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Costa Rica

¿Hasta cuándo habrá que explicar?

Fuentes: Rebelión

Me resulta sumamente curioso el constatar, en los comentarios a los artículos que generosamente me publica Elpais.cr, una serie de errores de interpretación que se repiten cada cierto período, y que por lo general provienen del mismo grupo de personas, (amparadas por pseudónimos, pues no suscriben sus nombres reales en los comentarios), y sobre los […]

Me resulta sumamente curioso el constatar, en los comentarios a los artículos que generosamente me publica Elpais.cr, una serie de errores de interpretación que se repiten cada cierto período, y que por lo general provienen del mismo grupo de personas, (amparadas por pseudónimos, pues no suscriben sus nombres reales en los comentarios), y sobre los mismos temas.

Algunos de ellos tienen que ver sobre lo que denominan la defensa de los grupos que practican la diversidad sexual. Cuando en realidad los comentarios expresados en diversas ocasiones tienen que ver, no con la defensa de las preferencias sexuales, sino con la defensa del reconocimiento de los derechos humanos de ciudadanos a quienes se les considera de segunda categoría, incapaces de recibir los derechos de que gozamos todos los demás.

Otros tienen que ver con los calificativos que utilizo cuando me refiero a las posturas fundamentalistas de los grupos religiosos, sean católicos, o cristianos, o de la denominación que a Usted se le ocurra. Y se me acusa de creerme poseedor de la verdad única y absoluta. ¡Nada más lejano de la verdad! Lo que sucede es que ataco a aquellos que, colocados en posiciones políticas que les permite decidir por el pueblo, como los diputados, quieren imponerles a todos los ciudadanos sus ideas religiosas, sus concepciones acerca de temas humanos desde la óptica de sus creencias.

Las creencias religiosas de cada quien es algo íntimo, personal, intransferible. No importa que las considere una «verdad revelada» por dioses, uno o varios, o el producto de las creaciones humanas para tratar de interpretar lo desconocido. Y como tales son respetables, cada quien sabe qué es lo que necesita para sentirse tranquilo y feliz. Pero ello no los autoriza a querer imponer sus creencias a los demás, ni a juzgar a los demás de acuerdo con sus parámetros religiosos.

La religión ha sido a través de los tiempos una directa influencia para los seres humanos, de modo que las personas que la comparten, adoptan cierta posición frente a situaciones o ideas de acuerdo a lo que consideran «Correcto» o «Incorrecto».

Este fenómeno me ha hecho preguntarme una serie de cosas sobre cuál es la relación entre la religión, la moral, y la educación, y como esto afecta la vida de millones de personas alrededor del mundo. Pero para este análisis primero debemos tener un concepto básico de religión.

El concepto de religión tiene su origen en el término latino «religĭo» y se refiere al credo y a los conocimientos dogmáticos sobre una entidad divina. La religión implica un vínculo entre el hombre y Dios o los dioses; y de acuerdo a sus creencias, la persona regirá su comportamiento según una cierta moral e incurrirá en determinados ritos (como el rezo, las procesiones, etc.).

En la primera etapa de la vida, las creencias religiosas estarán determinadas por la educación que reciben de sus padres, y por lo general el niño terminara por adoptar las mismas ideas que ellos. Pero la finalidad de transmitir conceptos de este tipo suele ser una manera de modificar la conducta de las personas, para que se vaya desarrollando una primera idea de ética y moral. Lo anterior se debe a que dentro de la religión se establecen ideales de comportamiento, determinando los que estarían «bien» o «mal». Y entre estas normas se encuentran las que tienen que ver con la práctica del sexo como objeto de placer, no solamente como medio para la perpetuación de la especie a través de la reproducción.

Esta relación entre la religión y la moral es más clara en religiones como el cristianismo o catolicismo, que comparten algunas creencias que afectan la manera de proceder de las personas. Por ejemplo la vida después de la muerte, o la idea de ser juzgados por los actos realizados en la vida terrenal.

