Tal vez presentismo asentado en la conciencia de la brevedad de la existencia individual, con el egoísmo hecho máxima: «Tras de mí el diluvio; allá los que vengan». O reflejo subjetivo de la lógica de un sistema basado en la maximización de las ganancias, a toda costa y a todo costo. O ambas razones. Y […]
Tal vez presentismo asentado en la conciencia de la brevedad de la existencia individual, con el egoísmo hecho máxima: «Tras de mí el diluvio; allá los que vengan». O reflejo subjetivo de la lógica de un sistema basado en la maximización de las ganancias, a toda costa y a todo costo. O ambas razones. Y más.
Lo cierto es que buena porción de la humanidad se comporta como si no tuviéramos hipotecado no ya el mañana, sino el ahora, cuyo deterioro solo escaparía a la percepción de un ¿desavisado?; no, a la de un… Los cubanos nos gastamos un término de rica, sugerente connotación que traduce a buen romance el envarado vocablo «coprófago». Otros dirían: tonto, memo, simple, lerdo, gilipollas. En fin, da igual.
¿Acaso no recibimos un aluvión de advertencias al respecto? Recientemente nos enterábamos de que en Canadá los períodos invernales están siendo mucho más cálidos y cortos que hace unos 30 años; y los patrones de temperatura y de vida vegetal se han trasladado más de 700 kilómetros al norte, mientras el hielo se retira de allí y no regresará al menos en un milenio, a causa de las emisiones de carbono resultantes de la quema de combustibles fósiles.
«Para 2091, el norte del planeta tendrá estaciones, temperaturas y posiblemente vegetación comparable a las halladas hoy entre los 20 y 25 grados de latitud», precisa a IPS uno de los integrantes de un equipo internacional que utilizó información de satélite para medir las variaciones en la frontera con los Estados Unidos. La zona se calienta más rápido que cualquier otra parte del mundo, como consecuencia de la pérdida de nieve y hielo, según Ranga Myneni, quien calza el aserto con el ejemplo del extremo superior de Suecia: «podría pasar a parecerse más al sur de Francia para fines de siglo».
Los optimistas a ultranza, o desavisados, ¿no?, deberían dejar de aplaudir el posible turismo y, como apostilla Scott Goetz, subdirector y especialista principal del Woods Hole Research Center (EE.UU:.), pensar «en la migración de las aves al Ártico en verano y la hibernación de los osos en el invierno: cualquier alteración significativa de las temperaturas y la vegetación estacional probablemente impacte la vida no solo en el norte, sino en otros lugares que aún desconocemos».
Cualquier transformación, sí, como la previsible disminución del hielo del mar del Este de Siberia, que acarrearía una importante liberación de metano y, con ella, un costo equivalente a la economía planetaria en 2012. Esto resta argumentos a quienes peroran sobre supuestos beneficios, como el aumento de la extracción de petróleo y gas en la región y la apertura de rutas marítimas que atraerían inversiones de cientos de miles de millones.
No en vano la Agencia Internacional de la Energía no ceja en repetir que el año 2020 será demasiado tarde para tomar decisiones. Y no es para menos. Recordemos que ni la última y multitudinaria -17 mil participantes- Conferencia sobre Cambio Climático (COP 18) consiguió comprometer a todos los gobiernos del orbe a embridar las emisiones hasta reducir a dos grados Celsius el caldeamiento, actualmente situado en un rango de entre cuatro y seis grados.
¿De qué manera convencer a políticos y politicastros -¿atinaremos diferenciándolos?- de que el tiempo urge? ¿Comunicarles despacio y con voz estentórea que un estudio publicado por la revista Science, y comentado prolijamente por el colega Javier Salas (Kaosenlared.org), ha relacionado por vez primera entre los perjudiciales efectos futuros el azuzamiento de la violencia interpersonal y estatal? ¿Deletrearles el fragmento que reza: «si las futuras poblaciones responden de manera similar a las poblaciones del pasado, entonces el cambio climático antropogénico tiene el potencial de incrementar sustancialmente los conflictos por todo el mundo»?
Sin duda habría que insistir en que, tal concluye el aludido informe, de la universidad de Berkeley, «el clima influye sobre la economía, los mercados de trabajo, la capacidad de los dirigentes para responder a los desafíos»; y «provoca desigualdades, inestabilidad del precio (y el acceso) a la comida, grandes migraciones e incluso la psicología y las capacidades cognitivas.»
Quizás a la postre las elites de poder atiendan. Pero ¿accederían a despojarse del presentismo, el individualismo, la lógica de la maximización de las ganancias? Se trata de un dilema que solo no distinguiría un tonto, un memo, un simple, un lerdo, un gilipollas. ¿Un desavisado? Me quedo con el calificativo cubano. El de más rica connotación de todos, creo yo.
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