[Sistema político, ideología y salud] Si yo dijera que el comunismo consejista o libertario ha de ser necesariamente bueno para la salud, me arriesgaría seguramente a cosechar la risa o la incredulidad de unos cuantos de mis semejantes. Sin embargo, no es ninguna tontería. El funcionamiento de un orden político, social y económico, influye en […]
[Sistema político, ideología y salud]
Si yo dijera que el comunismo consejista o libertario ha de ser necesariamente bueno para la salud, me arriesgaría seguramente a cosechar la risa o la incredulidad de unos cuantos de mis semejantes. Sin embargo, no es ninguna tontería. El funcionamiento de un orden político, social y económico, influye en la salud a partir de las medidas que toma, y estas serían incomprensibles sin la ideología que las alimenta, sin las contradicciones con la ideología que las alimenta, o sin la relación farsante con la ideología con que se disfraza. Pero decir, por ejemplo, que la democracia directa como un «efecto aislado», contribuiría por si misma a reducir la gripe o aumentar la esperanza de vida; es como decir que la democracia mercantil influye «un 13% en la esperanza de vida de la población, el 11% de la mortalidad infantil y el 6% de la mortalidad materna», y que además «el efecto es bastante rápido en la mortalidad infantil, y obviamente (la cursiva es mía) con un poco más de retraso en la esperanza de vida». Una noticia titulada «La democracia es buena para la salud» (El País 4/1/04), da cuenta de un estudio de María Teresa Ruiz, Carlos Alvarez-Dardet y Alvaro Franco, que despliega estas mismas conclusiones.
El informe, al que no he tenido acceso, sigue la línea de otros publicados recientemente, como el World Resources, que establecía una relación directa y simétrica entre los niveles de respeto al medio ambiente y «la democracía». Siempre según la noticia, el trabajo concluye que «los mayores niveles de salud de la población se dan en los países libres y democráticos, seguidos de los parcialmente libres, mientras que los países donde no hay un régimen político de libertades tienen peores niveles de salud». Y llega a plantear que sería mas fácil mejorar los niveles de salud pública logrando estados democráticos, que con desarrollo económico, ya que «hacer que un país sea rico es muy difícil. Hacer que no sea una dictadura también es difícil, pero no tanto, y además se puede conseguir más rápidamente». Una de las conclusiones todavía provisionales según los investigadores, sería que «las dictaduras y la falta de libertades podrían pasar a considerarse causas evitables de mortalidad».
Mas allá de la relación amarillista entre el titular, el contenido de la noticia y el estudio, este no aborda el debate sobre que puede o no considerarse democracia, aceptando a priori la combinación de sistema parlamentario, capitalismo y libre mercado, como lo que la define. Así, han utilizado «como medidas del nivel de libertades de un país… tanto los derechos políticos (libertad de partidos, sindical y libre empresa; elecciones…) como libertades civiles (libertad de expresión, asociación, religiosa y educativa; prensa libre)», dando por sentada la dudosa armonía entre aquella retahíla de conceptos y derechos. ¿Se pueden acaso revolver en el mismo saco de la misma democracia libertad de prensa, libertad de empresa y libertad de expresión? El franquismo permitió la libertad de empresa pero no de prensa, y sin ir tan lejos, aquí y ahora existe libertad de empresa y prensa en cualquier lugar que no sea Euskadi, y la libertad de expresión siendo benévolos es profundamente desigual, según el poder económico. La reciente expulsión de un crítico del diario El País por la mala crítica de un libro de Alfaguara, editorial del mismo holding propietario del periódico, PRISA, da buena cuenta de donde y como estamos a ese nivel. Similares contradicciones a las que hay entre las «libertades» de prensa, empresa y expresión, existen entre libertad de empresa y libertad sindical. Inversamente proporcional a la libertad-de-la-empresa para decidir las condiciones de trabajo, contratación o despido, es el margen de los trabajadores para defenderse y vivir-lo-mejor-posible, y la propia libertad sindical. En cualquiera de los dos casos la libertad de empresa, no como el concepto abstracto y casi moralista que tiene hoy en día, sino como una serie de derechos económicos y políticos que pueden aumentarse o reducirse, es una amenaza para libertades con mayor fundamento ético y político, que vender y comprar mercancía y fuerza de trabajo mercantilizada para lograr el mas amplío margen de beneficio.