La religión juega un papel importante en la sociedad, en las políticas de los gobiernos y en la vida de las personas. De acuerdo a Durkheim (1915:38), las religiones representan sistemas coordinados de creencias y prácticas específicas que definen lo sagrado -esto es, prescriben un orden sobre ciertos fenómenos o elementos cuya existencia tiene lugar en un más allá, fuera de la vida ordinaria. Lo que se define como sagrado es a menudo colocado en un plano inaccesible o prohibido -de allí se engendran creencias y prácticas que se enlazan unas con otras formando una comunidad moral única, llamada una Iglesia.

Una Iglesia consiste de un conjunto de creencias específicas las cuales son enunciadas por sus líderes y aceptadas por sus adherentes que en su totalidad se reconocen como una religión. El propósito de las religiones es reglamentar la relación de sus adherentes con lo que se define como sagrado y con un contexto espiritual, a menudo representado por uno o varios dioses. Las grandes religiones, con algunas excepciones (Budismo, Hinduismo), son monoteístas. Al establecer lo sagrado, las religiones, por consiguiente, definen también lo profano, esto es las conductas y prácticas prohibidas dentro de sus códigos morales. Las religiones a través de múltiples prohibiciones ejercen una enorme influencia sobre las conductas de las personas.

Las religiones, en sus esfuerzos para organizar los fenómenos que definen en sus manifiestos, se apoyan en dos nociones fundamentales: creencias y ritos. Las creencias consisten en representaciones que contienen valores morales, y a menudo están asociadas con imágenes místicas o con seres que existen más allá del mundo natural y de la experiencia humana. Los ritos son modalidades de acción expresadas en ceremonias – a veces de gran complejidad – en las cuales los elementos que forman la base de las creencias son sublimados. Textos sagrados, muchos de los cuales se van revisando a través del tiempo, definen lo que se establece como creencias y los ritos que deben ser utilizados en definidas ocasiones.

Hace ya bastante tiempo publiqué algunos artículos sobre este tema de la homosexualidad y las interpretaciones religiosas del comportamiento sexual, los cuales provocaron insultos directos de algunos lectores (matar al mensajero… no poner atención al mensaje), y muy pocos comentarios positivos, que indicaban que -al menos- un pequeño grupo había entendido el mensaje y se había logrado el propósito arriesgado de hablar sobre un tema «tabú».

El primer comentario que realicé era que no existe una posición inocente y objetiva sobre la homosexualidad, que es el término que se utiliza en el plano del psicoanálisis para clasificar las diversas manifestaciones del mismo, lo cual ha demostrado la imposibilidad de obtener una perfecta neutralidad en este campo. Siempre están presentes, de una manera o de otra, nuestros propios conflictos, anhelos, temores, traumas y represiones frente a la cuestión homosexual, suscitando toda clase de fantasmas individuales y colectivos. Y ello se refleja en las conductas individuales y sociales, en la actitud de las autoridades públicas, en la legislación existente relacionada con el concepto de familia, y en la persecución que determinadas agrupaciones religiosas realizan contra los individuos y los colectivos que agrupan la diversidad sexual.

Algo poderosamente destructivo parece anidar en las posiciones personales y colectivas, como señala C. Domínguez M. En el ámbito personal, parece como si por siempre permaneciera el riesgo de poner en peligro la imagen psico-sexual del hombre o mujer que, tan laboriosamente, hemos ido conquistando y defendiendo en la estructura sicológica individual que no es más que el producto de la formación recibida desde niños. En el ámbito social, parece como si todo se tambalease en la consideración del modo de vivir la sexualidad al margen de la celosamente protegida institución familiar, tal y como la conocemos y está plasmada en la legislación que rige a nuestro país.

