Hace unos días, la editorial del prestigioso diario español El País decía textualmente que el presidente de Venezuela «hasta el momento no ha hecho sino hundir la economía». Es evidente que se trata de una exageración. El más elemental sentido común indica que, de haber ocurrido así, hubiera sido completamente imposible que Hugo Chávez lograra […]
Hace unos días, la editorial del prestigioso diario español El País decía textualmente que el presidente de Venezuela «hasta el momento no ha hecho sino hundir la economía».
Es evidente que se trata de una exageración. El más elemental sentido común indica que, de haber ocurrido así, hubiera sido completamente imposible que Hugo Chávez lograra un éxito electoral tan extraordinario en el pasado referendum revocatorio.
Contradice además lo que ese propio diario había venido informando días antes, cuando daba cuenta de que el gobierno bolivariano había realizado en los últimos meses importantes programas sociales.
Se trata, pues, del tipo de comentario infundado que tan en boga ha estado y está a la hora de analizar el proceso político venezolano.
Como cualquier otro, éste no está exento de crítica. El conflicto social es inherente a cualquier proceso de cambio, a la vida misma y, por tanto, es lógico que existan diferentes puntos de vista que se correspondan con los distintos intereses más o menos legítimos que conforman siempre cualquier cuerpo social.
Pero si algo caracteriza al análisis que se hace de la política venezolana es la falta de rigor en la que se basa la crítica del proceso de transformación que ha impulsado el Presidente Chávez.
Y como lo que allí está ocurriendo nos interesa a todos, a todos nos conviene poner las cosas en su sitio.
La Venezuela que encontró Chávez
Es habitual oir, por ejemplo, que ha sido ahora y como consecuencia de la revolución cuando en Caracas se ha desatado la violencia y la inseguridad. Sin embargo, un informe de Human Rights Watch sobre Venezuela en el año 1998 ya denunciaba que en Caracas se daba una media de treinta asesinatos cada fin de semana y que tan sólo en el primer trimestre de ese año, fueron asesinadas un total de 376 personas con armas de fuego y armas blancas, en el área metropolitana de Caracas.
Esa era la situación de Caracas antes de la revolución bolivariana, pero ahora muchos se empeñan en decir al mundo que ha sido ésta quien ha traído violencia e inseguridad.
En el campo económico ocurre lo mismo.
Se trata de trasladar a la opinión pública de aquel país y a la de todo el planeta que experiencias como la venezolana sólo implican caos y hundimiento de la economía.
Es obviamente cierto que la economía de Venezuela tiene graves problemas, que se enfrenta a dificultades extraordinarias para sacar adelante políticas de bienestar que tantas veces se le han negado a su pueblo.
Pero, ¿realmente está hundida la economía?, ¿es cierto que ha sido el régimen de Chávez, la revolución bolivariana, quien ha traído consigo el deterioro tan imponente que denuncia la oposición y los medios de comunicación que les sirven de voceros?
En nuestra opinión, hay varios hechos evidentes que muestran a las claras la demagogia y la falsedad en la que se basan estos alegatos.
Para tratar de contemplar las cosas de la manera más fiel podemos recurrir a algunos datos.
Es verdad que la inflación en Venezuela es hoy día elevadísima pero no se puede olvidar que en el periodo 1989-1998 los precios crecieron a una tasa promedio anual del 53%. Mientras que en el primer periodo del gobierno de Chávez que podemos fijar hasta el golpe y posterior huelga petrolera, la tasa media anual fue del 23%. Se pueden ver las cosas como se quieran, pero el hecho es que Chávez logró contener la desbocada inflación que se había producido en el periodo político anterior.
También se critica la evolución de la cotización de la moneda nacional. Pero los datos en este sentido también son testarudos, como siempre. En el periodo 1983-1998 la devaluación promedio anual fue del 795%. En el periodo 1998-2003 del 40,9%.
Otros datos, que seguramente son mucho más indicativos para la inmensa mayoría de las personas, muestran efectos también distintos a los que se quiere hacer creer.
