El Poder simbólico, poder subordinado, es una forma transformada – es decir irreconocible, transfigurada y legitimada – de las otras formas de poder. Pierre Bourdieu La dominación por las palabras Las palabras nos sirven para comunicarnos, para romper la soledad, intercambiar ideas o para distinguir las cosas, poniéndolas un nombre. Sirven también, desde que el […]
El Poder simbólico, poder subordinado, es una forma transformada – es decir irreconocible, transfigurada y legitimada – de las otras formas de poder.
Pierre Bourdieu
La dominación por las palabras
Las palabras nos sirven para comunicarnos, para romper la soledad, intercambiar ideas o para distinguir las cosas, poniéndolas un nombre. Sirven también, desde que el hombre posee un lenguaje articulado, como instrumento de poder y de dominación.
El autor y dramaturgo italiano Dario Fo ilustró esta idea diciendo que la clase obrera habla con cien palabras y la burguesía con mil. Entre los mecanismos que permiten a esta clase erigirse en rectora de nuestras vidas, está el control y casi diríamos el monopolio y la fabricación de las palabras. A la desigualdad que supone el expresarse en un caso con cien palabras y en el otro con mil, habría que añadir el privilegio de heredar las palabras, de transmitirlas y de poderles añadir otras nuevas, cargadas de sentido u opacas, que se incrustan en nuestra mente a fuerza de oírlas, una y otra vez, a través de los medios de comunicación.
Cumplen una función específica: amordazar el lenguaje de los que hablan con cien palabras y obligarles a asimilar y a digerir las palabras antiguas y las nuevas. Los psicólogos y los psicoanalistas afirman que el hombre no es más que palabras, lenguaje. Habrá por lo tanto que interrogarse sobre el uso y el sentido que el poder hace y da a las palabras. Véase la sospechosa regularidad con que nuestros políticos, herederos de un régimen totalitario, se declaran defensores del Estado de Derecho y de las libertades públicas. Frente a los que ellos califican de «anti-sistema»y de enemigos de esas libertades.
En la guerra por el control de las palabras, el poder utiliza todas las tretas semánticas. No duda, por ejemplo, en afirmar que los españoles han vivido por encima de sus posibilidades y que son en consecuencia, además de víctimas, culpables de la crisis. Una palabra inventada por ellos, que llevamos pegada a la piel, con la que nos acostamos y con la que nos levantamos. Una pandemia, una fatalidad, una plaga que nuestros políticos, afirman, intentan ahuyentar y combatir. Aplicando al conjunto de la sociedad un tratamiento que no soportaría una acémila. Y que, de paso, justifica que se destruyan, una por una, las conquistas sociales arrancadas tras muchas y duras luchas.
Batalla por el monopolio de las palabras y de las ideas de los que se mostraron siempre dispuestos a defender con uñas y dientes los privilegios debidos a su clase, su rango y su origen. Unos privilegios que cuando una nueva clase emergente pensó que ya no servían sus intereses , inventó un nuevo concepto del Derecho, de la Igualdad, de la Fraternidad y del Bien Común. Y también, el Estado de Derecho, la libertad de expresión, de reunión, etc. ..Y de emprender y de comerciar. (En el siglo XVIII, según un historiador francés, libertad significaba ante todo «libertad de vender a los esclavos negros al precio más alto»). Después de la revolución industrial, cuando el consenso en torno a esos valores de la burguesía – frente a las ideas progresistas y revolucionarias de las clases populares – corrió el riesgo de romperse , el lenguaje – según Pierre Bourdieu – (1) fue el vehículo perfecto ,«por su capacidad generativa«, para restablecer el equilibrio dentro de las relaciones sociales. Hasta imponer una forma nueva de poder: «el poder simbólico«.
