El 23 de noviembre de 2008, Venezuela votó por la continuación del proceso bolivariano y el proyecto socialista, representados mayoritariamente por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) del presidente Hugo Chávez. Pero a la vez permitió que la oposición, responsable de los muertos del golpe del 11 de abril de 2002 y de los […]
El 23 de noviembre de 2008, Venezuela votó por la continuación del proceso bolivariano y el proyecto socialista, representados mayoritariamente por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) del presidente Hugo Chávez. Pero a la vez permitió que la oposición, responsable de los muertos del golpe del 11 de abril de 2002 y de los daños económicos causados por el mal llamado «paro petrolero» de 2002/2003, vuelva a posiciones de poder. Los líderes del bando opositor no han dejado transcurrir ni una semana para quitarse la carreta de «demócrata», mostrando su verdadera faz. El 26 de noviembre, la incontinencia verbal de uno de ellos le hizo decir sobre su rival socialista: «Es imposible que podamos convivir, porque además esa persona que abandona la gobernación y yo somos como el agua y el aceite». Este mensaje subliminal va a la paralela de las noticias sobre los ataques contra instalaciones de las misiones del Gobierno Bolivariano en aquellos lugares donde la oposición ha ganado alcaldías y gobernaciones.
No es pesimista – entiéndase este término como un optimista bien informado – quien profetiza que la situación va a empeorar un tanto más volviendo a tener muertos entre los afiliados de ambos bandos en un futuro no tan lejano. La crispación de la «violencia política» no se va a deber sólo a que gobernantes opositores vuelvan a las prácticas violentas empleadas cuando apoyaron con esas mismas medidas a los golpistas del 11 de abril de 2002. Para la reedición necesitan el respaldo de los medios privados venezolanos y el soporte internacional tanto a nivel mediático como también político y logístico. Por lo tanto hay que mirar quién está detrás de las «cabezas de la oposición» de turno que desde el 23-N se toman de nuevo el derecho a recurrir a las prácticas de la IV República. La mirada se desvía tanto hacia Washington como también hacia a Europa.
Hay que felicitarle a Barack Obama por no haber reemplazado al ministro de Defensa Robert «Bill» Gates, nombrado por el presidente saliente George W. Bush, porque hace más fácil mostrar que la política contra la América Latina progresista no va a variar: el capital de EEUU en crisis necesita recuperar el control perdido sobre el «patio trasero» para poder explotarlo de nuevo como en el pasado. Por eso ni la Agencia Central de Inteligencia, la CIA, ni el Pentágono van a dejar sus planes de quebrar «democráticamente» a Chávez y su modelo político.
Para tener esta certeza, al pesimista sólo le hace falta conocer la Historia contemporánea de América Latina y añadirla la situación económica de la Primera Potencia Mundial en decline. El aliado «natural» de Washington en América del Sur es Colombia. Con la ayuda financiera y militar ha convertido a ese país en su «Fort Apache» en un territorio rodeado por los estados «rojos», que son Bolivia, Ecuador y Venezuela. Es en Colombia y en concreto entre las filas de los «paramilitares» donde la CIA encuentra el personal que necesita para sembrar el terror mediante la «guerra sucia» en la vecina República Bolivariana de Venezuela.
El periodista Dario Azzelini ha descrito en su libro «El negocio de la guerra» (Monte Ávila, 2008) que de hecho los paramilitares ya están actuando en territorio venezolano, creando dos frentes de actuación: uno en el oeste, en los estados de Zulia y Táchira, que tienen frontera con Colombia. El otro frente es el oriental, con centro en Caracas, donde pretenden tomar posiciones en los barrios. Recurriendo a la práctica de la zanahoria y del palo, es decir repartiendo regalos y balazos, los paracos y sus maestros yanquis intentan atacar a la Revolución Bolivariana desde dentro. Aplican el modelo de la «Contra» que la CIA empleó a fondo en Nicaragua, hundiendo el país centroamericano en una guerra civil que duró 10 años, causando 50000 muertos y daños multimillonarios. Al final Washington logró que en 1990 los sandinistas entregasen su poder. Así Nicaragua cayó en manos del neoliberalismo, convirtiéndose en el país más pobre del Caribe. Otro aspecto que Azzelini menciona es el aumento de la «criminalidad» en determinados barrios caraqueños. «En este contexto hay que preguntarse si el aumento de la violencia y de la inseguridad en Caracas en los últimos años es casual o si más bien es una estrategia de desestabilización para que los paramilitares puedan presentarse más fácil como una ‘fuerza de orden'», escribe el investigador en un artículo publicado recientemente en Alemania.
Ante este fondo hay que preguntarse qué pasará en adelante si el futuro alcalde mayor de la capital venezolana no estuviera en condiciones, por los motivos que fueran, de echar a los paracos de su distrito municipal. Aunque el modelo «contra» sintoniza perfectamente con las prácticas habituales de Washington, también encuentra sus críticos.
Las voces críticas se las escuchan desde el Viejo Continente. También desde el seno de la Unión Europea se está preparando el final de la Revolución Bolivariana para que el capital europeo pueda adueñarse de las riquezas naturales de Venezuela – antes que el estadounidense. Sobre los respectivos planes de fundaciones europeas, vinculadas a determinados partidos políticos, informa el artículo»24-N: La intervención en Venezuela a la europea». No obstante, el pesimista se acuerda de que en la Transición española (1975-78), cuando hubo que convertir al Estado fascista del dictador Francisco Franco en una «democracia» de corte europeo, las mencionadas instituciones hacían el mismo trabajo, ayudando a sus respectivos socios políticos y basándose en la logística y en los servicios prestados por sus organismos de inteligencia.