En el año 1995, el gasto social en relación con el PIB se situaba alrededor del 7,6%. En 2000 ya subió al 11,3%. En dólares de 1997, el gasto social per capita en 1995 fue de 287$ y en 2001 de 402$.
El gasto público en salud, como en general todo el social, había bajado a mitad de la década en relación con el que había en 1990. Eso sí supuso un verdadero hundimiento. Pero a partir de 1999 comenzó también a subir y a superar los índices anteriores.
El porcentaje de gasto sobre el PIB dedicado a educación prácticamente se había duplicado a finales de 2001 en relación con el que había en 1995. El presupuesto dedicado a la educación en 1999 fue 2,9% del PIB y en 2001 se elevó a 6,4%.
Eso permitió, entre otras cosas, escolarizar a más 1,5 millones de niños y jóvenes y alfabetizar al mismo número de adultos.
La misma cantidad de personas ha tenido acceso, por primera vez, a agua potable.
En los diez años anteriores a la llegada de Chávez se habían construido con dinero público unas 65.000 viviendas y sólo de 1999 a 2002 se crearon 92.000.
El incremento del gasto sanitario y social tuvo un efecto realmente impresionante en los primeros años sobre la mortalidad infantil que se redujo en casi seis puntos en relación con la que había en 1995. Sólo hasta finales de 2001 1.150.000 niños hayan sido inmunizados de manera gratuita en hospitales y centros asistenciales.
En 1999 había 194 médicos por cada 100.000 habitantes y a finales de 2001 ya había 236.
Ya en 2002 se había reducido el porcentaje de personas cuyo ingreso estaba por debajo del ingreso medio per capita del 70,8% en 1997 al 68,7%.
Bajar esos niveles tan dramáticos requiere un esfuerzo ingente pero el gobierno de Chávez lo logró, si nos atenemos a la realidad de los hechos.
Desde luego que se trataba de una reducción limitada, lenta y dificultosa. Pero compare el lector esos resultados con los que ha obtenido George W. Bush en el país más rico del mundo: en los tres años de su mandato ha aumentado continuamente el número de pobres en Estados Unidos. Sólo en 2003 hubo 1,3 millones más de pobres.
Mientras que en Venezuela no ha dejado de aumentar, a pesar de todas las dificultades, la atención sanitaria a la población más pobre, 1,4 millones de personas se quedaron en Estados Unidos sin atención médica solamente en el año 2003. Pero la inmensa mayoría de los que critican al gobierno de Chávez no osan denunciar, sin embargo, la repugnante política social y económica del petrolero estadounidense que sí que ocasiona mucho más daño a sus propios compatriotas.
También el gobierno de Chávez comenzó a disminuir la vergonzosa concentración de la riqueza que se había generado en Venezuela. Así, en 1997 el 30% de los hogares más ricos disfrutaban del 61,3% de la riqueza y en 2002 ese porcentaje, más bien como resultado de ayudar por abajo que de quitar por arriba, se había reducido al 60,8%.
También se oye a menudo decir que Chávez ha destruido a la clase media venezolana. Muchos estudios, sin embargo, muestran que el deterioro de las clases medias (algo que no deja de ser un eufemismo en un país donde hay un 70% de personas bajo el umbral estadístico de la pobreza), comenzó mucho antes. Así, Patricia Máquez y Ramón Piñango afirman que entre 1975 y 1997 la clase media venezolana se redujo del 56,9% al 31,3%.
Cuando se habla de la situación de la economía venezolana es inexcusable referirse a la situación de los ingresos petroleros pues representan la principal renta con la que ese país puede hacer frente a sus necesidades.
Pues bien, si hay una historia de corruptelas, de externalizaciones y de saqueos que ha hundido a un país es la de la industria petrolera venezolana. Por un lado, porque los dirigentes políticos de sus viejos regímenes nunca supieron dejar de «sembrar petróleo» para lograr convertir su renta en fuente de desarrollo endógeno, sostenible, equitativo y equilibrado. Por otro, porque utilizaron el petróleo para hacer negocios privados que, en su inmensa mayor parte, nunca revirtieron como debía ser en el pueblo venezolano.
