Imagen. En el terreno del amor, las peores heridas aparecen más por lo que vemos que por lo que sabemos. Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso. Aprovechando la coyuntura histórica actual, sumida en la represión, y que el artista plástico sigue vivo, cuando durante mucho tiempo estuvo bordeando la muerte por cuenta […]
Aprovechando la coyuntura histórica actual, sumida en la represión, y que el artista plástico sigue vivo, cuando durante mucho tiempo estuvo bordeando la muerte por cuenta del tirano Augusto Pinochet, tutor delincuencial del actual, Sebastián Piñera, el Care/rata, como ahora le dice el pueblo chileno, resulta pertinente un homenaje a Guillermo Núñez, a quien entrevisté en la Casa de la Moneda, de Bogotá, el 28/feb/1997 y quien, diez años después, en 2007, durante el primer gobierno de Bachelet, obtuvo el Premio Nacional de Artes Plásticas de Chile, por su exposición «Printuras – Exculturas», distinta a la que se vio en Bogotá y que, en lo esencial, se remitía a la época en la que la dictadura lo mantuvo seis meses con los ojos vendados y solo media hora al día para poder abrirlos. Situación que aprovecho para relatar que gracias al cineasta chileno Gonzalo Justiniano, el día 27/oct/2019, mismo día que registró una salvaje represión en Valparaíso (1), vi por primera vez su filme Cabros de mierda (2017), liberado por él, para que a su vez se pudiera apreciar en todas partes, al que aludiré a lo largo del texto y que va de 1983, en pleno golpe, a 2017, con la visita al Museo de La Memoria, que le permitió a Gonzalo rearmar «con todos sus códigos, ‘la normal/anormalidad’ que imperaba» en el Chile entonces, mediante imágenes que él había filmado 20 años atrás. (2)
Para tratar de abordar la obra del artista chileno Guillermo Núñez (Santiago, 27/ene/1930), hay que partir indefectiblemente del dolor: el suyo es el arte del dolor. Se aclara, de antemano, que no se pretende hacerlo desde la perspectiva del crítico de arte, sino desde la sensibilidad pues, a la larga, el arte no se dirige tanto al especialista como al temperamento artístico. Como él mismo sostuvo en la entrevista ya referida: «La miseria, el dolor, son nuestra identidad nacional en el fondo… eso es lo que nos une, incluso más que el idioma.» Así sean «solo los puntos de partida, porque esta violencia, este dolor, desgraciadamente están repartidos en todo el mundo.» Este texto se remite, básicamente, a su exposición de dos series: Alquimia: serigrafías; e instalación ¿Qué hay en el fondo de tus ojos?, colgada en la Casa de la Moneda, del Banco de la República, del 9/feb al 11/may/1997, pues las dos docenas de dibujos exhibidas en el Convenio Andrés Bello no fue posible observarlas.
En Alquimia («Se entiende por alquimia llevar a término algo que está incompleto», Paracelso) se busca alterar la obra original y para ello se contó con la intervención de 13 artistas colombianos, destacándose los trabajos de Manuel Hernández, Liliana González y Gustavo Zalamea, de acuerdo con Guillermo Núñez mismo, sin desconocer, cómo no, los de Diego Mendoza, Eduardo Pradilla y María Helena Bernal, entre otros. Así, se demostró que la colaboración artística une a los pueblos infinitamente más que lo que pudieran hacerlo los discursos de los políticos o los negocios de los comerciantes. Con la instalación ¿Qué hay en el fondo de tus ojos?, recurriendo a la conciencia se persigue más que una simple exposición, «elaborar una ‘puesta en situación’ [como en el documental Ser y tener, de Nicolas Philibert], espejo y memoria.» Y aquí cobra presencia el filme Cabros de mierda, una expresión coloquial chilena, para referirse de forma jocosa o peyorativa, según lo amerite cada caso.
