del sujeto que visitará la caverna con la determinación de destruir a la Hidra. Y esa imagen es precisamente la de la hidra. Una nueva hidra. Otra. No la imagen de una Hidra de cabezas idénticas que se multiplican y actúan siguiendo las órdenes de algún organismo central, sino la de una nueva hidra de infinitas cabezas, todas ellas diferentes, todas ellas en proceso constante de conformar una muy diversa y viva inteligencia colectiva que no cesa de reproducirse. Ella, esta nueva hidra, será la que destruya a la monstruosa bicha, que no deja de ser una imitación usurpadora.
Tal vez Heracles solo esté ganando tiempo, esperando que esta nueva hidra muestre su sonrisa múltiple y limpia. No lo obliguemos a inmolarse innecesariamente. Hagamos nosotros lo que nos corresponde.
Antón Dobao es escritor y cineasta
Artículo publicado originariamente en http://anovateo.gal/index.php/opinion-2/367-grecia-a-hidra-e-a-unidade-popular
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