El pesimista llega a la conclusión de que estos últimos podrían estar de acuerdo con sus «compañeros» yanquis respecto al objetivo final – terminar con la Revolución Bolivariana – pero no con el método «paraco». Temen seguramente que los paramilitares puedan convertirse en una fuerza incontrolable, tal y como ocurrió con los Talibanes en Afganistán. Además el modelo español de Transición demuestra claramente lo que los europeos quieren: quitarse un régimen de encima, poniendo a nuevos actores formados por ellos que garantizan una buena colaboración. Lo que no quieren es reemplazar al diablo por otro diablo, tal y como lo suelen hacer sus socios yanquis, porque eso causa una serie de problemas más que al final resultan ser contraproducentes. Por eso prefieren operar vía intelectuales, activistas de base, periodistas y políticos de diferente índole, que tienen controlados, para desmembrar al mundo bolivariano desde dentro.
Quien ha estudiado la historia de los servicios secretos de las potencias europeas sabe que no son menos violentos que los estadounidenses, sino que emplean la violencia de forma más selecta. Eso quiere decir que cuando los vaqueros de Langley recurren a una masacre para sembrar el terror y la desconfianza en una sociedad, ellos prefieren el magnicidio de una persona con alto valor simbólico para lograr el mismo efecto.
Eso le hace pensar al pesimista, que estas contradicciones combinadas con el objetivo común y la rivalidad por llevarse la parte más grande de la riqueza venezolana podrían culminar en el siguiente escenario: En una altamente importante ciudad venezolana se da un brote de violencia con muertos y heridos, provocado por la actuación de los paramilitares contra activistas de base del PSUV. Los ataques reciben su correspondiente reacción porque el alcalde, puesto por la oposición, está plenamente de acuerdo con la estrategia estadounidense. En un principio la situación corresponde al guión escrito por los directores yanquis y europeos, pero llega el momento en el que los del Norte se enfadan entre ellos. Y el alcalde hace oídos sordos a lo que le recomiendan los representantes de la UE. Entonces podría ser que los europeos recurriesen a lo que se llama matar dos pájaros de un tiro: por un lado liquidan al emblemático alcalde de la ciudad, con lo cual dan a entender al «socio» yanqui su desacuerdo con la gestión de la campaña en curso y por el otro sabrán cómo cargar el muerto al presidente Chávez y al PSUV. Quizás consiguen incluso que el sucesor del fallecido sea alguien que se incline más hacia los planteamientos europeos.
Con esta muerte violenta el conflicto dentro del conflicto entraría en otra fase porque tanto los vaqueros como los paracos podrían verse «obligados» a saldar esta cuenta. Acaso opten por colocar una bomba en una reunión de intelectuales europeos en Caracas, a los cuales la prensa de la oposición ya les ha tachado de «afrancesados» con anterioridad porque apoyan al proceso bolivariano. El atentado no se dirige contra la reunión como tal, sino sabiendo que entre los congregados hay unos tantos que colaboran con las estructuras secretas de su país de origen, es simplemente una respuesta enviada a los socios europeos que de forma descifrada no quiere decir otra cosa que: «mensaje recibido». He aquí el segundo efecto deseado de la acción: las «víctimas colaterales» podrían ser utilizadas para mostrar – una vez más – que el Gobierno bolivariano es incapaz de velar por la seguridad de sus ciudadanos y ni siquiera sabe proteger a un reducido grupo de extranjeros supuestamente afines al proceso revolucionario.
Estos dos últimos escenarios aún están en el futuro, pero pronto podrían convertirse en presente. El reciente asesinato de tres sindicalistas afines al proceso revolucionario, ocurrido en Aragua, muestra que alguien ha empezado a actuar según el guión que ha descrito nuestro pesimista.
Para desactivar los planes de los dos Imperios hace falta reaccionar con calma y reflexión, decisión y determinación.
Los enemigos de la Revolución Bolivariana han aprendido de sus errores: en 13 de 14 elecciones ha sido vencidos. Ahora intentan recuperar el espacio político que perdieron en las urnas. Copiando el método del presidente, quieren legitimar su política por vía electoral. Pero ellos no son ni bolivarianos ni socialistas, por mucho que lo aparentan: querrán reconstruir la IV República y para ello están dispuesto a pagar cualquier precio, siempre si el dinero y los muertos no tengan que ponerlos ellos, sino el pueblo. La amenaza que representan los paracos se deja cercar política, social y jurídicamente, aunque al final el desenlace será militar. Determinados europeos dejan de ser un peligro incalculable para la Revolución Bolivariana cuando se les ponga en el mismo nivel que sus socios yanquis quitándoles el disfraz que les muestra a los descendientes de los conquistadores como «más buenos» que los matones del Tío Sam.
El grado de la futura confrontación dependerá de los que quieren desatarla y de los métodos que ellos piensan utilizar. Ojalá, la lucha siga siendo política y no militar, pero es mucho pedir ante el hecho de que los capitalistas del Norte se estén quedando sin recursos.
Diez años de Revolución Bolivariana han mostrado que ésta sigue recibiendo su legitimación por vía electoral – aunque la ley favorezca a la oligarquía y por lo tanto al sistema político de la IV República – pero no son las máquinas de votación que la defenderán contra las balas de 9 milímetros parabellum, disparadas por una pistola Glock en manos de un paraco. El pueblo y ante todo las personas que viven en los barrios y que han salido el 11, 12 y 13 de abril para salvar al presidente secuestrado son las que tienen la fuerza y la capacidad para determinar el destino del país a través del emergente Poder Popular.
Ingo Niebel
Historiador y periodista alemán. Autor del libro «Venezuela – not for sale» (Berlín 2006)