En efecto, el filme de Justiniano vuelve sobre la solidaridad del pueblo chileno, en particular de la comunidad de La Victoria, población emblemática/combativa y pionera en organizarse contra la dictadura pinochetista, en lo fundamental habitada por mujeres, en tanto los hombres estaban desterrados/exilados o habían sido asesinados. Esa sería la ‘puesta en situación’ de una vida dura en una barriada popular, con las primeras protestas para enfrentar al tiranuelo y la organización de la Resistencia, la que se dio, ante todo, con el MIR, partido al que se liquidó por cuenta de la intervención extranjera, principalmente yanqui, la del judío y, para completar, gringo, Kissinger, quien primero «recomendó», en su orden, a Pinochet y a Videla, implementar el Plan Cóndor para América Latina. Y a fe (de mierda) que lo logró. En cuanto al espejo de que habla Núñez, basta ver en el filme la manera documentada como Gonzalo Justiniano, el mismo director de Caluga o menta, refleja la tensión de la época, la angustia y miseria en las que vivía el pueblo chileno, así como los tristes resultados que las caravanas de la muerte le heredaron a sus habitantes mediante dolor/zozobra e incertidumbre. Y respecto a la memoria, en la obra del maestro Núñez y en el filme de Justiniano, bastaría señalar que ambos recurren a sus recuerdos personales y sociales, a la ética personal y colectiva, al modo estético para, a su vez, darle forma al dolor experimentado por un pueblo. Ya se sabe, por Wilde y por la vida misma, que la forma más expedita para liberarse del dolor es darle una forma estética y si esta viene acompañada de la ética, tanto mejor para el artista.
Con su dolor sublimado, el artista Núñez pretende, de manera deliberada, activar los mecanismos de dolor en aquel «espectador ingenuo que siempre está sorprendido y se siente agredido con esto»: aquí se refiere a su instalación ¿Qué hay en el fondo de tus ojos? Asunto sobre el cual, después de comprobar la reacción violenta de la gente frente a su propuesta, por la que recibió juicios como: «Su obra no es más que basura», «Guillermo, dele pena», «Debería dedicarse a manejar buseta», puede agregar que, para fortuna de su quehacer y, por qué no, de su ego, dichos ataques tienen su contraparte: «Las cosas maravillosas están donde no queremos verlas». Sentencia que alude a que lo malo no siempre está en lo visto, sino en quien ve; «la lucha llega hasta donde la inconsciencia quiere», con lo cual refiere la voluntad que, por contraste, necesita la conciencia para superar la adversidad; «¿hay acaso esperanza sin dolor?», lo que se responde en sí mismo, si se considera que la historia de la humanidad ha sido un largo/tortuoso recorrido en medio del atropello. La reacción violenta de la gente, la considera, por otro lado, «normal frente a la pintura moderna» y en general al arte moderno, posmoderno y demás caprichos del mercado. Concluye: «Entonces, en cierto modo estas agresiones me reconfortan más que los halagos, porque creo que están tocando justamente esas fibras que ellos mismos no se dan cuenta, reaccionando así, como para protegerse.»
Cómo no referir aquí el valor de la mirada que ofrecen tanto Núñez, en su pintura, como Justiniano, en su cine. Si para Goethe: «El órgano por el que he comprendido al mundo es el ojo», ese sería el mismo por el que Núñez desarrolló su comprensión estética del orbe, a partir, claro, de su contexto chileno y experiencia personal, de la relación con los otros, la historia y la cultura nacional e internacional, toda vez que tras su «reincidencia» frente a la dictadura fue obligado a abandonar su país, ya que, primero, fue detenido/torturado por albergar, precisamente, a uno de los casi 200 dirigentes del MIR luego asesinados «entre sí», según el mafioso dictamen de la DINA chilena, cuando la verdad es que se les eliminó sin piedad alguna (3); y, segundo, cuando al planear una serie de muestras en la cual poder expresar la experiencia vivida y reflejó, justo, en Printuras – Exculturas, compuesta por diversos objetos, en su mayoría jaulas, los milicos fueron a buscarlo a su casa de nuevo por considerar que la muestra era «ofensiva para el gobierno». Seis meses después, al liberarlo, le dieron un pasaporte «solo válido para salir del país», fue conducido al aeropuerto y debió exiliarse en Francia por los siguiente 12 años: lo que equivale a estar muerto en vida. En suma, una mirada signada por el dolor, la ausencia, el exilio, la misma que se descubre en Justiniano y su filme Cabros de mierda, en especial a partir de la mirada de Gladys Gómez o La Francesita, por su parecido físico con la cantante y actriz gala Édith Piaf (1915-1963).