Volviendo a lo que nos ocupa, el informe trata de recoger la influencia del tipo de gobierno en el estado de salud general «con independencia del nivel de riqueza, de las desigualdades y del gasto público de un país», estableciendo una separación artificial, como poco caprichosa y definitivamente perversa, entre estructura política y orden económico. Eso le permite obviar, por ejemplo, el desmantelamiento de la sanidad pública como política de un gobierno en el caso de los Estados Unidos, o la imposición de instituciones internacionales como el FMI y el Banco Mundial, que ofrecen ayuda, especialistas y créditos condicionados a la reducción del gasto público y la «apertura económica» (privatización y esqueletización de la capacidad normativa del estado frente a las empresas). De hecho, las definitivas del informe valdrían de perfecta justificación para los esquemas y las condiciones de trabajo y negociación habituales en ambos organismos. Dejan de lado la precarización del trabajo en la sanidad pública de los países occidentales, que evidentemente repercute en el empeoramiento de la calidad de asistencia, o el alto nivel de dolencias psicológicas y emocionales en el occidente rico, relacionados con las condiciones de trabajo y el despiece de los sistemas de protección social. Bajo ese prisma, tampoco tiene porque observarse la responsabilidad de empresas como Shell, que hoy ha cerrado sus industrias en la zona, y cuya actuación ha provocado la muerte de 3.000 personas «en los pasados tres años en el sur de Nigeria en explosiones e incendios de tuberías de petróleo y sus derivados» (Gara, 13/1/04).
Destacan entonces, los datos ausentes mucho mas que los datos que fundamentan el informe; debajo de los números y las conclusiones laten omisiones incomprensibles, y mientras las omisiones ofrecen claras evidencias, la selección de datos y las deducciones del estudio solo ofrecen dudas. Pero lo mas importante es la relación causa-efecto que establecen, y que revela una finalidad esencialmente criminalista, que trata de construir el perfil de un virus, enfermedad o epidemia, el estado delincuente, que con-el-tratamiento-adecuado-puede-ser-prevenida-o-combatida, al margen de las responsabilidades de los gobiernos occidentales y de las implicaciones del orden global mismo. La guerra quirúrgica económica, política, ideológica, diplomática o militar, estaría justificada además de por los Derechos Humanos y la democracia, por la propia salud física y biológica de la población.
«Los datos utilizados por los investigadores son los de la Freedom House, ‘porque es la única base de datos que ofrece información sobre los regímenes políticos de todos los países del mundo’, afirman Alvarez Dardet y Ruiz Cantero, aunque no suscriben alguno de sus principios, ‘como la ausencia de importancia de los derechos humanos en la definición de democracia’ (la cursiva es mia)». La referida institución no es precisamente un organismo neutral. «Taller propagandístico creado por Roosevelt para preparar a la opinión pública norteamericana para la guerra, Freedom House (Casa de la Libertad) volvió a la carga para estigmatizar al campo soviético durante la Guerra Fría. En aquellos tiempos utilizaba a intelectuales occidentales, entre ellos franceses. Hoy, organiza las campañas mediáticas internacionales para la libertad religiosa en China y para la paz en Chechenia. Freedom House está presidida en la actualidad por James Woolsey, ex director de la CIA» («Las redes de injerencia y espionaje estadounidense. Freedom House: cuando la ‘libertad’ no es mas que un pretexto». Red Voltaire). Dependiente de la FH es la agencia de difusión de artículos Exchange para la que han trabajado Vladimir Bukovski, Adam Michnik, André Gluskman o Jean François Revel. De su consejo de administración forman parte personajes como Malcolm Forbes (de la revista Forbes) o el propio Samuel Huntington. Para esta agencia trabaja, Zbigniew Brzinski, norteamericano de origen polaco, ideólogo de la Trilatelal, de la ayuda militar estadounidense a los mujaidin para provocar la invasión soviética de Afganistán, y de la actual política de Washington para debilitar los intereses rusos en su entorno mas inmediato, dando «un apoyo encubierto a los independentistas para mantener una guerra periférica, como en Afganistán, a fin de debilitar a Rusia y mantenerla alejada de las ganancias generadas por los recursos del Mar Caspio» (Arthur Lepic, «La monstruosa estrategia para destruir Rusia», Red Voltaire). En esta línea, en la clasificación de la Freedom House, entre países libres, parcialmente libres o no-libres, «si bien la represión política bajo el régimen de Aliyev tuvo una tendencia a acentuarse durante estos último años, Azerbayjan no dejó por ello de pasar del estatus de país ‘no libre’ al de parcialmente libre».
