Traducido para Rebelión por Anahí Seri
Si ni el Arzobispo de Canterbury ni el Papa tienen ningún problema con la evolución, ¿porqué se les está lavando el cerebro a nuestros niños, por qué se está atacando a los profesores de ciencia? En una entrevista exclusiva, Richard Dawkins explica por qué con su nuevo libro pretende demostrar de una vez por todas que los humanos no caminaron con los dinosaurios.
Por una crisis de último momento en el hogar de los Dawkins, no pudimos encontrarnos, como inicialmente previsto, en su casa de Oxford, donde yo me había propuesto deducir de sus tres bibliotecas, los nidos de aves que por lo visto alberga en su salón, todo tipo de significados profundos del Intelectual Público Número 1 de Gran Bretaña (según la revista Prospect, mayo de 2008). El día de antes de nuestra entrevista, recibí una llamada urgente del asistente de Dawkins: me dijeron que había muerto el perro de Richard, tan querido por él, y que el ambiente en la casa era de funeral e inadecuado para una entrevista. En lugar de ello, nos encontramos en las salas sin carácter del New College, donde, llegado el momento, el ateo más «furibundo» e «injurioso» de Gran Bretaña (como gustan de llamarle muchos de sus críticos, junto con «beligerante» e incluso «loco») me saludó de un modo alegre a la vez que delicado del otro lado de unas puertas dobles.
Todos los que alguna vez se han encontrado con Dawkins fuera de una sala de debate lo describen como un hombre más bien tímido; para nada el «rottweiler de Darwin» de la esfera pública. En privado, a mí me pareció encantador, si bien ligeramente irritable por momentos, un ser sorpredentemente romántico a quien también te puedes imaginar criticando, a sus espaldas, a una persona demasiado corta. En un momento dado inició una descripción larga, elocuente y muy conmovedora sobre lo que es mirar a las estrellas por la noche, en un intento de transmitir cómo la comprensión de la ciencia puede realzar nuestra experiencia del mundo natural. También se apasiona con la poesía (Housman, Shakespeare, Yeats) y admite que «cuando leo poesía en voz alta, me saltan las lágrimas de forma bochornosa».
Estaba claro que tenía en mente la pérdida de su perro el día que nos vimos, como quedó patente en el embarazoso callejón sin salida al que fue a parar nuestra conversación en un momento dado. «Amaba la perrita, la adoraba», dijo. «Era un Coton de Tulear. Es una raza de Madagascar.» Se produjo otra pausa melancólica cuando se puso a reflexionar en voz alta: «Una perrita encantadora. Llevaba bastante tiempo enferma. Se llamaba Pamba, quiere decir algodón en swahili. Es . . . está esa actitud de que ‘sólo es un perro’. Pero sólo no es la palabra correcta. Se puede querer a un perro como se quiere a un humano . . . »
La idea de que Dawkins es capaz de hacer mucho más que ofender profundamente a la gente, probablemente es inconcebible para aquellos que le acusan, no sólo de una virulenta falta de respeto por la religión, sino también de hacer apología de Hitler y Stalin, quienes, como se señala de forma irrelevante, también eran ateos (salvo que Hitler se educó como católico, y Stalin estudió en un seminario ortodoxo georgiano). Dawkins prefiere que lo asocien con John Lennon («imagina que no hay religión»), lo cual choca con los términos que a veces emplea cuando quiere salir victorioso de una disputa. Puede ser increíblemente mordaz en ocasiones, lo cual resulta divertido si estás en su bando: el Papa, «o bien es malvado o corto» por predicar contra los condones en África; Howard Jacobson [i] es «un pseudointelectual odioso»; el Arca de Noé es «poca cosa, realmente patética» si se la compara con lo que la teoría evolutiva nos dice sobre cómo empezó realmente la vida.
