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Kim Philby uno de los grandes espías del siglo XX

Hablas de mí como si hubiera muerto

Fuentes: El viejo topo

El 26 de enero de 1939, un joven periodista británico, Kim Philby, circula por la avenida Diagonal de Barcelona y se dirige hacia la plaza de Cataluña. Ha llegado con las primeras tropas fascistas, que están ocupando la ciudad.

Al día siguiente, Philby publica un artículo en The Times de Londres, “The fall of Barcelona. An unopposed entry”. Pero el titular del periódico no reflejaba toda la situación porque algunos grupos de comunistas aún intentaban resistir, desesperadamente, aunque unos días antes el gobierno de la Generalitat ya había abandonado la ciudad; después, lo hizo el de Negrín. Con las tropas fascistas en el sur de la ciudad, el ejército republicano apresura su retirada por la carretera de Ribas para seguir por la costa, donde será bombardeado sin piedad, pugnando por alcanzar la frontera francesa. Es un golpe demoledor para la joven República española; Philby lo sabe y lo lamenta, pero debe mostrar alegría: es un militante comunista convertido en espía soviético, que ejerce de periodista conservador de ocasión que contempla la derrota republicana, mientras recorre la Barcelona triste de enero de 1939, llena de falangistas de correaje, tropas marroquíes y navarras, fascistas sanguinarios de comunión diaria, curas de sotana y de cuartel.

Tras la guerra civil, Philby se convirtió en funcionario de la inteligencia británica, y hoy, tantos años después, sigue siendo protagonista de innumerables referencias: Enrique Bocanegra relató su vida durante la contienda española, y Ben Macintyre dio cuenta de sus amistades en Un espía entre amigos, y de su trayectoria en Espía y traidor. Además de sus memorias, My Silent War, la bibliografía sobre Philby es abundante: Patrick Seale, Genrikh Borovik, Phillip Knightley, Anthony Cave Brown, han escrito sobre él, y no hay duda de que seguirán surgiendo informaciones cuando los archivos del KGB, la CIA y el MI6 puedan consultarse. Algunos fondos del MI5 estarán disponibles a partir de 2027. Philby se ha convertido en uno de los grandes espías del siglo XX, pero nunca recibió nada a cambio de su espionaje y sus informaciones a Moscú. Nunca espió por dinero. Todas las fuentes de la época hablan de que Kim Philby era un hombre encantador, atento, educado. Su amigo Graham Greene recordaba las ocurrencias de Philby en el prólogo de My silent war, cuando el espía ya estaba en Moscú. Era, además, capaz de borrar todas las huellas, incondicional con sus amigos, como Anthony Blunt, que también se hizo comunista y espía para Moscú, viendo la resistencia española al fascismo, y como Guy Burgess, otro camarada de Philby.

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En esos días de enero de 1939, Philby callejea por Barcelona, visita el puerto asolado por las bombas fascistas, ve a las chicas de familias pudientes confraternizar con los fascistas, observa los lugares donde se reparten raciones de comida, y va al castillo de Monjuïc, que había servido de prisión durante la guerra. Cuando sale, ve a los soldados de Franco vigilando las laderas de la montaña por donde suben, apesadumbrados y tristes, cientos de republicanos detenidos. Muchos morirán allí.

Philby llevaba meses en España. Había conseguido un acuerdo para publicar crónicas en The Times y fue enviado a la península, donde entra en contacto con el aparato de propaganda franquista, mientras mantiene una aventura con la actriz canadiense partidaria de Franco, Frances Mary Hyde Doble, con quien hizo algunos viajes por el país. En marzo de 1937, Philby se encuentra en Sevilla, y decide ir a ver los toros a Córdoba, una excusa para acercarse al frente, pero es detenido en la ciudad y tiene que tragarse el papel con el código secreto que utiliza para enviar mensajes a la red soviética. Consigue salir airoso del trance, pero necesita nuevos códigos: se los facilita Guy Burgess, que ha viajado para ello hasta Gibraltar. Allí se encuentran, y algunos autores creen que Burgess le encarga una misión más importante: matar a Franco, aunque otras fuentes rigurosas mantienen que la propuesta había sido desechada en Moscú. No se sabe a dónde fue Philby después. Corre peligro. Está en Talavera de la Reina, y tal vez intentó llegar a Salamanca y Burgos. No lo sabemos. Sí hay constancia de que, unas semanas después, a principios de mayo, se encuentra ya en Inglaterra.

