Durante la Segunda Guerra Mundial, Eugenio Pacelli -Pío XII- encabezó a la Iglesia Católica. El proceso de su beatificación ha sido muy tortuoso y discutido, por las denuncias de su simpatía con el nazismo y su silencio ante el holocausto. Eugenio Pacelli (1876-1958), desde el Vaticano, representó para millones de creyentes católicos un ideal de […]
Durante la Segunda Guerra Mundial, Eugenio Pacelli -Pío XII- encabezó a la Iglesia Católica. El proceso de su beatificación ha sido muy tortuoso y discutido, por las denuncias de su simpatía con el nazismo y su silencio ante el holocausto.
Eugenio Pacelli (1876-1958), desde el Vaticano, representó para millones de creyentes católicos un ideal de santidad, dedicación, autoridad suprema por mandato divino e infalibilidad en sus juicios. Antes de acceder al trono de San Pedro, en 1939, ya había desarrollado una larga carrera, primero como joven y brillante abogado, y luego como nuncio papal en Munich y Berlín desde la década de los veinte. Durante años fue trabajando para lograr un Concordato, es decir, un tratado Iglesia-Estado, entre el papado y Alemania. Las aspiraciones de Pacelli eran cuestionadas no sólo por la oposición de la poderosa iglesia protestante alemana, sino también por los propios católicos que criticaban sus concepciones profundamente autoritarias*.
El Concordato de 1933
El 30 de enero de 1933, Hitler juró su puesto de canciller. Al Vaticano y su diplomático Pacelli se les abrió la oportunidad de concretar sus objetivos. En julio se firmaba el Concordato. El tratado autorizaba al papado a imponer el nuevo código a los católicos alemanes y garantizaba generosos privilegios a las escuelas católicas y al clero. A cambio, la Iglesia católica alemana, su partido político parlamentario y sus cientos y cientos de asociaciones y periódicos se comprometían «voluntariamente», obligados por Pacelli, a no inmiscuirse en la actividad social y política. Tanto el Partido de Centro como la comunidad católica, siendo una minoría en la población, tenían peso y habían desarrollado hasta entonces una importante actividad antinazi. Esa abdicación del catolicismo político alemán en 1933, negociado e impuesto desde el Vaticano por el papa Pio XI y con la gestión de Pacelli en Berlín, permitió que el nazismo pudiera asentarse sin tener que enfrentar la resistencia de la comunidad católica.
Ya había sido decisiva la política suicida del Partido Comunista alemán, orientado por Stalin y la burocracia soviética, que habían dividido y paralizado a los trabajadores por su política de enfrentar a la socialdemocracia como «el principal enemigo», facilitando el ascenso al poder del nazismo.
En la reunión del gabinete del 14 de julio de 1933, el propio Hitler festejó como un triunfo la garantía de no intervención firmada con Pacelli, considerando que le dejaba las manos libres para resolver a su modo «la cuestión judía».
Pío XII y los horrores del nazismo
En 1939, Pacelli fue nombrado Papa, y tomó el nombre de Pío XII. Comenzaba la Segunda Guerra Mundial. Desde el Vaticano se desarrollaba una cruzada contra «el bolchevismo», que él continúo con entusiasmo, y que tuvo gran importancia política luego de 1945 y durante la Guerra Fría. Desde el inicio de su papado, Pío XII mantuvo un total silencio y «neutralidad» ante el avance del nazismo y sus crímenes espantosos.
Uno de los hechos más atroces y documentados se refiere a la deportación de los judíos romanos, en 1943. En octubre, camiones de las SS entraron al viejo gueto de Roma y comenzó la redada. El objetivo era concentrar algo más de un millar de hombres, mujeres y niños, en el Collegio Millitare, para luego embarcarlos en trenes hacia el norte. Pacelli rápidamente tuvo noticias del operativo. Algunos de los camiones tomaron un camino que les permitiera pasar delante de la Plaza de San Pedro, se dice que para que los SS alemanes pudieran apreciar la Basílica… Se dice también que los judíos gritaban, tratando de llamar la atención del Pontífice… Hubo muchas presiones para que Pío XII se pronunciara denunciando la deportación. Incluso autoridades de ocupación preferían que no se hiciera el operativo, temiendo una rebelión del pueblo romano. Pero Pacelli guardó silencio. Luego de la caída de Mussolini y a medida que se aproximaba la caída del nazismo se acrecentaron los reclamos sobre la complicidad de Pío XII con el Tercer Reich, tanto desde los países ocupados como de integrantes de la propia Iglesia Católica. En un giro total, desde 1945 el Vaticano adoptó un discurso «democrático» y se plegó a las celebraciones de la liberación.