Tal era el tipo de malas prácticas que desarrollaban los dirigentes de la industria petrolera que, ya en 2001, resultaba que PDVSA obtenía, por ejemplo, casi la mitad de ingresos que Chevron a pesar de que comercializaba casi un millón de barriles diarios más.
La causa de eso era que, para privatizar ingresos o colocarlos fuera del país, o sencillamente para despilfarrarlos, se abultaban los costes operativos de la empresa petrolera que llegaban a ser abrumadora y sorprendentemente mucho más elevados que los de otras multinacionales, a pesar de que estas operaban en medio mundo y no sólo en un país.
Hundir la economía de un país es provocar, por ejemplo, que el ingreso petrolero por persona cayera de 310$ en 1994 a 225$ en 1998. O que entre 1990 y 1998 la producción petrolera aumentara un 50% y, a diferencia de lo que ocurre en cualquier industria, los costes se elevaran un 175%.
En definitiva, antes de hablar de lo que ha ocurrido con la economía venezolana en la etapa de Chávez debería ponerse sobre el tapete lo que había ocurrido antes.
¿Cómo puede decirse que Chávez ha hundido la economía cuando la que se encontró era un verdadero desastre desde el punto de vista del equilibrio macroeconómico y del bienestar social?
Algunos datos adicionales terminan por perfilar este panorama.
Al llegar Chávez al poder la economía tenía un crecimiento negativo del -7% y ya en 2001 se logró un crecimiento del 2,7%. Durante los años 90 el PIB por persona tuvo un crecimiento del 0%. Los registros actuales son y serán sin duda mucho mejores.
Las exportaciones no petroleras para el año de 1998 fueron de 263 millones de dólares y en el año 2001 se alcanzaron los 435 millones de dólares, lo que demostraba que aumentaba la productividad del país en sectores capaces de generar desarrollo endógeno y menos dependiente.
A finales de 2001 las reservas internacionales eran de unos 20.000 millones dólares, casi 6.000 millones más que las que había al empezar 1999.
El 70% de los puestos de trabajo creados de 1990 a 1998 lo fueron en el sector informal. En 1980 había 1,85 millones de trabajadores en el sector informal y en 2000, 4,7 millones. Pese a ello, se acusa al gobierno de Chávez de crear puestos de trabajo sólo en este sector. ¡Como si ese fenómeno no se hubiese dado antes!
Y en el plano social la Venezuela que se encontraba el gobierno de Chávez presentaba indicadores tan dramáticos como los siguientes:
– Sólo el 25% de los trabajadores cotizantes a la seguridad social.
– 20% de hogares sin ingreso fijo.
– 20% de enfermedades crónicas sin control.
– 50% de hogares sin recibir agua potable diariamente.
– 89% de niños entre 4-15 años en situación de pobreza.
– 70% del consumo alimentario importado.
– Salarios reales que en 1998 eran el 56,8% de los de 1990.
Y, por último, hay que hablar de algo que los furibundos críticos del régimen bolivariano no suelen mencionar: la continuada evasión de capitales que constituyó una auténtica sangría para ese país. Aunque es difícil evaluarlo con precisión, se calcula que entre 1974 y 2000 se fugaron de Venezuela entre 80.000 y 100.000 millones de dólares, algo así como el triple de la deuda exterior venezolana.
La verdadera causa del hundimiento económico
Quien se atenga a la verdad no puede decir, por lo tanto, que el régimen bolivariano provocó el hundimiento de la economía venezolana.
Como acabamos de señalar, en los primeros años se produjeron mejoras innegables en los indicadores sociales. Y también en magnitudes macroeconómicas cuya buena marcha no siempre es compatible con políticas sociales y redistributivas porque están concebidas para evolucionar positivamente sólo a medida que la economía crezca cuantitativamente y no en virtud de que mejore cualitativamente.
Sin embargo, también es evidente que en los dos últimos años se ha producido una inversión en este proceso de mejora y que muchos de los indicadores de la economía venezolana de la actualidad han empeorado respecto a los de hace dos años.
