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Había una vez un amor de código libre

Fuentes: sursiendo.com

Sursiendo hilos sueltos En el software libre el código es abierto y transparente, podemos compartir ideas y así aprender los unos de las otras, ¿con el amor y las relaciones esto será posible? En una época se había puesto de moda decir que «todo es relativo». Y a riesgo de decir algo trillado y a […]

Sursiendo hilos sueltos

En el software libre el código es abierto y transparente, podemos compartir ideas y así aprender los unos de las otras, ¿con el amor y las relaciones esto será posible?

En una época se había puesto de moda decir que «todo es relativo». Y a riesgo de decir algo trillado y a veces hasta vacío (o que pueda justificar muchas acciones injustificables) lo cierto es que nuestro mundo se crea en relación a convenciones sociales cambiantes por lo que «todo depende del cristal con el que se mire».

Lo que suele suceder con el tiempo es que algunas (¿o todas?) esas convenciones empiezan a hacernos sentir menos nosotros y nosotras y (en el mejor de los casos) empezamos a cuestionarlas. El amor, las relaciones y la familia son los ejemplos de hoy para preguntarnos de qué van. O de qué podrían ir.

La institución familiar tiene carácter histórico, eso quizás no sea ninguna novedad. Lo interesante de este punto es pensar en aquellos otros momentos en los que la normalidad decía que los grupos familiares eran eso, grupos. En El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, el filósofo Friedrich Engels cuenta que «el estudio de la historia primitiva nos revela un estado de cosas en que los hombres practican la poligamia y sus mujeres la poliandría y en que, por consiguiente, los hijos de unos y otros se consideran comunes. A su vez, ese mismo estado de cosas pasa por toda una serie de cambios hasta que se resuelve en la monogamia. Estas modificaciones son de tal especie, que el círculo comprendido en la unión conyugal común, y que era muy amplio en su origen, se estrecha poco a poco hasta que, por último, ya no comprende sino la pareja aislada que predomina hoy».

En aquellas comunidades la sexualidad no era un tabú. Todas y todos eran libres de responder a sus necesidades y deseos abiertamente. Además la producción y la reproducción se realizaban en el mismo ámbito. Las mujeres ejercían un rol fundamental por ser quienes podían parir pero los hijos e hijas, no eran suyos sino de la comunidad. En aquellas familias por grupos no había forma de saber quién era el padre de la criatura (y sospechamos que no era importante), pero sí se sabía quién era la madre. La descendencia entonces podía establecerse por la linea femenina únicamente.

Esta situación en la que no era un imperativo la monogamia, sino todo lo contrario, fue cambiando poco a poco con el tiempo pero quizás sea la aparición de propiedad privada lo que le dio su giro más radical. La ruptura se dio para arrebatar a las mujeres ese lugar de privilegio. Se necesitaba poseer a las mujeres para asegurar una herencia. De hecho el término familia lo refleja de forma muy precisa porque en su origen famulus significa algo así como «esclavo doméstico». La necesidad de dejar en herencia sus bienes, convirtió a las mujeres en propiedad privada de los hombres. Se cercaron los campos, los cultivos y los objetos a la vez que se cercaron nuestros cuerpos.

Extraido de Calibán y la Bruja

Extraído de El Calibán y la Bruja

La historia que vino se encargó de lo demás. En El Calibán y la Bruja Silvia Federici hace un repaso al cuerpo de las mujeres y la acumulación originaria. Sin idealizar el lugar de las mujeres en la sociedad medieval, la autora nos dice que «en la Europa precapitalista la subordinación de las mujeres a los hombres había estado atenuada por el hecho de que tenían acceso a las tierras comunes y otros bienes comunales«. En todo este proceso la Iglesia cumplió un rol fundamental: «Desde épocas muy tempranas (desde que la Iglesia se convirtió en la religión estatal en el siglo IV), el clero reconoció el poder que el deseo sexual confería a las mujeres sobre los hombres y trató persistentemente de exorcizarlo identificando lo sagrado con la práctica de evitar a las mujeres y el sexo». Para el siglo XII la sexualidad se convirtió en una cuestión de Estado sobre lo que se podía mandar. Con la sexualidad politizada a tal nivel Federici remarca que «las preferencias sexuales no ortodoxas de los herejes también deben ser vistas, por lo tanto, como una postura antiautoritaria, un intento de arrancar sus cuerpos de las garras del clero».