La mirada de una mujer joven que observa en detalle, con pasión y en busca de la verdad, tanto interna como externa, a través de la TV, del baile (que la excita sin medida ni control), de la experiencia directa, no con la guerra que Pinochet, ayer, declaraba, como Pi/nochet/ñera, hoy, balbucea cual loro, sino con los desafueros del Poder impuestos a punta de bota/garrote y plomo, hechos, todos, que al filo del tiempo transforman la alegría del comienzo en la tristeza/dolor del final cuando ya han sido asesinados por el régimen Néstor González, el padre de Vladi, y Gladys y Vladi, observan desde el techo; el propio niño Vladi, emblema trágico del juego de niños grandes, el de curas u obispos, políticos o mercachifles de la política, carabineros o milicos; y, por último, la propia Gladys, convertida en un guiñapo, al que los milicos recogen y tiran del piso para luego, bajo la innoble/criminal distinción del número 4, llevarla, en compañía de otras tantas víctimas, ya a bordo de un helicóptero, a los fatídicos «vuelos de la muerte» o, peor, a uno de los más de 4.000 que realizaron Pinochet y sus esbirros, la mayoría de las veces estando vivos sus ocupantes y a los que se les suministraba droga o alcohol antes de lanzarlos/tirarlos en definitiva al mar. (4)
Así como acá, en el caso de Núñez, se pone de presente la incomprensión, el irrespeto hacia el Otro, en fin, la intolerancia de un espectador y un público que, en general, no entiende ese dolor precitado, que ya no es el del ciudadano Guillermo Núñez sino el todo un pueblo y, en su caso, el que trasluce su obra, al igual que lo hace la de Justiniano. Obras que, a su manera, entre muchos otros asuntos, hablan de la imposibilidad de satisfacer la necesidad humana de consolación. A la que, a propósito, hay que perseguir, adormecer y disparar, así los tiros den a veces en el vacío: pero, ante la fugacísima consolación que, en definitiva, el arte procura a quien lo realiza, lo que de paso lleva a pensar tanto en la inutilidad del arte como en la validez del esfuerzo, sabiendo, en todo caso, que no fracasa quien jamás se traiciona a sí mismo, quedan entre las manos/sensaciones del espectador, la soledad, las palabras y los espejos (estos dos, la mentira del mundo), la cárcel, una percepción efímera de la libertad, la amenaza de muerte permanente, la muerte violenta como suerte de especie única de muerte natural, los sarcásticos latidos del corazón. Mientras tanto, se han extraviado el placer, el talento (y las ganas de desplegarlo), el deseo de goce que, por los hechos, se ha tornado pulsión de muerte. ¿Acaso podrá haber goce en tan sombrío «mapa del progreso humano», aquel signado, entre tantos otros aspectos, por el hambre, la violencia, la muerte, el genocidio; la soledad de niños y viejos; la competencia de hombres y mujeres; el saqueo de países por políticos, empresarios y dueños de bancos y medios; la huida de fiscales luego de cohonestar el crimen, el asesinato y el genocidio; el cinismo de curas y obispos, alcaldes y gobernadores, presidentes, ex presidentes y subpresidentes; la represión como factor de dominio/esclavitud; la tortura como método de Estado; el racismo, la xenofobia, la censura; la violencia sistemática de los DDHH; en fin, la violencia inconmensurable del Poder, violencia casi siempre ejercida por hombres informes y faltos de vida, Poder casi nunca asignado a hombres y mujeres competentes, sino resultado de alianzas mafiosas/enfermizas como el mismo Poder que encarnan para desgracia de millones y millones de seres humanos desprovistos de Poder? Como los que se perciben en los óleos de Núñez, con sus rostros anónimos, por obra del negacionismo histórico, como anónimas fueron sus víctimas, por desmadres del verdugo.