Por supuesto que es precisamente este tono combativo (él lo llama «claro») lo que lo ha hecho tan famoso, lo que ha hecho que se le venere y se le odie tanto; dudo mucho que hubiera llegado a tener la mitad de éxito o de popularidad si se hubiera moderado, como a muchos de sus colegas de la comunidad científica les gustaría que hiciera. «Creo que hay un sentimiento generalizado de que soy amigo de las polémicas y vociferante y estridente y esas cosas» dice, un poco dolido. «Yo no creo que sea vociferante y estridente. Como la religión se percibe como algo que está en terreno vedado, yo resulto demasiado furioso y polemizador, parezco alguien a quien, en cierto sentido, no se le puede tomar en serio como un pensador equilibrado, que aporta matices. A menudo dicen que soy tan fundamentalista como los fundamentalistas.» ¿Eso tiene importancia? «Probablemente mi reputación sufre un poco a causa de eso.»
Admite que a veces se siente incomprendido, y durante nuestra conversación hace frecuentes referencias a su antiguo amigo Douglas Adams [ii] , que era su gran campeón y a quien obviamente sigue echando mucho de menos. Tiene a sus lanceros ateos Christopher Hitchens y A.C. Grayling, pero a pesar de lo bien que se ha vendido, el libro anterior de Dawkins, «El espejismo de Dios», consiguió, si no ofender, al menos sí inquietar o irritar a casi todas la otras personas del público. Por «El espejismo de Dios», Dawkins recibió una paliza en la prensa de parte de muchos columnistas a los que no les hizo particular gracia lo que llamaban su «celo misionero». Algunos otros intelectuales afirmaron que había metido un gol en contra. Y Terry Eagleton debe haber estado días enteros currándose un artículo interminable para el London Review of Books en el que acusaba a Dawkins de no tener suficiente conocimiento de las Escrituras como para poder tener una opinión informada sobre la existencia de Dios. Hay que decir en su favor que, en su sitio web, aparecen enlaces a todo lo que se escribe sobre él, sea positivo o negativo, al lado de una campaña para que los ateos «salgan del armario» y una tienda en línea donde se pueden comprar camisetas con una gran A (ya se puede imaginar el lector lo que representa esa A).
El nuevo libro, The Greatest Show on Earth (El mayor espectáculo de la Tierra), es más bien lo que yo denominaría apacible, aunque Dawkins no está de acuerdo y dice que simplemente colma una laguna en su repertorio. Hasta el momento, ha escrito ocho libros sobre evolución, y no parece que hubiera mucho más que decir sobre el tema. Pero con el auge del creacionismo en los EEUU, de pronto sí que lo hay. «El cuarenta por cien de los americanos creen que el mundo tiene menos de 6.000 años», dice Dawkins, varias veces, y de hecho incluso los británicos más religiosos admitirían que es un dato estadístico preocupante, empeorado por el hecho de que esas mismas ideas están empezando a enseñarse en algunos colegios británicos.
Así pues, Dawkins se puso a escribir The Greatest Show on Earth para demostrar cómo sabemos que la evolución es verdad. Tardó más o menos un año, y el resultado es una refutación hermosa, hábilmente construida y comprensible del creacionismo y el diseño inteligente.
¿No fue un poco deprimente para un científico del siglo XXI verse a sí mismo defendiendo la evolución? «Hay algo de eso», dice, «pero no quiero expresarlo de forma demasiado deprimente, negativa. Siempre es un desafío, un desafío en cierto sentido alegre, porque es tan emocionante.» Cuando escribió «El espejismo de Dios», su intención declarada era convertir al ateísmo a todos los que lo leyeran. Con el libro nuevo quiere instilarles algo de raciocinio a los creacionistas: «Supongo que quienquiera que lo lea no debería poder seguir pensando que la evolución no es un hecho», dice, quizás, en mi opinión, con mucho optimismo. «Yo diría que algo falla con la gente que termina el libro y no piensa así.»
Me temo que va a sufrir una decepción, y en el fondo lo sabe. En el capítulo 7 hay una transcripción desternillante de una conversación televisada que tuvo una vez con una tal Wendy Wright, presidente de Concerned Women of America (Dawkins señala, jocoso, que la «opinión de Wright de que la píldora del día después es el mejor amigo del pedófilo da una idea de su capacidad de razonamiento»). En cualquier caso, Wright le pide a Dawkins que «le dé pruebas de las fases intermedias entre una especie y otra», y Dawkins le dice una y otra vez que vaya a cualquier museo de ciencias naturales y mire los fósiles. Pero eso no la convence a Wright: «Si la evolución tuviera las auténticas pruebas, se expondrían en los museos, y no sólo las ilustraciones», dice.