El perfil del virus, la enfermedad o la epidemia, realizada por los investigadores, debe coincidir con los parámetros de la Freedom House, con sus intereses, su consideración netamente partidista de la democracia y su clasificación coyunturalista e interesada entre dictaduras y democracias. Y por tanto su credibilidad depende directamente de la credibilidad en la propia institución que proporciona los datos.
Los responsables del informe, como buenos profesionales de la epidemiología que solo-tratan-de-hacer-bien-su-trabajo, no habían entrado al corazón de un debate que data de siglos como es el significado, el continente y el contenido de la Democracia, ni tampoco se habían preguntado sobre los Derechos Humanos y la relación con ellos de la democracia. Debe ser por eso que han utilizado una base de datos que no cuenta los Derechos Humanos como barómetro, mientras afirman haber utilizado «como medidas del nivel de libertades de un país» los derechos políticos y las libertades civiles. Dejan bien alto el listón de la relación desequilibrada y chocante entre conocimiento, método, especialización, ética y superficialidad.
[Si eres así serás bueno]
Pero esa manera de observar y analizar la realidad de una manera fragmentaría y distante, muy parecida a como se articula y como se siente hoy la relación con la vida y los acontecimientos, donde no hay que vivir e implicarse sino funcionar «uno» y estar contento de que el «todo» funcione, es un reflejo fiel de uno de los aspectos mas oscuros de la condición humana por estos lares y en los tiempos que corren.
En una viñeta de Quino, unas señoras de la beneficencia, observan desde lo alto de un cerro, los hijos desastrados y churreteados de un poblado de chabolas, bajo una valla publicitaria desde el un niño pulcro, de camisa blanca, corbata negra y mirada limpia les dice: «Si eres así serás bueno». Una de las señoras, enfadada, le dice al resto: «Ven, no tienen arreglo, hemos gastado millones en la campaña para que se arreglen, y nada, siguen igual». Para las señoras la limpieza viene antes la bondad, después de la bondad viene la educación, y después de la educación viene la salud. Su estupidez, que considera la «limpieza, bondad, y educación» como una especie de principio moral aislado de las relaciones de explotación y la economía política, es asimilable a la que exhiben los investigadores que consienten que «la democracia» sea una especie de calidad estructural y cultural, que se puede conseguir por si misma por encima exactamente a las relaciones de explotación y la economía política.
El sentido casposo, vaporoso e insultante, que las aristocracias decadentes o los nuevos ricos ascendentes, suelen dar a la «educación» entendida precisamente como el «tener clase», es idéntica a lo que significa hoy «democracia» para un sector me atrevería a decir que mayoritario, de nuestras clases «medías», cívicas y cultas, para las que el término adquiere un sentido de «distinción», fundamentalmente identitario y estético, y donde va antes el «querer ser» un país democrático que el «poder ser» un país democrático.
Así, dos especialistas sobre Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Alicante, y un colombiano del Observatorio de Políticas Públicas y Salud, podrán elaborar un informe sobre salud y democracia, que omita por ejemplo, el efecto del bloqueo y los bombardeos de la democracia estadounidense, sobre la salud pública de la dictadura iraquí durante más de una década. O los efectos del racismo estructural del sistema penal y judicial o de la pena de muerte, sobre la salud pública de afroamericanos o latinos en la democracia USA. O los efectos sobre la salud pública de los marroquíes y la población saharaüi, del apoyo de la democracia española a la dictadura marroquí. O los efectos sobre la salud pública de la dictadura china, de la fabricación de dos tercios de los juguetes mundiales, por empresas radicadas en «países democráticos», como Bandai (Japón) o Disney (Estados Unidos), bajo condiciones que obligan, entre otras cosas, a realizar entre 123 y 214 horas extras semanales. O los efectos del Plan Colombía sobre la salud pública del estado «no-libre» de Colombía según la clasificación de la propia Freedom House.