En junio de 1937, Philby llega a Bilbao, que las tropas franquistas habían ocupado el día 19, y asiste a la misa en la plaza del Arenal, con Franco y miles de soldados fascistas en un ambiente de exaltación religiosa y patriótica. El general le concede dos entrevistas, que publica en The Times, y ese verano Philby visita el frente de Madrid, Brunete, contempla la caída de Santander. Con la batalla de Teruel en marcha, se instala en Zaragoza con su amante, la actriz Frances Doble, y viven en el Gran Hotel. El último día de 1937, Philby resulta herido en Caudé, un pequeño pueblo turolense, en un ataque donde mueren sus amigos periodistas: Dick Sheepshanks, corresponsal de Reuters, Bradish Johnson, enviado de Newsweek, y Edward Neill, de la Associated Press. Después de recuperarse, Philby es recibido y condecorado en Burgos por Franco. Mientras tanto, sigue enviando mensajes a la Unión Soviética, a través de sus enlaces: contacta mensualmente con Alexander Orlov, responsable del GPU en España. El 3 de marzo de 1938, Philby es recibido por Franco en Burgos: el general va a condecorarlo por haber salido con vida de la explosión que mató a sus compañeros periodistas en Caudé, el 31 de diciembre de 1937. Franco cree que Philby es un periodista conservador, que ya lo había entrevistado dos veces. No sospecha que sea comunista y agente de la Unión Soviética.

La guerra civil española termina. El 28 de marzo de 1939, Philby acompaña a las tropas franquistas que entran en Madrid, como había hecho en Barcelona, y pasa los primeros meses de posguerra en la nueva España fascista: hambre, represión y muerte. En agosto, vuelve a Londres.

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Kim Philby había nacido en el Punjab indio de la colonia, donde su padre, Harry St. John Bridger Philby, era un relevante funcionario del imperio británico que, años después, se convirtió en asesor de Abdulaziz bin Saúd, el guerrero que con la ayuda británica consiguió ser el primer rey de Arabia. St. John Philby, reputado arabista, acabó convirtiéndose al Islam y casándose con una mujer musulmana, Rozy al-Abdul Aziz. Por su parte, Kim Philby se había convertido en comunista durante sus años de estudiante, con Maurice Dobb, y se incorporó al espionaje soviético tras un viaje a Viena, en 1933, cuando solo tenía veintiún años. En Viena, bajo la tapadera de estudiante, colabora con la izquierda durante los primeros meses de 1934, se enamora de una comunista judía, Litzi Kohlman, con quien se casó, y se afilia al partido comunista en mayo de 1934.

Arnold Deutsch, el hombre con quien entra en contacto en 1934 en Londres, le enseña a Philby los recursos para espías, y captan también a Donald Maclean y Guy Burgess. El nombre de Philby para el NKVD será Söhnchen; después, ingresa en 1940 en el MI6, algo que será de gran utilidad para enviar información a Moscú. Philby escribiría muchos años después que supo entonces que dedicaría su vida al comunismo. Según diría décadas después su amiga Flora Solomon (hija de un financiero judío ruso y mujer de izquierda que le presentó a quien sería la segunda mujer de Philby), éste la había intentado captar para el espionaje soviético ya en 1937. El MI6, esa peculiar organización de espionaje que no existe, competente y llena de borrachos, era la poderosa agencia británica donde sus responsables conspiraban y se insultaban entre sí: Trevor-Roper (el historiador que en 1983 tomó por verdaderos los diarios de Hitler, cayendo en el timo) decía del teniente coronel Claude Dansey que era “un perfecto mierda y un corrupto”, opinión que compartía Nicholas Elliott, según aseguraba John Le Carré. A grandes rasgos, puede decirse que el MI5 británico es análogo al FBI estadounidense y el MI6 a la CIA. Philby adopta el disfraz de un conservador, escribe en la Anglo-German Gazette e ingresa en la Anglo-German Fellowship, una sociedad que fomentaba la amistad con la Alemania de Hitler. En el verano de 1936 Philby visita con frecuencia Alemania y se encuentra con funcionarios nazis: tiene la cobertura de trabajar con una asociación angloalemana.

