“Los pobres comemos mierda. Pero… ¡no alcanza para todos!”. Pintada callejera
Algunas pocas décadas atrás el mundo parecía más fácil de explicar. O, al menos, parecía que tenía una lógica histórica que llevaba claramente hacia algún lugar bien definido. Dividido como estaba por visiones ideológicas antitéticas e irreconciliables: capitalismo y socialismo, todo parecía más claro. Había “buenos” y “malos”, dependiendo, por supuesto, del lugar desde donde se mirase.
Esa supuesta lógica mostraba que la historia, a partir de la aparición de clases sociales enfrentadas cuando hubo un excedente en la producción y se salió de la fase de pura sobrevivencia (caza, pesca y recolección de frutos), lleva lentamente a una mejora en las condiciones generales de vida: del despotismo de un monarca a las democracias modernas, de la venta de esclavos y sacrificios humanos o la antropofagia, a los derechos humanos modernos surgidos en Occidente, del patriarcado brutal a la pareja igualitaria. Así, con la llegada de la industria moderna (sinónimo de capitalismo), la humanidad estaría en condiciones de saltar a una fase superior, dada la fabulosa riqueza acumulada, construyendo una sociedad donde se terminen las odiosas diferencias de clase que vienen dinamizando la historia en estos últimos milenios. Se entraría de ese modo en una organización social donde regiría la máxima –formulada por Marx– de “De cada quien según su capacidad, a cada quien según su necesidad”. Eso sería el comunismo. Aunque viendo cómo va el mundo hoy día, la cuestión que se plantea es: ¿vamos realmente hacia eso?
En las últimas décadas del siglo pasado, según el bando ideológico donde alguien se ubicara, se veía la revolución socialista como algo cercano, ya al alcance de la mano (para la izquierda), o como un cuerpo extraño que había que eliminar (para la derecha). De más está decir que las posiciones de izquierda eran levantadas por una muy minúscula porción de población, aquellos que habían tenido la dicha de poder desarrollar pensamiento crítico en contra de la ideología oficial del sistema; la visión dominante era, incontestablemente, conservadora, tal como lo sigue siendo hoy (“La ideología dominante es siempre la ideología de la clase dominante”). En otros términos: para el campo popular de todo el mundo había una esperanza: si algunos países habían logrado entrar en la senda del socialismo (Rusia, China, Cuba), el cambio sí era posible. Ese cambio, se veía, traía buenos resultados para el pobrerío, más allá de la infame guerra mediático-cultural que la maquinaria propagandística capitalista impulsaba con vehemencia para mostrar el socialismo como imposible, dictatorial, sanguinario.
Ante la posibilidad del cambio, el sistema prendió sus alarmas. Los que realmente dirigen la marcha del mundo –que no son los presidentes, los mandatarios elegidos “popularmente” en esa farsa que son las democracias, y mucho menos el “soberano” al que se lleva a votar cada unos cuantos años– visualizaron que el peligro de expropiación rondaba. Las décadas de los 60 y 70 habían abierto numerosas voces que, de un modo u otro, se evidenciaban anticapitalistas: desde un movimiento hippie anti-consumo a las guerrillas marxistas, desde la revolución de los Panteras Negras al Mayo francés, desde los procesos de liberación nacional del África a la Teología de la Liberación de la Iglesia católica, desde la mística guevarista a las organizaciones populares de base que crecían sin detenerse; todas ellas fueron brutalmente silenciadas a) con represiones sangrientas y ejemplificadoras y b) con planes neoliberales que desarmaron la protesta popular e hicieron vencer triunfalmente a los capitales sobre la masa trabajadora: “tener trabajo es un lujo y hay que cuidarlo. Si piden “la milla extra”, hay que agachar la cabeza y darla”
Los medios de control social de la derecha triunfadora arreciaron en forma exponencial. a) Aparición de un consumo fabuloso de drogas (operación Chaos de la CIA mediante, con lo que se introduce la cultura de los estupefacientes: “Es conveniente para las mismas estructuras de poder y riqueza que los jóvenes vivan presa de las adicciones y permanentemente drogados a que se despojen de su social-conformismo y muestren su inconformidad ciudadana por los cauces de la praxis política y la organización comunitaria.” [Isaac Enríquez Pérez]), b) tecnologías comunicaciones llevadas al paroxismo en su ideología anticomunista, c) visión de triunfo omnímodo sin apelaciones del mercado, d) desmantelamiento/cooptación de los sindicatos, e) aniquilación sangrienta de los movimientos guerrilleros, f) entronización total del individualismo hedonista, g) una problemática nueva y altamente dañina como la aparición imparable de la violencia callejera que trastoca la cotidianeidad forzando a desarrollar una paranoia social (hay que cuidarse del otro), h) en Latinoamérica, avalancha indetenible de cultos neoevangélicos con un mensaje de desmovilización paralizante. Todo eso hace posible que hoy no aparezcan propuestas de izquierda revolucionaria viables, viviéndose un clima de despolitización, de apatía. Pareciera que lo más a que se puede aspirar desde el campo popular es a los llamados “progresismos” (capitalismo con rostro humano, siempre en el marco de la institucionalidad burguesa reinante. Si esos procesos intentan “pasarse la raya”, ahí están los ejércitos para “salvar” la democracia, o toda la parafernalia de “golpes suaves” que la élite poderosa ha sabido idear. La pretendida “lucha contra la corrupción” se inscribe en ese marco).