La inflación se ha vuelto a desbocar, el bolívar sufrió una fuerte depreciación, el desempleo empeoró, se produjo el cierre de miles de empresas y sectores sociales y económicos que habían logrado al principio contribuir positivamente al desarrollo económico quebraron o sencillamente desaparecieron.
Eso es lo que se suele argumentar para afirmar que Chávez ha hundido la economía y que, en consecuencia, el experimento bolivariano es un fracaso condenable que conviene olvidar y hacer desaparecer.
Pero quienes realizan la crítica en estos términos lo hacen dando un espectacular e inaceptable salto en el vacío, como si de 2001 a aquí no hubiera sucedido nada extraordinario.
No mencionan que el deterioro económico que se ha producido, la vuelta atrás en el innegable proceso de mejora económica de los primeros años, ha tenido lugar después de que Venezuela viviera la peor experiencia económica que haya podido tener un país en los últimos decenios sin estar en periodo de guerra.
Nos referimos al golpe de estado, primero, y a la huelga petrolera y a los posteriores cierres patronales que desestabilizaron al país y que provocaron el caos y la práctica paralización de los núcleos más decisivos de la actividad productiva.
Estos hechos produjeron una verdadera hecatombe económica.
Lo que parece milagroso visto desde fuera es que aquel país haya sido capaz de salir suficientemente indemne de esos golpes. Lo que sorprende desde el exterior, y lo que sin duda debe hacer pensar a los enemigos del gobierno bolivariano, es que no sólo se superasen esos golpes sino que se haya salido con más fuerza social, con más legitimidad política y con mejor salud económica. Así lo pone de relieve la mejoría que se está produciendo en casi todas las macromagnitudes económicas en los últimos meses.
Lo que estuvo a punto de hundir la economía del país fue la actuación política absolutamente inaceptable en cualquier país que disfruta de elecciones libres y libertades políticas de una minoría social muy poderosa.
Por el contrario, lo que hizo el régimen que encabeza el Presidente Hugo Chávez fue, precisamente, evitar el hundimiento de la economía venezolana.
¿O es que alguien en su sano juicio puede creer de verdad que de haber triunfado el golpe o la huelga petrolera contra casi el 60% de la población se hubiera dado una situación social más proclive a la paz civil y al sosiego que requiere el mejor funcionamiento de una economía? Lógicamente, sólo quienes entiendan que sacar adelante la economía y hacerla progresar consiste en ponerla al servicio exclusivo de la minoría ya de por sí más privilegiada.
Con lo que venimos diciendo no queremos mantener una postura que pueda llevar a pensar que la Venezuela bolivariana se encuentra en el mejor de los mundos. Todo lo contrario. Es fácil detectar los problemas, los retardos, los cuellos de botella a los que se enfrenta una economía que ha sufrido una evolución tan traumática en los últimos veinte años y que se desenvuelve todavía en medio de un clima social tan enrarecido.
Para sacar adelante la economía de cualquier nación se precisa el concurso de todos sus recursos. Durante decenios se prefirió considerar que «el país» era sólo ese 20 o 30% afortunado que casi lo tenía todo. La economía estaba organizada para esa parte de la sociedad. Es natural que gran parte de ella se muestre ahora reticente a la exigencia de compartir algo con el otro 70% al que había mantenido olvidado, sencillamente, como si no existiera.
A pesar de disfrutar de tantísima riqueza, de ser un país afortunado desde ese punto de vista, sus dirigentes mantuvieron a Venezuela como el tercer país más desigual del mundo. Sus clases adineradas prefirieron guardar todo para ellas. Así lo muestra el que la recaudación del impuesto sobre la renta en Venezuela representara alrededor de un 0,2% del PIB a finales de los noventa, cuando en otros países, tan pocos ejemplares fiscalmente como Brasil o México representaba el 2,6% y el 3,2% respectivamente.
Cuando lo que se quiere es que el aparato productivo se oriente a satisfacer a todos los colectivos sociales, como pretende el Gobierno de Hugo Chávez, es necesario contar con todos los recursos y ahí aparecen las dificultades.