A finales de septiembre de 1939, el Times lo envía a Europa, a cubrir la guerra que ha empezado pero que no contempla batallas, y se instala en Arrás, Francia. El ejército británico ha seleccionado a quince periodistas para que acompañen a las tropas, y Philby es uno de ellos. El 17 de noviembre de 1939, Times publica sus palabras: “Muchos se muestran decepcionados ante el lento inicio del Armagedón. Esperaban peligro, pero encontraron humedad.” No pasa nada en la Segunda Guerra Mundial hasta que el 10 de mayo de 1940, Alemania invade Holanda, Bélgica y Luxemburgo. Esa primavera el periódico lo envía de nuevo a Francia, aunque apenas estuvo unas semanas: Philby embarca desde Boulogne hacia Inglaterra y el 23 de mayo de 1940 llega a Londres. En junio, la operación Dinamo desde Dunkerque retira la expedición británica ante el avance alemán. Después, Philby deja The Times e ingresa en el MI6, que lo destina a una discreta escuela de espionaje en Brickkendonbury Hall: allí encuentra a holandeses, belgas, noruegos e incluso españoles, que se preparan para ejecutar operaciones secretas.

El riesgo siempre acecha. Walter Krivitski, un hombre nacido en la Galitzia austrohúngara que dirigía desde La Haya la inteligencia soviética para Europa occidental, deserta del NKVD en octubre de 1937 y se pasa al bando británico y norteamericano llevando consigo la identidad de decenas de espías soviéticos destinados en Europa, y en 1940 revela al MI5 que un periodista inglés había sido enviado a España por el espionaje soviético para matar a Franco. Por fortuna para Philby, nadie en el MI5 lo relacionó con ello.

En 1941, con Philby ya en el MI6 británico, la guerra asola Europa: son los meses en que frecuenta la casa del curioso Tomás Harris, un marchante de orígenes españoles que ya trabajaba en el MI5 y que captaría a Juan Pujol, Garbo. Harris reunía en su casa de Chesterfield Gardens a gente como Guy Burgess, Nicholas Elliott, Anthony Blunt, Guy Liddell y Victor Rothschild, todos agentes del espionaje, en un ambiente de risas, discusiones y alcohol. Harris tuvo un final desgraciado: se estrelló con su coche, acompañado de su mujer, Hilda, en una carretera mallorquina en 1964, accidente del que, como era de esperar, muchos en Occidente hicieron responsable al espionaje soviétivo.

Philby vive con Aileen Furse, con quien se casa en 1946; trabaja en Londres, lo envían a la sección V del MI6, en Saint Albans, que se ocupaba de combatir el espionaje de otros países y de la contrainteligencia, y vigilaba también la acción de los partidos comunistas en el mundo. Allí iban a visitarlo colegas y amigos como Graham Greene, que en 1942 estará destinado por el MI6 en Sierra Leona. Con la guerra, la sección tuvo que centrarse en el espionaje alemán, italiano y otras potencias fascistas. En 1943, trasladan la oficina a Ryder Street. Philby es muy competente: envía información a Moscú sobre operaciones encubiertas, agentes, líneas de actuación.

Philby recorre Europa para orientar a los grupos que el servicio secreto británico tiene en Francia, Italia, Grecia, Alemania, Suecia. Después, trabaja en Estambul, aquella ciudad cosmopolita y exótica donde todos los espías se conocían hasta el punto de bromear en público: según el finado escritor israelí Barry Rubin, una canción, Boo, Boo, Baby, I’m a Spy, que había escrito un agente de la OWI (United States Office of War Information), se tocaba cada vez que entraba algún espía en los salones del Hotel Park.