El sistema logró ir apagando la idea de revolución. “Es más fácil que se termine al mundo a que se termine el capitalismo”, llegó a decirse. Todo cae, nada es eterno, pero de todos modos la idea que transmite el actual triunfo del capital sobre la masa trabajadora es tan avasalladora que puede llegar a creerse eso. ¿Puede caer el capitalismo? Lo sucedido en la Unión Soviética, por ejemplo, es utilizado por la derecha para demostrar la inviabilidad del socialismo. O lo que sucede ahora en Venezuela. El bombardeo mediático es tan fenomenal que se ha logrado instalar la idea de “socialismo = dictadura hambreadora”. ¿Qué conocemos, por ejemplo, de Corea del Norte: solo que es una dictadura belicista manejada por un déspota chiflado? ¿Será cierto? ¿Qué información veraz tenemos de ello?
Hoy no solo se ven cerradas las puertas, sino que aparecen otros problemas nuevos en escena –así como el tema de la enseñoreada delincuencia cotidiana, o las imparables migraciones masivas que pasan a ser un problema político-social– que complejizan mucho más el panorama para un cambio revolucionario sostenible. Trabajadores sin futuro del Sur que marchan desesperados hacia el Norte (Estados Unidos y Europa occidental) son vistos por la misma clase trabajadora de los países prósperos como una “amenaza”, a partir del discurso manipulador de la corporación mediática capitalista. Gracias a eso, entre otras cosas, propuestas xenofóbicas y supremacistas se instalan en el imaginario colectivo. La solidaridad del internacionalismo proletario, el sistema logró trocarla en desconfianza. La caída de los socialismos reales y el paso dado por China a su “socialismo de mercado” quitaron del mapa los referentes que antes tenían los pueblos del mundo. Rusia, lo vemos con angustia, es una potencia tan capitalista como las de Occidente disputando espacios de poder a base de misiles. China, con un planteo socialista “raro”, cuestionable desde el punto de vista marxista, está resolviendo sus problemas sociales internos (terminó con la pobreza crónica), pero en términos de geopolítica no promueve, precisamente, la revolución global, aunque condone algunas deudas de los países que le deben fuertes sumas de dinero. ¿Qué le queda al pobrerío de cualquier país? ¿Consolarse con los progresismos y esperar el próximo mundial de fútbol como distracción? ¿Drogarse con las nuevas sustancias químicas las juventudes o seguir la telenovela de moda los no tan jóvenes?
La pregunta de hacia dónde va el mundo causa inquietud. Las causas que encendieron la Comuna de París en 1871 o la Revolución rusa de 1917 permanecen inalterables. Son las mismas que hacen que el 85% de la población mundial en la actualidad viva mal, con escasez y con miedo, o que casi 3,000 personas diarias huyan de la pobreza del Sur hacia la supuesta prosperidad del Norte. Todo esto debería encender la protesta y hacer terminar el capitalismo de una buena vez. Pero no es así. El sistema se sabe mantener muy bien, y a la gente se la hace hablar más de la muerte de la parásita reina británica que de sus propias carencias cotidianas. ¡Patético…, pero es así! El socialismo, como van las cosas, parece que debe seguir esperando. No ha fracasado: ¡se lo ha dormido temporalmente! (la cuestión es que se lo ha dormido muy bien).