No hay manera. Y Dawkins admite que «Wright desde luego no leería el libro, y aun si lo leyese, daría igual. No hay nada que pueda cambiarle la forma de pensar a alguien que está tan obcecado. . . Yo creo que hay que establecer una distinción entre la gente religiosa en el sentido en el que es religioso el párroco o el obispo, pero que acepta la evolución, y gente como Wendy Wright, que piensan que el mundo tiene 6.000 años, lo cual entra en contradicción total con todas las pruebas que tenemos. Eso me desespera porque no hay nada que vaya a hacerles cambiar a esas personas.» Sin embargo, es optimista en el sentido de que «mucha gente simplemente no conoce esos hechos. Simplemente, les falta la cultura. Y eso es culpa de nosotros los científicos por no salir a comunicar con ellos.»
Por supuesto que no se trata sólo de América (ninguno de los libros de Dawkins se ha traducido al árabe). Pero al menos en los EEUU sus libros no se prohíben. En su opinión, ¿por qué ha sufrido este auge el creacionismo en los EEUU? «En cierto sentido, es una cuestión política. Creo que en América hay casi una paranoia política entre este tipo de población rural, votantes de Sarah Palin, que se sienten menospreciados por la periferia intelectual urbana de Nueva York y San Francisco. Se sienten como perdedores. Es el mismo lobby que considera que todos tienen derecho a portar un arma.»
¿Y en Gran Bretaña? «No sé lo que pasa en Gran Bretaña. A lo mejor es sólo la influencia americana. Tal vez es la influencia islámica que tiene fuerza.»
El paralelismo más poderoso que Dawkins traza en su libro es entre los negadores del holocausto y lo que él llama «negadores de la historia», referiéndose a los creacionistas.
«Tengo colegas americanos que me han dicho que han tenido alumnos que han ido al decano a quejarse de que se sienten insultados en su religión por el profesor que enseña la evolución.» Dawkins compara la enseñanza de la ciencia en algunas zonas de América con la enseñanza de la historia antigua en un aula dominada por ignorantes que se afanan incansablemente en persuadir a los alumnos desafortunados de que los romanos jamás existieron.»
A diferencia de lo que sucedió con el libro anterior, la mayoría de la gente en Gran Bretaña estará de acuerdo con la mayor parte de lo que dice Dawkins en «El mayor espectáculo de la Tierra». Pero no dejan de considerarlo irritante por ser tan literalista, tan apasionado y emocional.
Creo que lo que le mueve no es tanto la ira propiamente dicha sino un sentimiento de incredulidad, junto con un profundo deseo de ser comprendido. Admite que le ponen de mal humor los sacerdotes del «pensamiento borroso».
«¿Va usted a misa? ¿Ha oído los sermones?», pregunta. El cura habla con toda seriedad de algo como Adán y Eva. Pero luego si lo pararas al salir de la iglesia y le dijeras, «Señor cura, ¿usted no cree en realidad en Adán y Eva, verdad?», él diría «Por supuesto que no creo en Adán y Eva.» Y yo diría, «Bueno, ¿y por qué no lo dice en el sermón? Muchas personas de la parroquia no se habrán dado cuenta, y creo que es algo muy importante.»
Uno se lleva la impresión de que Dawkins está en un estado casi permanente de estupor ante la capacidad del ser humano de mantener en la cabeza dos ideas contradictorias: «Es como si los curas no vieran realmente la diferencia entre lo que es verdad efecivamente y lo que sólo es verdad en un sentido mitológico o metafórico. Es como si no les importara la diferencia. Creo que es eso. ¡No les importa la diferencia!»