La guerra no se detiene, y Stalingrado es un mazazo de muerte para Hitler, y un aviso para Washington y Londres. Según cuenta Philby en sus memorias, en 1944 los servicios secretos británicos, el MI5 y el MI6, empezaban a prepararse ya para el enfrentamiento con la Unión Soviética. Él mismo propuso la creación de la Sección IX para desarrollar trabajo de contrainteligencia y le encargaron su dirección: así, Philby pudo informar a Moscú de las operaciones anticomunistas que la Sección del MI6 organizaba. Philby ya no era Söhnchen: era el agente Stanley. Y de nuevo acecha el peligro: el diplomático soviético Konstantin Vólkov deserta en 1945, en Estambul, y promete que revelará la identidad de centenares de espías soviéticos a cambio de dinero y de asilo político, pero exige una respuesta en veinte días. El MI6 decide enviar un emisario a la ciudad turca para intervenir y, en los preparativos de la operación, Philby fuerza con habilidad que le encarguen la misión: teme que Vólkov revele datos que descubran su actividad y, tras informar del asunto a Moscú, retrasa deliberadamente su llegada a Estambul para dar tiempo al NKVD a detener a Vólkov e impedir que Londres se apodere de la información que ofrece el traidor. Con increíble competencia y habilidad, en el filo de la navaja, Philby desmontaba las operaciones de la Sección que él mismo dirigía. Cuando la Segunda Guerra Mundial termina, Philby ha conseguido la orden del Imperio británico, que se añade a la medalla que le otorgó la España franquista y, en secreto, la orden de la Bandera Roja soviética que le concede Moscú.

Su amistad con James Angleton (que dirigía en Roma la OSS, Office of Strategic Service, antecedente de la CIA) le permitió recibir en 1946, durante una visita a Roma, su confidencia de que la OSS había logrado introducir micrófonos en las oficinas de Palmiro Togliatti que grababan las conversaciones del dirigente comunista. Philby comunicó el hecho a Moscú que, con toda probabilidad, advertiría a Togliatti. De hecho, Angleton desempeñó un importante papel en la manipulación de las elecciones italianas de 1948 para arrebatar la victoria al Partido Comunista Italiano, y tras la fuga de Philby a Moscú en 1963, cuando Angleton ya desempeñaba sus funciones en Langley, creyó que la CIA estaba llena de espías soviéticos y que Moscú controlaba a Olof Palme y Willy Brandt; llegó a sospechar de Henry Kissinger. Lo expulsaron de la CIA en 1974: fue forzado a renunciar. Angleton, un rabioso anticomunista, había tenido lazos con la mafia italiana, perseguido a los comunistas, organizado grupos terroristas, preparado atentados sangrientos.

En 1947, Philby va a a trabajar a Estambul. La misión del MI6 en Turquía (en colaboración con la CIA, creada ese mismo año) era vigilar los grupos de espionaje de otros países, sobre todo de la Unión Soviética y, principalmente, infiltrar agentes en Ucrania y en el Cáucaso soviético para crear núcleos de oposición y estimular protestas y revueltas contra el gobierno de Moscú. La CIA había iniciado ya lo que denominaría la “guerra secreta” contra la Unión Soviética. Dos años después, le proponen a Philby trabajar en Estados Unidos, en contacto con el FBI y la CIA. Acepta, se embarca en el transatlántico RMS Caronia y llega a Nueva York el 7 de octubre de 1949, instalándose en Washington, donde es recibido calurosamente por los responsables de la CIA y el FBI. Siempre perspicaz y preciso, Philby juzga a jefes del espionaje norteamericano con dureza: a Allen Dulles, entonces subdirector de la agencia, que llegaría a ser responsable de la CIA, lo considera un incompetente.

A inicios de los años cincuenta, la caza de brujas del senador McCarthy y la guerra de Corea hacían irrespirable el ambiente en Estados Unidos, y el miedo atenazaba a la izquierda: la policía persigue con saña al Partido Comunista estadounidense. Los servicios secretos británicos empiezan entonces a sospechar de Burgess, aunque su alcoholismo y peculiar forma de vida lo protegían: muchos lo consideraban un excéntrico, incapaz de formar parte del espionaje soviético. También recaen sospechas sobre Maclean, que precipitan planes para su detención. Ante el inminente peligro, la red soviética prepara un plan de evasión: el 25 de mayo de 1951, Maclean y Burgess viajan en secreto a Southampton, toman un barco hacia Saint-Malo, desde allí llegan a Rennes, después van en tren a París, y finalmente a Berna. En Suiza, la embajada soviética les facilita pasaportes falsos y suben a un avión con destino a Estocolmo, aunque ellos descienden en la escala de Praga. Están a salvo, Checoslovaquia es ya el mundo socialista. Unos días después de la fuga, convocan a Philby a Londres para discutir la fuga de Maclean y Burgess: el 11 de junio abandona Estados Unidos, adonde nunca volvería, para responder a las preguntas del MI6. Ellos tres, Philby, Maclean y Burgess, junto a Anthony Blunt y John Cairncross, eran los “cinco de Cambridge”.