¿Cómo conseguirlo cuando ese 70% pobre ha sido siempre una especie de material social sobrante, cuando está en la exclusión y en el ostracismo?, ¿cómo incluir a quien no tiene formación, a quien no tiene redes sociales, a quien no tiene medios ni instrumentos para ser útiles ni a los demás ni a ellos mismos?
Por eso se dice con razón que la pobreza engendra más pobreza y empobrecimiento. Y por eso es tan díficil salir de ella.
La hipoteca del neoliberalismo
Precisamente en este punto hay que traer a colación un argumento que tampoco suelen tener en consideración quienes atacan sin descanso al gobierno de Chávez.
Hablan de la crisis de la economía venezolana y de la culpabilidad de Chávez como si el resto de las economías se encontraran en situación paradisíaca.
Si fuera así, sería razonable achacar a la revolución bolivariana su incapacidad para resolver con éxito las cuestiones económicas.
Pero, ¿cómo se han encontrado y se encuentran acaso otras economías sobre las que Hugo Chávez no ha movido ni un solo dedo?
Hay que ser realmente muy cínico para obviar las causas auténticas de una crisis económica estructural que afecta a todo el continente latinoamericano, para no ver la viga en el ojo de las economías que ha hundido el neoliberalismo y, sin embargo, denunciar la paja en el de las políticas que apenas si buscan un poco de justicia social
¿Acaso Chávez es el culpable también de que, según UNICEF, «el número de personas pobres en América Latina y el Caribe haya venido creciendo de manera sustancial en las últimas dos décadas» y de que «casi el 60% de todos los niños y niñas sean pobres»?, ¿O tiene también la culpa la revolución bolivariana de que de 6 millones de desempleados en 1980 se pasara a 17 millones en 2000?, ¿es Chávez también culpable del hundimiento de la economía Argentina, de la de Ecuador, de la de Perú, … o de la crisis financiera de Méjico, o de la miseria de un país tan rico como Brasil…?. ¿Es el gobierno de Chávez el que ha puesto a trabajar a 22 millones de niños menores de 14 años en toda América Latina?, ¿o acaso es el responsable de que, según UNICEF, el 36% de los niños latinoamericanos menores de dos años estén en situación de alto riesgo alimentario?
Hay que dejarse de simplezas. Los poderosos pueden decir lo que quieran pero la evidencia es que el riego de un hundimiento global de las economías no viene de Chávez, sino del neoliberalismo, pues neoliberales han sido las políticas que de una manera indiscutible han causado crisis, pobreza y frustración social y humana en medio de una abundancia de recursos que se apropian casi en exclusiva sólo los más ricos.
Las políticas que viene realizando el gobierno de Hugo Chávez se encaminan básicamente a procurar una mejora elemental de la distribución de la renta y a lograr que sea la propia economía, sin hipotecas salvajes ni dependencias empobrecedoras, la que genere endógena y equilibradamente los recursos que se precisan. Algunos se sorprenden y afirman que apenas si tienen soporte ideológico y es que, en realidad, quizá responden solamente al deseo de poner en práctica un elemental sentido de la justicia y de la solidaridad humana. En otro contexto serían mucho más moderadas que el keynesianismo más moderado aunque son efectivamente radicales en un continente en donde las oligarquías lo han querido todo para ellas.
¿Cómo se puede decir que lo que hunde una economía son estas políticas cuando las políticas neoliberales de reducción del gasto social han hecho que en América Latina hays 218 millones de personas que carecen de protección sanitaria y 160 millones de agua potable, u 82 millones de niños que no pueden ser inmunizados?.
Cualquier opinión es respetable y debe ser respetada. Pero las acusaciones como las que hemos comentado y que cada día realizan los medios de comunicación más poderosos para socavar la posibilidad de que la riqueza se distribuya democráticamente un poco mejor en el mundo son otra cosa. Forman parte de una interminable historia universal de la infamia. Hay que combatirlas con mucha paciencia, con mucha paz y con mucha inteligencia. Pero hay que combatirlas.
* Juan Torres López (www.juantorreslopez.com) y Alberto Montero Soler son profesores de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga (España)