Un poder al que suelen recurrir nuestros políticos para obtener la aceptación y el apoyo de la opinión pública. Con declaraciones vacías de sentido (lo que los franceses llaman «la langue de bois», «la lengua de palo»), que en sus bocas llegan a convertirse en verdades. Como por ejemplo:
«El esfuerzo de hoy garantiza la prosperidad del mañana» (Zapatero)
«Para acabar con el paro tenemos que mantener los puestos de trabajo actuales, recuperar los perdidos y crear nuevos» (Patxi López, socialista, ex-lendakari del Gobierno vasco)
«El paro subió unas 60.000 personas en agosto, tras nueve meses de caída, pero creo que en el contexto estacional no es un dato malo! (Elena Salgado, ministro de Economía en el gobierno de Zapatero)
«Quedan unos pequeños hilillos, los que se han visto con aspecto de plastilina en estiramiento vertical. Están los técnicos estudiando qué significa» (Mariano Rajoy, jefe del gobierno, en plena crisis del «Prestige»)
O las declaraciones de Fátima Báñez, actual ministro del Trabajo, calificando la emigración forzosa de los jóvenes de «movilidad exterior». Y afirmando que «se está a punto de salir de la crisis, pero que queda aún mucho camino por recorrer»
Del lenguaje totalitario al lenguaje simbólico
En los sistemas totalitarios las palabras y el discurso del poder tienen un carácter monolítico, sin fisuras. Se persiguen las ideas y se fabrican eslóganes dirigidos al conjunto de la sociedad (los famosos «Veinte años de paz») para convencerla de que vive en el mejor y el único sistema político y social posible. Los eslóganes y los discursos oficiales, la persecución de los opositores y de sus ideas, son los pilares que garantizan la permanencia de ese orden. De alguna forma, el fascismo es una utopía conclusa, que no necesita evolucionar, ni renovarse. Aunque esté permanentemente amenazado por las ideas disolventes de la democracia, del separatismo, etc.
Esa utopía totalitaria, que se encarnó también en los regímenes autoritarios del Este, encontró su expresión más acabada en la obra de Georges Orwell, «1984», el autor de «Homenaje a Cataluña». Orwell describió en esta obra una sociedad en la que la «nov-lengua» era el único lenguaje autorizado. Wikipedia da de ella esta definición: «Para evitar que la población desee o piense en la libertad, se eliminan los significados más deseados de las palabras, de forma que el propio concepto de libertad política o intelectual, deje de existir en la mente de los habitantes».
En el Estado de Derecho (el que disfrutamos en España), el poder ejerce otra forma de violencia, «la violencia simbólica». Se garantizan las libertades fundamentales, la libertad de expresión, de reunión, de asociación, etc. El consenso social se obtiene a través de los grandes medios de comunicación, que vehiculan ese nuevo lenguaje y forjan una opinión favorable (o pasiva) a los intereses del poder y de la oligarquía, nacional e internacional. Y si es preciso, se reprimen violentamente las manifestaciones que se salen de los cauces autorizados.
Dentro de ese lenguaje simbólico, por aquello de que «una mentira repetida mil veces se acaba convirtiendo en una verdad» (Goebbels, ministro de Propaganda del Tercer Reich), se nos repiten, machaconamente, «verdades» (que hasta hace poco eran aceptadas mayoritariamente). Por ejmplo: «en España, la transición de la dictadura a la democracia fue modélica», «el 23 F, el Rey salvó la democracia «, «España es un Estado de Derecho«, etc. .
Un discurso ilegítimo: el de la protesta social
Los movimientos sociales de estos últimos años – del 15M, de la lucha contra los desahucios, la defensa por una sanidad y una educación públicas, etc., han hecho emerger, frente al discurso oficial, un discurso autónomo e ilegítimo..
Estos movimientos se han desarrollado fuera de los cauces normativos. Están poniendo en entredicho la autoridad y la legitimidad del poder, más interesado en defender y apoyar a los causantes de esta crisis, que a las víctimas de la crisis y de n expolio escandaloso: el de los desahucios, que ha lanzado a la calle, sin ningún tipo de protección, a miles de familias.