El espionaje británico no tiene pruebas contra Philby, pero le vigilan, e incluso el primer ministro Churchill ordena que le interroguen. Después, llegan sospechas firmes contra él: Donald Maclean y Guy Burgess han huido, se sabe ya que a la Unión Soviética, y Philby es interrogado en Londres. Lo despiden: hasta la CIA prohíbe que vuelva a Estados Unidos. Su vida en Londres se quiebra cuando tiene que aceptar la salida del MI6, aunque las pruebas en su contra eran débiles. Pero el MI5 no suelta el hueso: Milmo, un abogado que había participado en los juicios de Núremberg, lo interroga durante horas con dureza, y después lo hace un viejo sabueso, William Skardon, con quien tiene que hablar durante semanas y que no encuentra pruebas, aunque el MI5 llena más de treinta volúmenes con la transcripción de sus conversaciones telefónicas intervenidas. A inicios de 1952, sin trabajo, Philby no sabe qué puede hacer con su vida. Ha pasado, en apenas seis meses, de estar destinado en Estados Unidos con una importante responsabilidad a verse en la calle. Consigue un empleo mal pagado en una empresa que importa naranjas de España, pero la compañía quiebra y se ve obligado a depender de sus amigos y del dinero que le envía su padre desde Arabia.

En mayo de 1952, Philby va a Madrid durante varias semanas. Cuando regresa no sabe que nunca volverá a España. En Londres, los servicios secretos británicos lo espían y siguen a todas partes, controlan todos sus movimientos: hasta el punto de que durante cuatro años le es imposible entrar en contacto con los soviéticos. Tiene serios problemas económicos, pero el KGB conoce su situación y consigue hacerle llegar a través de Anthony Blunt cinco mil libras en junio de 1954, una cantidad muy respetable. Ha podido resistir cuatro años desde los interrogatorios de 1951, sin que puedan demostrarle nada. Pero Philby está ya al final de la escapada.

El 23 de octubre de 1955, el Sunday News neoyorquino publica que Philby es el “tercer hombre”, tras Maclean y Burgess. La noticia ha sido facilitada por el director del FBI, el siniestro J. Edgar Hoover. Dos días después, Philby mira el diario Evening Standard que lleva un pasajero que se sienta a su lado en el metro londinense y ve su nombre escrito. El periódico le identifica también como “el tercer hombre”, tras la desaparición de Guy Burgess y Donald Maclean. Le han descubierto, aunque no tengan pruebas, y su casa en Crowborough se llena de periodistas. El ministro de Asuntos Exteriores, MacMillan, que dos años después será primer ministro, asegura en la Cámara de los Comunes que Philby no es un espía, en medio de un tenso ambiente parlamentario, y al día siguiente él declara que todo es falso, con un impresionante aplomo ante la prensa que ha convocado en casa de su madre. Incluso sus detractores tienen que retroceder, como el severo coronel Marcus Lipton, diputado laborista. El contacto soviético celebra su declaración y su seguridad. Parece que Philby se ha salvado, aunque obligado por su mala situación económica vive en Irlanda durante varios meses para escribir un libro sobre la historia de una imprenta, y vuelve a Londres en abril de 1956, cuando Jruschev visita Gran Bretaña.

