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En Teherán, un sí a veces significa no

Habla como un iraní

Fuentes: The Atlantic Magazine

Traducción de Renata Vázquez para el blog Renostan.

Alex Nabaum Alex Nabaum Puedo estar equivocado, pero creo que debo de ser el único inglés que ha solicitado la ciudadanía iraní desde la revolución de 1979. «Nos haría muy felices recibir una solicitud así«, dijo sonriente el hombre del departamento de Extranjería. «Sería un honor considerar su caso y debo de decir que, teniendo en cuenta sus logros, tiene usted muchas posibilidades de conseguirlo«. Rellené felizmente  algunos formularios, reuní la documentación requerida, y me fui a casa a darle a mi esposa iraní la buena nueva. «¿Qué logros?«, me preguntó.

Seis semanas más tarde, tal y como me pidieron, volví. El mismo funcionario me recibió encantado. Pidió té, me preguntó por mi salud y la de mi familia, y habló de esto y aquello. Entonces me informó con aires de confidencialidad de que mi caso «estaba yendo muy bien«. «Tenga usted la amabilidad de visitarme dentro de otras seis semanas«, me dijo.

Visité al mismo funcionario unas cuatro o cinco veces durante los ocho meses siguiente, y en cada ocasión tenía lugar el mismo ritual – elaboradas fórmulas de cortesía, té, y palabras de aliento. Tenía todas las razones del mundo para creer que mi nombre estaba navegando con éxito hacia aquellas regiones de la burocracia iraní donde se toman las decisiones.

No puedo decir exactamente cuándo empezó a sembrarse en mí la duda. A pesar de todas las cortesías, no parecía haber tenido lugar ningún progreso verificable. Decidí informarme más sobre el proceso de obtención de la ciudadanía, y quedé consternado cuando descubrí que, a efectos prácticos, tal proceso no existía. Sólo el gabinete iraní podía otorgarme la ciudadanía, algo que desde luego tenía muy pocas probabilidades de ocurrir. Los formularios, la documentación y las repetidas visitas habían sido una cortés ficción. Durante más de seis meses de feliz autoengaño, resultó que había sido «camelado» por el ta’arof.

Ta’arof viene de la palabra árabe que denota el proceso de familiarizarse con alguien. Pero tal y como ha pasado con muchas otras palabras árabes que han entrado en la lengua persa a través de la conquista y aculturación, los iraníes han subvertido su significado. En el contexto iraní, ta’arof hace alusión a una forma de manejar las relaciones sociales con maneras decorosas. Puede ser agradable y la base de una benevolencia mutua, o puede ser malicioso, un arma que confunde al receptor y que le sitúa en desventaja.

Ta’arof es el opuesto de llamar al pan, pan y al vino vino; la vida es mucho más bonita sin malas noticias. Tal y como descubrí en el Departamento de Extranjería, el ta’arof puede ser también una forma de desalentar a la gente lentamente. Frecuentemente cotiene algún tipo de autodegradación a través del cual el que hace el ta’arof contigue un tipo de superioridad moral – lo que el antropólogo William Beeman ha llamado «getting the lower hand» [*]. Así, antes de entrar por una puerta, uno ve a hombres hechos y derechos luchando por el privilegio de entrar el segundo. Durante años, tuvimos a una señora de la limpieza en Teherán que insistía en llamarme «Doctor» como forma de elevarme en la escala social. «No soy doctor«, le contesté una vez bruscamente. Impávida, me contestó, «Por Dios, ¡ya lo será ud. algún día!«

A veces el ta’arof es doble. Si alguien que conoces en el autobús te invita a cenar, por ejemplo, debes de saber que esto es un simple ta’arof y que has de declinar la oferta. Si un tendero se niega a aceptar el pago de tu compra, debes de insistir; una vez que se han hechos los gestos adecuados y satisfecho el honor, tu dinero será aceptado, si bien con un eterno arrepentimiento.