El acto de ver, tanto del maestro Núñez, como del cineasta Justiniano, en torno al amor, tienen relación mucho menos con lo que sabemos que con todo aquello que vemos o con lo que nos obligan a ver: casos de Chile, ayer y hoy. En ambos, aunque con diferentes contextos y focos de resistencia e igual cantidad, eso sí, de pasión y de amor, la guerra no estuvo ni está propiciada por el pueblo; y para la guerra, como para el amor, se necesitan dos: el resto es agresión, invasión, violencia, violación, vejamen, malparidez, muerte. Y en quienes han sido violentados, ultrajados, asesinados, vida. «Nada más, nada menos, ¡cabros de mierda!», gritan al unísono Núñez y Justiniano, como quienes saben, desde distintas, aunque similares, orillas, que el acto de saber ver siempre irá en relación directa con el acto de saber amar. El resto es arrepentimiento, culpa, pena y, claro, silencio. Un silencio sepulcral como el que en las obras de Núñez se advierte lo mismo que al final del filme de Justiniano, cuando Gladys, hija, en memoria de todos los muertos y sus nombres y en el nombre de la madre (ya no del padre: era una época de padres ausentes, hijos expósitos, madres sacrificadas), putea y reputea a los verdugos que hicieron de la fiesta de vida, convivencia, cooperación, un aquelarre de muerte, explotación, guerra, como si se tratara de un simple juego de niños. Sin respetar, obvio, a los niños. Ni a mujeres, ni a jóvenes ni a viejos/viejas. Ni a sus hermanos ni a sus padres ni madres. Al final, a su llamado, el coro polifónico acude a encargarse de esos miserables que volcaron su miseria sobre quienes nunca debieron hacerlo. Ayer igual que hoy, que siempre.
Mientras tanto, el maestro Núñez seguirá soñando, como muchos en el mundo, con Allende y su vaticinio del regreso del pueblo, a las grandes alamedas de lo que fue Santiago ensangrentada, que el 25/oct/2019 vio en la Plaza Italia la mayor muestra de unión y solidaridad de los chilenos, ejemplo para los demás países del área, como ha sido el de Ecuador con sus indígenas y Argentina con la recuperación del poder por Fernández y ya pronto en Uruguay por Martínez y, más temprano que tarde, por Lula en Brasil. No hay que ilusionarse, claro, con que en Colombia pase lo mismo mientras el dinosaurio, en modo mesías, siga ahí: mejor sería verlo en forma de cuadro o de filme, con la firma de Núñez o de Justiniano, así los fragmentos de un discurso amoroso se vean asaltados a menudo por la tea del odio que hoy invade/prende/polariza al mundo desde las más diversas y distintas latitudes. Tea de ultraderecha que cada día que pasa tiende a apagarse de forma irreversible frente a la preparación, instrucción y capacitación de la gente, a la lucha por el fortalecimiento de la educación pública y de calidad, a la resistencia frente a gobiernos dominados por cinismo, desfachatez, delito, corrupción y despilfarro, en fin, por el amor sin mesura frente a la vida. Como es el amor de Núñez de cara a su arte y el de Justiniano de cara al suyo: ambos, dueños momentáneos de un viejo derrotero del Cinema Novo y, claro, de su mentor Glauber Rocha: una cámara/pincel y una idea, en el primer caso; una cámara en la mano y una idea en la cabeza, en el segundo. (5) Ambos, con los mismos efectos e impronta de nobleza, solidaridad, amor y entrega a una causa que así colme la personal, va más allá para satisfacer la colectiva.