En medio de esa avanzada impresionante del capital y el discurso neoliberal, surgen temas nuevos como la catástrofe medioambiental o la posible guerra nuclear, producto del actual enfrentamiento entre potencias –utilizando a Ucrania como campo de batalla–, problemáticas que complejizan más aún la situación planetaria. Si cae la hegemonía occidental actual con la dirección de Estados Unidos y la supremacía del dólar, el multipolarismo que seguiría, con China y Rusia como nuevas superpotencias, no augura nada nuevo para las mayorías mundiales. ¿Capitalismo para rato entonces? La angustia de este escrito pretende generar el debate sobre cómo dar la batalla hoy día. Nada es eterno, pero no está claro cómo hacer caer a ese monstruo capitalista. ¿Llegará primero la hecatombe ecológica o la termonuclear? Estas dos posibilidades están abiertas.
El paradigma depredador que trajo el desaforado afán de lucro capitalista, haciendo consumir hasta el hartazgo a la gran masa humana, ya no resiste más. Las soluciones que se intentan dar al mal llamado “cambio climático” (en verdad: catástrofe ecológica creada por el modo de producción dominante), son soluciones –o remiendos– técnicos. Lo que debe cambiarse de raíz es el esquema económico en juego, el capitalismo. Este desastre creado (“cambio climático” suena a algo natural, el ecocidio que vivimos no es natural) complejiza a tal punto las cosas que es fácil pensar en que una pequeña élite superpoderosa abandone el planeta dejando a la mayoría de la humanidad en un espacio casi invivible, desertificado, sin agua, con un calor en crecimiento que hace cada vez más difícil la sobrevivencia y con fenómenos naturales desbocados. O, siguiendo a los más agoreros, que la especie humana vaya hacia su desaparición producto de esta irrefrenable catástrofe. Pero ¿nos íbamos hacia el socialismo, puerta de entrada en la sociedad comunista?
La actual disputa Estados Unidos/OTAN contra Rusia abre la posibilidad real de una guerra nuclear devastadora. Nadie la quiere, nadie en su sano juicio la busca, pero nadie sabe (o, al menos, los mortales de a pie que no tomamos las decisiones finales, no sabemos) qué sigue. ¿Guerra atómica con armas tácticas? ¿Se llegará a usar todo el poderío de las armas estratégicas? ¿Qué escenario se abriría entonces?
Con una China poderosa que destrone a Estados Unidos como principal potencia mundial –cosa que, pareciera, es lo que viene– ¿se camina hacia la sociedad comunista planetaria? La Nueva Ruta de la Seda con su propuesta de “ganar-ganar” no parece un planteo realmente socialista. ¿Cómo seguirá la mayoría de pueblos del mundo, que cada vez están a distancias más siderales del hiper desarrollo científico-técnico de las potencias? Se llega a Marte, pero muchísima gente en este planeta no tiene comida ni agua potable. ¿Cuándo llegarán los beneficios del progreso humano a la totalidad de la humanidad, dejando de ser patrimonio de pequeñas minorías?
El ideario socialista ha sido, y sigue siendo, el único camino para un mundo menos injusto, más equitativo y equilibrado. Hoy día está denigrado, vilipendiado por la derecha, declarado cadáver, lo cual no le quita su valor originario: es un grito contra toda forma de explotación. Si sigue habiendo injusticias, el socialismo es una respuesta contra ellas, por tanto, no está muerto, aunque la televisión nos muestre población venezolana que huya de una pobreza extrema. ¿Acaso el capitalismo terminó con los 20,000 muertos diarios por causa del hambre en el mundo? La pregunta –angustiante, por cierto– que se nos plantea es: ¿cómo darle forma real a ese sueño del socialismo, viendo que el escenario mundial se ha complejizado tanto? Este deslucido y mediocre texto es una modesta invitación a que sigamos buscando los caminos. El autor de este pobre opúsculo no los tiene, pero esas respuestas se pueden construir colectivamente. ¡No perdamos las esperanzas!
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