Philby ha conseguido salir airoso, y tras tantos años de seguimiento estricto sus vigilantes constatan que no ha podido tener contacto con los soviéticos. Así, su amigo Elliott, que siempre lo había defendido, consigue su reingreso en el MI6, hasta el punto de que en agosto lo envían como corresponsal de The Economist y The Observer a Beirut como tapadera para seguir actuando para el servicio secreto, en el momento de la crisis de Suez. Pasa unos años tranquilo en Beirut, se enreda con la esposa del corresponsal del New York Times en la ciudad. Beirut es un nido de espías, y los tentáculos británicos y norteamericanos llegan muy lejos, hasta el punto de que controlan incluso los números de serie de los billetes que los bancos entregan a los diplomáticos soviéticos, obviamente con la complicidad de las entidades.

Su segunda mujer, Aileen Furse, había muerto a finales de 1957, y Philby vuelve a casarse por tercera vez, ahora con su amante de Beirut, Eleanor Kerns, en enero de 1959. Vive tranquilo, feliz, cocina de vez en cuando, lee poesía alemana a su esposa. Cuando su amigo Elliott se hace cargo de la estación del MI6 en Beirut, Philby aumenta su actividad. Viaja a Siria, Jordania, Iraq, Egipto, Yemen, Arabia, conoce la identidad de los políticos de la región que son sobornados por los servicios secretos británicos; mientras los hombres de la CIA trabajan para consolidar a la familia Saúd en Arabia, para derrocar al gobierno sirio, para comprar incluso al presidente libanés y pagar los servicios de anticomunistas en toda la región. Pero en 1961, el descubrimiento y condena de George Blake lo conmueve: ha sido condenado a cuarenta y dos años de prisión por espionaje a favor de la Unión Soviética. En esos años, Philby bebe más de la cuenta.

En octubre de 1962, Elliott había dejado Beirut para volver a Londres, ascendido en la jerarquía del MI6. Es el momento de la crisis de los misiles o del Caribe, y de la detención de Oleg Penkovski, un coronel del GRU soviético que espiaba para el MI6 y la CIA y que había revelado al espionaje estadounidense la instalación de los misiles soviéticos en Cuba. La situación es muy tensa, y los sabuesos del MI5 vuelven a acosar a Philby gracias a las informaciones de aquella amiga de juventud, Flora Solomon, que le había presentado a quien sería su segunda esposa. Solomon declara que Philby había intentado captarla en 1937, y su testimonio renueva las sospechas sobre él. El asunto llega incluso al primer ministro Macmillan: es un asunto grave, y los servicios secretos británicos barajan también la opción de matar a Philby, pero optan por ofrecerle un trato: inmunidad a cambio de una confesión completa y de la revelación de los espías soviéticos que conoce. Encargan a Elliott la misión de hablar con él, y llega a Beirut el 10 de enero de 1963.

Dos días después, su íntimo amigo del MI6, Nicholas Elliott, le abre la puerta de una casa de Beirut donde Peter Lunn, jefe de la estación del MI6, ha citado a Philby. Ligan una extraña y tensa conversación de viejos amigos y camaradas de francachelas. Elliott había pasado por Eton y por el Trinity College de Cambridge y se incorporó al espionaje en busca de emociones; desde entonces son íntimos amigos, habían hecho juntos guardias nocturnas en el centro del MI6 y fiestas llenas de risas y alcohol, compartido muchas cenas y fines de semana, y Elliott había defendido con pasión a Philby ante los responsables del espionaje británico cuando lo interrogaron en Londres. Pero ahora están en dos trincheras enfrentadas. Elliott le dice que saben que trabaja para la Unión Soviética. Hablan durante horas. Philby, según las palabras de Elliott, “se derrumba” entonces, y tras cuatro días de conversaciones, el espionaje británico le ofrece el pacto de que revele todo lo que hizo, todo lo que contó a Moscú, a cambio de inmunidad. Philby duda. Cuando abandona la casa, tras varios días de conversaciones, acude a una cita con su contacto del KGB que le transmite la opinión de Moscú: debe abandonar rápidamente Beirut. El 23 de enero, sin decir nada a su mujer Eleanor, embarca en secreto en el carguero soviético Dolmátova y llega a través del Bósforo a Odessa. Ya está en la Unión Soviética. Dos meses después, obtiene la ciudadanía y aparece en la portada de Izvestia. Ese verano, muere Burgess en Moscú. Se ha terminado para siempre una etapa de su vida. Por su parte, Elliott acabaría asesorando a Margaret Thatcher.