No obstante, el desconsuelo en la obra nuñeziana, si bien es denuncia, no deviene panfleto ni sermón. Al fin y al cabo, como decía mi amiga Silvia Amaya, el maestro Guillermo «estuvo en el infierno», desde luego sin referencias al dualismo/maniqueísmo, sin hacer metáforas ni señalar lugares extraterrestres. Pues el infierno está aquí, como podrían atestiguar Dante, Shakespeare, Dostoievski, Rulfo y Sábato (sobre todo, después de haber almorzado, junto a Borges, con Videla, aquel mayo/76), entre otros conocedores asiduos de las «memorias del subsuelo». Y lo que hizo mediante su pintura fue darle expresión al dolor, a fin de hacerlo si no «dilecto» (Wilde), al menos soportable: si eso es posible, cuando se ha estado día y noche durante casi seis meses con los ojos vendados, por cuenta de otros, como le pasó a Guillermo Núñez entre el 4/mayo y el 9/oct/1974, antes de salir expulsado de su país por «peligroso para la seguridad nacional»: claro, porque quienes detentan el Poder, siempre se sienten inseguros, para justificar, de antemano, sus propios desmanes/desafueros, como el del recurrente recurso al terrorismo de Estado, como lo señaló desde el siglo XIX Jack London en su inefable cuento The Minions of Midas o Los sicarios de Midas que un timorato Borges, o quizás su madre, doña Leonor, jajaja, tradujo con el título de Los favoritos de Midas. (6) Es decir, el exilio forzado por 12 años, en el 75, hacia París, en compañía de Soledad Bianchi.
Una vez vista la obra del maestro Núñez, quien con el rockero Charly García podría cantar: «Morí sin morir / y me abracé al dolor», la idea que finalmente llega es que toda consolación, sin tener en cuenta la libertad, es engañosa, que ella no es sino la imagen devuelta de la desesperanza. Y ya se sabe, por cierto sabio chino, que «la esperanza es una puta que se parece a la desesperanza». Quizás por ello, ante la pregunta: ¿fuera del arte, mediante el cual se sublima el dolor, ve alguna esperanza para el hombre?, él responde: «Yo no veo ninguna… desgraciadamente soy muy pesimista frente a eso y me parece que cada vez es peor… creo que no llegaremos al año 3000, ¡jamás!» Por fortuna, en aras del equilibrio, no de quitarle peso ni razón a lo dicho por Núñez ni querer subestimar su postura, la de Justiniano, pese a o aun con las evidencias, lleva de la mano al espectador hacia la incierta zona del bienestar mediato/próximo a través de mecanismos no alimentados por el desconcierto sino por el pragmatismo, un pragmatismo curtido en los siempre sorpresivos terrenos de la adversidad.
Los dispositivos que utiliza Justiniano son el diálogo, la organización y la lucha. Un diálogo basado en la conversación cotidiana; una organización centrada en el acto de cooperar, incluso con elementos que al principio generan dudas e incertidumbre, luego confianza dada la entrega, la empatía y la solidaridad del elemento extraño, al comienzo percibido como predicador y, en efecto, practicante y, más tarde, genuino colaborador/aliado de la causa popular; una lucha marcada por la inequidad, toda vez que la violencia ejercida es unilateral. Esto, sin embargo, no arredra al pastor «protestante», no por la filia religiosa sino por la causa concreta, ni le impide hacer pintas ni acostarse, finalmente, con su «superiora» profana, jejeje, Gladys, sino que lo impele a actuar con mayor decisión, tal vez retado, sin querer, por la inocencia de ese niño que parece un viejo, sin dejar de ser niño, Vladi, inocencia que se impone a todo el celaje y a la hipocresía circundantes, en especial a la de esos vagos/ocupados y mercenarios sin perdón ni olvido que azotaron al Chile de la época y cuyos macabros efectos solo ahora comienzan a tener la respuesta eficaz y decidida de un pueblo ya cansado y aburrido de tanto ultraje y al que le quitaron tanto que, como dice el propio pueblo, «nos quitaron el miedo». Y en eso ha ayudado El baile de los que sobran, ahora himno de resistencia, de ese alegórico grupo llamado Los prisioneros (7), con el Estadio Nacional lleno esta vez no de secuestrados luego desaparecidos ni de muertos, sino de una masa cuyo fervor, alegría y unión no dejan indiferente ni al más indolente de los homúnculos; al lado, cómo no, del repertorio combativo de Víctor Jara, al que los asesinos evidentemente le cortan los dedos, porque no soportan los vívidos ecos rasgados de su guitarra ni de su jamás silenciada voz, como lo evidencia uno de sus temas, tal vez el más perpetuamente contemporáneo: El derecho de vivir en paz, según el cual «ningún cañón borrará el surco de tu arrozal», el fuego del puro amor del poeta Ho Chi Min que desde Vietnam golpea a toda la Humanidad. (8)
Si se entiende el amor, sin lastres judeo/cristianos, como un sucedáneo de dolor y se transmuta el dolor en amor, entonces se inferirá fácilmente que Guillermo Núñez ha realizado con su obra un acto de amor que no puede, ni podría, desafortunadamente, estar exento de dolor. Y que, en definitiva, sugiere las preguntas: ¿Qué viene a ser entonces el sentimiento humano de seguridad, si no una consolación ante el hecho de que la muerte es lo que está más próximo a la vida? ¿Que llega a ser entonces el tiempo, si no una consolación para el hecho de que nada de lo que es humano dura? Y ¡qué miserable consolación, que no enriquece sino a los suizos! Siempre hay que recurrir al humor, como si fuéramos optimistas y para no parecer pesimistas, esto es, optimistas bien informados, es decir, lo que somos.
