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Hambre o lluvia sobre mojado

Fuentes: Rebelión

No se trata de un déjà vu, esa perturbadora sensación de haber vivido con anterioridad un hecho en realidad novedoso. En lo que parecería más bien lluvia sobre mojado, la FAO acaba de advertir que la mala cosecha y el posible aumento de la demanda global hacen temer un boom inflacionista de los alimentos, el […]

No se trata de un déjà vu, esa perturbadora sensación de haber vivido con anterioridad un hecho en realidad novedoso. En lo que parecería más bien lluvia sobre mojado, la FAO acaba de advertir que la mala cosecha y el posible aumento de la demanda global hacen temer un boom inflacionista de los alimentos, el tercero en apenas cinco años, luego de tres meses de engañosa caída.

Sin duda, millones de personas recordarán las protestas que estallaron a finales de 2006 en México por el brusco encarecimiento de las tortillas de maíz. Y ello, como señala el analista David Page, constituía solo un primer aviso de lo por venir. En 2007 y 2008 disturbios similares recorrieron el sudeste asiático, África y Latinoamérica.

En aquella ocasión, todos los factores posibles confluyeron en lo que diversos expertos calificaron de tormenta perfecta: «Un fuerte incremento de la demanda por el cambio a mejor de la dieta de países superpoblados como China e India; una producción alimentaria creciente pero no a los ritmos necesarios; la desviación de una parte importante de las cosechas de cereales a la producción de biocombustibles; la especulación en el mercado de futuros de commodities alimentarias… El resultado fue que el precio global de los alimentos casi se duplicó en unos meses.»

A inicios de 2011, en algunos renglones, particularmente los cereales, se afrontó otra escalada. Sobre los cultivos se abatieron sequías, inundaciones; enormes incendios asolaron a África, América Latina, Asia y Rusia. Como si no bastara, la demanda resultó tironeada por las economías emergentes, y los inversores tornaron a instalarse en las materias primas del sector en busca de valores seguros. Segunda crisis en cuatro años.

La alarma suena hoy porque el socorrido Índice de la FAO, que mide las variaciones mensuales de cereales, oleaginosas, lácteos, carnes y azúcar, promedió en julio 213 puntos, con un alza de 12 con respecto a junio y una vuelta a los niveles observados en abril de 2012. Si bien la situación se comporta todavía por debajo del récord alcanzado en febrero de 2011 (238 unidades), decididamente tiene rasgos que la emparientan con la de 2007-2008.

De acuerdo con el organismo de las Naciones Unidas, la peor sequía en la zona central de los Estados Unidos en 56 años ha alentado los precios del maíz en casi 23 por ciento, y los del trigo en cerca del 19. Pero el estropicio climático no representa «privilegio» de ninguna región. La ausencia de precipitaciones, que menguó la recogida de trigo en los principales países exportadores, ha obligado a Rusia, Ucrania y Kazajstán a prever -y alertar, claro- un descenso para 2013. Además, un monzón más débil que el esperado despierta la aprensión de una menor recogida de arroz y lentejas, y el voluntarioso fenómeno de El Niño vendría a desbordar la copa de los infortunios, en su pronosticado paseo por Asia, América Latina, África.

Ahora, basta que los vaticinios de futuras cosechas sean revisados ligeramente a la mengua por razones naturales para que los precios se ensanchen por causas sociales. Tengamos en cuenta que gran parte de la producción resulta negociada bajo la forma de contratos a fecha fija. Y que, como explica con didáctica claridad Serge Fauveau en la digital Voz Obrera, «si los especuladores anticipan una baja de la producción en relación con las expectativas, se lanzan sobre los contratos correspondientes», cuyos precios se proyectan hacia la comba celeste. «Y la subida de los precios estipulados provocará también la subida instantánea de los precios del producto aun cuando no exista una penuria alimentaria real.»

Obviamente, en este pandemonio sufrirán el mayor perjuicio los más pobres, que en algunas zonas del planeta pueden llegar a dedicar el 75 por ciento de su renta a la compra de víveres, una especie de frontera hacia la desesperación y la muerte, en palabras de David Page; y medrará, por supuesto, la decena de transnacionales que controla el 85 por ciento de los intercambios mundiales.

Pero no yerra el pueblo cuando lo afirma, con proverbial desenfado. Paradójicamente, «lo bueno que tiene esto es lo malo que se está poniendo». Porque si por pensadores tales Fourier, traído a colación por Fauveau, sabemos que en el capitalismo la pobreza nace de la misma abundancia, por Marx conocemos el arma con que se superan las contradicciones, con que se revierten las circunstancias. Con que se obra el «milagro» de los alimentos para todos. Que así sea.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.