Algunos estudiosos creen que el ta’arof tiene su origen en el rechazo sufí (mística islámica) del reconocimiento y riquezas mundanas. También puede estar relacionado con la práctica de la taqiyya, la ocultación de las verdaderas creencias religiosas, algo que el Islam chií anima a sus seguidores a hacer en caso de persecución. He oído a muchos occidentales quejarse de que el ta’arof es sintomático de una tendencia iraní más amplia de cubrirlo todo con un tinte de ambigüedad – y de perder una cantidad excesiva de tiempo en el proceso.

El Ta’arof puede ser particularmente desconcertante para los americanos, que tienden a apreciar la eficiencia, la franqueza y la informalidad. John Limbert, un diplomático retirado que ha estado involucrado en asuntos iraníes durante 50 años, le ha dado más vueltas a este choque cultural que la mayoría. La sociedad iraní, comenta, está llena de elementos aparentemente inconsistentes que nosotros, en Occidente, consideramos como hipócritas. «Nuestros instintos quieren reconciliar las contradicciones«, me dijo hace poco, mientras que los iraníes prefieren «vivir con ellas«. Limbert fue uno de los americanos retenidos como rehenes por un grupo de militantes iraníes durante 444 días entre 1979-81. En abril de 1980, fue exhibido en la televisión iraní junto con el clérigo revolucionario Alí Jameneí. En un persa impecable, Limbert bromeó diciendo que sus captores «se habían pasado con el ta’arof» – continuando explicando que eran unos anfitriones tan diligentes que habían rechazado que sus invitados volvieran a sus casas. La broma era en sí misma una forma muy iraní de hacer llegar una crítica afilada, y le permitió a Limbert subrayar que sus captores habían roto las normas de la hospitalidad tradicional iraní.

Jameneí es hoy en día el líder supremo de Irán, y está a cargo de las negociaciones nucleares del país con los Estados Unidos y sus aliados. Visto desde fuera, tal diálogo tiene poco que ver con ta’arof y más con amenazas y contra-amenazas. A puertas cerradas, sin embargo, los eventos se suceden de manera más decorosa y reposada – para frustración de Occidente. Tal y como me lo ha puesto un  antiguo embajador europeo involucrado en las negociaciones, la aproximación de Irán durante varios años de charlas descontinuadas ha sido definido como de «tortusidad, circunloquos y ofuscación».

Incluso durante el curso de tensas negociaciones hay espacio para el ta’arof. A finales de la primera década del siglo XXI, recuerda el mismo diplomático, una delegación europea fue a Teherán para conferenciar con el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Manuchehr Mottaki. Durante las charlas, los europeos seguían a Mottaki bajando un pasillo del Ministerio de Asuntos Exteriores cuando, de repente, se para en seco frente a una puerta para dejarles pasar antes que él. Dejar pasar a oficiales de menor rango que el suyo fue un acto malicioso de ta’arof diseñado para engañar a sus huéspedes. Mottaki tuvo éxito. Los europeos iban caminando tan deprisa y se sorprendieron tanto de su freno repentino que se chocaron violentamente los unos con los otros y tuvieron que moverse deprisa para no tropezar. Motakki sonrió inocentemente mientras los europeos pasaban en fila tímidamente.

El Ta’arof no tiene que acabar siempre con una resolución; la mejor conclusión puede ser una de final abierto. O al menos así lo ha probado el dossier nuclear iraní. Y también mi diplomacia propia y más personal. Solicité la ciudadanía iraní en 2004. Mis «logros» no han disminuido. Sin embargo, aún estoy esperando una respuesta.

Christopher de Bellaigue es el autor del libro Patriot of Persia: Muhammad Mossadegh and a Tragic Anglo-American Coup.

[*] N. de T: Esta expresión es un juego de palabras para el que no he encontrado una traducción castellana adecuada. La expresión inglesa «getting the upper hand» significa tomar una posición dominante, en este caso sería obtener esta misma posición dominante (upper) a través de presentarse uno mismo de forma muy humilde (lower). Por ejemplo, en persa es normal dar una opinión propia diciendo «az nazar-e in bande…» muy parecido a decir en castellano «en opinión de un servidor…«.

Fuente de la traducción: http://renostan.wordpress.com/2012/08/24/habla-como-un-irani/