Esto representa una de las características morales y políticas, del estado de conciencia general. «La democracia» es cada vez menos un término en discusión y duda, cuya validez tenga que contrastarse con la realidad de los acontecimientos y el posicionamiento ético-político de cada uno, y cada vez más un término «espiritual», un meta-concepto, que tiene mucho mas que ver con lo que nosotros «sentimos» o prejuzgamos que es «la democracia», que con las relaciones de poder económicas, sociales y políticas. La conciencia moral y social, que comprende la democracia como «un espíritu» y el «mundo libre» como una «reserva espiritual», es una condición básica para la evolución del sentido colonial y el estado de guerra de las relaciones internacionales desde el 11/09/01; adornados con una retórica higienista que ha sustituido a «los salvajes» o a «los judíos», por «el terrorismo», el totalitarismo o las dictaduras, como sujetos, sujetos a limpieza.
[La medicina y la guerra: lenguajes de ida y vuelta]
¿Recuerdan Iraq, jóvenes?. Observen la pantalla. Nada mas parecido a este intestino que Oriente Medio hace menos de 30 años. Si observan este punto, eso, eso, es el Iraq de Sadam Hussein, a mediados del 2003, aproximadamente dos años después del 11 de septiembre, y ese es nuestro objetivo. Un peligro que amenaza con extenderse por el resto del cuerpo, y que hay que limpiar del mapa cuanto antes. Sería el año 2030, y digamos que somos estudiantes de medicina invitados a una operación para extirpar un tumor de estómago. El cirujano, simpático y locuaz, además de los mínimos detalles de su especialidad y un talento particular para la comunicación, añade una dosis de conocimiento de historia contemporánea. Nuestro profesor eventual, un tipo sencillo en las cosas de la casa y los amigos, con siete defectos básicos y tres virtudes innatas más o menos como todos, un ciudadano culto, y un profesional capaz, escrupuloso e inteligente, procedería después a anestesiar, abrir, explorar y extirpar.
La lógica y la retórica del nuevo militarismo colonialista, se ha nutrido en los últimos años de la lógica y el lenguaje científico-médico. La doctrina de la guerra (preventiva) como vacuna contra la guerra, o la guerra «entendida como una operación quirúrgica y selectiva, rápida y eficaz, sin bajas propias y capaz de extirpar un mal sin dañar el resto del cuerpo» («Imperio y nuevo militarismo», Cadiz Rebelde, Octubre 2004), gracias a la alta tecnología y la guerra aérea, han sido los pilares de la propaganda exterior israelí, y de experimentos dañinos como la intervención el OTAN en los Balcanes, o mas lejos, en la primera agresión contra Iraq. La escalada militar que hoy se refleja fundamentalmente en Falluya, Cisjordania o Kabul, pero también en Haití o Costa de Marfil, en la que participan con sus propias razones e intereses, Bush o Chirac, Zapatero o Berlusconi, Polonia o Francia, Japón o Brasil, tiene una común vocación policial. Intervenciones rápidas y a un presunto corto plazo, para arrancar un mal, castigarlo y establecer una cura de reinserción al «mundo libre».