¿Y este pensamiento borroso le deja perplejo? «Pues sí. Y dicen cosas como, ‘Bueno, obviamente no es cierto, pero ¿qué más da?’ Y en realidad no les interesa la verdad, les interesa lo que se siente como verdadero, o como bueno, o como moral, o . . . si me permite que lo exprese así, lo que se siente como verdadero: ‘Hay una verdad más profunda que la mera verdad científica’ y ese tipo de cosas. ‘Hay verdades espirituales que trascienden las verdades científicas y que son mucho más valiosas y humanas.’ ¿Y qué se le pasa a él por la cabeza cuando oye esas opiniones? «¡Pues me siento muy irritado! Porque no me preocupa que la gente hable de verdades mitológicas, pero me preocupa que lo mezclen. Hay una cosa que es la verdad científica y creo que es importante, y si a alguien le parece que no tiene importancia, me enfurezco.»
Nos hemos apartado de los creacionistas, pero el principio es el mismo: nuestra capacidad, como humanos, de creer en cosas que carecen de base científica. El creacionismo, ¿usted diría que es una forma de estupidez? ¿Le irrita que haya tanta gente estúpida en el mundo?
«Yo no lo expresaría así», dice. «Bueno, iba a decir, mucha gente ignorante, pero eso también suena áspero. La ignorancia no es más que una afirmación objetiva. Yo soy ignorante en lo que respecta al fútbol y todo tipo de cosas. Y no creo que usted se lo tomara como un insulto si le digo que parece que usted no sabe nada de fútbol. No es más que la constatación de un hecho; significa que usted no sabe nada sobre ello. Yo sé bastante de la evolución y por ahí hay mucha gente que no sabe nada de la evolución y a quienes probablemente les gustaría aprender algo sobre la evolución. Quizá ellos me puedan enseñar cosas sobre el fútbol.»
¿Se considera a sí mismo un esnob intelectual? «Noooo,» exclama. «Yo diría que soy elitista en el buen sentido de la palabra, en el sentido no de ser un esnob sino de querer formar parte de la élite y de querer que otras personas también formen parte de ella.» Y se percibe que cuando los demás no llegan a formar parte de la élite, él se deprime.
Una cosa que él hace mucho mejor que vapulear a los demás con su impresionante intelecto es desvelar las delicias del mundo natural, un hecho que en los últimos dos años ha pasado un poco a un segundo plano debido a todo el revuelo ocasionado por «El espejismo de Dios». El nuevo libro vuelve a poner al lector en contacto con las maravillas de la naturaleza, al igual que, en mi opinión, lo hará su próximo proyecto: un libro infantil sobre la evolución. A la hora de la verdad, él no es tan dogmático con el ateísmo como para no celebrar la Navidad («soy cristiano por mi cultura») e incluso admite que se llega a emocionar un poquillo con villancicos como The Holly and the Ivy.
En cuanto a las grandes preguntas sin respuesta: «Creo que todos pensamos que hay algo más ahí afuera. Yo desde luego lo pienso. Pero no es supernatural. Es . . . creo que hay muchas cosas que la ciencia no conoce y que tal vez nunca conocerá, y eso es emocionante.»
Una última crítica que a menudo se le hace a Dawkins es que si eliminas la creencia en Dios, la sociedad se viene abajo y el mundo de repente se convierte en un lugar frío y sin consuelo. Él salta inmediatamente respondiendo que «todo lo que importa es qué es verdad y qué no lo es». Pero yo creo que le iría mejor si hablara un poco más de su propia experiencia de la vida, que sin duda no carece de consuelo o amor. Está casado en terceras nupcias con la actriz Lalla Ward, de Doctor Who, y dicen que se lleva bien con su primera mujer. Tiene muchos amigos íntimos. El consuelo en un mundo ateo viene «del contacto humano, del amor humano. Somos unos animales profundamente sociales y creo que derivamos un gran consuelo de hablar con las personas a las que queremos, de escucharlas.»
Poco después me da una charla sobre las estrellas. Ojalá que esta faceta de Richard Dawkins, poética, muy elocuente, emocionada y emocionante pudiera aflorar más a menudo; entonces podríamos empezar a recordar lo afortunados que somos de tenerlo a él.
The Greatest Show on Earth saldrá a la venta el 10 de septiembre, publicado por la editorial Bantam Press.
Fuente original