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El «escrache» (3) es uno de los métodos de denuncia de estas expoliaciones y de presión, pacífica, a los miembros de la clase política atrincherados en el Parlamento, a espaldas de este drama. Ha mostrado sobre todo su eficacia para romper el muro del silencio de la clase política, obligándola a denunciar lo que ha calificado de agresión a su intimidad y su actividad pública. Estas son, por ejemplo, algunas de las reacciones de los políticos del PP:
Soraya Sáenz de Santamaria: (Vicepresidenta del Gobierno)
Mi casa es el terreno de mi familia.
Dolores de Cospedal: (Secretaria General del PP)
Los «escraches» son totalitarios, sectarios. Se trata de violentar el voto: es nazismo puro. Recuerdan los años peores, a la guerra civil. Los años del 36. «Escrache» quiere decir acoso.
Un diputado del PP en la televisión:
Si tocan a mi hija, le arranco a alguno la cabeza.
Un diputado del PP en Pamplona (interpelado por un grupo de 30 personas):
Estoy sorprendido. No ha habido agresividad. Así se puede dialogar.
Declaración de Felipe González (en un almuerzo por «La defensa de la transición») :
He preguntado porqué un niño tiene que aguantar presión a la puerta de su casa. Que no haya presión sobre las personas. No es esto lo mejor que hemos importado de la Argentina.
Comentarios de los lectores de la prensa a este tipo de declaraciones:
«Con socialistas como este sobra la derecha»
«¿Qué dijo Felipe González cuando miles de familias han sido desalojadas de su hogar, ancianos y niños incluidos. ¿Qué va a decir este asesor de Fenosa, jubilado vitalicio, discípulo de la Tatcher cuando desmanteló las industrias de Sagunto y Reinosa?»
«Han muerto personas por los desahucios, han muerto personas por falta de sanidad, van a morir personas por no tener una pensión digna. Está empezando a haber hambre en España…»Escrache» es solo una forma muy suave de protesta».
«Lo que es fundamental en esta práctica, es que contribuye a iluminar lo que la sociedad no veía (…) Marca, hace visible, una herida en la sociedad. ¿Qué sabríamos hoy de la situación de los afectados si no fuera por la PAH?»
Concluiremos con el dibujo de Forges publicado por El Pais. Uno de los Blasillos le dice al otro:
«Los nazis quitaban también las viviendas a los judíos. «Pero», contesta su compañero, «eso no lo dicen. Curiosamente, añado.»
Notas:
(1) Pierre Bourdieu (1930-2002) – Profesor de la Cátedra de Sociología del «Collège de France – Autor, entre otras obras, de «La miseria del mundo».
(2) ¿Qué significa hablar? Economia de los intercambios lingüísticos» – Pierre Bourdieu Editorial Akal (La «violencia simbólica» se caracteriza por ser una violencia invisible, soterrada. Bourdieu nos habla de como naturalizamos e interiorizamos las relaciones de poder, convirtiéndolas así en incuestionables. La violencia simbólica, advierte, no es menos importante, real y efectiva, que una violencia activa».
(3)»Táctica y estrategia: una genealogía crítica del «escrache» (Luis Martin-Cabrera – «Rebelión» – 25.04.2013) «El «escrache nació en Argentina en pleno ajuste neoliberal del gobierno de Raúl Menem. Proviene del «lunfardo«, el habla de las clases populares, de los emigrantes y del hampa de los años 20 y 30. «Escrachar» era señalar a los represores que vivían y viven con total impunidad. En España se trata de denunciar la violencia estructural desatada por una ley de ejecución hipotecaria que produce suicidios, desahucios y tragedias familiares. «La Plataforma de Afectados por la Hipoteca» (P.A.H.) los pone nerviosos, les pone por primera vez contra las cuerdas, porque les impide protegerse contra el sacrosanto derecho a la intimidad y a la propiedad privada».
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