En el año 63 a.C., el senador romano Marco Tulio Cicerón, en una reunión de gran altura, una sesión del Senado de la ya moribunda República Romana, lanzó un grito que escondía su gran deseo de dominio imperial, expresado con una excelente retórica, que tan magníficamente dominaba este escritor romano. La frase histórica que expresó con energía fue la siguiente: “¿Hasta cuándo, Catilina, vas a abusar de la paciencia nuestra?” (¿Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?). Esta agria crítica iba dirigida a la oposición pro-republicana en la cual sobresalía Catilina, quién fue fuertemente difamado por la élite del Senado. Catilina tenía la aspiración de asumir el consulado, pero todas estas maldiciones le hicieron imposible conseguirlo, por lo cual se alió con la plebe y encabezó una rebelión en la que salió mal parado. Esta secuencia fue como un prólogo, un aviso, de la pronta llegada del Imperio Romano.
Algo más de 2.000 años después surgió también, de forma paralela, una reunión de gran altura, la Cumbre Iberoamericana de 2007, que contaba con un prepotente personaje, también con intenciones y añoranzas imperiales, un grito desesperado de gran sentimiento imperialista, pero en este caso no se trataba de un discurso retórico, bien tramado y bien preparado (como fue el de Cicerón), sino de un exabrupto exhalado por un neurótico gañan borbónico, Juan Carlos I, que era el presidente de dicha Cumbre. El exabrupto mencionado era el siguiente: “¡Porqué no te callas!” [1]. Iba dirigido a la cabeza pensante de una oposición antiimperialista de la plebe latina, un defensor de la democracia en contra de la opresión en el interior del eximperio global ibérico de las Américas.
Pues bien, entre imperios anda el juego:
El imperio de los “cristianos católicos” heredado de la sacra Iglesia Católica Apostólica y Romana (ICAR), aún con su sede en Roma, y el Imperio gringo de los “cristianos evangélicos”. Estos últimos actualmente están derribando democracias, no sólo en Sudamérica, como en Brasil, Bolivia, Colombia, etc., sino que también están penetrando los países asiáticos como Corea del Sur.
En fin, los mismos perros con diferentes collares. Imperialismo.
Los fundamentos de estos imperios son el neocolonialismo y neoliberalismo global. Están obsesionados con multiplicar el crecimiento económico oligárquico (el único crecimiento económico que existe) y acaparar la riqueza de otros, lo cuál se logra haciendo universalmente a las personas unas desalmadas. Y hay que preguntarse: ¿Hasta cuando el neoliberalismo nos va a tener sin pagarnos la gran deuda que nos debe a los consumistas-productivistas?
Porque el neoliberalismo nos debe, a los pobres consumistas del Primer Mundo, algo que vale más que todo el oro del mundo, el alma de las personas. Como Mefistófeles, las grandes corporaciones nos quitan el alma a cambio de objetos materiales, la mayoría innecesarios. Sí, nos quitan el alma, el ambiente familiar, los afectos. El crecimiento neoliberal, al fomentar el individualismo egoísta de la propiedad privada a ultranza, ha terminado con la actividad afectiva-social de los pobladores del Primer Mundo. En lugar de personas sociales y con sentimiento humano, el crecimiento nos ha hecho individuos fríos y calculadores. Se tiene más aprecio a las cosas que a las personas. A los objetos inanimados, que a los seres humanos con alma. El crecimiento neoliberal nos convierte en unos desalmados. Nos hace calculadores de cuánto dinero podemos conseguir para gastarlo en el consumismo inducido. Las atenciones entre los diferentes componentes de la sociedad humana han sido sustituidas por la adicción consumista, de los objetos que las grandes corporaciones necesitan vender para seguir creciendo.
Nota:
[1] «¿Por qué no te callas?» es la frase pronunciada por el rey de España Juan Carlos I, el 10 de noviembre de 2007, dirigida al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, celebrada en Santiago de Chile.