Cual saltimbanquis vamos de un siglo a otro de la historia porque con este pequeño esbozo queremos repensar este amor normativizado impuesto desde instituciones arcaicas que todavía hoy se meten en el interior de nuestras vidas y decisiones como si fuera lo normal. Claro que hoy no está impuesto con sangre y fuego: solo basta encender la televisión para escuchar hablar de «amor romántico», «medias naranjas» y «para toda la vida».

En este contexto podemos pensar que la monogamia puede no tener nada que ver con el «amor verdadero» sino con que más bien representa una relación económica contractual que garantiza el mantenimiento de la misma de una forma desigual para hombres y mujeres.

Desde algunos lugares se llama a Romper la monogamia como apuesta política porque «es el único pacto social, junto con el patriotismo (la otra gran forma de monogamia) que es intocable, incuestionable. Hemos dejado de creer en dios, en el capital, en el patriarcado y en los telediarios» pero de la monogamia ni hablar. Para Brigitte Vasallo «posiblemente el gran escollo para el debate sea esa aceptación de la monogamia como sistema natural que la vincula necesariamente al amor como si fuesen sinónimos. Criticar la monogamia es cuestionar el amor, ponerlo en duda» cuando en realidad no son lo mismo. Precisamente por un tuit suyo llegamos al concepto de amor de código libre.

Coral Herrera Gómez escribió en La violencia de género y el amor romántico que «la pareja es el pilar fundamental de nuestra sociedad. Por eso Hacienda, la Iglesia, los Bancos, etc. penalizan la soltería y promueven el matrimonio heterosexual; cuando el amor acaba o se rompe lo vivimos como un fracaso y como un trauma». Y a todo este sistema de relación con una dosis de posesión tarde o temprano le llega la violencia, por eso, nos dice, es necesario que el amor no se confunda con la posesión.

Hemos visto como este sistema normativizado de amor ha sido cuestionado desde los tiempos del feudalismo. En épocas más cercanas «los anarquistas del siglo XIX proponían destruir la familia jurídica justamente para que el sentimiento sea más sólido, durable, basado en una convicción interior». Además hemos podido encontrarnos con la filosofía del amor libre en las comunas hippies de los años ’60 donde se predicaba y practicaba una forma de relación amorosa abierta en la que los individuos no tenían ningún tipo de ataduras entre sí y se desacralizaba el matrimonio, la familia y la heteronormatividad hombre-mujer. En el prólogo de El Amor Libre. Eros y Anarquía su autor, Osvaldo Baigorria, nos indica que lo que en el libro se plantea como amor libre «es aquel que cuestiona toda doble moral, hipocresía o cinismo. La mentira pertenece, en esta concepción, al campo del enemigo. El militante anarco-erótico sería, ante todo, un moralista». Y más adelante continúa diciendo que «la noción de amor libre apunta más alto: no a la mera posibilidad de tener múltiples relaciones sexuales sino a la de amar a varias personas al mismo tiempo».

Estas propuestas resuenan a día de hoy entre las y los poliamorosos. Como nos recuerda Vasallo «El triángulo amoroso que forman la monogamia, la fidelidad y el amor romántico usa términos del capital para definirse. Y las palabras, lo sabemos, no son inocentes. Si nuestro impulso romántico busca la media naranja, una vez que logramos ser naranjas completas la otra persona nos pertenece (…) si nuestra ‘mitad’ tiene relaciones sexuales o afectivas con otras personas nos está quitando algo que nos pertenece, está disminuyendo nuestra parte de ser. Compartir el amor es, sin duda, el infierno. Pero, en realidad, el amor no se comparte (…) El Amor, con mayúsculas, no es un bien escaso sino un órgano que crece cuando lo ejercitas«. Y debería poder ser practicado con amigos y amigas, hijos e hijas, vecinos y vecinas y también con una pareja o parejas.

