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Mercado electoral

Guía práctica para comprar bien el 20D

Fuentes: Rebelión

Sabemos que el envoltorio es fundamental para que nos decidamos por un artículo u otro antes de realizar una nueva adquisición en el centro comercial. Nos llama la atención la superficie antes que el contenido mismo de una mercancía cualquiera. Lo mismo sucede en el mercado político: las ideologías casi han desaparecido del debate público […]

Sabemos que el envoltorio es fundamental para que nos decidamos por un artículo u otro antes de realizar una nueva adquisición en el centro comercial. Nos llama la atención la superficie antes que el contenido mismo de una mercancía cualquiera. Lo mismo sucede en el mercado político: las ideologías casi han desaparecido del debate público y nadie plantea ya ni, por supuesto, la revolución ni tampoco una transformación radical de los cimientos sociales o un modelo alternativo al sistema capitalista. El régimen capitalista lo es todo, una totalidad de la que no se puede salir bajo ningún concepto aunque sea la fuente real de todas las injusticias y responsable directo de la precariedad vital y estructural que rige nuestra vida cotidiana.

Si bien, aunque todavía pueden advertirse diferencias más o menos sustanciales entre las izquierdas y las derechas que se presentan a los comicios del 20 de diciembre, a nadie se le escapa que la inmensa mayoría de electores no se plantean preguntas esenciales para ir a votar, decantándose por una u otra candidatura más por factores emocionales de última hora y por decisiones que tienen que ver con causas publicitarias y de mercadotecnia aplicada a la política como la forma del envoltorio y la imagen del candidato principal.

Veamos que dan de sí esos rostros mediáticos que encabezan los partidos de cobertura estatal con mayor posibilidad de arrastrar sufragios a su propia mochila. Por cierto, ninguna mujer lidera las listas de estas formaciones, un dato elocuente acerca del feminismo en retirada de las últimas décadas y del conservadurismo de corte tradicional que permea la cultura posmoderna de la actualidad sociopolítica.

Vayamos de izquierda a derecha…

Garzón: un buen chico

Alberto Garzón huye de la estridencia gratuita y del ruido banal sin nueces políticas. Su discurso mantiene una coherencia socialdemócrata genuina, tranquila en la forma y con pretensiones de rigor en los contenidos, no saliéndose del orden establecido por la normativa en vigor y la cultura occidental parlamentaria.

Conoce a la perfección que existe una parte nada desdeñable de sus hipotéticos votantes que pide más a IU de lo que esta formación está dispuesto a ofrecer: radicalidad democrática que ponga en cuestión el entramado capitalista que habitamos desde la transición posfranquista. Por esa razón, Garzón deja caer muy sutilmente palabras ya en desuso como comunista y clase trabajadora para propiciar nueva adhesiones de las izquierdas más ideologizadas de su potencial caladero electoral.

Son puntos de inflexión breves, como de pasada, que utiliza como guiño para cazar votos desencantados del panorama político español. Ese espacio heterogéneo tiene otras dos estaciones de destino predilectas: o Podemos o la abstención, por ello Garzón intenta sumarlos a su proyecto sin descomponer su figura de buen chico saludable y moderado en sus planteamientos ideológicos. Un viraje demasiado izquierdista a posiciones históricas, marxistas si se quiere, podría provocar una desbandada de su electorado más blando de tinte neoizquiedista, ecologista o sin adscripción ideológica fuerte.

Su negativa personal a Pablo Iglesias y Podemos ha ensanchado su perfil ético. Ese es su máximo valor electoral: ética pura de un buen chico de sur y de la clase trabajadora, estudioso y aplicado, que ha sabido hacer un uso excelente de las oportunidades que han salido a su encuentro. Resulta fiable, un utilitario para ir al trabajo, formar pareja con responsabilidad e iniciar un proyecto moral intachable con aroma a izquierda clásica venida a menos que no sabe cómo plantear un más allá de ruptura con el sistema capitalista.