He aquí, por último y en conclusión, en medio de esta «descripción del silencio en silencio» pues solo queda el silencio para defender la inviolabilidad, ya que no hay hacha que pueda golpear al silencio viviente, una consolación que pretende ser más que una consolación y no menos que una filosofía, o sea, una razón para vivir: a la postre, ¿quién se expresa más, querido cineasta Gonzalo Justiniano, el que maltrata a su pueblo o el que mantiene su dignidad y le devuelve la memoria? ¿Quién se expresa más, querido maestro Guillermo Núñez, el que construye prisiones o el que se bate por la libertad y la refleja en sus actos? Eso solo lo sabe, queridos Gonzalo y Guillermo, el pueblo que unido jamás será vencido. (9)
Notas:
(3) https://dialnet.unirioja.es/servlet/tesis?codigo=79850
(4) https://www.izquierdadiario.es/Juicio-por-la-Contraofensiva-4-000-fueron-tirados-vivos-al-mar
(5) https://skylight.is/es/2016/12/camara-en-mano-y-idea-en-cabeza/
(6) The Minions of Midas (1911) o Los sicarios de Midas , traducido absurdamente también como Los favoritos… , podría ser el cuento precursor del terrorismo de Estado: su título es una alusión a la leyenda narrada por Ovidio en Las metamorfosis acerca de Midas, rey frigio, a quien Dionisio concedió el deseo de que todo lo que tocara lo volviera oro. Si Poe encarna el cuento moderno, London lo perfecciona para heredárselo a Hemingway, Anderson, Faulkner, Quiroga y a otros. Los sicarios… es la historia de la muerte del joven Wade Atsheler, mano derecha del magnate de los ferrocarriles urbanos Eben Hale. Una alusión directa a cómo amasaron los poderosos, a través de dicho medio, las primeras fortunas en EEUU que luego encarnarían en el más criminal de los sistemas, el financiero: J. P. Morgan, John D. Rockefeller, Andrew Carnegie, Philip Armour, Jay Gould y James Mellon. Cuenta Howard Zinn, en La otra historia de EEUU , que todos ellos fueron eximidos del servicio militar y que Mellon se había librado de él durante la Guerra Civil pagando 300 dólares a un sustituto. El padre de Mellon le escribió a su hijo James: «Un hombre puede ser un patriota sin arriesgar su propia vida o sin sacrificar su salud. Hay montones de vidas menos valiosas.» (Zinn, Howard. Obra citada, Cap. 11, Los barones rebeldes y los ladrones ). Execrables palabras que en los cuentos de London ilustran todo lo contrario. Los sicarios… da cuenta de la penosa situación aún vivos Eben Hale y Wade Atsheler, a través de una larga carta de éste, único heredero de los muchos millones de su patrón: la gran fortuna se le otorgaba sin condición alguna. No obstante, las negras depresiones de Wade, su terso seño surcado de arrugas, sus cabellos negros plateados bajo el sol abrasador, todo parecía indicar un combate denodado al borde del abismo contra una molicie ignorada. Ni un título de la sociedad ni un céntimo en efectivo fue legado a los parientes del fallecido pues una cláusula establecía que eso quedaba a discreción de Atsheler. El narrador recibe una larga epístola de éste, cuyos originales están en manos de la policía. Wade le pide que haga pública la serie de tragedias en las que sin culpa, se ha visto envuelto a fin de que sirva de aviso a la sociedad contra el peligro que amenaza su propia supervivencia. La primera