El Papa de Hilter
El 9 de octubre de 1958 murió Pío XII. Su papado fueron casi 20 años durante los cuales la pompa y la suntuosidad vaticana habían florecido como nunca. Poco después, en 1959, se pusieron en marcha los trámites para la beatificación. Pero en 1963, una obra de teatro estrenada en Alemania puso en marcha una denuncia que no ha cesado. En El Vicario, de Rolf Hochhuth, aparecía la afinidad hacia el nazismo y la complicidad con la «Solución Final» de Pío XII, retratado como un personaje cruel y cínico, más preocupado por salvar los bienes materiales del Vaticano que a los judíos perseguidos. La obra fue un éxito en Broadway. En la Argentina se entrenó en febrero de 1966 en el Teatro Lasalle de la Capital Federal, y fue prohibida dos días después, aunque el elenco se trasladó y la presentó en Mar del Plata.
Hasta ahora, muchos de los documentos que terminarán de aclarar estos hechos siguen siendo guardados como secretos en los archivos vaticanos. Pero un joven católico que se dedicó a investigar con el objetivo de limpiar el nombre de Pacelli, publicó lo que es hasta ahora la obra más completa y documentada, El Papa de Hitler. El autor, John Cornwell, hizo esa definición contundente luego de su investigación, mientras hacía el doctorado en el Jesus College de Cambridge. El prestigioso director de cine Costa-Gravas también lo difundió en su película Amén, estrenada con bastante revuelo en Europa en 2002.
Sin duda, hubo muchos católicos que dieron su vida luchando contra la bestia fascista y nazista. Así también hubo sacerdotes y monjas que protegieron a los judíos y demás perseguidos. Uno de ellos es recordado también en una película estrenada en 2005, El Noveno Día, el abad polaco Henri Kremer, quien estuvo confinado en Dachau. Pero la gestión de Pío XII en el Vaticano mantiene fielmente la trayectoria de una institución ultrareaccionaria, oscurantista y cómplice de los poderosos que es propia de la Iglesia Católica.
Ratzinger y una beatificación difícil
Benedicto XVI viene intentando convertir a Pío XII en un santo más y lo elogió en la misa que celebró por los cincuenta años de su muerte. El trámite de beatificación despierta denuncias y reclamos sobre la afinidad de Pacelli con los nazis. Este mes, por ejemplo, el lunes 6 se realizó la jornada inaugural de las actividades del Sínodo Mundial de Obispos, un muy importante evento de la jerarquía vaticana. Allí, por primera vez, estaba invitado e hizo uso de la palabra un no católico. Benedicto XVI invitó especialmente al gran rabino de Haifa (Estado de Israel), Shear Yshuv Cohen, para que disertara sobre el papel de las Sagradas Escrituras en la fe judía. Para sorpresa y disgusto del Papa, el religioso en su discurso, aunque no mencionó explícitamente a Pacelli, se quejó de que «muchos, incluso grandes líderes religiosos, no levantaron su voz para salvar a nuestros hermanos», ante el nazismo. Luego, ante periodistas, el rabino fue más allá, ya que criticó el proceso de beatificación de Pío XII que está llevando adelante el Vaticano. Según Cohen, «No habló, quizá porque tuvo miedo o por otros motivos, y nosotros no lo podemos olvidar» (La Nación, 8/10/08).
Ya hubo roces en 2007, cuando el nuncio papal no participó en la ceremonia de homenaje a las víctimas del holocausto en el memorial de Yad Vashem, en una de las colinas de Jerusalén. Allí se incorporó una imagen de Pacelli, con una leyenda que decía que «no hizo nada para condenar el racismo, el antisemitismo y el exterminio de los judíos» (Clarín, 13/4/07).