Garzón es previsible, representando la conciencia dañada de las mejores ideas de la izquierda transformadora histórica que no halla hueco propio en las disputas posideológicas del mundo de la globalidad neoliberal.

IU, de la mano de Alberto Garzón, seguirá siendo un voto de prestigio indudable en el mercado electoral del 20D.

Iglesias: la rebeldía estética e ilustrada

Pablo Iglesias viene a ser la respuesta compleja de la joven rebeldía de los hijos de la izquierda tradicional que han visto como sus sueños zozobraban en la ensenada del posibilismo.

Son hijos bien preparados, políglotas, viajados, consumistas, sin horizontes de crecer profesional ni personalmente en el mundo neoliberal de hoy.

Su inquietud ilustrada ha elevado su autoestima hasta cotas muy apreciables. Se saben con capacidad para discutir de tú a tú con cualquiera: sus títulos avalan sus premisas de partida.

Además de una rebeldía formal, rechazan el derrotismo de sus mayores. Cabalgan en una flexibilidad ideológica estratégica porque desconocen adonde quieren ir: el mundo hay que construirlo a golpe de espontaneidad, igual que sucede en la virtualidad de las redes sociales.

Para ellos, la ideología es un lastre, una especie de religión trasnochada que impide la toma del poder político. Lo importante es tocar poder, luego ya veremos, todo está por decidir.

Para no asustar a nadie ni a ellos mismos se instalan en una socialdemocracia referencial, un trampolín indefinido desde el que ganar adeptos difusos entre la gente de hoy, adoptando en simultáneo poses de izquierda moderada en los programas con iconos discursivos underground: indumentaria informal de bajo impacto visual, interclasista, juvenil, alegre, abierta a momentos y experiencias muy dispares.

La coyuntura álgida de contestación social y política que les aupó al escenario mediático ya está en retroceso tras haber cumplido su función ideológica: conducir las reivindicaciones en la calle hacia un discurso presuntamente rupturista que calmara el prurito de izquierdas de la mayoría social de España.

Templado el ambiente de cabreo generalizado, Podemos ha pretendido ocupar el espacio del PSOE en caída libre y segar de cuajo la presencia de IU. No ha conseguido por completo sus objetivos y ahora aparece como una versión actualizada del PSOE que no irá más allá de convertirse en una pata subalterna de la izquierda parlamentaria.

El éxito inicial de Podemos tuvo su anclaje primerizo en las mareas y los movimientos sociales, sin embargo traducir todo ese oleaje en apoyo electoral resultaba harto difícil solo con discurso radical y sin resortes ideológicos precisos.

Podemos ha eludido por convencimiento el conflicto laboral y de clase inherente al régimen capitalista. Su voluntad ilustrada de superar el síndrome de perdedor de la izquierda transformadora sin más fundamentos ideológicos que el gesto unilateral y soberbio del chico que más sabe de la clase ha demostrado ser insuficiente para componer una mayoría sólida que quiera algo más que ganar al PSOE y plantear reformas estructurales de calado en el régimen capitalista.

Podemos es más un impulso lúdico que un proyecto enraizado en la compleja realidad social. El discurso es importante pero solo es una parte de la política real.

Con todo, Podemos puede alcanzar unos notables resultados electorales. Lo más seguro es que servirán para poco y lo más probable es que durante algún tiempo metan ruido mediático aunque no es descartable que su escasa cohesión ideológica haga de su pluralidad una jaula de grillos en desbandada a medio plazo hacia territorios del PSOE, de hastío o independencia o de vuelta, en algunos casos, a la pequeña, modesta y cálida casa de IU.

No es seguro que Podemos haya nacido para quedarse. Ese es quizá su gran valor electoral: solo se es joven una vez en la vida, por tanto, ahora o nunca. En el mercado político esa disyuntiva radical a todo o nada puede ser un punto fuerte de su candidatura. A eso juegan sibilinamente.