Todo parece indicar -sin embargo- que hoy se opera un cambio notable en el modo de afrontarse la cuestión en países de mayor desarrollo sociocultural, no como el nuestro: aldeano, beato e ignorante. Y si bien es cierto que en algunos momentos pareciera que podemos hablar sobre el tema sin problemas, al final reconocemos que es una actitud ingenua, porque resulta sumamente difícil permanecer indiferentes ante un fenómeno social que a través de la historia ha sido calificado como «pecado horrendo», «crimen nefando», «terrible perversión» o «enfermedad grave y contagiosa», para señalar solamente algunos de los epítetos usualmente utilizados.

El segundo comentario se refería a que desde la perspectiva abierta por el psicoanálisis, en consonancia con datos procedentes de otras disciplinas, la sexualidad humana parece haberse alejado, y con mucho, de la rígida determinación del instinto biológico y de su objetivo primario de la procreación. La biografía individual viene a constituirse en el elemento básico de configuración y estructuración psicosexual de cada persona, como búsqueda de una satisfacción cuyo objeto se irá determinando tan sólo a partir de esa misma historia y que se revelará finalmente.

Es así que el discurso post-freudiano sobre la homosexualidad ha llegado a revestir tal confusión, tales contradicciones, tal falta de rigor científico, tal impregnación de prejuicios y actitudes defensivas u ofensivas, que hacen nacer la sospecha de que detrás de ello se oculta una cierta imposibilidad teórica, fruto de la falsificación de uno de los presupuestos o de una insuficiente clarificación de los mismos. De hecho, el psicoanálisis parece estar hoy todavía muy lejos de ofrecer una teoría consistente, mínimamente unitaria y totalizadora de la homosexualidad.

Así pues, la descalificación de la homosexualidad como enfermedad no debe, sin embargo, inducir a errores. No debe entenderse por ello que se dispone ya de una justificación para admitir como sana cualquier manera de vivirse dicha orientación, ya que dentro de ella caben muchos modos perversos y neuróticos de conducirse, como también sanos y equilibrados. Por ello es que quizá ciertos colectivos homosexuales, reaccionando ante las vejaciones de todo tipo que han padecido a los largo de la historia, se encuentren ahora demasiado poco dispuestos a aceptar las dimensiones problemáticas que se puedan advertir en su propio modo de vivir el mundo afectivo. Y presento algunos ejemplos: los curas pederastas y practicantes de la homosexualidad atentan más contra su voto de castidad que contra sus necesidades y tendencias sexuales. Pero una perversidad es evidente en la pederastia, que implica temor, explotación, aprovechamiento y cobardía; cuando no tanto en la libre actuación sexual de adultos conscientemente aceptada.

Finalmente, señalaba que en la medida que el avance científico va develando más dimensiones de la orientación homosexual, la opinión general sobre la misma va reconsiderando buena parte de sus juicios y actitudes tradicionales, pero solamente al nivel de quienes tiene cierto nivel intelectual y una mente abierta al conocimiento, porque los fanáticos, por un lado, y la turba ignorante, por el otro, es más difícil que cambien. Todo el conjunto de datos que van ofreciendo las ciencias ponen, de hecho, en evidencia las deformaciones, desenfoques y racionalizaciones que unos discursos socio-políticos, morales, y religiosos, que a lo largo de la historia dieron pie a la persecución, la marginación y, también, a unas graves sicopatías y conflictos en perseguidores y perseguidos. Su fundamento no fue sino el de la ignorancia.

Sin embargo, es necesario reconocer que el fantasma no ha sido totalmente exorcizado, ni mucho menos, pero hoy asistimos a un indudable e importante cambio de opinión que se extiende progresivamente entre las diversas capas del discurso social, porque revisan en la actualidad sus posiciones tradicionales y se abren nuevas perspectivas y enfoques para analizar el tópico.

Finalizo diciendo a todos aquellos que viven tranquilos con sus creencias religiosas, que las guarden para sí mismos, que no traten de imponerlas a los demás, ni juzguen a toda una sociedad conforme sus propios parámetros de conducta. Y mucho menos, que utilicen el hecho de que se encuentran en posiciones como las de los diputados de la Asamblea Legislativa, para imponerle a la ciudadanía su particular forma de pensar e interpretar la raza humana.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.