Donald MacLean y Guy Burgess ya habían huído a la URSS en 1951. Anthony Blunt siguió en Inglaterra, hasta que Margaret Thatcher lo denunció en la Cámara de los Comunes, aunque permaneció allí. Philby vive en Moscú, adonde viaja su mujer Eleanor en septiembre de 1963. Después, se separa de ella, y en 1970 se casa con Rufina Ivanovna Pujova, una soviética de origen polaco. Philby murió en 1988 en Moscú, y fue enterrado en el cementerio de Kuntsevo, junto a Malenkov y Morris Cohen: como él mismo dijo, la Unión Soviética era su verdadera patria, y el estado soviético le honró con la Orden de Lenin. En sus memorias, Philby escribió que tenía confianza en que “los principios de la revolución sobrevivirían a las aberraciones de los individuos”.

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En aquellos años en que los agentes secretos británicos todavía llevaban sombrero de fieltro y gabardina, el padre de Philby acabó facilitando la entrada norteamericana en el petróleo de Arabia y sellando una alianza política que llega hasta nuestros días. Las vueltas de la vida. Cuando Philby entró en Barcelona con las tropas fascistas de Franco no podía imaginar que al año siguiente ingresaría en el servicio de inteligencia británico, ni que acabaría viviendo en Moscú. Tampoco, que algunos de sus camaradas tendrían un futuro arduo, y algunos, escaso. En 1942, desaparece Arnold Deutsch, el comunista que le había enseñado las cautelas del espionaje. Algunas fuentes creen que fue asesinado por los nazis; otras, como el propio Philby, que se ahogó cuando su barco (que, casualidades de la historia, se llamaba Donbass) se dirigía a Nueva York y fue hundido por un submarino: nunca pudo iniciar en América la misión que le había encomendado Moscú. Alexander Orlov, un antiguo responsable de Philby, desertó en 1938 y huyó a Estados Unidos: allí, colaboró con la CIA y escribió por dinero sus libros de denuncia. Vivió así más de treinta años, pero el final de su vida, ingresado en un hospital, le sorprendió leyendo Por quién doblan las campanas, la novela de Hemingway que recoge la lucha antifascista. Seguro que Orlov pensaba en los viejos tiempos de la guerra civil española.

Walter Krivitski murió en un hotelucho de Washington en 1941. El FBI descartó que fuera asesinado. Había desertado en 1938, tras el asesinato de Ignace Reiss en septiembre de 1937 y la ejecución de Theodore Maly. Publicó después artículos denunciando a Stalin y la política soviética, y el 5 de noviembre de 1938 sube al Normandie con rumbo a Nueva York. Allí, se encontró con el comité Dies (el comité de McCarthy), escribió más artículos y un libro, In Stalin’s Secret Service, y colaboró con los servicios secretos norteamericanos y británicos para descubrir a los agentes soviéticos. Viajó a Londres en 1940 para entrevistarse con el MI6 británico, y delató a más de cien personas. Pero no pudo resistir el remordimiento. El 10 de febrero de 1941, lo encuentran en su cama del hotel, ensangrentado; con tres notas manuscritas en la mesa, en inglés, ruso y alemán. Había comprado horas antes una pistola del calibre 38, y poco después se suicidó en el hotel. El día anterior, el matrimonio Dobert, amigos suyos que habían huido del nazismo a Estados Unidos, se encontraron con él, y lo vieron nostálgico: añoraba los viejos tiempos, explicaba historias de la guerra civil española, hablaba de la República de Azaña y de Negrín, cantaba en ruso canciones del Ejército Rojo.

“Hablas de mí como si hubiera muerto”, escribió Harold Pinter en Viejos tiempos. Viviendo ya en Moscú, algo parecido debió pensar Philby cuando comprobó que su amigo Elliott no le contestaba tras haberle propuesto reunirse en Helsinki o en Berlín. Tal vez Philby solo quería hablar de eso, de los días de Beirut, de las risas y el fulgor de la vida entre las copas de whisky en la casa londinense de Harris, del bullicio de una noche que no terminaría nunca, de los viejos tiempos en que sonreía cuando brotaban en el Hotel Park de Estambul unas notas de piano, Boo, Boo, Baby, I’m a Spy.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.