La nueva política internacional gestada en una década de postguerra fría, es la reencarnación del dilema «civilización o barbarie». Un discurso renovado, nuevas tecnologías de explotación, asesinato y control, y un nuevo contexto caracterizado por la ausencia de contrapesos y contrapoderes (paliado levemente por los algunos acontecimientos en América Latina), permiten reconstruir la legitimidad de los impulsos coloniales mal disimulados bajo las capas de mala conciencia histórica, y hace posible la enésima operación humanista de limpieza cultural y explotación económica, a escala planetaria y sin horizonte temporal definido. La guerra económica, política, científica, militar, diplomática o pedagógica, para «ordenar en términos de desarrollo capitalista todos los espacios del mundo» (Antonio Negri, «La nueva fase del Imperio», Rebelion 15/8/04), para generar una Historia en tiempo real a la medida de la imagen, semejanza y necesidades del occidente rico. Una nueva misión colonial, que reduce a los enemigos que le dan coartada, «el terrorismo», «el totalitarismo», o los Rogue Estates, a «un problema sanitario -una vez mas el virus, la bacteria, el chinche del que hay que desinfectar el mundo- … que debe ser estudiado a la luz de la Razón, mediante los instrumentos de nuestra ciencia superior» (S. Alba Rico, «Iraq, año cero», Diagonal nº1 nov-dic 2004). Mas allá de las diferencias y de la micropolítica de la macropolítica, esta es la columna vertebral de las relaciones exteriores, compartida en el seno de lo que aún es la Alianza Atlántica ampliada. El rudo belicismo neocon representado por el actual gobierno norteamericano pero apoyado por amplios sectores (hegemónicos en el caso del estado español) de la nueva derecha europea. También la sofisticada, europea y biensonante «injerencia democrática y humanitaria» a la que pueden adherirse Chirac o Angela Merkel (nueva presidenta de la CDU alemana), pero teorizada por viejos izquierdistas y social-eco-liberales como Joshka Fischer o Mendiluce. Las dos filosofías dominantes del sistema de relaciones internacionales, comparten «el nuevo discurso de la guerra imperial» que «tiende a reemplazar la retórica de la ‘guerra justa’ por el imperativo categórico de una guerra santa… Es la lógica misma de la cruzada ‘ética’ predicada por Tony Blair, Bernard Henri Lévy, o Daniel Cohn Bendit» (Daniel Bensaid, «Teoremas de la resistencia a los tiempos que corren», Rebelion 11/9/04, de Correspondencia de Prensa).
La guerra de limpieza y cura como estrategia y táctica de la democracia, además de transformar el propio discurso del poder, también modifica la percepción social de los acontecimientos, la vida y las necesidades, y desde luego, no deja inmune al propio lenguaje y la función científico-médica, en su aspecto intelectual y académico. Siempre ha existido una relación de subversión, adaptación o intercambio entre el lenguaje de la guerra y las distintas actividades económicas, sociales y políticas, y en concreto el propio vocabulario médico, guarda un marcado tono guerrero, adaptado precisamente del imaginario de combate incrustado a la historia, la trayectoria y la condición humana. «Nuestra poética, o mejor dicho, la poética del sistema, la que automáticamente se activa ‘por defecto’ si no nos oponemos a ella con lucidez y determinación, es una poética fundamentalmente bélica. No en vano el primer gran poema occidental se autodefine desde su mismo comienzo como un canto a la cólera de un guerrero. No en vano llamamos protagonistas, que quiere decir ‘primeros combatientes’, a los personajes principales de cualquier historia, real o ficticia. No en vano dijo Heráclito que la guerra es la madre de todas las cosas» (Carlo Fabretti, «El comienzo de la edad postcontemporánea», ponencia en el Encuentro mundial de intelectuales en defensa de la humanidad, Venezuela 2004). Pero ahora, y en la relación entre el lenguaje del Imperio, la política de la guerra y el lenguaje científico-médico, encontramos una relación extremadamente definida, directa, empática, educativa, económica y política. Quizás en menos de 3 décadas un cirujano que hoy cuente con 12 años, y que aún no sepa que será un hombre culto y locuaz además de un comunicador excelente, podrá convertir la operación contra un tumor de estómago en una metáfora de la agresión a Iraq, igual que hoy la agresión a Iraq se justifica como la operación contra un tumor de estómago, igual que las razzias contra los judíos asimiladas a operaciones de limpieza bajo el III Reich, eran convertidas luego en problemas de matemáticas. Mucho antes de que eso ocurra, en menos de una década se ha generado un camino de ida y vuelta, en la relación entre lobbys, think-thanks y gobiernos, y en el seno del mercado político-económico de los contenidos y el conocimiento.
Después de que los ideólogos del nuevo estado de guerra, tomaran prestada de la cirugía y la medicina general las palabras mágicas para extirpar el mal, ahora la «epidemiología política» recoge las palabras ya subvertidas por las necesidades militares e imperiales, y hace un traje a medida de la guerra de civilizaciones.