El poliamor significa tener más de una relación íntima, amorosa, sexual y duradera de manera simultánea con varias personas, con el pleno consentimiento y conocimiento de todas las personas involucradas. Para algunos y algunas el eje está en la ruptura de la monogamia obligatoria por eso es «una nueva manera de mirar y estar con el otro/otra, una nueva forma de entender la convivencia, es decir, el desarrollo de nuestra capacidad de amar y compartir con más de una persona a la vez». Se enfrenta abiertamente a la hipocresía de las relaciones duales normativizadas que se rompen casi constantemente con el adulterio. Y además plantea sus reglas y restricciones (he aquí un artículo que derriba los mitos del poliamor).

A los poliamorosos y poliamorosas les interesa la lealtad, la honestidad, la autonomía, la comunicación abierta y sincera, para ellos y ellas la fidelidad/infidelidad toma otra dimensión porque quienes trazan las reglas por las que se rige cada relación son las propias personas involucradas en ella, hay una construcción de acuerdos. Las obligaciones existen pero no las ponen los demás, se las pone cada quien y lo que pide a cambio es fidelidad a los pactos, y lealtad a las personas.

Responde también a una perspectiva política cuando se enfrenta «a distintos cuestionamientos, sobre todo de quienes ven al amor como algo que nace y se ‘tiene’ entre dos personas… el poliamor cuestiona la idea de propiedad privada de esta sociedad» dando la posibilidad de dejar de ver al/la otro/a como un objeto, liberándose del sentimiento posesivo. Uno de los miembros del Colectivo Poliamor de México explica que este grupo «se enfoca a distintos puntos, pues, cabe señalar, la forma de concebir el término tiene sus variantes, hay quienes le dan un enfoque más social, otros más político y otros más le dan más peso al aspecto emocional y psicológico».

Esta forma de relación parece ser la recreación del amor libre abrazado por anarquistas y hippies pero «en versión 2.0». ¿Cómo? El poliamor «podría parecer una actualización del amor libre de los ’60, pero ahora resulta que importa la estabilidad».

Amar a más de una persona parece empezar a no ser visto con tan malos ojos. El año pasado, por ejemplo, un trío amoroso fue reconocido en Brasil como «unión civil» basándose en que en la Constitución no existe el principio de monogamia, sino que es una conducta cultural.

En definitiva lo que estas y otras formas de cuestionamiento de la normatividad nos dicen (grupos LGTB, queer, feminismos, existencialismo, etc etc etc) es que en la vida se sufre por amor sí, pero no por estar en una relación abierta o cerrada sino porque las condiciones de esos amores la más de las veces nos vienen impuestas y son incuestionables.

¿Vamos a salir todas y todos a la calle ahora a buscar muchas y muchos para amar y ser amados? No se trata de eso (o sí) pero lo importante es que son las personas las que construimos las relaciones y deberíamos ser nosotros y nosotras mismas quienes decidamos si queremos tenerlas de tal o cual manera. En tanto seamos honestos/as, libres y respetuosos/as estaremos dentro de la normalidad por más que desde lejos nos midan con la vara de la normatividad. Si nuestra normalidad se basa en elegir todos los días, sin «derecho de propiedad», a una misma y única persona o si la elección es por muchos o muchas ¡que más da! Las reglas las debería establecer y gestionar la propia comunidad.

@SurSiendo

Fuente: http://sursiendo.com/blog/2013/08/habia-una-vez-un-amor-de-codigo-libre/