carta, dirigida desde la sede de Los S. de M. le exige al señor Hale 20 millones de dólares en efectivo. En ella le explican que sus demandantes pertenecen al proletariado intelectual, que en la base del actual sistema social está el derecho a la propiedad, pero que, como esta descansa exclusivamente sobre la fuerza, se ven obligados a recordarle que los caballeros de William The Conqueror se repartieron Inglaterra por la fuerza de la espada; que esto es igualmente cierto respecto a las posesiones feudales; y que con la aparición del vapor y de la Revolución Industrial, que surgió con la máquina de hilar de R. Arkwright, en 1769, nacieron los capitalistas en el sentido moderno del término, para levantarse por sobre la antigua nobleza, dando así origen al Imperialismo: ya no es el músculo sino el cerebro el ganador en la lucha por la vida. Sin embargo, el statu quo de ayer como el de hoy está basado en la fuerza. Los señores feudales saquearon la tierra a punta de espada y de fuego; los empresarios modernos explotan al mundo con el dominio y la aplicación de fuerzas económicas universales, como lo deja claro London. Los más aptos para sobrevivir son los que tienen el poder intelectual y comercial, ya no la fuerza muscular. «Nosotros, los S. de M ., no nos resignamos a ser esclavos asalariados. Los grandes monopolios y carteles (de los cuales usted [Eben Hale] forma parte) nos impiden alcanzar el lugar que por nuestra inteligencia nos correspondería ocupar entre ustedes. ¿Por qué? Porque carecemos de capital.» Sobra decir que a ellos, los plebeyos, no los frena ningún estúpido escrúpulo ético o social. Y aquí la guerra sucia apenas comienza, la integridad de la sociedad está amenazada por un grupo de sicarios que, sin querer, dará origen, al terrorismo de Estado, con la alianza empresarios/autoridades/dirigencia estatal.
(7) https://www.youtube.com/watch?v=FD3V4eK-fj0
(8) https://www.youtube.com/watch?v=XkXise2bHE0
(9) https://www.youtube.com/watch?v=w8UGs0rdhq8
FICHA TÉCNICA: Título original: Cabros de mierda. Alternativo: La Francesita. Guion/Dir.: Gonzalo Justiniano. País: Chile. Año: 2017. Género: Drama/Historia. Formato: 35 mm; color; 124 min. Int.: Nathalia Aragonese (Gladys Gómez/La Francesita); Daniel Contesse (Samuel Thompson); Elías Collado (Vladi); Corina Posada; Luis Dubó; Claudio González. Fot.: Miguel Littín. Mon.: Gonzalo Justiniano. Mús.: Miguel miranda/José Miguel Tobar. Son.: Romina Núñez. Arte: Carlos Garrido. Vestuario: Carolina Díaz. Prod.: Jorge Infante Silva/Gonzalo Justiniano. Prod. General: Freddy Rammsy. Dist.: Sahara Films/Producciones S. A. (Casa productora). Estreno: 21/ago/2017.
https://vimeo.com/235464617?fbclid=IwAR1lHpGn4QjS8ydxJxNoroStOWdak7OU-baxKAfMAIcPXScKjzUUOpRy7FE
Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, desde 2012, y columnista, desde el 23/mar/2018. Corresponsal de revista Matérika, Costa Rica. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Eds., 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Invitado por UFES, Vitória, Brasil, al III Congreso Int. Literatura y Revolución – El estatuto (contra)colonial de la Humanidad (29-30/oct/2019). Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en Rebelión.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.