Sánchez: sexo a tope una noche loca

Votar por el PSOE no añadirá nada al currículo vital de nadie. Nadie sacará pecho por preferir a Pedro Sánchez. Todo quedará en la memoria personal como una noche loca de sexo a tope con un cuarentón de buen ver. Incluso para personas casadas puede ser una opción menor de salir de la atonía matrimonial o de pareja sin afectar a las rutinas cotidianas.

El PSOE se mueve en la insustancialidad ideológica desde hace tiempo. Vive de inercias, de desganas existenciales, de ilusiones con sordina. Nadie espera nada especial de él. Es un valor predecible, una mercancía de marca blanca, ni cara ni barata, light, que tomamos mientras vemos la televisión sin apenas apercibir su sabor y textura.

Sánchez quiere sacar petróleo de un yacimiento baldío, cuando solo puede movilizar a sus fieles más irredentos al tiempo que sufre hemorragias leves por todos los lados de su cuerpo político. El PSOE huele a cadáver desde hace tiempo, prisionero de sus apegos latentes al poder y sin capacidad para revertir una imagen de entreguismo al sistema que le incapacita para liderar un proyecto alternativo a la derecha nacional.

Estamos, tal vez, ante el producto político menos atractivo de todos, anodino hasta límites insospechados. Sin embargo, tiene a su favor el empuje del subconsciente que desea salir a flote y sincerarse de una vez por todas, de decirse a si mismo, ahora sí, ahora voy a ser capaz de superar mis propias traiciones y mis propias mentiras particulares.

El PSOE ofrece una noche de sexo sin tapujos ni restricciones a todas aquellas personas que tuvieron que aparcar sus ideales en el bipartidismo monárquico y patriota de miras estrechas. Una noche desenfrenada, un orgasmo de lujuria sin trabas ni prejuicios, un estallido de culpabilidad controlada. Y luego, el olvido, volver al maridaje españolista con el PP.

El PSOE no da más de sí: es pura infidelidad. Con una noche de libertad, sobra y basta.

Rivera: el latin lover de elegancia vacía

Y de la escapada de Sánchez al escapismo de Rivera. Albert Rivera es genuina mercancía de diseño, un producto de laboratorio fabricado como un prototipo inocuo de belleza. Nada por aquí y nada por allí: verborrea, canción playera de verano, artículo multiuso, entremés bajo en calorías.

Su apuesta y dulce imagen de hombre de éxito y cosmopolita, al igual que la de Pedro Sánchez, compite con éste en gallardía y percha ideal, pero Rivera le gana en juventud, palabrería y jactancia.

El sexy del líder de Ciudadanos reside en su capacidad para llegar a un espectro de hipotéticos amantes de ocasión más amplio e interclasista. Rivera representa el polvo rápido, el aquí te pillo y aquí te mato, el sexo sin historia alguna ni cortejo ni seducción. Ni prosa ni poesía sino todo lo contrario, un objeto de deseo y consumo compulsivo, una brisa suave que jamás dejará huella en la memoria de nadie.

Todos sabemos que Rivera es de derechas, pero una mirada suya subyuga y confunde nuestra mente. Se compran sus no-ideas al momento de pagar en el centro comercial, en los aledaños de las cajas registradores, allí donde se colocan los chicles y fruslerías varias que no necesitamos para nada pero que añadimos al carro para llenar el tiempo muerto de espera antes de abonar la cuenta y volver a casa.

Ciudadanos viene para salvar los muebles de la pérdida de votos del PP. La derecha ha creado una virgen de blanca y sana sonrisa para tapar la cara del monstruo Rajoy. Alguien sin historia aparente, alguien sin personalidad propia más allá del personaje que interpreta. Rivera asume a la perfección este rol neutro de belleza pasiva.

El artículo que personifica Albert Rivera se comprará como un complemento de moda: no importa tanto su funcionalidad intrínseca y su necesidad imperiosa como su valor añadido al todo, el detalle de lujo, aunque sea una baratija del montón, que da lustre y brillo al vestido, blusa, pantalón o traje de moda.

La marca que seguirá vistiendo a la derecha será el PP, pero Ciudadanos se convertirá en el complemento que tonifique el músculo ahora fofo de las derechas nacionales. Incluso, Rivera, según la coyuntura política, pudiera ser un excelente recambio de liderazgo a corto o medio plazo.

La publicidad sabe muy bien que vender depende de múltiples detalles. Rivera es ese detalle último, la sorpresa que puede marcar una diferencia sustancial desde la nada absoluta. El vacío también vende y no plantea problemas ideológicos o de conciencia a nadie. Ahí radica su fuerza irresistible de arrastre consumista.

Eso es Albert Rivera: un polvo sin desnudarse del todo dentro de un cuarto oscuro. Nadie sabrá, si le vota, con quien se ha acostado de verdad. Solo lo sabrá, tiempo después, cuando Ciudadanos dé su verdadera faz política. Pero entonces, ya será demasiado tarde para pedir daños y perjuicios. Así son todos los fraudes políticos: sin posibilidad de enmienda inmediata.

Rajoy: todos los políticos son iguales

Mariano Rajoy no es más que la mala réplica de la triste figura de un señor maduro de derechas venido a menos.

Si no fuera él mismo, no hubiera sido nada en la vida. Comprenderlo es caer en el absurdo. Es una tautología que pasaba por allí, listo pero sin brillantez intelectual, y con una capacidad innata para esconderse en su propia sombra.

La gris personalidad que ostenta hace que sus tropiezos dialécticos y sus desafueros cognitivos trasladen una imagen neutral de su prolífica trayectoria política: entre la irritación que causa y la perplejidad que motiva, su peculiar perfil de sentido común inefable contrarresta cualquier opción de crítica o recambio. Nadie hará de Rajoy mejor que Mariano. Y a los poderes fácticos les va de mil maravillas.

Después del 20D su estrella política se irá apagando poco a poco para dejar paso a la caja de los truenos sucesorios. Entonces, las familias políticas del PP, desde el poder compartido con sus hijastros de Ciudadanos, derramarán sangre a raudales hasta entronizar a un nuevo líder.

Rajoy habrá cumplido, por fin, con el neoliberalismo patrio e internacional. Con él, el consumidor político adquiere artículos que no precisan ninguna campaña de propaganda extraordinaria ni una creatividad especial: siempre se encuentran en el mismo pasillo, no cambian nunca de logotipo, a simple vista son reconocibles.

Esa es la derecha de siempre, la que permanece callada y quieta mientras el mundo se mueve alrededor de ella: ese contraste y vorágine ruidosa hacen que su inmovilismo resulte curioso, atractivo y seductor en su nimiedad total.

Cuando todos los políticos dan la sensación de ser iguales, prometer hasta meter y después el silencio del olvido, la derecha gana enteros solo con estar donde toda la vida y dejarse querer sin espasmos ni órdagos a la tremenda: Rajoy es la esencia de España, España es el PP y el PP somos todas las personas de bien que quieren vivir tranquilos y sin meterse en follones ni aventuras innecesarias.

La derecha no precisa de muchas algarabías para llamar la atención del votante: su presencia machacona en los medios de comunicación atrae adeptos sin mayores dispendios de imagen. Hasta la corrupción le viene bien. Lo que no mata engorda. Todos podemos caer en la tentación. Amén.

Por favor, antes de comprar el 20D, léase con atención los efectos secundarios de las mercancías políticas aquí analizadas. En ningún caso se devolverá ningún producto adquirido a conciencia o compulsivamente.

Consejo gratuito: no compre por encima de sus posibilidades ni por debajo de su razón crítica.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.